Un perverso fabulador y sus 8 mujeres
Miguel Báez Durán
La
carrera del cineasta François Ozon (1967) parece la de un niño
prodigio. Desde 1998, con su primer largometraje, no ha dejado de entregar
a los cinéfilos de corazón —no precisamente aquellos que
abarrotan las salas de cine durante el verano— una entrega fílmica
por año. A veces, hasta dos. Desde entonces, como le confesó
a la revista Ciné-Bulles de Québec en otoño
de 2000, su obra provoca tanto rechazo como elogios. Nadie permanece tibio
ante su todavía pequeña obra. Ni siquiera la crítica
especializada. No es para menos con sus tremendas patadas contra las buenas
conciencias. Y si se analizan las líneas argumentales de sus primeros
dos filmes, se entendería mejor la razón por la cual incita
reacciones tan disímiles.
Sitcom
(1998) es la historia de una familia aparentemente perfecta, nuclear y
tradicional. Tanto que parece una caricatura. Sus miembros están
sacados de las series de televisión inofensivas a las que hace alusión
su título. Eso, hasta hacer su aparición una rata blanca
que empieza a provocar ciertas mutaciones en cada uno de ellos: el hijo
se transforma en homosexual, la hija en una inválida sadomasoquista,
la madre en Yocasta moderna y el padre en un asesino desnaturalizado. Al
observar cambios tan radicales, el espectador se pregunta si en realidad
no son más que liberaciones necesarias ya prefiguradas desde el
principio. Fuera de tal reflexión, lo único que sí
inspira este despliegue de “anormalidades” es risa pues la trama se desarrolla
en tono de comedia negra. Sitcom fue suficiente para sacar a Ozon
del anonimato.
No conforme con ello, en el siguiente año, 1999, aparecen Los
amantes criminales, o, si se quiere, una reescritura de Hansel y Gretel
desde la perversión, entendida ésta como algo opuesto a la
moralina barata y sin fundamentos. Tal vez, más que reescritura,
sea una vuelta a la crueldad olvidada —gracias al imperio Disney— del cuento
maravilloso. Después de todo, Hansel y Gretel fueron de los primeros
niños abandonados por la negligencia de sus padres. La historia
de Los amantes criminales gira alrededor de una jovencita manipuladora
que seduce a su virginal y hasta cierto punto ambiguo novio para así
matar a un compañero de clase de origen árabe. Cuando van
a enterrar el cuerpo al bosque, los dos adolescentes se pierden y son apresados
por un ogro. Como acostumbra Ozon, aquí, en esta versión
del cuento, no se tratará ya de aventar en un descuido al villano
dentro del horno, sino de ceder ante sus lujuriosas caricias. Para colmo,
no será la chica el objeto del deseo. Violento y agresivo, sin tintes
caricaturescos, el filme no apeló al público francés
sino al estadounidense.
Ese mismo año, Ozon lleva a la pantalla grande una obra de juventud
de Fassbinder, Gotas de agua sobre piedras ardientes, y al siguiente,
teniendo como protagonista a la actriz inglesa Charlotte Rampling, Bajo
la arena, una pieza donde empezará a mostrar mayor madurez.
Sin embargo, es en 2002 cuando Ozon logra reunir en una sola película
a algunas de las más grandes actrices del cine francés actual.
El resultado es una cinta única por su hibridismo de géneros,
8
mujeres (8 femmes), la cual podría clasificarse, si se
desea, como una tragicomedia musical-policiaca. Aunque el título
y ciertos paralelismos en el argumento podrían remitir a las 8
mujeres y media de Greenaway, otro iconoclasta, la relación
no es tan estrecha. Los juegos intertextuales, entre ellos el realizado
con 8½ de Fellini, y la fría racionalidad del británico
apenas guardan lazos con el presente divertimento fílmico.
La primicia de 8 mujeres forma parte de una fórmula conocida
y ha sido recreada hasta el hartazgo —Ozon está consciente de este
hecho. Corren los años cincuenta en la campiña francesa cuando,
durante las vísperas de la Navidad, un magnate muere apuñalado
en su mansión. Nadie puede escapar del sitio. Hay una tormenta de
nieve y el teléfono ha sido cortado. Las sospechosas son las ocho
mujeres que rodeaban en vida al hombre. Y cada una, por supuesto, tiene
un motivo para enviarlo al camposanto. Catherine Deneuve es Gaby, la esposa
aburguesada, la orquídea con manchas de leopardo, la heredera de
la fortuna. Isabelle Huppert es Augustine, la cuñada solterona y
amargada, la camelia sin olor a punto de explotar por su mojigatería.
Fanny Ardant es Pierrette, la hermana de cascos ligeros, ex bailarina exótica,
la rosa roja que desborda sensualidad. Emmanuelle Béart es Louise,
la nueva criada, la juventud y la blancura en flor con la que el dueño
de la casa se solazaba de vez en cuando. Danielle Darrieux es Mammy, la
suegra sabandija e inválida, la violeta ajada y avariciosa. Virginie
Ledoyen es Suzon, la hija mayor venida de Inglaterra, poseedora de pétalos
rosas y blancos, en apariencia casta y decente. Firmine Richard es la señora
Chanel, la cocinera, un girasol arropador y cálido. Por último,
Ludivine Sagnier es Catherine, la hija menor, la consentida y la graciosa,
la margarita conocedora de las intrigas detrás de las novelas policiacas
pues se pasa las noches en vela leyéndolas. Desde los créditos,
cada mujer es una flor deslumbrante, aunque plantada en un jardín
de divas.
Desde Sirk hasta Minnelli, desde Crimen por muerte hasta Gosford
Park (o, en su infumable título en español, Muerte
a la medianoche), pasando por Agatha Christie y el juego de mesa de
Parker Brothers llamado Clue (duplicado en nuestro país como
¿Quién
es el culpable?), y quizás hasta con una pizca de Almodóvar;
así podrían resumirse las influencias de Ozon en su quinto
largometraje. Pero la principal, confesada por el director, sería
Las
mujeres (1939) de Cukor, una cinta del viejo Hollywood en donde Norma
Shearer desea salvar a su marido de las garras de Joan Crawford con la
ayuda de Rosalind Russell. En el reparto, no había ningún
actor. El protagonismo era sólo para el género femenino.
De hecho, el plan original de Ozon consistía en la realización
de un refrito del mencionado crédito de Cukor. Para su mala suerte,
los derechos ya habían sido comprados por Julia Roberts y Meg Ryan.
Después de tan insalvable obstáculo, decide adaptar una obra
de teatro de Robert Thomas: 8 mujeres.
La misma soberanía del género femenino vista en Las mujeres
navega a lo largo del filme del realizador francés. Marcel, el dueño
de la mansión, apenas es visto de espaldas y, aunque todos los personajes
se relacionan entre sí en función de sus lazos con él,
los espectadores sólo podrán contemplarlas a ellas. No sólo
se nota la huella de los melodramas y las comedias musicales por los aspectos
formales de la cinta (el vestuario, la dirección artística,
el maquillaje, la música) sino también por los colores. Cada
combinación de colores es característica de un personaje
y de la flor que lo representa en los créditos iniciales. También
es un reflejo de su personalidad, muy a la manera de los vestuarios de
Edith Head en Vértigo de Hitchcock. Como en el juego de mesa
Clue,
donde cada sospechoso representa un color, una pieza en el tablero, un
títere en función de la intriga, así, en este caso,
se podrán identificar en el vestuario y sus colores la actitud y
el carácter de la mujer que lo porta. Tanto artificio es más
que evidente desde el comienzo y a él le sigue una teatralidad donde
la abulia aristocrática se refleja sin pudor.
En la primera escena, Suzon, la hija mayor, entra en la casa con sus maletas.
Viene a pasar la Navidad después de una estancia en Inglaterra,
pues estudiar allá es muy chic. Su primer encuentro se da
con Mammy, la abuela inválida. Luego aparecen Gaby, la madre, y
Chanel, la cocinera. Todo es alegría, bienvenidas y saludos cordiales.
El equilibrio lo altera con sus suspicacias la tía Augustine, la
solterona. Sin embargo, eso no es nada fuera de lo normal. El elemento
del artificio se refuerza con la llegada del primer número musical
a cargo de Catherine, la hija menor: “Papa, t’es plus dans l’coup”. Así,
a lo largo de la cinta, cada una de las actrices interpretará en
su propia voz versiones renovadas de canciones populares en Francia durante
los años sesenta y setenta, muy al estilo de Moulin Rouge,
aunque sin caer en las saturaciones y en la violencia visual contra el
espectador que convirtieron a dicho filme de Luhrmann en un verdadero bodrio.
Poco después, una vez presentadas siete de las ocho mujeres, vendrá
la intriga policiaca con todos sus clichés: la criada que entra
en la recámara con la bandeja del desayuno y sale de ella anunciando
a gritos el homicidio, el auto descompuesto a propósito, el cable
del teléfono cortado y las sospechosas aisladas. No podrá
faltar el detective improvisado: Suzon. Por su reciente regreso, asume
este papel de forma natural. Pero no faltará quien la arrastre de
vuelta a la fila de las posibles culpables pues no es posible confiar en
nadie. En este aspecto, en el de la intriga, cobra gran importancia el
espacio cerrado. Igual al departamento de Pepa en Mujeres al borde de
un ataque de nervios, la mansión de Marcel se convertirá
en el escenario donde se ventilarán los vicios y las virtudes del
respetable señor de la casa. Y también —¿por qué
no?— los vicios y virtudes de sus ocho mujeres.
La presentación de todos estos elementos tan gastados es de una
sutileza paródica. 8 mujeres recuerda otras interpretaciones
del género. Desde las más serias y ambiciosas, como el Gosford
Park de Altman, hasta las más hilarantes, como el Crimen
por muerte de Robert Moore; y aún las fallidas, como la versión
cinematográfica del juego de mesa Clue, Los siete sospechosos.
El crimen, esa cara del “mal”, viene a perturbar el esquema afable y le
sienta aún mejor a Ozon en su obsesión por destruir convenciones
y cuestionar instituciones decadentes y todavía arraigadas en la
actualidad. Se introduce este supuesto mal, esta alteridad, dentro de un
mundo idílico, hermético, como ocurría en Sitcom
y, poco a poco, como en toda intriga del género, empiezan a caer
las caretas, a develarse los secretos que en el caso de 8 mujeres
rayarán, como ciertas novelas detectivescas, en lo absurdo. Vendrán
las contradicciones, las entradas y salidas de personajes, los chismes,
las agresiones, la gritería, los arañazos y quizás
hasta un beso prohibido entre dos grandes divas. Este desarrollo se verá
sustentado en las impresionantes interpretaciones de las ocho actrices
que transforman la caricatura en algo más profundo. Aún durante
sus números musicales, se esfuerzan por no representar al típico
personaje hueco de la intriga o al siguiente peón sobre el tablero
y, a pesar de la parodia, logran vestirse, además de con un vestuario
tan vistoso, con carne, con lágrimas, con sentimientos. Para comprobarlo,
sólo basta citar “Message personnel”, la canción en voz de
Isabelle Huppert —arropada dentro de Augustine, versión degradada
y cómica de Erika Kohut, La pianista de Haneke.
Imposible exigirle demasiado al brillo o al glamour de estas 8 mujeres.
Tampoco presentan planteamientos metafísicos ni mucho menos. Los
intelectualoides se verán defraudados. Aunque sí se halla,
debajo de las preciosistas apariencias, esa crítica contra lo establecido.
No por nada entre el delirante torrente de revelaciones absurdas se encuentran
temas tan espinosos como el alcoholismo, el adulterio, la avaricia, el
lesbianismo, el incesto, la maternidad en soltería, entre otros.
Sin embargo, la farsa se constituye en eficaz paliativo para el golpe que
podrían causar en ciertos espectadores tales temas. A pesar de lo
anterior, la acidez y el cinismo típicos de Ozon no dejan de estar
presentes. En fin, 8 mujeres es un divertimento fílmico sí,
pero no carente de atractivo.
Una pifia resulta, por otro lado, que una cinta como ésta —con un
insólito reparto multiestelar— permanezca enlatada y sin ninguna
distribución dentro de nuestro país, mientras otras cuya
única característica es la intrascendencia y el mercantilismo
tengan el privilegio de ser estrenadas mundialmente. No es de extrañarse.
Igual le sucedió durante dos años a Lynch con su Mulholland
Drive. Como acostumbra, después de esta rara distribución
en la que sólo se ha contemplado en Latinoamérica a Argentina,
Ozon acaba de hacer su más reciente entrega hace unos meses en el
festival de Cannes. La cinta se titula Swimming Pool (2003) y es
su primera incursión en el cine de habla inglesa, además
de incluir en los papeles principales a dos actrices con las que ha trabajado
anteriormente: Charlotte Rampling y Ludivine Sagnier. A ver si dicho crédito
corre más suerte en tierras mexicanas.
Publicado en Acequias
el otoño de 2003.
—8 mujeres (8 femmes,
2002). Dirigida por François Ozon. Producida por Olivier Delbosc
y Marc Missonnier. Protagonizada por Danielle Darrieux, Catherine Deneuve,
Isabelle Huppert, Emmanuelle Béart, Fanny Ardant, Virginie Ledoyen,
Ludivine Sagnier y Firmine Richard.
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