Cinefilia (II)

Miguel Báez Durán

Imitación a lo Hollywood

        La imitación, aunque obligada como parecía darlo a entender Aristóteles, siempre es peligrosa. Implica un riesgo atroz. Si no supera el artista novel a sus precursores, la imitación se torna un fracaso rotundo. La burla y el escarnio le siguen. Y, por último, las acusaciones de plagio gratuito. Este es el caso del director norteamericano Brad Silberling quien, a imitación del cineasta alemán Wim Wenders, filmó la cinta Un ángel enamorado (City of Angels, 1998) a escasos diez años de Las alas del deseo, aclamada cinta del germano que, además, tuvo su continuación en la también loable Tan lejos, tan cerca.
        Seth (Nicolas Cage) es un ángel que observa incansable las acciones de los humanos y que puede leer sus más oscuros pensamientos. Además, ayuda en el paso de la vida a la muerte con melosa sonrisa. Todo en el entorno que presta la ciudad de —gran coincidencia— Los Ángeles. Este mensajero solícito se enamora de una doctora ciclista llamada Maggie Rice (Meg Ryan) después de tener un fugaz intercambio de miradas con ella durante una cirugía poco exitosa. Por supuesto, tal cirugía alterará la infalibilidad de la doctora. Las miradas se convertirán, más tarde, en inexplicable aparición y diálogo (¿cómo puede Seth conversar con Maggie siendo él todavía un ángel?). El tan trillado amor imposible encontrará su realización con un alcahuete bastante heterodoxo, además de ángel renegado, hedonista y glotón que, muchos años antes, prefirió la vida humana a la etérea: Nathaniel Messenger (Dennis Franz).
        Pero la fórmula no funciona. No cuando ni siquiera alcanza a rozarse con el cine de Wenders. No cuando la imitación se da a escasos diez años de la película precursora. No cuando la fábula se rebaja a cánones y convenciones ya vistas hasta el cansancio. Silberling recrea, en más de una ocasión, escenas de Las alas del deseo: la biblioteca como lugar de reunión de los ángeles, la comparación de notas del día entre Damiel (el Seth de la versión alemana) y Cassiel. Otras escenas son agregados de Silberling en la más detestable tradición hollywoodense: un discurso sobre la vida y la muerte ridículamente optimista y en extremo superficial; los momentos en la bañera que intentan ser sensuales, pero que sólo permanecen en lo artificial o, para rematar cualquier indicio de inteligencia, el lacrimógeno desenlace alejado de toda lógica. Lo único que aporta Un ángel enamorado es un muestrario barato de lo difícil que es conquistar a una mujer cuando se sabe todo sobre ella: gustos, aficiones y traumas. Pero si la película se convierte en espinoso sendero para llegar a la genial cinematografía de Wim Wenders de algo habrá servido.

Canto de cisne en Kieslowski

        El cineasta Krzysztof Kieslowski alcanza renombre más allá de su natal Polonia a principios de los noventa con la trilogía Azul (1993), Blanco (1994) y Rojo. Tales trabajos fílmicos se fundan como alegorías para aludir a los tres colores de la bandera francesa que simbolizan respectivamente la libertad, la igualdad y la fraternidad. Todavía poco conocido por el gran público después de la serie de televisión El decálogo (1988) y la película La doble vida de Verónica (1991), Kieslowski salta al pedestal de la notoriedad con esta trilogía. Tras ella, para el director polaco, sólo quedarán el retiro y la muerte.
        Tres colores: Rojo (Trois couleurs: Rouge, 1994) cierra el ciclo después de que, en Azul, Julie Vignon se enfrente a una dolorosa y no deseada libertad al perder a su esposo y a su hija en un accidente automovilístico; después de que, en Blanco, Karol Karol recupere su vida y logre una contradictoria igualdad frente a la mujer que lo repudió. Rojo, por su cuenta, es la historia de una joven modelo suiza, Valentine (Irène Jacob), y un juez retirado (Jean-Louis Trintignant) que se dedica a escuchar las conversaciones telefónicas de sus vecinos. Luego de atropellar a Rita, la perra del juez, la joven y el viejo se encontrarán y reencontrarán en múltiples coincidencias detonando así una fraternidad que, bajo otras circunstancias, no se daría. Entrelazado se desarrolla el argumento secundario de quien parece ser el doble del viejo juez: Auguste (Jean-Pierre Lorit), un estudiante de derecho que pronto sufre una decepción amorosa, idéntica a la sufrida por el juez en su juventud.
        Forma y fondo se amalgaman en perfección. Por un lado, el énfasis constante en el color que le da nombre a la cinta y el reforzamiento de la estética a través de dicho énfasis. Por otro, una trama donde el azar reina supremo para jugar con los seres humanos y llevarlos —algunas veces sí, otras no— al encuentro que los espectadores anhelan. Sin necesidad de caer en lugares comunes o situaciones repetidas hasta el hartazgo, Kieslowski muestra el último eslabón de su corta cadena a través de una fraternidad tan inusual como conmovedora. El cinismo del viejo es vencido. El desprecio de la joven Valentine frente a la reprobable conducta del juez, también. Al final, la promesa de los vasos comunicantes entre las tres cintas ya vista en Azul y Blanco (esa escena en la corte durante la cual Julie entra sólo para escuchar palabras sueltas en boca de Karol) termina confirmándose pues los personajes coinciden, por otro azar, en tiempo y espacio. A excepción del viejo juez, quien sólo puede presenciar tal encuentro sobre la pantalla de un televisor. La última cinta en la carrera de Kieslowski, por su notoriedad, confirma la destreza de este director polaco y deja a sus espectadores con la pregunta hecha, otra vez, a ese azar que se lo llevó en horas tan tempranas.

Un ángel enamorado (City of Angels, 1998). Dirigida por Brad Silberling. Protagonizada por Nicolas Cage, Meg Ryan y Dennis Franz.
Tres colores: Rojo (Trois couleurs: Rouge, 1994). Dirigida por Krzysztof Kieslowski. Protagonizada por Irène Jacob, Jean-Louis Trintignant y Jean-Pierre Lorit.

Publicada en A campus abierto en abril de 2001.

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