Señora distinguida en el primer mundo

Miguel Báez Durán
        ¡Cuquita! ¡Ay, mujer! Qué bueno que te veo. Ni te imaginas lo que me pasó en San Antonio. ¿Que qué hago aquí? Pues por culpa de la sirvienta. Fíjate que la muy floja me salió con que tenía enfermo a su niño. ¿Y a mí qué me importa? ¡Yo no puedo con todo el quehacer de la casa! Pero que ni crea que le voy a pagar el día. ¡Claro que no! ¡Señorita! ¿Que está sorda? Le pedí queso amarillo, no blanco. Mira nomás, Cuquita. Ahora, por culpa de esta muchacha, tengo que venir a Soriana y tratar con estas gentes que no saben atenderla a una. ¿Que qué me pasó en San Antonio? ¡Ni te lo imaginas! Me fui allá con las chicas del café de los martes en semana santa. Fue una eternidad para ponernos de acuerdo, para ver quién iba y quién no. Aparte hubo algunas que como que no les alcanzaba para el avión. Tú sabes, ¿no? Con la crisis y todas esas cosas, pues ya no les alcanza para darse esos lujitos. Yo me hice la solidaria con ellas y acepté irme en carro. Y es que estaba desesperada, Cuquita. Ya no podía esperar para ir a San Antonio. Todas estábamos súper emocionadas. Y Rocío, ¿la conoces, verdad? Es mi cuñada. Pues Rocío se llevó su carro tipo Bi-Em-Dobleú. Mi hermano se lo compró cuando estuvieron viviendo una temporada en Chicago. Lo malo es que no tiene placas gringas, ni nada de eso. Yo le dije a Francisco mi amor, me voy a ir con las señoras del café de los martes a San Antonio ya que tú no quieres llevarme. Y es que, Cuquita, este hombre no me quería llevar porque, según él, acabábamos de ir, en vacaciones de navidad, a Nueva York y a Disneylandia con los niños. Pero yo le dije que ya no tenía ropa que ponerme y necesitaba surtirme en los mols. Y él me contestó pero si tienes el closet repleto de trapos. Sí, le dije, pero ya están muy vistos, mi amor. Y él me dijo pues yo no te voy a llevar, mujer, a ver cómo le haces. ¡Y es que si fuera por los hombres no la sacaban a una a pasear nunca! ¡Y eso le contesté! Que me iba sola aunque fuera a San Antonio. Y es que Laredo, Macalen y El Paso son unos ranchos. Una ya no encuentra nada de verse ahí. Así que un día le dije a las chicas vámonos todas de shopin a San Antonio. Arreglamos todo para irnos el lunes, o sea estar allá toda una semana. Francisco nos reservó en el Shératon. Tú sabes, ¿verdad, Cuquita? El que está frente al mol. Yo le dije que nos tenía que reservar ahí o ya se las vería conmigo.
        Pero resulta que a Caty de Payán, una de las muchachas, se le agripó su hijita. ¡Hizo un escándalo! Por su culpa nos retrasamos dos días y Francisco tuvo que volver a llamar al hotel. Por fin, salimos el miércoles en el carro Bi-Em-Dobleú de Rocío. Ibamos ella, Normita de Martínez, Anabel de Gabaldón, Caty y yo. Ay, Cuquita. No sabes lo bien que me sentí. Todas las muchachas dijeron lo mismo. Salir de viaje sin niños, sin esposos y sin preocupaciones es lo mejor del mundo. Deberías hacerlo tú también porque te da una sensación tipo genial. El camino allá se me hizo eterno. Ya estaba ansiosa por llegar. Y eso de las casetas es un gorro. Mira que tener que pararse a cada rato es fatal. Es que, Cuquita, se nota que vivimos en un mugre rancho porque las dichosas casetas nomás están de Torreón a Saltillo. Porque de Saltillo a Monterrey y más para allá casi nunca nos paramos. Y es que hasta Monterrey es otra cosa, Cuquita. ¡Se nota que está más cerca de Gringolandia y de la civilización! Lo bueno fue que no nos tuvimos que meter a la ciudad porque rodeamos por el periférico. Y es que, nos es por nada, pero Rocío se hubiera perdido entre tanto carro. ¡Y allá que manejan como cafres! Ya como que pasando Monterrey me calmé un poquito y me dormí hasta que llegamos a Nuevo Laredo. Está bastante feíto, ¿verdad? Pero ni modo. Una tiene que pasar por los peores lugares para llegar al Edén. ¿No crees? Es como pasar por Chihuahua y Ciudad Juárez cuando una va a El Paso. Ya estábamos bien cerquita del puente y todas las muchachas se emocionaron. ¡Ay! ¡Es que cuando huelo la humedad del Río Bravo se me pone la carne de gallina! Desde ese instante sé que voy a entrar el primer mundo.
        Pero entonces tuvo que salir la tal Caty, que por cierto a mí nunca me ha caído muy bien, la trato nomás por Anabel porque es su amiga. ¿Qué te estaba diciendo? Pues Caty empezó a gritar que dónde iba a tirar las manzanas que había traído para el camino. ¡Yo sabía que no se las iba a comer! Y, no es por nada, pero dicen que la pobre es mitad anoréxica y la otra bulímica. ¡Ay, Cuquita! ¿Cómo no sabes lo que es la bulimia? ¡Era lo que tenía la lady Di! ¿No leíste su libro? Es maravilloso. Te lo recomiendo. Te enteras de todos los chismes de la familia real. Total que Caty puso el grito en el cielo porque nos iban a regresar si le descubrían las manzanas. Y yo le dije pues tíralas, mujer. ¿Aquí?, se volvió a mirarme toda espantada. Ay, ya dámelas, yo las tiro o se las regalo a esos señores que andan vendiendo comida chatarra, le grité quitándoselas. Y es que, Cuquita, no hay que ser desperdiciada con tanta gente que no tiene qué comer tipo la de África. ¡Señorita! ¿No puede darse prisa, por favor? Tengo que regresar a hacer la comida y ya estoy fuera de práctica. ¿En qué me quedé, Cuquita? ¡Ah, sí! Pues me bajé un poco antes de llegar al puente internacional. Ya sabes, ¿no? Donde empieza la cola de carros. Y le regalé las manzanas de Caty a un señor vendedor de chuchulucos bien andrajosillo el pobre.
        Ya iba caminando de regreso al carro Bi-Em-Dobleú de Rocío cuando vi a un muchacho, bastante guapetón por cierto, que andaba por ahí como perdido. Se veía de muy buena posición social. Le dije ¿le pasa algo, joven? Ya ves cómo soy yo. Siempre me gusta ayudar a la gente. Nada, señora, estoy buscando el carro de unos amigos, me contestó. ¿De veras?, ¿y de dónde viene?, le pregunté. Me dijo que venía de Monterrey con un grupo de amigos y que iban para Jiuston. ¡Qué envidia! ¿No? Yo le conté pues que venía con otras señoras y que íbamos a San Antonio. Así nos quedamos un rato hasta que, por detrás, se acercó uno de sus amigos y después se subieron juntos a un Gran Marquis con placas de Nuevo León. Me subí al carro de Rocío y les dije asunto arreglado, muchachas. Cruzamos el puente y tardamos como veinte minutos en llegar al otro lado. El tipo que nos revisó los pasaportes era un vil pocho. Pero ya sabes cómo son allá. Una les habla en español para que dizque entiendan y a la mera hora se hacen los dignos diciendo que nomás hablan inglés. Sí, cómo no. ¡Con las carotas de indios zapotecos que tienen! Lo bueno fue que Rocío sabe hablar muy bien inglés y no hubo problema. Lo malo es que teníamos que sacar permiso para ir a San Antonio. Por eso a mí me gusta más ir en avión. Y es que, Cuquita, por carro es una lata, una verdadera lata. El lugarcillo en donde se sacan los permisos estaba a reventar. Había una cola que le daba toda la vuelta a la oficinucha esa. Luego, llegando con las gentes de migración, o como se llamen, le empiezan a hacer preguntas a una y, de pilón, cobran no sé cuántos dólares por cada gente. Yo digo pues por qué se ponen tantos moños si una va a dejarles el dinero allá. También vi a los muchachitos que venían de Monterrey sacando el famoso permiso. Como que todavía andaban buscando a alguien porque miraban de un lado para otro. El chico con el que platiqué en el puente no me alcanzó a ver y yo ya no pude despedirme de él porque a Rocío y a las muchachas ya les urgía comer. ¡Fíjate, Cuquita! ¡No entretuvieron casi una hora y media! Como si estuviéramos en México, les dije a las demás.
        Estábamos tan hambreadas que tuvimos que parar en un Macdonals. Y, para colmo de males, no hay Red Loster en Laredo. ¿Te imaginas? Me puse roja de vergüenza cuando entré al lugarcillo ese. ¿Sabías, Cuquita, que ahí es a donde va la gente, digamos, la gente menos acomodada de Estados Unidos? Bueno, a comparación con la de México, son unos millonarios, pero, de todas maneras, no me sentí nada a gusto comiendo ahí. ¡Por fin! Gracias, señorita. Un minuto más y hablo con el gerente, Cuquita. ¿Me acompañas a las verduras? Así te sigo platicando. Pues terminamos de comer y nos fuimos para San Antonio. ¿Sabías que se hacen como tres horas? ¿A qué no imaginas qué pasó? Normita llevaba su perfume en su bolsa y se le ocurrió ponerse algo después de comer porque, según ella, se le había quedado el olor a jamburguer. ¿Cómo la ves? Pues resulta que, en un arrancón que dio Rocío, se le tiró media botella de perfume a Normita. Mi cuñada se enojó muchísimo y no es para menos. Hasta la fecha, el carro Bi-Em-Dobleú de mi hermano sigue apestando a perfume. Nomás salimos de Laredo y llegamos a una casetita donde nos pidió el permiso un gringote que andaba paseando a su perro policía. A Rocío le preguntó qué era ese olor y ella le dijo que a una de nosotras se le había tirado el perfume. Caty se puso toda nerviosa porque dizque ahora iban a pensar que traíamos droga y que habíamos tirado el perfume para que no la oliera el perrito. Le dije eres un manojo de nervios, mujer, te hubieras quedado en tu casa. Lo bueno fue que no nos entretuvieron mucho, ni hicieron mucho escándalo por lo del perfume de Norma. Las tres horas de camino les estuve platicando a Anabel y a Normita del libro que leí. Es una maravilla, Cuquita. El de El grito desesperado de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Es excelente. Me lo prestó mi hija y, te soy sincera, el leerlo salvó a toda mi familia de la desgracia. Creo que aquí en Soriana lo venden. ¿Por qué no lo compras, Cuquita? Es una obra maestra divina. Tienes que leerlo. Aunque espero que no sea muy denso para ti.
        Por fin, llegamos a San Antonio. Pero, por supuesto, mi cuñada tenía que perderse. Y no la culpo con todos esos frigüeys y todos esos anuncios en inglés. Pues después de hora y media de andar zonceando llegamos al Shératon. Sí, Cuquita, es el que está enfrente del mol de las bototas, el Nors Estar Mol. Nos registramos y subimos a nuestros respectivos cuartos. Rocío, Anabel y yo fuimos de inmediato al mol y Normita y Caty se quedaron en el hotel porque, según esto, estaban muy cansadas por el viaje. ¡Qué delicaditas! Yo, cuando ando en gringolandia y en sus tiendas, se me quita el cansancio en un abrir y cerrar de ojos. Anduve viendo, junto con Anabel, varios vestidos y uno que otro conjunto. Ya en la noche regresamos al hotel y ahora sí nos fuimos a cenar al Red Loster. ¡Qué delicia! ¡Allá sí saben preparar bien la comida! Y les tengo toda la confianza del mundo porque sé que son limpísimos. Al otro día, el jueves, estuvimos el día entero encerradas en el mol. Desayunamos, comimos y cenamos ahí. ¿Qué tal? Anduve por todas las tiendas que te puedas imaginar. Y me pasó algo bien raro, Cuquita. Fui a comprarme una coca por donde está la comida y me encontré un paquete muy extraño en mi bolsa. No era mío. Pero olía bastante raro. Y tampoco era de ninguna de las muchachas. De eso estoy segura. Mejor lo tiré a la basura. Ni siquiera lo abrí porque no era mío y yo no iba a andar cargando cosas ajenas. ¡Mucho menos con todas las bolsas con las que tenía que cargar! Ese día me gasté como trescientos dólares en pura ropa. ¿Cómo la ves? El viernes hicimos lo mismo porque Anabel y Caty no habían comprado casi nada. Yo ya había terminado de ver todas las tiendas del Nors Estar y les dije ¿saben qué, chicas?, mejor me regreso al hotel porque ya compré todo lo que quería aquí. Y me regresé caminando, Cuquita. ¿Qué te parece? Pero cuando salí a la calle estaba cayendo un tormentón. ¡Ni te lo imaginas! Yo, ahí, en medio de la calle, con las bolsas y empapada hasta los huesos. ¿Qué iba a hacer? ¡Mi ropa nueva se estaba mojando! Y ni siquiera pasaban taxis y no podía llamarlos porque no sé mucho inglés. Dije ni modo, voy a tener que irme corriendo. Pues ya iba cruzando por encima del frigüey cuando se apareció el muchachito con el que platiqué en el puente internacional. ¿Qué hace aquí?, yo ya lo hacía con sus amigos en Jiuston, le dije. ¡Ay, Cuquita! ¡Qué horror! Entonces se me vino encima y trató de quitarme mi bolso. ¡Mi bolso donde traía todos mis dolaritos! Y tan decente y de buena familia que se veía. ¿Que qué hice? Pues gritar, mujer. ¿Qué más? Chillé jelp, jelp, róbery, reip, polís, jelp. Lo empujé, no supe para dónde, y corrí, sin mirar para atrás, hasta el hotel. Como que oí un grito y un choque de carros, pero ya no averigüé nada y me fui derechito a mi cuarto. Gracias a Dios que no me pasó nada malo y no me robaron mis dolaritos.
        Las muchachas llegaron unas dos horas más tarde hablando de un accidente en la calle y de un muerto, pero yo les dije pues no saben lo que me acaba de pasar a mí. Y se los conté todo. Dijeron pobrecita, no debimos dejarte sola y todo lo demás. ¡Ay, Cuquita! Yo qué voy a saber qué le pasó a ese pandillerillo. Esa noche pedimos rum servis y cenamos en el hotel. El sábado fuimos hasta el mol del río. ¿Sí sabes? ¿No? Está precioso. También nos la pasamos ahí todo el día. ¿Y a qué no sabes qué me pasó? Yo andaba junto con Caty de Payán en Limited, ya sabes, la tienda de ropa, y cuando salimos, qué susto nomás de acordarme, vi al otro chico. ¿Cómo que cuál otro, mujer? ¡El amigo del que trató de asaltarme! ¡Ahí estaba frente a mis ojos! Me reconoció. Estoy segura que me reconoció porque en cuanto nosotras caminamos para el lado opuesto, él nos empezó a seguir. ¡Fue horrible, Cuquita! Estaba segura de que nos iba a matar a las dos. ¡Y la escandalosa de Caty no paraba de temblar! Anduvimos casi corriendo por todo el mol tratando de burlarlo hasta que por fin nos metimos en los baños del restaurante Juters. ¡Cómo son depravados los gringos! ¡Casi todas las meseras de ese antro andaban casi desnudas! ¿Lo puedes creer? Total que nos tuvimos que esconder ahí. Pero tengo tan mala suerte que a los diez minutos nos lo volvimos a encontrar. Yo ya no aguanté más, Cuquita. No iba a dejar que un mequetrefe y raterillo de poca monta me arruinara mis vacaciones. Fuimos con un señor de seguridad de Dilards y le dijimos dat boy trais to burglar os. Y es que en Estados Unidos las autoridades sí le hacen caso a una. No, Cuquita. De inmediato se lo llevó. No supe a dónde, pero se lo llevó. Luego nos reunimos con las demás chicas y se los contamos todo. Dijeron ay, pobrecitas, qué bueno que nos les pasó nada, de ahora en adelante vamos a estar todas juntas, que nadie se separe del grupo. Dimos un paseo por el río, nos subimos a las lanchitas y hasta visitamos el Álamo. Pero a mí no me gustó mucho. Es muy folklórico. Lo que sí les dije a las muchachas es que fue una suerte que Texas se independizara de México porque sino también estaría bastante feíto y pelón. ¿No te parece?
        Estas lechugas están muy negras. Parecen podridas. Definitivamente voy a hablar con alguien. ¿Cómo es posible que le vendan esto a la gente? ¡Ay, Cuquita! Te juro que quise ir a los oficios de semana santa allá en San Antonio, pero me fue imposible. ¡Hay tantas tiendas y tantos mols que una no tiene ni una horita para escaparse! Diosito sabe que me merecía estas vacaciones, ¿verdad? ¡Ay! ¡Qué bien me la pasé a pesar de esos dos delincuentes juveniles! ¡Claro que no me los volví a encontrar, Cuquita! ¡Y le doy gracias al cielo! Pues el domingo nos regresamos. ¡Qué triste me puse! Y es que allá es otro mundo, Cuquita. ¡Es otro mundo! Pero ya no te entretengo más, ¿eh? Salúdame mucho a tus hermanas. ¡Mua! ¡Bai, chaíto! ¡Oiga, señor! ¿Qué no tienen fruta fresca? ¡Voy a hablar ahora mismo con el gerente!

1996

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