Cátedra sobre los elefantes
Miguel Báez Durán
José
Donoso —integrante del boom latinoamericano en ocasiones eclipsado
por la popularidad de Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez
y Cortázar— publicó una de sus últimas novelas a un
año de su muerte: Donde van a morir los elefantes (1995).
En ella, el narrador chileno más destacado de la segunda mitad del
siglo XX regala a sus lectores una historia de cruce de culturas además
de una crítica mordaz sobre la academia norteamericana. Gustavo
Zuleta, el protagonista, es un profesor de literatura en Chile que, con
su esposa embarazada, recibe una oferta de trabajo de una universidad de
Estados Unidos llamada San José. Por la inminencia del embarazo
de Nina, su mujer, él debe partir solo y preparar el terreno para
la llegada de su primer vástago en tierras tan lejanas. De inmediato,
Zuleta resentirá los contrastes entre la vida académica latinoamericana
y la norteamericana.
La primera sorpresa se le presenta a nuestro protagonista en el hotel donde
pernoctará hasta encontrar una casa adecuada para él y para
su familia. Ese primer día, será testigo de una alerta de
tornado que algunos tomarán de forma pasmosamente natural. Entre
el papeleo engorroso y los viajes del hotel a la universidad, conocerá
a la Ruby MacNamara, una muchacha obesa pero gloriosa, la fundadora del
grupo “Gordura es Hermosura” y aficionada a la realidad virtual. De súbito,
esta empleada del hotel ejerce sobre él un dominio merecedor de
una diosa inasible. La Ruby es tan abundante y monstruosa como el país
al que Zuleta ha llegado, tan grade y fofa como las pretensiones de San
José pues, según el título de la novela, los elefantes
van a morir a las universidades estadounidenses. Tales pretensiones falaces
las percibe Zuleta en la ceremonia de bienvenida a los nuevos catedráticos.
Los méritos académicos del chileno son inflados para darle
importancia a su contratación como “profesor ayudante”. Y ahí
estará el viejo doctor Jeremy Butler, el orgullo de la universidad,
el famoso científico con conexiones en el Pentágono, el gran
patriarca manoseador de jóvenes alumnas (entre ellas, la Ruby).
A su lado, una mujer anciana a la que todos llaman Mi Hermana Maud, hermana
de Butler, para quien todos los latinoamericanos son iguales pues sin vacilaciones
le pregunta a Zuleta: “¿No conoce Chichén-Itzá? ¿Cómo
es posible una cosa así?” (50).
En el gran caldero de las razas, los orígenes parecen volverse nebulosos.
Nadie puede distinguir entre Duo y Er, los dos chinos alumnos de Butler
y tan célebres en su unidad indisoluble como el anciano doctor.
Por supuesto, Mi Hermana Maud es la única persona capaz de separar
a Duo de Er y sólo porque uno de ellos se quedará con un
codiciado empleo en el Pentágono. Sin embargo, habrá otros
problemas para el protagonista de la novela fuera de las confusiones culturales.
Por ejemplo, las rencillas entre dos grupos opuestos dentro de los estudios
literarios —España versus Latinoamérica— se empiezan a manifestar
cuando Rolando Viveros, antiguo maestro de Zuleta, le dice: “Los hispanistas
son enemigos declarados de los latinoamericanistas; están dispuestos
a hacer cualquier cosa con tal de dejarnos en ridículo” (60). Por
esa razón, el profesor Gorsk (hispanista y director del departamento
de Español de San José) clama de forma bastante anacrónica:
“¡Latinoamericanos! ¡El compromiso! ¡La guerrilla! ¡Fidel!
Estoy harto de compromisos. ¿Cuándo van a ser personas y
no sólo encarnaciones de ideas, los latinoamericanos?” (102).
Aún los amigos de antaño demostrarán su desconfianza
cuando se presente la oportunidad de lucirse frente a un gran número
colegas y así dejar bien marcados los territorios, y así
preservar los puestos vitalicios tan buscados. La ambición de Viveros
y de su esposa Josefina —dama de compañía al servicio de
los Butler y, más tarde, de uno de los chinos— se despojará
de su antifaz amable cuando comiencen los rumores sobre una visita relámpago
de Marcelo Chiriboga, ecuatoriano, miembro del boom dentro de la
ficción de Donoso, autor de La caja sin secreto y tema de
varios asedios ensayísticos de nuestro protagonista. Pronto Viveros
se da a la tarea de escribir un artículo “chiriboguista” para desplazar
a Zuleta en la presentación del escritor en San José que,
a final de cuentas, nunca se realiza. La desesperación del protagonista
frente a estos absurdos se agudizará cuando Chiriboga llegue y se
vaya causando estragos en la relación con Ruby o, aún peor,
cuando esté a punto de zambullirse en la abundancia de la joven
y Nina y Nat, el recién nacido, arriben para obstaculizar sus planes.
Aunque alejado de las alegorías de compromiso para denunciar la
dictadura chilena de Casa de campo y de los delirios extravagantes
que bien podrían clasificarse dentro de lo esperpéntico como
los de El obsceno pájaro de la noche, Donoso despliega dentro
de Donde van a morir los elefantes su afición por buscar
deformidades y desproporciones aún en países conocidos por
su obsesión por la limpieza y el orden. Ése es el mérito
del escritor chileno en esta novela: encontrar lo absurdo, lo estúpido,
lo superficial y —¿por qué no?— lo horroroso en lugares insospechados.
El corte realista acerca a la historia del profesor Zuleta mucho más
a Coronación o El lugar sin límites que a la
ambiciosa labor de El obsceno pájaro… y el universo de adefesios
de La Rinconada. Donoso va un paso más lejos. Los adefesios no viven
aislados, encerrados en una de las muchas casas sofocantes de la literatura
del chileno. También salen a las calles de Estados Unidos, se pasean
por sus parques, gritan “Gordura es Hermosura”, se abandonan en mascaradas,
se evaden con la realidad virtual, desplazan a sus colegas por ambición,
abusan en su decrepitud de estudiantes, aplican exámenes intimidatorios
y algunas veces matan por un empleo en el Pentágono. Por otro lado,
se erige la sensibilidad del autor para representar ante nuestros ojos
la alteridad de la vida académica estadounidense de la que él,
alguna vez, formó parte en Princeton. Al saber este dato, el epígrafe
de William Faulkner cobra notoriedad: la novela es la vida secreta del
escritor. Sea cierta dicha afirmación o no, Gustavo Zuleta, el personaje,
está consciente de principio a fin de que su paso por la universidad
San José no es novelesco y, sin embargo, parece contradecirse al
comunicarnos en su epílogo que él —no Donoso— es el autor
de Donde van a morir los elefantes: “Éste es el final de
mi novela (…) Estamos en 1999. Escribo desde mi casa” (355). Con el juego
entre ficción y realidad, con la identificación engañosa
entre autor y narrador, cierra José Donoso esta cátedra sobre
las trampas del sueño americano.
Publicado en el periódico
La
Opinión Milenio en marzo de 2002.
—Donoso, José. Donde van
a morir los elefantes. México: Alfaguara, 1995.
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