Cinefilia (III)

Miguel Báez Durán

Ático de burlas

        Los traslados de las páginas de cualquier best-seller a imágenes en pantalla grande tientan a menudo los corazones de los productores hollywoodenses, siempre interesados en que tales traslados les dejen una buena cantidad de dinero. La popularidad, indicada en las listas de los volúmenes más vendidos, también se traduce al lenguaje de las taquillas. En Estados Unidos, por ejemplo, surge como libro de culto una novela de Virginia C. Andrews que luego fue llevaba al cine con poca suerte: Flores en el ático (Flowers in the Attic, 1987).
        La cinta, bajo la atolondrada dirección de Jeffrey Bloom, muestra a una familia caída en desgracia. El padre (Marshall Colt) ha muerto y la madre (Victoria Tennant) se ve obligada a regresar a la tétrica mansión de los abuelos con sus cuatro vástagos: Chris (Jeb Stuart Adams), Cathy (Kristy Swanson), Cory (Ben Ryan Ganger) y Carrie (Lindsay Parker). Al llegar, son recibidos por un adusto mayordomo y una abuela cruel (Louise Fletcher). Pronto, los hijos se dan cuenta de los motivos por los que la madre abandonó la opulencia y se traza un plan para conquistar de nuevo el amor del abuelo moribundo aunque implique encerrar a los cuatro espurios en un cuarto lejano. Poco a poco, la visitas de la madre serán más espaciadas hasta quedar abandonados a merced de la abuela. El único lugar de consuelo y diversión será el ático.
        A pesar de que el argumento parezca, en primera instancia, trágico —eso sin contar los látigos, las amenazas del fuego eterno y el lento envenenamiento a través de galletas y leche— lo cierto es que Flores en el ático sólo se constituye como gran despliegue de humor involuntario. De notarse son la atmósfera decimonónica de la mansión de los abuelos, lo absurdo de su condenación hacia la madre en pleno siglo veinte, la estúpida rigidez pseudo-religiosa de la abuela o la resignación de los cuatro hijos. Eso es sólo el principio. Las mencionadas falacias son seguidas por Carrie escupiendo berridos, por Cory cuando le muerde el chamorro a su abuela, por el pétreo mayordomo al frustrar los intentos de huida, por la transformación de la madre de mujer abnegada a arpía de alta sociedad, por el peinado punk de Cathy y por su pequeña bailarina musical y rota. Sin citar el risible final donde madre e hija se enfrentan por última vez en plena boda de aquélla. Temas como el incesto, el sadismo y el homicidio entre familiares deberían ser tratados con mayor seriedad. Cabe destacar, por otra parte, la labor actoral de Fletcher: siempre férrea y despiadada. Tanto que habría que preguntarse si esta actriz es capaz de interpretar un papel alejado de los ladridos. Basta con recordar a la inolvidable enfermera Ratched de Atrapado sin salida. La adaptación del libro de Virginia C. Andrews es, en resumen, una burla. A menos que ésta tenga su origen en las páginas del best-seller.

Un pueblo amable

        Por la forma como ha sido interpretada en diversas manifestaciones de la cultura popular, la década de los cincuenta en Norteamérica es vista por muchos como una utopía: la familia nuclear y armónica con un padre proveedor, una madre dedicada exclusivamente al hogar, dos hijos obedientes —de preferencia, la parejita— un perro también sumiso y ninguna carencia en lo que se refiera a comida, electrodomésticos y amistades con los vecinos. Un mundo así de perfecto, feliz e imposible es el que presenta en un principio Amor a colores (Pleasantville, 1998).
        La premisa del filme, a cargo del director Gary Ross, quizá sea descabellada. Pero no ineficaz. David (Tobey Maguire) es un típico adolescente de los noventa con un amor insano hacia un programa de televisión llamado Pleasantville, emisión que retrata las ñoñas experiencias de una familia de los cincuenta igualmente ñoña por su impecabilidad. Sin embargo, David envidia en secreto la armonía de los Parker. No así su hermana Jennifer (Reese Witherspoon) a quien sólo le interesa su popularidad y las citas amorosas. Cuando la madre se va de vacaciones con su novio y los niños pelean por el control remoto, serán transportados al pueblo en blanco y negro de Pleasantville para sustituir a los obedientes hijos de los Parker: George (William H. Macy) y Betty (Joan Allen). A David, ahora Bud, no le incomoda demasiado ya que conoce cada uno de los capítulos de la serie y por fin está en un lugar predecible, sin posibilidad de cambios o incertidumbres y con dos padres atentos. A Jennifer, ahora Mary Sue, no le gusta nada y es ella quien empieza a inspirar ocultos ideales de subversión en el pueblo vistiéndolo de colores. Entonces caen las máscaras de la amabilidad para exhibir los rostros de la censura, la división y la intolerancia.
        A Amor a colores hay que acercársele como si fuera una fábula. En más de una ocasión utiliza la alegoría para denunciar los síntomas del desprecio hacia la diversidad aún presentes tanto en Norteamérica como en otras partes del continente. La pasión y el cambio no tienen lugar en Pleasantville. Todo lo que ponga en entredicho la perfección del pueblo debe ser rechazado. En algunos momentos, como sucede con los libros, quemado. En otros, como le ocurre a cualquier habitante a colores, proscrito. Por fin, David se da cuenta de que la vida no es una comedia de situaciones norteamericana de los años cincuenta, de que el cambio es lo único seguro. La alegoría se vuelve obviedad. Lo cierto es que el público bien podría, si así lo desea, ignorar esta intención con ciertos tintes moralistas. Las actuaciones y la ambientación son loables. Igual sucede con los efectos que aquí, a diferencia de muchas entradas en cartelera, no son protagonistas sino meros instrumentos de la trama. El argumento tampoco se desprecia ya que contiene una acertada dosis de humor para contrarrestar los efectos nefandos de un pueblo dividido por las apariencias, un pueblo renuente ante la fluidez y la incertidumbre de la vida.

Flores en el ático (Flowers in the Attic, 1987). Dirigida por Jeffrey Bloom. Protagonizada por Victoria Tennant, Louise Fletcher, Kristy Swanson y Jeb Stuart Adams.
Amor a colores (Pleasantville, 1998). Dirigida por Gary Ross. Protagonizada por Tobey Maguire, Reese Witherspoon, William H. Macy y Joan Allen.

Publicada en A campus abierto en mayo de 2001.

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