El bueno, el malo y el feo (XVII)

Miguel Báez Durán

Mejor sin el perro

        Otra acartonada repartición fue la septuagésima burla de los Óscares. Al lado de la titánica y nada sorpresiva ganadora, se llevaron el par de orangutanes áureos para su consolación Los Ángeles al desnudo, Mente indomable y Mejor: imposible. Todos felices y contentos, a excepción de Peter Cattaneo y sus secuaces por The Full Monty. Los exhibidores pronto se entregaron al afán de distribuir las principales premiadas, no así aquéllas con temas más escabrosos —de la entrega anterior, por ejemplo, apenas se estrenó en Monterrey Sling Blade bajo el título de Resplandor en la noche. Otra pifia en la distribución cinematográfica la constituye Criaturas celestiales, cinta de 1994 y otro brote de la euforia titanesca —como lo fue La sangre que nos une— por ser el debut de la actriz Kate Winslet. A diferencia del dramita menor antes citado, Criaturas celestiales tiene un viejo aval de la crítica como precedente. Algo de provecho tenía que salir del hundimiento más famoso del siglo. Ni hablar de los filmes presentados en Cannes: aún están en lista de espera y ya se aproxima la siguiente edición. Por lo pronto la publicidad del Óscar fue un efectivo gancho con los laguneros en el estreno de la malamente traducida Mejor: imposible (As Good as it Gets, 1997).
        Durante Mejor: imposible, Melvin Udall (Jack Nicholson) es un escritor neurótico de lengua afilada —aunque su pluma no pueda presumir de lo mismo— condenado por los cánones de la industria fílmica a redimirse por amor. La atracción de Melvin se centrará en Carol (Helen Hunt), una simple mesera agobiada por las continuas enfermedades de su hijo. Cuando Simon Bishop (Greg Kinnear), el vecino homosexual del protagonista, es asaltado y cae en bancarrota, los tres emprenden un viaje a Baltimore en el que se conocerán a fondo.
        Con Mejor: imposible, largometraje bajo la autoridad de James L. Brooks (La fuerza del cariño), bien vale la pena soportar los ojitos llorosos del perro, los constantes bufidos de compasión emitidos por el público por la presencia del can o hasta el ya lugar común del vecino o amigo gay tan recurrido por las comedias románticas de los noventa —factor que constituye un descarado fariseísmo por parte de Hollywood. La actuación de Jack Nicholson se erige cual sólida estatua sobre las inexpertas cabezas de sus compinches con este escritor cínico, compulsivo, insultante y nada políticamente correcto. Sus diferencias, por supuesto, lo convierten en un ser despreciable a los ojos de la sociedad —nótese la secuencia cuando es corrido del restaurante y los demás clientes vitorean su salida. Para el espectador, sin embargo, Melvin es un detonador de risas por su lóbrego humor. Eso no quita que tenga sentimientos de amor por la mesera y de piedad por el vecino. Helen Hunt y Greg Kinnear sorprenden —pero nada más— en los roles de Carol y Simon, sobre todo si se toman en cuenta sus antecedentes vergonzosos. Por parte de la Hunt: un sinfín de películas muy menores para la tele, la serie Mad About You y el bodrio Tornado. En el caso de Kinnear: la antigua conducción del programa Talk Soup de la cadena E!, uno de entrevistas nocturnas y el refrito Sabrina. Debido a la pareja protagónica Mejor: imposible se llevó su rebanada del dorado pastel de la Academia. Eso sí, por lo menos, es una buena comedia.

Dementes insoportables

        Con la exhibición de Mente indomable (Good Will Hunting, 1997), ganadora del Óscar a mejor guión original y mejor actor secundario, se pudo comprobar de nuevo la artificialidad de estos galardones y la mentecatez de quienes lo otorgan. De seguro cuando Matt Damon (Valor bajo fuego, El poder de la justicia) y Ben Affleck (Mi pareja equivocada) —originarios de Boston, redactores aficionados y protagonistas del filme— vieron que sus análogos caricaturescos —Beavis y Butthead— habían hecho un largometraje, se dieron a la tarea de garabatear un guión de insensateces y chistes escatológicos contados con enano estilo y nula gracia. Bastó agregar al ridículo argumento un poco de sensiblería catártica, ambiente populachero en diversas cantinas de la citada ciudad y uno que otro diálogo intelectualoide y fuera de lugar por completo en labios del pedante Will Hunting —hermano gemelo del no menos odioso y ahora por partida doble en El hombre de la máscara de hierro Leonardo DiCaprio—, para que Hollywood, la conductora de talk shows Oprah Winfrey (El color púrpura) y cualquier ente con diminuto coeficiente intelectual o con corazón de pollo sucumba a las idioteces de estos dos amiguitos de la infancia.
        Y es que, en Mente indomable, Will Hunting (Matt Damon) es un huérfano que trabaja de conserje en el famoso MIT (Massachusetts Institute of Technology) y que con su credencial de biblioteca pública ha adquirido vastos conocimientos en pintura, historia, psicología, literatura y matemáticas —todo un caso para Ripley. Aún así este berrinchudo muchacho encuentra tiempo para salir con su amigo, también de la infancia, Chuckie (Ben Affleck). Los debates sobre el futuro y la felicidad del genio triplemente entrecomillado vendrán cuando sea rescatado de la cárcel por un profesor del MIT llamado Gerard Lambeau (Stellan Skarsgård) y llegue, previa petición del sistema judicial, a la oficina del psicólogo Sean McGuire (Robin Williams). Para que nadie dude de la pura relación entre los dos amigos deambula frente a la pantalla el interés amoroso de Will encarnado en Skylar (Minnie Driver), una estudiante de Harvard, repitiéndose el ultratrillado idilio de niño pobre con niña rica.
        La historia en sí no daba ni para un cortometraje, menos para un filme que supera las dos horas. Sin embargo, Gus Van Sant (Todo por un sueño) —en este gran fracaso— y el dúo Damon-Affleck inflan la anécdota con chascarrillos babosos y discusiones pseudointelectuales e impresiona-cabezas-huecas. El desarrollo, por tanto, se vuelve soporífero y exasperante por su monotonía. Ni siquiera entretiene y sólo busca sermonear, moralizar y arrancar la lágrima cocodrilera. Aquí cualquier personaje está en el kínder emocional. Will, por ejemplo, se aísla y se enajena con sus complejos, las torturas del pasado o las permanentes quemaduras del cigarrillo. El maestro Lambeau y el psicólogo McGuire berrean, se escupen insultos por la educación del fingido genio y hasta se culpan de sus fracasos cual adolescentes de preparatoria. El sacrificado Chuckie prefiere ver a su compañero de farras partir y nunca volver que trabajar a su lado de albañil. La madurez y la inteligencia no existen para los deformes engendros del dúo dinámico Damon-Affleck quienes, además, aprovechan sus quince minutos de fama para atraer turistas al amado terruño. Robin Williams refritea su profesor motiva-noños de la azucarada Sociedad de los poetas muertos hasta quebrar el cinismo y la ironía de Will Hunting en lacrimógeno y mocoso abrazo. La mente del falso rebelde resultó muy domable. Ya se sabe con antelación que no importa cuánta verborrea abusiva defeque Damon contra su mujerona Skylar —recálquese Skylar y no Skyler como fue escrito en la columna Ibero XXI. Al final, él y la Driver (La gran noche) se quedarán juntos. Viva el amor y viva la catarsis lastimera. Mente indomable será cine bien hecho pero nunca bien contado. Este Will Hunting, aunque muchos incautos y otros tantos imbéciles contradigan, es de los pésimos. Como contraataque a Mente indomable, Gattaca o Caza al terrorista, el verdadero cine se encuentra menos lejano a La Laguna —un poco más de trescientos kilómetros— ya que pronta a inaugurarse, con la XXXI Muestra Internacional de Cine y con Artemisia, está la cineteca de Nuevo León. Entre este grupo de apetecibles obras destacan la ya aludida Artemisia de Agnès Merlet, Mi vida en rosa de Alain Berliner, El gran Lebowski (o Identidad peligrosa) de los hermanos Coen, Kundun de Martin Scorsese, Martín (Hache) de Adolfo Aristarain, Sueños y realidades de Mike Leigh, De noche vienes, Esmeralda de Jaime Humberto Hermosillo, Confesiones privadas de Liv Ullman, Los enredos de Harry de Woody Allen, Lección de tango de Sally Potter, Fuegos artificiales de Takeshi Kitano, entre otras. A nivel televisión, el canal CNI programa cada domingo, por su parte, otra muestra internacional donde ya se ofrecieron Swoon de Tom Kalin, Al desnudo de Leigh y Donde no hay compasión hay cobardía. En próximas semanas este mismo canal prometió exhibir Ermo de Xiaowen Zhou , El bebé de Mâcon de Peter Greenaway y otros filmes de resonancia mundial.

Adaptaciones y esperanzas

        La modernización hecha a los clásicos de la literatura trasladándolos al celuloide y en un ambiente actual siempre ha dado pie a controversias. La pantalla de cine ya desplegó no hace mucho un Ricardo III fascista, Romeo y Julieta al estilo MTV y hasta un Hamlet recargado en sus gesticulaciones y materializado por el eterno imitador de Laurence Olivier: Kenneth Branagh. Ahora le toca el turno no a William Shakespeare sino a Charles Dickens con Grandes esperanzas (Great Expectations, 1998), película dirigida por Alfonso Cuarón.
        En la adaptación moderna del clásico de Dickens, el personaje central bautizado por su padre literario como Pip se ha convertido en Finnegan Bell (Ethan Hawke). Joe (Chris Cooper), su cuñado, ya no es herrero sino pescador de Florida. La hermana de Finn deja de ser una cruel figura autoritaria para tornarse adúltera abandonadora. La grandes esperanzas, en vez de dirigirse a Londres, apuntan hacia Nueva York. Sin embargo, el enamoramiento hacia la frívola y orgullosa Estella (Gwyneth Paltrow), patrocinado por la vieja Dinsmoor (Anne Bancroft) —en el original se apellidaba Havisham—, sigue intacto así como la ayuda, durante la infancia, a Lustig (Robert De Niro), un reo que huye de la justicia.
        El filme no zozobra a pesar de los tijeretazos infligidos a la novela de Charles Dickens —subráyese lo de novela con eso de que cierto individuo la mentó de cuento en un periodicucho de la región lo cual no constituye ninguna sorpresa viniendo de alguien que desprecia Tiempos violentos (Pulp Fiction) en un segundo análisis y a unas semanas de comentarla en esta columna. La estética —apoyada por la fotografía de Emmanuel Lubezki— y la manera de contar el ascenso de Finn en la pintura —respaldada por Francesco Clemente— son las armas que el mexicano embiste para ganar la guerra contra una adaptación demasiado libre. Desde Sólo con tu pareja, siguiendo con La princesita y Grandes esperanzas, Cuarón encuentra comodidad con el color verde. Las vestimentas, los escenarios, las luces y cualquier objeto resaltan diferentes tonalidades en tal color. La crítica de Charles Dickens a la sociedad británica de sus tiempos casi se pierde en la obsesión de Finn por Estella. Absorben los juegos de la mujer para seducir y excitar al hombre, para terminar de tajo las caricias y abandonarlo en su amargo estupor. Memorable es la escena donde la Paltrow posa para Hawke, luego trata de huir y es careada dentro de un taxi. A algunos expertos en cine, a la otra orilla del río Bravo, no les agradó en lo más mínimo la visión del cineasta y defendieron con encono el nombre de Dickens —como si les perteneciera. Más le hubiera valido a Cuarón deshacerse (en el buen sentido) del autor inglés porque su película, como tal, vale por sí y, junto con Guillermo del Toro, apacigua con sus perfumes visuales la pestilencia de Hollywood. El estreno de Grandes esperanzas, que no naufragó junto con otras cintas feas y le abre un espacio a Alfonso Cuarón en el cine mundial, coincide también con los clásicos de Dickens en televisión elaborados por la BBC y transmitidos por el canal 22 de México. Ahora el gremio fabricador de sueños, además de mutilar libros, se dedica a adaptar obras maestras del cine contemporáneo y así entregárselas masticadas, digeridas y defecadas a un público de notable acefalia. El ejemplo más sorprendente es City of Angels (1998), sacrílego fusil de Las alas del deseo de Wim Wenders y horrorosa flatulencia dirigida por un tal Brad Silberling (cuyo único crédito es ni más ni menos que la grandiosa Casper) donde las estrellitas marineras Nicolas Cage y Meg Ryan sustituyen a Bruno Ganz y Solveig Dommartin en la historia de un ángel que se enamora de una trapecista —sólo que en la versión gringa ella es doctora porque la gente de circo nomás no llega al corazón capitalista del ciudadano estadounidense. Fuera el lirismo de Peter Handke o la genialidad de Wenders, vengan los dólares cosechados con chabacanería y tufo a lo new age.

Mejor: imposible (As Good as it Gets, 1997). Dirigida por James L. Brooks. Producida por Bridget Johnson, Kristi Zea y James L. Brooks. Actúan: Jack Nicholson, Helen Hunt, Greg Kinnear y Cuba Gooding.
Mente indomable (Good Will Hunting, 1997). Dirigida por Gus Van Sant. Producida por Lawrence Bender. Protagonizada por Matt Damon, Robin Williams, Minnie Driver, Ben Affleck y Stellan Skarsgård.
Grandes esperanzas (Great Expectations, 1998). Dirigida por Alfonso Cuarón. Producida por Art Linson. Actúan: Ethan Hawke, Gwyneth Paltrow, Hank Azaria, Chris Cooper, Anne Bancroft y Robert De Niro.
 

Publicada en La tolvanera el 4 de mayo de 1998.


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