Celebración de la demencia
Miguel Báez DuránLas lenguas dementes. Poesía de catorce autores (Dirección Municipal de Cultura, 2004) no es un suceso al que estemos tan acostumbrados como creemos dentro de la literatura lagunera. Aunque cada vez menos —conforme los autores jóvenes acuden a los talleres, conforme las oportunidades para acceder a otras lecturas crecen— lo cierto es que siguen apareciendo en el horizonte comarcano pegostes de rimas cursis y lugares comunes. En ciertos espacios reciben inmerecidamente el nombre de poesía. Aunque no es por esto por lo que deberíamos celebrar el nacimiento de esta compilación, responsabilidad de Daniel Maldonado. Celebremos por la calidad de la obra, celebremos porque nos presenta —como el mismo compilador menciona en su texto introductorio— un muestrario de lo que en este momento están haciendo los poetas jóvenes de La Laguna. Y sí, en definitiva, resalta la juventud dentro del volumen que esta noche presentamos. Pero, como se da a entender en líneas anteriores, no es una juventud ingenua o ñoña. Ningún ñoño, creo, puede optar por la poesía como vocación.
Y es el mismo impulso de la juventud el que carga muchos de estos versos de erotismo, de soledad, de crítica. El título de la compilación hace énfasis con tino no sólo en el habla, en la lengua, en el acto de enunciar versos a través de la palabra, sino también en la demencia. Pero ésta no es la demencia a la que nos acostumbra el cine hollywoodense. Ésta es la demencia del poeta, la del que observa la realidad como lo que verdaderamente es, la del que posee una visión más penetrante que la del hombre común (esto no excluye, como también lo destaca Daniel en su presentación del libro, que los poetas de esta compilación sean también hombres comunes), es la locura del que decide en cierto momento de su vida declararle la guerra a lo palpable y sumergirse en una batalla contra la pluma, la máquina de escribir o la computadora para transformar esa realidad anodina o banal en literatura, en imagen fulgurante, en metáfora, en prodigioso verso.
Sería ocioso tratar de encontrar un aspecto que una a este grupo de catorce autores además de la juventud. Algunos de ellos tienen mayor experiencia en la locura de las letras que otros, algunos ya tienen libros individuales publicados, otros —espero— los tendrán pronto, la gran mayoría —si no es que todos— han pasado por o siguen en alguno de los talleres literarios de la región, algunos privilegian la musicalidad del texto, otros el sentido. Pero ninguno subestima a sus lectores. En vez de darme a la ociosidad de tratar de encontrar puntos en común, prefiero destacar, aunque sea sólo en unas cuantas líneas, lo que los identifica en los poemas presentados por esta compilación. Sigo entonces el orden alfabético ya señalado por el libro.
Hay un afán en la voz poética de Alfonso Alexandre de defender la memoria y constituirse en ataque contra la intolerancia. Esto percibo en el primero de sus poemas, “Srebrenica”. Este texto nos regala en forma de denuncia un recordatorio de la devastación de la que es capaz la humanidad y, sobre todo, se trenza como un llamado a la perduración del recuerdo de la masacre de 1995 en Bosnia. En Alejandro Misael Alvarado, además de oficio sorprendente debido a su edad (algo que de seguro habrá escuchado antes más de una vez), encuentro imágenes que pasman al lector por su novedad. Conceptos como la ausencia, la creación y el tiempo también deambulan a través de los pasadizos trazados por los versos de su poesía.
En los textos de César Cano está marcada la huella de lo carnal, aún desde el título de dos de sus poemas: “Rumores de tu piel” y “Cenit de tus labios”. El día y la noche se debaten también entre sus estrofas, como fantasmas que se persiguen sin alcanzarse nunca pues la segunda parece favorecer la atmósfera que intenta recrear el poeta. Alejandro Cárdenas López nos presenta el contraste entre el campo y la ciudad con sus “Paisajes urbanos”. Uno como elemento del pasado, como portador de nostalgias, y la otra como presente plagado de cotidianeidad. En ciertos instantes, su poema largo cobra tintes narrativos y anecdóticos que van de la mano con este espejo cóncavo del entorno citadino.
La voz poética de José Cháirez en algunos momentos se lanza a la búsqueda de un refugio, el refugio de la amada quizás, y cuando ella es presencia como en “Claustro de epidermis” el cuerpo puede convertirse en encierro y tal vez, después de un adiós, hasta en cárcel. Ésta podría ser la misma que alberga esos corazones náufragos que hacen su entrada en “Disecciones”. Roberto Guzmán Torres escribe en directo a la mujer, como si le estuviera enviando una carta. El “tú” interlocutor de sus textos se muestra sin tapujos y aquí el amor se proyecta como contienda. Habría que mencionar además la autoconciencia del proceso de creación, el juego con los sonidos y las palabras, y la reflexión sobre la vida y la muerte.
Con Rodrigo Jurado el lector encontrará que la tristeza en “Pasión venenosa” es como un parásito que invade todo el ser dándole carga material a ese sentimiento convertido en cuerpo. El proceso termina en resaca. De igual forma, la mentira se convierte en solaz y la verdad en herida dentro de “Felicidad”. Destacan las preguntas sobre la existencia en “El remedio causal” de Daniel Maldonado, preguntas que rematan con su propuesta de las cofradías. Pero también hay un pesimismo frente a la realidad en “Hospicio de la ruina”, hay agobio frente a la vida, donde —parece decirnos la voz poética— rutina equivale a ruina, teniendo como momento climático el ensimismamiento.
En la poesía de Arturo Robles Quiroz se hallarán imágenes donde el ritmo y la musicalidad pasan a un primer plano frente al sentido. En “Raíz de retorno”, por ejemplo, los eternos compañeros, el tiempo y el espacio, corren y se escapan como protagonistas de un texto pleno de hermetismo y misterio. Jesús Rodríguez nos trae de vuelta a los lectores la figura mítica de la “Sirena” para hablar de la mujer y la cubre de un frío glacial que tiene como origen la vida. En “Canción de cuna para una niña de pan” es la voz poética la que se constituye en protección, en reposo y en sueño.
Por intervención de Óscar Seyler —juego de letras detrás del cual se oculta Carlos Reyes Ávila— el amor se torna en algo insoportable, pesado, infernal. Su voz subvierte las imágenes religiosas, se apropia de una iconografía demoníaca donde el diablo aparece como heraldo de placeres para que el lector se vuelque hacia ellos. La corrupción del amor explota en “Esclava centinela de mi aliento” de Bismarck Soriano y se acompaña de una peculiar utilización de nuevos verbos en “Monólogos autistas”, todo enmarcado con ritmo, imágenes vistosas e invitaciones a la relectura.
Los textos de Edgar Valencia humanizan la noche, descubren el tono carnavalesco, recalcan el “nosotros” de los que salen a la calle al acabarse el día, se exaltan en contra de la deshumanización del albañil desde el momento primigenio de Babel y maravillan con la recreación del personaje de Copérnico y su elogio a las prostitutas. Dentro del universo de Carlos Velázquez, el poeta es domador de bestias, es acróbata y escapista. En su lucha constante contra el amor o a favor de él está siempre presente Ileana, habitante de los cuatro poemas que se presentan aquí.
No me entretengo más. Lo importante de este suceso literario es hacer hablar a la poesía. Celebremos entonces la demencia de estas lenguas. Le agradezco a Daniel Maldonado la invitación a presentar Las lenguas dementes, pues no soy poeta ni pretendo serlo, y agradezco también a los autores de estos textos por dárnoslos a leer. Sólo nos queda devolverles su poesía con un aplauso. Gracias.Torreón, 22 de enero de 2004Texto leído en la presentación de Las lenguas dementes.
—Maldonado, Daniel (compilador). Las lenguas dementes. Poesía de catorce autores. Dirección Municipal de Cultura, 2004.