Kill Bill: vuelve la tarantinomanía.
Miguel Báez Durán
Hasta
no hace mucho tiempo, solía burlarme de todos esos fanáticos
—muchos de ellos de los países más desarrollados y otros
tantos de nuestros propios países— que atestan las salas de cine
los días de estreno de seriales fílmicos como los de La
guerra de las galaxias, The Matrix, Harry Potter o El
señor de los anillos. Me parecía inconcebible que un
grupo de personas se prestara a la humillación de esperar afuera
de la taquilla durante horas para adquirir los boletos de la primera función
de estos seriales —casi siempre, función de medianoche— y que, para
colmo, se preparara para la exhibición de dichas cintas confeccionando
disfraces de Yoda o de alguno de los cuatro hobbits para presentarse
el día del estreno con tan lucidoras pintas. También debo
confesar que durante todo el 2003 nunca sentí gran entusiasmo por
ir al cine. ¿Para qué aguantar de nuevo la fórmula
tantas veces vendida en todo tipo de géneros y subgéneros
(drama, comedia romántica, terror, ciencia ficción, musical,
thriller,
comedia de pastelazo, etcétera)? Tampoco, durante gran parte del
año pasado, entendía esa rara actitud de salir corriendo
a uno de los múltiples complejos cinematográficos que ya
tienen el privilegio de haberse asentado en La Laguna para analizar el
más reciente estreno de la semana. ¿Es posible estar al día
ante la avalancha de porquerías que, sobre todo en ciudades como
la nuestra, se empeñan en distribuir los mercachifles? Además,
dentro de una sala llena de seres humanos que se obstinan en sacarme de
la evasión que representa para mí la experiencia cinematográfica
(una risa por aquí, un celular más adelante, alguien que
se levanta de la fila y pasa enfrente de mi asiento para comprar palomitas
o ir a orinar) no disfruto del todo la experiencia y por eso he preferido
durante los últimos años el cine en casa y en completo silencio.
Sólo me basta recordar el día que fui a ver El señor
de los anillos: El retorno del rey para volver a mi regla de no unirme
a las hordas y esperar un año a rentar la película para así
sopesarla sin la parcialidad del fenómeno colectivo encima. Eso
no quiere decir que el tan mentado por estos días larguísimometraje
no me haya gustado. Y no es que estas burlas, esta apatía a medias,
este afán de disfrutar mis películas en soledad hayan terminado
por completo. Sin embargo, la perspectiva sobre las multitudes embobadas
cambia cuando uno forma entusiasta parte de ellas. A veces sin quererlo.
Y es que en diciembre de 2003 hubo una experiencia cinematográfica
que resultó para mí tan inesperada como chocante y se llamó
Kill
Bill: La venganza. Volumen 1 (2003). Sería redundante decir
que, para mí, simple aficionado al cine, ésta es la película
del 2003, sin importar Óscares, Globos, Leones, Osos, Conchas o
Palmas de Oro (de hecho, no creo que vaya a ganar ninguno de estos galardones).
Tampoco me interesan los alegatos que esgrimen la violencia, la exageración
o la falta de diálogos “tarantinescos” estilo Perros de reserva
para destronar esta cinta del lugar que merece. Me afectó a mí
y, aunque suene egoísta, si afectó o no a los demás,
me importa muy poco.
Hasta hace unos meses, si me hubieran preguntado por el director Quentin
Tarantino habría pensado de inmediato en la expresión aquella
de “llamarada de petate”. Al menos, eso parecía después de
Jackie
Brown, la cinta que siguió a su entrada triunfal al panteón
de los autores cinematográficos con Pulp Fiction. Sí,
habría dicho, Pulp Fiction es una gran obra, uno de esos
clásicos instantáneos, indudable ganadora en Cannes, como
la llamarían muchos otros escupidores de datos fílmicos;
pero, ¿qué pasó después con Tarantino? Jackie
Brown decepcionó a muchos de sus seguidores. Seguramente porque
esperábamos otro Pulp Fiction (aunque ya en una segunda o
tercera vuelta, aislada del mitote que rodeó la segunda película
de Tarantino, la tercera se sostiene bastante bien). Y, durante varios
años, el nuevo héroe de todos los empleados-de-tiendas-de-video-que-sueñan-con-ser-directores
guardó silencio. No, ninguna carrera cinematográfica se sostiene
con destellos aislados. Eso, hasta el 2003. Eso, hasta Kill Bill.
Se ha dicho que la idea original surgió durante el rodaje de Pulp
Fiction, que fue ahí donde la actriz Uma Thurman —la piel del
personaje de Mia Wallace— se convirtió en la musa de Tarantino.
Algunos fanáticos (tan apasionados como los que mencionaba al comienzo)
especulan que las DiVAS de Kill Bill (DiVAS, siglas para lo que
en español significaría Escuadrón Asesino de Víboras
Mortales) no son más que un clon maligno de Fox Force Five,
el programa piloto (muy similar a la serie Los ángeles de Charlie)
en el que participó Mia sin tener éxito. Sea verdad o mentira,
Kill
Bill resulta ser una licuadora de géneros con los que Quentin
Tarantino se identifica. No pocas veces en su carrera ha sido tildado de
fusil. Las cintas de kung-fu, el spaghetti western de Sergio Leone
y hasta el anime han sido algunas de las fuentes más citadas
para referirse al “cuarto filme de Quentin Tarantino” (como la misma publicidad
lo ha manejado en, tengo entendido, una referencia fílmica más
que a muchos espectadores se nos escapa pues ¿quién más
ha coleccionado en su mente la cantidad de joyas y de basuras vistas por
Tarantino?). Cuando comenzó mi afición al cine, a eso de
los seis o siete años, los gustos correspondían a la edad:
Disney, George Lucas, Spielberg, Hollywood, etcétera. Sin embargo,
entre los héroes emblemáticos del celuloide tenía
a Bruce Lee y a Clint Eastwood, entre los pilares cinematográficos
a Operación Dragón (1973) y a El bueno, el malo
y el feo (1966). Más tarde, cuando a los veinte años
me tragué la idea de ser crítico de cine, me olvidé
por completo del kung-fu y del western, los desterré de mis
gustos por su maniqueísmo, por su simplicidad. Eran aficiones de
niño y con los niños se quedaban. Tarantino y Kill Bill
hicieron algo que parecía imposible: revivir en mí algo del
gusto por ese tipo de cintas.
En cualquier otra reseña hablaría con un tono más
impersonal de la cinta y a estas alturas ya habría escrito algo
sobre el argumento para todos los lectores que no hubieran tenido oportunidad
de acercarse al largometraje en cuestión. Así de ominosa
fue esta experiencia cinematográfica. Me obligó a escribirle
una reseña algo heterodoxa. Kill Bill, como su innecesario
subtítulo en español se obstina en recordarnos, es la historia
de una venganza. Una mujer sólo conocida durante este primer volumen
—en el segundo sabremos su verdadero nombre— como La Novia (Uma Thurman)
es golpeada salvajemente —el día de su boda con todo y embarazo
avanzado— por cuatro de sus ex colegas de DiVAS, el famoso Escuadrón
Asesino de Víboras Mortales. Tales ex colegas son Oren-Ishii (Lucy
Liu), Vernita Green (Vivica A. Fox), Budd (Michael Madsen) y Elle Driver
(Daryl Hannah). El creador de este grupo tan selecto de homicidas profesionales
es Bill (la voz de David Carradine) quien cariñosamente remata a
la joven con un balazo en la cabeza. Éste es el inicio de la cinta.
Y no sé si llamarla cinta o cintas. He aquí otro asunto espinoso
para los fanáticos de Tarantino: el guión original tenía
alrededor de doscientas cuartillas y al terminar de rodarse la película
excedía en mucho el tiempo de duración estándar por
todos conocido: de una hora y media a dos horas. La casa distribuidora
de los trabajos de Tarantino, Miramax, le propuso dividirla en dos volúmenes.
Los adictos se preguntaron si esto no era más que un truco publicitario
para sacarles dinero (el doble) y, como muchos de ellos también
fueron a ver en diciembre pasado El retorno del rey (con una duración
de alrededor de tres horas y media que pareció no afectarle demasiado
en taquilla), terminaron convencidos de que o Miramax les había
mintió o, aún peor, Tarantino los había traicionado.
Volviendo al argumento, La Novia no muere. De eso se entera el público
en el segundo capítulo, titulado “La novia cubierta de sangre”.
Aunque desde antes podría presumirse el dato. ¿Cómo
va a morir la protagonista? Esto no es Psicosis. Uma Thurman no
muere, no. Pero sí pasa cuatro años de su vida en coma mientras
es violada por un enfermero y todos aquellos que le paguen la cantidad
de setenta y cinco dólares por necrofílico acostón.
Un día despierta y decide asesinar a los que le hicieron daño.
Hace una lista de cinco nombres y el último en morir será,
por supuesto, Bill, el padre del bebé que esperaba. El guión
original está dividido en diez capítulos (sí, como
muchos fanáticos y después de ver el volumen uno cuatro veces
en celuloide y otras tantas en VCD pirata, me conecté a Internet,
encontré el guión, lo bajé y no resistí la
tentación de leerlo completo). El primer capítulo, una vez
terminado el preludio de la bala en la cabeza de La Novia, se titula simplemente
“2”. De nuevo, Tarantino juega con la cronología y en lugar de mostrarnos
el duelo entre La Novia y la primera mujer en su lista, nos lleva al segundo
encuentro, el de Vernita Green. Quizás lo hace porque la pelea con
Vernita no es tan espectacular, larga y sangrienta como el espectáculo
reservado en la Casa de las Hojas Azules. Lo mejor se lo reserva para el
final. Lo cierto es que, después del primer capítulo, son
pocos o casi nulos los saltos en la cronología. De esta forma, a
lo largo del primer volumen, La Novia logra vengarse de dos de sus enemigas:
Vernita y Oren-Ishii. Ésta en primer puesto por ser la más
fácil de encontrar tratándose de la líder única
en el mundo criminal de Japón.
Debo decir que todos los capítulos de los cinco presentados en este
primer volumen me emocionaron y me arrancaron risas. Sin embargo, encontré
especialmente atractivo el capítulo tres: “El origen de Oren”. Esta
sección del filme fue elaborada en anime, colaboración
de Tarantino con un estudio japonés (también aprovecho para
confesar una corta afición al anime en mi adolescencia que
fue reactivada con este corto animado dentro del largometraje). Y como
todo buen anime, además de la sangre y la violencia, además
de la crueldad y los asesinatos, además de una historia de venganza
dentro de otra, la música resulta de suma importancia para agudizar
los sentimientos del espectador. Tarantino escoge un fondo musical de western
para decirnos cómo Oren se convirtió en asesina. Y sí.
La historia la hemos visto hasta el hartazgo en westerns y en series
japonesas de animación: los padres de Oren son asesinados por un
mafioso y ella sobrevive porque estaba oculta debajo de la cama. Quién
sabe por qué Tarantino lo logra. Y en gran medida son la estilización,
el montaje y muchas veces la música los que le ayudan. La banda
sonora de su cinta también está llena de referencias. Basta
con fijarse en la melodía que aparece durante el capítulo
cinco “Duelo en la Casa de las Hojas Azules”, el más extenso, cuando
La Novia aterriza en Tokio (cita a la serie El avispón verde
donde aparecía Bruce Lee) o cuando la protagonista vence a Oren
en un duelo de espadas (ahí se escucha una baladita melosa en japonés
que me recuerda mucho a los cierres típicos del anime).
Al reparto tampoco le reprocho nada. Podríamos detenernos en la
idea de que Tarantino quiere revivir la carrera de Daryl Hannah como lo
hizo con la de John Travolta en Pulp Fiction. A pesar de que el
director ya ha confirmado en muchas entrevistas que ésa no era su
intención al asignarle el papel de Vincent Vega a Travolta, el dato
persiste. De cualquier manera, si revive o no la carrera de Hannah, eso
no se sabrá hasta el estreno del segundo volumen en donde su papel
resulta mucho más predominante. Lo que sí es que tiene un
gran deseo por rendirle homenaje a las estrellas del cine de acción
oriental al incluirlas en papeles pequeños pero claves: Sonny Chiba
como Hatori Hanzo, Gordon Liu como Johnny Mo y Chiaki Kuriyama como Gogo
Yubari. En una ocasión lo dijo el realizador. Kill Bill transcurre
en un universo paralelo que poco tiene que ver con la realidad. Es un universo
fílmico donde de un cuerpo decapitado manan chorros de sangre y
donde una mujer tiene la capacidad de dejar fuera de combate a una veintena
de asesinos (no, aunque se llamen “Los 88 locos”, no son ochenta y ocho,
sólo les gusta hacerse llamar así. Por lo menos, eso dice
el guión original). Es dentro de tal ambigüedad entre la parodia
y el homenaje a todas sus fuentes en donde radica la fuerza de Kill
Bill.
En un largometraje donde las peleas tienen un peso mayor frente a las actuaciones,
no fueron las más importantes las que me dejaron entusiasmado (la
de Vernita o la de Oren), sino una pelea que podríamos considerar
menor para la trama: la de Gogo Yubari. No es por menospreciar a las otras.
También me dejaron bastante complacido. Sin embargo, Gogo es la
encarnación de una diosa iracunda con piel de oveja. Gogo es la
guardaespaldas personal de Oren por tratarse ésta de la cabeza de
todos los clanes criminales de Tokio. Basta eso para imaginarse su peligrosidad.
Lo gracioso es que ella se presenta como una jovencita malencarada de diecisiete
años con todo y uniforme colegial. Debajo de tan incitador fetiche
hay una psicópata capaz de destripar a cualquier empresario que
quiera ligársela. Su arma preferida: una cadena con bola de acero.
Mi única queja se resume en que este encuentro debió haber
durado un poco más. En alguna revista leí que Kill Bill
era como un juego de video. Así, en cada nivel, La Novia debe derrotar
al “jefe” que se interponga a su paso para continuar con la siguiente etapa
del juego. Como alguien familiarizado durante parte de la infancia y de
la adolescencia con nombres como Atari, Nintendo y Sega, debo estar de
acuerdo con la comparación. Para mí, Gogo Yubari sería
el “jefe” más divertido de vencer.
Kill
Bill ha dividido a los admiradores de Tarantino. ¿Quién
puede tomarse en serio el zoom a los ojos de La Novia cada vez que
se enfrenta con un enemigo del pasado, la música infantil cuando
se acerca a la casa de los Bell, aquella frase de “tal vez no dures ni
cinco minutos” vista hasta la saciedad en westerns, películas
de kung-fu y series de animación antes de un duelo? ¿Se pueden
pedir más de esos diálogos estilo Perros de reserva
que aunque divertidos y audaces no tienen nada de profundos en una cinta
donde lo importante es cortar cabezas, brazos y piernas? Vayamos aún
más atrás: la entrada de los hermanos Shaw seguida de otra
(una setentera) anunciando la película y, por último, la
pantalla en negro mientras se escucha la respiración agitada de
La Novia y la aparición del siguiente enunciado: “La venganza es
un manjar que se sirve mejor frío”. ¿La cita? “Viejo proverbio
klingonés”, dice Tantantino. Una referencia más, esta vez
al ámbito de Star Trek. Con tal comienzo, ¿se puede
tomar en serio Kill Bill? Como apunté anteriormente, esta
cinta me hizo reír muchos más que cualquier comedia de pastelazo
o cualquier programita alburero del Canal de las Estrellas. Quizás
ésa es su intención. Le recomendaría a todos aquellos
que esperaban más de la cuarta película de Tarantino que
sean pacientes y, cuando se estrene, vayan a ver su quinta, la de guerra,
Inglorious
Bastards. ¿Por qué el humor y la parodia no pueden ser
una forma artística tan loable como las solemnes? ¿Por qué
la irrealidad, la caricatura, la exageración, el juego intertextual
no reciben tantos reconocimientos? Por otro lado, hay quienes se quejan
de la falsedad del ingrediente oriental en Kill Bill. De seguro
el japonés de Uma Thurman o de Lucy Liu es pésimo. Tal vez
las cintas de acción hechas en China o en Japón son mucho
más auténticas y sus actores mucho más atléticos.
El problema de nueva cuenta es de percepción. Sí, quizás
este sabor oriental de la película está tan digerido y masticado
como el mexicano en la Frida de Salma (perdón, la Frida
de Julie Taymor). Pero los que no hemos nacido en el oriente o los que
no hemos visto grandes dosis de acción en el cine no lo sabremos
hasta reencarnar y tener la suerte de alimentarnos con dicha cultura. Éste
es, en fin, un argumento que no se puede rebatir. Otra vez, si Kill
Bill emociona a los demás o no, me importa poco.
Una mala noticia acaba de surgir para todos nosotros, los tarantinómanos,
los que nos quedamos con la boca abierta al final del volumen uno con tamaña
revelación melodramática en voz de David Carradine. En principio
se anunció el estreno del volumen dos de Kill Bill para febrero
de 2004 en Norteamérica (eso significaría un estreno en marzo
para México). Ya sea por estrategia publicitaria o porque de veras
le ganó el tiempo a Tarantino en el cuarto de montaje con su editora
Sally Menke, lo cierto es que, después de varios días de
rumores durante las vacaciones de Navidad, Miramax ha aplazado la fecha
de estreno hasta el 16 de abril (hasta mayo en México). Las reacciones
en Internet no se han hecho esperar. Hay quienes les aconsejan a los más
ofendidos por este retraso que no se alteren tanto y que tomen el siguiente
premio de consolación: por lo menos, los tarantinómanos no
tenemos que esperar un año o hasta tres como los fanáticos
de El señor de los anillos, Harry Potter y La guerra
de las galaxias.
Publicado en Acequias
la primavera de 2004.
—Kill Bill: La venganza. Volumen
1 (2003). Dirigida por Quentin Tarantino. Producida por Lawrence Bender.
Protagonizada por Uma Thurman y David Carradine.
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