El bueno, el malo y el feo (XIX)
Miguel Báez DuránMientras el insulta-memorias Hollywood eructaba refritos sin parar (Godzilla, A Perfect Murder, Un ángel enamorado, Impacto profundo, La máscara del Zorro, Doctor Dolittle) como si ya nadie se acordara de Con M de muerte, Las alas del deseo o Cuando los mundos chocan y la cartelera se inundaba de otros residuos tóxicos entre estrenos (Violencia en la tempestad, El poder de la justicia, Terror profundo, Barney, Mulán, Misión: seguridad máxima, Especies II, Secreto de sangre, Horas de angustia, Armageddon o Arma mortal 4) y reestrenos (La sirenita, Vaselina, Titanic); en La Laguna arribó del 6 al 20 de julio la mitad de la XXXI Muestra Internacional de Cine con los filmes Fuegos artificiales de Takeshi Kitano, Artemisia (nótese que no es Artemisa como se publicó más de una vez en cierto periódico local) de Agnès Merlet, Marius y Jeannette de Robert Guédiguian, Los enredos de Harry de Woody Allen, Mi vida en rosa de Alain Berliner, El círculo perfecto de Ademir Kenovic y Kundun de Martin Scorsese. Como adelanto, llegó a finales de junio y por vías comerciales —aunque sólo fuera por corto tiempo— otra integrante de la muestra: De noche vienes, Esmeralda de Jaime Humberto Hermosillo. Merecedoras de agradecimiento son los empresas que organizan y, sobre todo, la Universidad Iberoamericana por fomentar la calidad y el criterio cinematográficos en este árido terruño. Retrato de artista
Con abrir un libro elemental de pintura, La Opinión y los críticos regionales —quienes siguen siéndolo, aunque nunca escriban— se hubieran percatado de que el nombre de la histórica heroína, ahora personaje de la cineasta francesa Agnès Merlet, es Artemisia Gentileschi y no la casta diosa de la mitología griega, gemela de Apolo. La directora Merlet —recálquese directora porque, para los reporteros del diario antes citado, Agnès es nombre en suma masculino— recrea, desde su perspectiva, la cruenta lucha de una joven por entregarse a la pintura del siglo XVII, un ambiente machista y escaso de mujeres. El espectador acompañará a Artemisia (Valentina Cervi) en su recorrido desde los frescos de una capilla romana hasta el taller de su padre, el pintor Orazio Gentileschi (Michel Serrault), y los amores con Agostino Tassi (Miki Manojlovic), su maestro, que culminan con el conocido retrato del sangriento episodio bíblico entre Judit y Holofernes.
Gracias a Artemisia (1997) el espectador presencia la precocidad artística, el pasmo de una mujer al observar el cuerpo humano y el riesgo por quebrantar la ley con tal de seguir aprendiendo. Los desnudos masculinos y femeninos se alojan en los lienzos de la época. Pero retratarlos le valdría a Artemisia la cárcel. Por instinto creador, ella explora frente al espejo su cuerpo desnudo, se maravilla con el encuentro de dos amantes y otorga besos a un amigo para que se convierta en su primer modelo. De la educación conventual será llevada al taller de su padre y a contemplar a la distancia junto con Tassi. Más que un aparente voyeurismo, a la joven la invaden sus grandes deseos de pintar, de retratar un universo íntimo que le está vedado, que le podría costar, con sólo verlo, la condenación social. Cuando se divulgue la aventura entre pupila y maestro, el nombre de la protagonista será envilecido por un religioso homosexualoide que se obstina en salvar a Tassi de la ruina. Excelente es la actuación de Valentina Cervi quien ya había sido vista en Retrato íntimo de una dama de Jane Campion interpretando el papel de Pansy, la hijastra de Isabel Archer. Envuelven su asombro por la naturaleza humana, sus ansias por aprender, su pasión por el arte. Una hazaña representa olvidar los planos donde ella corre, donde se agitan cual banderas sus largos vestidos y su cintura reducida con corsé se aparta, donde la artista huye de una realidad inaceptable. Mismo juicio merecen la ambientación barroca y el ritmo de la cinta. Hacia el final, tanto histórico como fílmico, Artemisia vence. Su nombre fulmina al de Agostino Tassi, rebasa al que en un principio la humilló y, después, la amó. Artemisia es realidad histórica ficcionada, dramatizada por Agnès Merlet para comunicar su admiración hacia la pintora en este estupendo trabajo de corte camilleclaudesco, aunque nunca igual al largometraje de Bruno Nuytten donde Isabelle Adjani era la alumna en desventaja con el maestro. Sólo resta afirmar que Artemisia es más que un buen retrato.Otra producción francesa fue proyectada en la tercera función de la Muestra Internacional de Cine. Marius y Jeannette (Marius et Jeannette, 1997) se ocupa de la ciudad más antigua del país galo, su puerto más importante bañado por aguas mediterráneas: Marsella. Robert Guédiguian, oriundo de dicha población, se denomina cineasta de barrio y así lo demuestra con este largometraje muy celebrado con las risas de los asistentes a la muestra. El director abre con un globo terráqueo flotando sobre el agua y con una tonada bastante alegre (“Il pleut sur Marseille”). Así, Guédiguian afirma su carácter anticosmopolita y cercano a la forma de ser de ciertas regiones o personas. Marsellesa simplona
Jeannette (Ariane Ascaride) es una cajera de supermercado malhumorada que se queja de los efectos ortopédicos de su silla. Marius (Gérard Meylan) es el velador de una cementera que, para obtener el empleo, finge ser cojo. Cuando Jeannette sea sorprendida por Marius tratando de robar botes de pintura, comenzará la intensa relación entre estos dos seres. Detrás de la mujer, sin embargo, se haya una larga hilera de personas que habitan, con ella, una vecindad en el quartier L’Estaque de Marsella: el escandaloso matrimonio conformado por Dédé (Jean-Pierre Darroussin) y Monique (Frédérique Bonnal); Justin (Jacques Boudet) y Caroline (Pascale Roberts), la otoñal pareja; y, claro, Magali (Laëtitia Pesenti) y Malek (Diloun Nacer), los dos hijos de la cuarentona, frutos de diferentes semillas. La nostalgia y la pobreza son factores que ni el increíble optimismo ni el buen humor lograrán atenuar.
No debe negarse que Marius y Jeannette contiene frescas —por algo la Ascaride se llevó su premio César— actuaciones y soberbia ambientación de los barrios marselleses. Entre lo positivo se encuentra un reflejo optimista de las clases proletarias. Marius, Jeannette y sus amigos no poseen actitudes amargas ni se regodean en el escarnio. Mucho menos se asemejan a la tribu de Nosotros los pobres y análogas. La visión sobre el Estaque de Marsella es ligera y nunca sofocante. Llevaderas son las angustias de los vecinos. Caroline es la cincuentona comunista cuyo pasado en un campo de concentración la ha marcado y le ha concedido la mejor manera de sobrepasar las dificultades al hacer el amor. Monique no para de reclamarle cualquier cosa a Dédé, esposo práctico, víctima de riñas sólo por haber votado por la derecha o no unirse a ciertos huelguistas. Justin es el ateo que da clases de teología a Malek por ser musulmán y no compartir los orígenes de Jeannette. Magali insiste en ir a París y ser periodista. El señor Ebrad, quien despide a la protagonista del supermercado por gritona, después salta de oficio en oficio: primero como vendedor de lencería, más tarde como mesero. Sin embargo, los personajes pintorescos no son suficientes para sostener la película. El humor de Marius y Jeannette es, por lo regular, demasiado simplón. A veces, bobo. La opinión de Guédiguian sobre las clases sociales es cerrada. La vecindad se torna espacio hermético sin comunicación, sin contacto con lo externo. El director es definitivamente un cineasta de barrio y tal vez siga así un buen tiempo antes de darle al público un producto mejor. Con el final feliz viene la solución rápida a las dudas de Marius y el acostumbrado epílogo donde se recita cómo termina cada personaje. No todo lo incluido en la XXXI Muestra Internacional de Cine alcanza niveles de maestría. Nadie intenta quitarle el gran interés que representa pero los temas en extremo personales difícilmente convencerán a algunos. Lo dicho no desmerece esta mirada al barrio de Marsella en todo su esplendor: futbolero, solidario, eufórico y alegre. En suma, Marius y Jeannette es un producto irregular y entre lo no tan bueno de la multicitada selección cinematográfica.La apertura de la muestra vino —tras el cortometraje nacional, premiado en el festival de Seattle, Sin sostén (1997) de René Castillo y Alfonso Urrutia— con el filme nipón Fuegos artificiales (Hana-bi, 1997) del director Takeshi Kitano quien, por este crédito, obtuvo el León de Oro en el festival de Venecia. Los nombres de Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa son los primeros en venir a la mente cuando se escribe sobre la cinematografía japonesa. Pero gracias a la Cineteca Nacional el público lagunero estuvo en posibilidades de conocer a Kitano, una personalidad en su país dedicado a la comedia, a la televisión y, con Fuegos artificiales, a un cine más ambicioso. Flores de fuego
El punto de partida es el juego de palabras del título (Hana-bi) significando los vocablos, por separado, flor de la vida y muerte; pero unidos, fuegos artificiales. Con ello, el cineasta japonés pretende enlazar a sus dos personajes masculinos: Nishi —interpretación del propio Kitano bajo el nombre de “Beat” Takeshi— y Horibe (Ren Osugi). Yoshitaka Nishi se ha alejado de la policía luego del homicidio de un compañero, la invalidez de su amigo Horibe y la enfermedad terminal de Miyuki (Kayoko Kishimoto), su mujer. Tanto que el mafioso Tesuka (Tetsu Watanabe) reclama al adusto antihéroe su deuda, la cual saldará a medias robando un banco.
Existe violencia repentina y súbita por parte de Yoshitaka Nishi. También silencios prologados. Él es un protagonista poco común con un sinfín de contrastes. El cine negro se vuelve luminoso y original al ser abordado por Takeshi Kitano. Aún más. Es injusto etiquetar un filme como Fuegos artificiales. Su alcance rebasa los motes o géneros. La cinta está cargada de momentos memorables como las pinturas de Horibe, la contemplación de las flores, los errores imprevistos en el viaje final de Nishi y su mujer o el juego con los naipes. Conmueven los instantes los que aparece Miyuki, la esposa desentendida y sonriente. Fuegos artificiales es impecable e impresionante en varios aspectos como la participación actoral de Takeshi Kitano. Por lo regular, como lo ha demostrado Hollywood, la combinación de actor principal y director en una persona termina siendo ridícula. Aquí no sucede. Al contrario. Sólo alguien con verdadero talento está en posibilidades de encarnar al paradójico Nishi. Los destellos prometidos por el título se lanzan al cielo para explotar en flor llameante. Hacia el desenlace, el despliegue pirotécnico se afea. La película se torna pretenciosa y previsible a partir del viajecito kamikaze de Nishi que culmina en la escena junto al mar donde Miyuki sólo da las gracias a su esposo y se disculpa con él. Aún así, Fuegos artificiales superó por mucho a cualquier jalada hollywoodense que estuviera en cartelera a principios de julio. Van de nuez las gracias a quienes regalaron este sorbo de óptimo celuloide durante los veraniegos meses de inmunda cinematografía entre los cuales sólo se salvan, entre otras, las Criaturas celestiales del neozelandés Peter Jackson. Para quienes disfrutaron la Muestra, sólo queda esperar las seis películas restantes (sin contar De noche vienes, Esmeralda): El sabor de la cereza de Abbas Kiarostami —Palma de Oro en Cannes—, Martín (Hache) de Adolfo Aristaráin, Identidad peligrosa de Joel Coen, Confesiones privadas de Liv Ullman, Sueños y realidades de Mike Leigh y Lección de tango de Sally Potter. Para quienes la ignoraron, en diferentes canales de cable se transmitían Smoking y No smoking de Alain Resnais, Ahogados en serie (Drowning by Numbers) de Peter Greenaway, Adiós, Bonaparte de Youssef Chahine, Maurice de James Ivory, Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón de Pedro Almodóvar, Más allá de las nubes de Michelangelo Antonioni, Los amores de una mujer francesa de Regis Wargnier y Dantón de Andrzej Wajda. A la par, Televisa y TV Azteca siguieron con sus pseudo-ciclos y sus espantosos doblajes.—Artemisia (1997). Dirigida por Agnès Merlet. Producida por Patrice Haddad. Actúan: Valentina Cervi, Michel Serrault y Miki Manojlovic
—Marius y Jeannette (Marius et Jeannette, 1997). Dirigida por Robert Guédiguian. Producida por Gilles Sandoz. Actúan: Ariane Ascaride, Gérard Meylan, Pascale Roberts, Jean-Pierre Darroussin, Jacques Boudet y Frédérique Bonnal.
—Fuegos artificiales (Hana-bi, 1997). Dirigida por Takeshi Kitano. Producida por Masayuki Mori, Yasushi Tsuge y Takio Yoshida. Protagonizada por Takeshi Kitano, Kayoko Kishimoto y Ren Osugi.
Publicada en La tolvanera el 27 de julio de 1998.