El bueno, el malo y el feo (XX)
Miguel Báez DuránLa identidad y la orientación en terrenos venéreos son temas difíciles de ventilar no sólo en cine sino también en otras vías de comunicación. Dentro del drama, por ejemplo, Maurice, Swoon y Al caer la noche son filmes independientes que apenas obtienen distribución. Se citan por sus características cómicas La jaula de las locas, El banquete de bodas y Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto. Hollywood —y, por consecuencia, también la industria fílmica nacional— evade el tema con farsas infumables al estilo de ¿Es o no es? o personajes secundarios (La boda de mi mejor amigo, Mejor: imposible, Cilantro y perejil, De noche vienes, Esmeralda). Pero aunque las películas anteriores han mostrado hombres y mujeres con tendencias sexuales algo heterodoxas, ninguna se abocó a un problema de identidad en los años infantiles como lo hace la ópera prima de Alain Berliner titulada Mi vida en rosa (Ma vie en rose, 1997). Esos cromosomas
Ludovic (Georges du Fresne), el personaje central de Mi vida en rosa, es un niño convencido de que su segundo cromosoma X fue sustituido por uno Y. Como ente propietario del par equis se comporta: se cubre con vestidos, aretes, maquillaje y un obvio amaneramiento. Claro que esta pecaminosa conducta —no hay peor falta en una sociedad machista que el desear ser mujer— nunca pasará desapercibida. Ludovic pasma por igual a mamá Hanna (Michèle Laroque), a papá Pierre (Jean-Philippe Écoffey), a sus hermanos y a la colonia entera de acartonados burgueses. En especial a Lisette (Laurance Bibot) y Albert (Daniel Hanssens), los padres de Jérôme, (Julien Rivière) con quien Ludovic promete casarse y con quien se desposa en sus sueños patrocinados por Pam, satírica alusión a la famosa muñeca Barbie. Poco escándalo provoca este niño-niña, como diría él, en su abuela Elisabeth (Hélène Vincent), único pilar de apoyo para el pequeño.
Alain Berliner utiliza esta anécdota como punto de partida para romper los moldes establecidos. El matrimonio, el rosa y el azul como colores para atribuir géneros, los juegos infantiles y la imaginación sin frenos giran en torno a este inusual (o tal vez más usual de lo que se piensa) niño. Su comportamiento causará estragos en el área residencial donde la gente se conoce, sale a trabajar a la misma hora y no hay ni el más mínimo signo de insubordinación aparente o diversidad. Pero hasta en las comunidades perfectas y orwellianas surge un salvaje o, como reza el lugar común, una oveja negra (otra vez el empleo de colores para denotar ciertas características). Sin embargo, la inexplicable rebeldía de Ludovic pronto se convierte en motivo de buen humor. Y es que ni siquiera este niño, con sus mundos fabricados, logra escaparse de la enajenación por cierta muñeca cuya vida rosada se resume en un nombre postizo: Pam. La parodia del american way of life se intensifica con la estética kitsch, a la altura de John Waters, en la que Alain Berliner pasea a sus títeres. Pero el realizador tampoco descuida el lado dramático. El rechazo de los padres y la comunidad, las burlas en la escuela, las visitas a la psicóloga o la simple intolerancia son puestos en perfecto equilibrio con la comedia. A la par de la loable dirección están las deliciosas actuaciones de Michèle Laroque, Jean-Philippe Écoffey, Hélène Vincent y, sobre todos ellos, el infante Georges du Fresne quien interpreta a Ludovic. Mi vida en rosa fue, sin duda alguna, de lo bueno que trajo la XXXI Muestra Internacional de Cine. Un nivel de excelencia obtuvo también el peculiar largometraje de Ademir Kenovic, El círculo perfecto (Savrseni krug, 1996), donde un poeta alcohólico trata de salvar, sin sensiblerías o melcochas, a dos niños de la guerra en Sarajevo.La tarea de trasladar ideas políticas y religiosas a la pantalla grande es aún más escabrosa que la de renglones anteriores. El hipócrita sermón, adoptado por los Estados Unidos, sobre el Tíbet y el Dalai Lama alcanza su máximo nivel con Kundun (1997), la más reciente cinta del director Martin Scorsese. Hollywood habla de democracia y libertad, mienta madres a los malvados chinos, arrulla en sus brazos a los tibetanos y, de paso, gasta la dolariza. Al hacer las cuentas, el saldo —como sucedió con El pequeño Buda o Siete años en el Tíbet— es un aburrimiento mortal, un narcótico infalible. El punto a favor de Kundun es que, por lo menos, no hay una participación de Richard Gere, el enemigo número uno de China —recuérdese Justicia roja— y futuro monje tibetano —se vale la burla. La causa y el tema no dejan de ser loables. Pero de ahí a creer en el buen corazón de la onírica fábrica hay un gran trecho. Más sermones y bostezos
Con Kundun, Martin Scorsese vuelve a alejarse de la violencia urbana, como lo hizo en La edad de la inocencia, para relatar la vida de la reencarnación de Buda, el Dalai Lama número catorce (Tenzin Thuthob Tsarong). Kundun —océano de sabiduría— es el nombre escogido por los monjes tibetanos de Lasa para designar al líder espiritual, primero, y político, después. La cámara de Scorsese registra el hallazgo del pequeño en la frontera con China, su viaje a la ciudad perdida, las relaciones con los monjes, la invasión del régimen comunista chino con Mao (Robert Lin) y el escape a la India.
Del elenco de desconocidos no sobresale nadie. Ni siquiera el personaje central. Mientras el “rey de las montañas” —como alguna vez lo llamó el grupo español Mecano— es representado como pacifista y santo viviente; Mao parece, en lugar de líder comunista, un vendedor televisivo lambiscón y de sonrisa amplia. El maniqueísmo y la parcialidad son los peores defectos de Kundun y los que la hunden. El desenlace se estira sin justificación mezclando retrospectivas con actualidad. El idioma inglés (acentote incluido) que escupen los tibetanos se nota artificial y sólo busca que el público norteamericano, poco acostumbrado a los subtítulos, se acerque a este intento de biografía del Dalai Lama. La defensa del Tíbet se suma a otras causas falaces de Norteamérica y su cine comercial como el aborto, los subsidios a desempleados, el acoso sexual en el trabajo o los derechos de grupos minoritarios —causas contagiables con pasmosa rapidez. A este soporífero cierre, habría que sumar otros traspiés dados durante la Muestra de Cine en Torreón. Las últimas tres funciones fueron caóticas y desorganizadas gracias al refriteado monstruo (¿o refriteada bestia?) Godzilla quien, en su desesperación por recuperar los millones perdidos en la taquilla estadounidense, se abalanza sobre los mercados extranjeros. La empresa —recálquese empresa— Multimax había aparentado disposición y mínimo respeto a la selección de la Cineteca Nacional abriendo dos salas en las primeras cuatro funciones, las de Fuegos artificiales, Artemisia, Marius y Jeannette y Los enredos de Harry. No así la noche de Mi vida en rosa, la cual coincidió con el estreno de Godzilla para desgracia de los asistentes. Una sala y digan que les fue bien pudo ser la frase de los días venideros. A tal pichicatez habría que agregar la espera de casi una hora para ver el cortometraje Largo es el camino al cielo de José Ángel García Moreno y El círculo perfecto de Ademir Kenovic ya que el servicial cácaro equivocó la cinta por la de Kundun. En fin. Ya es costumbre de quienes manejan las salas exhibidoras inclinarse por el dios dólar, ahora con veinticinco monedas por película. Ninguna novedad representan en la cartelera los Cinemas Hollywood y funesto se torna el panorama para el cinéfilo de La Laguna.Durante la cuarta función de la multicitada muestra se proyectaron el cortometraje de animación por computadora Pronto saldremos del problema y la película Los enredos de Harry (Deconstructing Harry, 1997), trabajo reciente del cineasta norteamericano Woody Allen. Regresa después de Todos dicen que te amo este incansable realizador y sin duda un verdadero autor cinematográfico por sus particulares puntos de vista y las circunstancias que rodean a su estrambótico reparto. Aunque sus preocupaciones son las de cualquier hombre tras la cámara —vida, muerte, sexo, religión—, él las sumerge en una neurótica comunidad judeo-neoyorquina dándoles un toque distintivo. Desarmando a Woody
Harry Block (Allen) se ha ganado el odio de sus ex esposas, amigos y familia por trasladar intimidades a la ficción en un libro. El argumento se complica como es costumbre en el mundo alleniano. La primera en reclamar es Lucy (Judy Davis), hermana de Jane (Amy Irving) —su tercera esposa— y con quien el escritor tuvo un amorío. Terrible sincronización con la inminente boda de Fay (Elisabeth Shue), la antigua novia, y Larry (Billy Crystal), un amigo. El homenaje inesperado de cierta universidad lo acercará a su hijo Hilly (Eric Lloyd), aunque la segunda esposa, Joan (Kirstie Alley), y su metiche amiga Beth (Mariel Hemingway) se opongan. Los cómplices de este espontáneo secuestro serán Cookie (Hazelle Goodman), una prostituta negra, y el enfermo Richard (Bob Balaban). En el camino, Harry se reunirá con su media hermana Doris (Caroline Aaron) y su medio cuñado Burt (Eric Bogosian) para soportar más reclamos. Junto a esta confusa anécdota corren paralelamente las invenciones de Harry con Robin Williams, Demi Moore, Julia Louis-Dreyfus, Stanley Tucci y otros tantos para cerrar el ejército de intérpretes.
A pesar de que recurre a los mismos temas de siempre, Woody Allen logra en Los enredos de Harry una agradable comedia que, por sus diálogos mordaces y empleados con astucia, causa alegría y sinceras carcajadas, rebasando el humor simple visto —también gracias a la Muestra— en Marius y Jeannette. Mínima relación tiene el título dado en castellano con el original, una alusión a cierta mujer que, en los delirios de Harry, confiesa entender sus personajes a través de desarmes, de —como ella lo dice— “de-construcciones” y no destrucciones. Harry Block es un hombre para quien “las dos cosas más importantes son el trabajo que uno escoja y el sexo”. El desorden y el caos son su rutina. Paralelos al argumento lineal se hayan los cuentos que imitan las vivencias de Harry y las de sus prójimos. El cuento del joven que en una escapada sexual recibe la visita de la muerte por equivocación, la anécdota de los adúlteros a los cuales poco les importa la llegada de una anciana ciega, la fantasía del actor cinematográfico que está mal enfocado o la sátira de la psiquiatra judía que de pronto se vuelve devota. Doris, como buena judía y sintiéndose parodiada, le dice “tú no tienes valores, tu vida entera es nihilismo, cinismo, sarcasmo y orgasmo”. Los cercanos a Harry apenas ven la diferencia entre personaje y persona. Como si los lectores conocieran la intimidad del escritor, ellos se sienten exhibidos y reclaman con encono. A veces, hasta con pistolas, golpes o insultos. Hacia el final, tras la interrupción del homenaje, Harry imagina un desenlace feliz. Autoridades universitarias lo alaban en sueños. La mujer “de-constructora” comenta sus creaciones. Con esa aparición surrealista, Harry comprende que sólo podrá estabilizarse por medio de su mundo imaginario, de sus libros y de sus hojas en blanco. Allen, aunque es un cineasta de indudable calidad, sigue en la lista negra de la mal llamada Academia y de las buenas conciencias hollywoodenses, para reafirmar la idiotez del amigo Óscar. Sin embargo, sus extensos repartos demuestran que se ha ganado el respeto del gremio actoral. Hasta de aquellos que ya alcanzaron el rango de “estrellas”. Sin errores obvios, Los enredos de Harry es un producto fílmico logrado. La deformidad tal vez se encuentre, gran paradoja, en sus propios méritos. La esquizofrénica trama, la variedad de personajes y las situaciones extraordinarias hacen efímera la permanencia del filme en el cerebro y dentro de él se confunde con esfuerzos anteriores del director. Nada de interés, entonces, fuera de la Muestra Internacional de Cine en Torreón o de, ya a finales de julio, Jackie Brown de Quentin Tarantino, a quien los traductores se la volvieron a hacer con otro titulito pestilente: La estafa.—Mi vida en rosa (Ma vie en rose, 1997). Dirigida por Alain Berliner. Producida por Carole Scotta. Actúan: Michèle Laroque, Jean-Philippe Écoffey, Hélène Vincent, Georges du Fresne y Daniel Hanssens.
—Kundun (1997). Dirigida por Martin Scorsese. Producida por Barbara De Fina y Melissa Mathison. Protagonizada por Tenzin Thuthob Tsarong, Tencho Gyalpo, Tsewang Migyur Khangsar y Robert Lin.
—Los enredos de Harry (Deconstructing Harry, 1997). Escrita y dirigida por Woody Allen. Producida por Jean Doumanian. Protagonizada por Woody Allen, Caroline Aaron, Kirstie Alley, Bob Balaban, Billy Crystal, Judy Davis, Hazelle Goodman, Amy Irving, Eric Lloyd y Elisabeth Shue.
Publicada en La tolvanera el 10 de agosto de 1998.