Sábado de peda

Miguel Báez Durán
        ¿Por qué chingados me pasó esto a mí? No lo entiendo. Y lo peor de esta madre es que no hay nadie a quién contárselo. Todo empezó como cualquier otro sábado de peda. Fue el fin que siguió a la semana santa. El Paco me llamó a eso de las cinco de la tarde y me saludó quihubo, ¿nos vamos de bacanal? Órale pues, vámonos a la verga, le contesté. Oquei, nomás que ahora te toca sacar el carro a ti, cabrón, yo anduve de chofer tres sábados seguidos. Bueno, güey, le voy a decir a mi papá que me lo preste, luego te llamo, me despedí antes de colgarle. ¡Glorioso sábado de peda!, pensé. Para pronto fui a pedirle a mi papá el carro. ¿A quién le dan pan que llore? Menos cuando el susodicho pan resulta ser pisto. Entonces el cabrón de mi papá me dijo que no. Esa noche iban a ir a la boda de la hija de sus compadres. ¡Ay, sí! ¡No mames! Mucha boda y mucho vestidito de blanco. Pero bien que esa vieja tenía fama de pirujona. En la prepa, todos los de un año más arriba se la habían fajado, manoseado y envergado. Para acabar pronto, mi jefe me dijo nones. Le llamé a Paco y ¡Puta madre!, chilló, ora, ¿cómo le vamos a hacer?, ¿quién queda?, el único es el Lucas y el pendejo ya me dijo que a lo mejor no tenía carro porque lo llevó al taller y no sabe si se lo entregan hoy o mañana, olvídalo, güey, nos quedamos sin salir y sin peda por tu culpa. No es mi culpa, chinga tu madre, y le colgué el teléfono bien encabronado. Ni modo, me resigné, me quedo aquí viendo alguna peliculilla en la tele, me vale que estos cabrones se hayan quedado sin salir. No era mi culpa. Yo lo había intentado. Yo había hecho lo mío. Fue mi papá el que dijo ni madres. A lo mejor porque ya presentía lo que me iba a pasar esa noche.
        Me tiré a aplastar güeva desde temprano. A eso de las nueve y media sonó el teléfono otra vez. Quihubo, era el Paco, al Lucas sí le arreglaron su nave, pasamos por ti en media hora. Oquei, le respondí entusiasmado, ya estás. Mis jefes andaban medio apuradones arreglándose para la boda de la Camilita. Le pedí permiso a mi papá para salir. Ve, mijo, no tomes mucho, no hagas tanto desmadre, no regreses tan tarde y cuídate. Me cambié de ropa y traté de no verme tan guarro. A las diez ya estaba listo junto a la puerta para salir en cuanto pitaran. Pero pasaron los minutos y ahí seguía. Ya empezaba a encabronarme otra vez. Mis papás se fueron a eso de las diez veinte a la boda y estos imbéciles todavía no llegaban por mí. Ya no se hizo, me dejaron aquí colgado y ni siquiera avisan, pensé. A las diez y media ya iba a llamarle al Paco. Apenas levanté el auricular cuando se escuchó la pitada. ¡Cuánto tiempo sin verte, compa!, me recibió Paco. El sábado anterior, por ser sábado de gloria y porque el Paco andaba en Mazatlán de vacaciones, no habíamos salido y entre semana no nos veíamos porque yo estudio en el Tec de Monterrey; el Paco, en la Ibero y el Jorge y el Lucas, en el Iscytac. ¿Qué pasó, cabrones?, ¿dónde andaban?, pregunté al subirme al carro del Lucas, un Espirit bien chingón. No te sulfures, Juanito, es que este pendejo por poco nos deja plantados, iba a irse con su noviecita a Pi Kyu, intervino Jorge. Esa vieja ya no es mi novia, contestó el Lucas en un tono lúgubre. No te agüites, maestro, habló el Paco, ahoritita vamos por unos cartones para que te olvides de tus penas.
        Paramos en un J.V. y, gracias a que el Lucas conocía al dueño, compramos nuestro par de cartoncitos clandestinos. Luego anduvimos dando el rol por ahí mientras hablábamos de puras pendejadas. ¿Se acuerdan de la Camila?, lancé la pregunta allá por la segunda cerveza. ¿La que estaba un año arriba de nosotros en la prepa? Sí, ésa mera, pues resulta que hoy se casa, es ahijada de mis jefes, ¿cómo la ven? Sí me acuerdo, dijo el Jorge, mi hermano me contó que se echó unos buenos fajes con ella, era bien puta. Sí, intervino el Paco, era retepirujota, le decían la tortilla porque le gustaba que la calentaran por los dos lados. El Jorge volvió a presumir a su carnal y chismeó que, cuando él anduvo con la Camila, había tratado de montársela. Ella se hizo la santa y no se dejó. ¿Y tú de seguro le creíste?, preguntó Paco. Imagínense, me retorcí, darle por detrás a una vieja, ¡qué cochinada!, a lo mejor se siente rico, pero eso mismo hacen los putos y, además, se te llena de cagada la verga. No seas güey, te pones gorrito y ya, habló Paco. ¿Y tú cómo sabes que es lo mismo, Juanito?, ¿ya probaste con un puto?, intervino Jorge. Ay, sí, cabrona, y luego me reí. Ya cállense, no sean maricones, gritó Lucas. En todo ese rato, no había dicho ni pío.
        Después de andar de rol, Lucas nos llevó a Pi Kyu. Yo ya andaba por la sexta y, de haber sabido la cruda realidad —tanto la emocional, unas horas más tarde; como la estomacal, al otro día—, ahí le hubiera parado. Uy, oí decir al Jorge mientras nos acercábamos al jodido coliseo romano, quiere ver a su noviecita. Paco, Jorge y yo nos bajamos a ver qué tan buenas estaban las viejas esa noche. Lucas buscaba por todos lados a la Margarita, su ex. No pensábamos quedarnos pues no nos alcanzaba para entrar. Al Lucas le fue fácil encontrar a la Márgara. Ella estaba esperando a unas amigas afuera del pinche antro. Alcancé a escuchar partes de la conversación: quiero verte mañana; no, Lucas, ya te dije que no me dejan salir contigo y a mí ya no me gusta andar a escondidas; pero es que necesito verte; no, Lucas, mejor nada más como amigos. Ella, escudándose, se metió entre la bola de amigas, que por fin había llegado y reclamaba su presencia. Se largó sin decirle adiós al Lucas. Hasta me dio lástima. ¡Tan clavado que había estado con su chava! ¡Qué cabrona!, pensé, después de que le ayudó a terminar el último año de prepa y después de que se la pasó horas explicándole cálculo a esa pendeja, y ora así le pagaba. Vámonos, que la perra no coge, se quejó mientras se nos acercaba. El Jorge y el Paco ya ni protestaron. Cuando Lucas se encabrona es mejor seguirle la corriente.
        Anduvimos dando vueltas por la Central y por el Paseo un buen rato hasta que el Lucas se desvió. Oye, ¿pues a dónde vamos, Lucas? Yo sé a dónde va, anunció el Jorge, va a la casa de Margarita a recordar viejos tiempos. ¿A qué vamos si ella está en Pi Kyu?, pregunté. Nomás quiero pasar por ahí para mentarles la madre a los papás de esa pinche mojigata, contestó el Lucas apachurrado y, al mismo tiempo, en broma. La Márgara vive en el Campestre La Rosita en una casototota de lujo porque sus papás son caga-lana. Lucas detuvo el carro enfrente de la casa de esta vieja. El Jorge y el Paco empezaron a chingar. Ya todos, menos el Lucas, por andar de chofer, íbamos como en la octava cerveza. Medio en serio, el Jorge levantó los pies y exclamó ¡no mames!, aquí atrás hay muchas botellas vacías, ya no quepo. Vamos a aventárselas a los papis —el “papis” del Paco le salió igualito al del Pirruris, allá cuando salía en la tele—  de la Márgara. Tal vez el Lucas ya venía casi dormido porque ni cuenta se dio cuando estos güeyes se bajaron con dos botellas en cada mano. Reaccionó demasiado tarde, ¿qué hacen, cabrones?, estaba cotorreando, no mamen, no chinguen, súbanse. Esos dos pendejos sí regresaron, pero por más botellas para lanzarlas contra la casona de la Margarita. Nunca había visto al Lucas tan encabronado, aunque más tarde sabría que me equivocaba. Se bajó del carro en un dos por tres, echando fuego por los ojos, como si no hubiera tomado una sola gota de alcohol, y le propinó un putazo a cada uno. Órale, cabrón, ¿por qué me pegas?, se quejó el Jorge. Varias luces se encendieron dentro de la casona y una sombra surgió de la puerta de entrada. Parecía ser el jefe de esta vieja. No fuimos tan pendejos como para quedarnos a averiguar. Súbanse, güeyes, gritó el Lucas antes de encender la nave y empujar el acelerador hasta el fondo.
        Vámonos al Cacharas, a ver si así se le baja el encabronamiento a Lucas, dijeron aquellos dos desde el asiento de atrás mientras se sobaban la cholla. Oquei, vamos para allá. En menos de quince minutos ya estábamos, en esa esquina de Allende y Leona Vicario, en espera de nuestros alcoholes. El jalado del Paco, cuando tuvo su vasote de vampiro de un litro, lo mezcló con la cerveza. Así sabe más chido, se justificó, oigan, ¿por qué no vamos a buscar unas pajarracas? No mames, cabrón, respondió Lucas, no quiero que me roben el carro. Vamos, no seas collón, habló el Jorge. Oquei, nomás un ratito. Ya me había terminado mi vaso de un litrote cuando el carro de Lucas se paró frente a una esquina, no supe cuál, habitada por dos damas de la noche. El Jorge y el Paco empezaron a mamar. Bajaron el vidrio y desde el asiento trasero las llamaron. Ey, ey, amiga. Una de ellas se acercó sin decir nada. Oye, quihubo, ¿cuánto? Lárguense, pendejitos, les ordenó. Ándale, amiga, dinos cuánto. Ella vio que nomás nos la estábamos cotorreando y llamó a la otra. La veo acercarse y me doy cuenta de que la otra era otro. Pues el cabrón éste se lanzó sobre el carro, se quitó un zapato y empezó a darle de taconazos al parabrisas. Písale, Lucas, písale antes de que este pinche puto te rompa el vidrio. El Lucas, súper culeado, le dio al acelerador y el putote, al arrancar, se cayó derrapando las nalgas contra el pavimento. Por poquito y nos ensartábamos contra un poste huyendo del joto éste. Se quedó por allá con su grito destemplado. ¡Y si siguen con su jueguito llamamos a la patrulla!
        Acababa de chuparme la novena chela de la noche cuando llegamos, casi sin aliento, a la cima del Cerro de las Noas. ¡Cómo son cabrones!, me quejé, ¿a quién se le ocurre venir aquí a las dos y media de la madrugada?, ¿qué tal si nos asaltan o nos roban el carro? Ay, sí, la nena tiene miedo, se burló el Jorge. A lo mejor se nos aparece el chupacabras, intervino Paco, no, mejor no, aquí tenemos puros chupacheves. No, se rió Jorge y me apuntó con el dedo índice, aquí tenemos a la nena chupapitos, no seas puto, Juancho, no nos va a pasar nada, nomás venimos a admirar nuestra comarquita desde acá. Cállate, cabrón, le contesté, y no me digas puto. No te hagas, bien que te gustó el güey de los tacones, se carcajeó el Paco. A los putos deberían de exterminarlos para que no quedara ninguno sobre la faz del planeta, en especial a ése que se hacía pasar por mujer. Yo ya ni oí bien a bien lo que decía el Lucas porque me quedé apendejado viendo Torreón de madrugada, allá arriba, bajo los ojos muertos del Cristote de las Noas. No mames, dije, ¡qué chingón se ve! Al rato, después de echarnos una meada de urgencia a medio camino, escuché una voz a nuestras espaldas. Órale, pinchis cholos, cáiganse con la lanuca. La cabeza se me bajó hasta los güevos y luego hasta los pies y yo no fui el único porque los demás también se pusieron pálidos. Lucas reaccionó. A esas alturas todo le valía madres, menos su precioso carro —aunque ni siquiera era suyo, sino de sus jefes. Súbanse, cabrones, antes de que nos chinguen. Apenitas alcancé a meter la pata cuando el Lucas dio el arrancón y aún se me salían las tripas por la boca cuando el Paco dijo eso estuvo chingonsísimo.
        Fuimos a dar un último rol por el Paseo para calmarnos. No había mucha actividad. Todos andábamos por la onceava, menos el Lucas. Nomás se había tomado cuatro o cinco porque él era el que iba manejando. Ya es muy tarde, güeyes, tengo que llegar a mi casa, decía el Paco. Se me cerraron los ojos y, cuando los abrí, el Lucas se había desviado hacia la Estrella, el rumbo del Paco y del Jorge. Oye, ¿no me vas a llevar a mí primero?, mi casa está más cerca que las de estos pendejos. No mames, ya voy para allá y ahora te aguantas. Primero dejamos al Jorge y después al Paco en sus respectivos cantones, allá en la Estrella. El Paco entró al suyo tambaleándose y gritando pendejadas. ¡Ahí nos vemos el próximo sábado de peda, hijos de su rejija! Quién sabe por dónde andábamos, de seguro no muy lejos de la casa del Paco, cuando Lucas se detuvo. ¿Y ora por qué nos paramos?, pregunté. ¿Quihubo?, quedan dos chelas, ¿nos las echamos? No, güey, yo ya no, ya me eché como once, aparte de la bebidita del Cacharas. Ándale, no seas mamón, nomás quedan dos. No, güey, mejor ya llévame a mi casa. El Lucas me tiró a lucas porque hizo como que no me escuchaba. Detuvo el motor y se guardó las llaves del carro en la bolsa del pantalón. Ándale, échate una por mí, volvió a insistir. Me miraba fijamente a los ojos. No, güey, ya te dije que no, no estés chingando y llévame a mi casa, ya es muy tarde y si mis jefes regresaron de la boda de la Camila me van a regañar. Una más no te va a hacer daño. Bueno, está bien, nomás para que no estés chingando. Me la tomé rapidito porque ya pasaban de las tres y media y mis papás me iban a matar. Bueno, ora sí, ya no chingues y llévame a mi casa. El Lucas volteó a verme, otra vez, a los ojos. Los suyos le brillaban raro y entonces me dio un chingo de miedo. Ya me imaginaba lo que iba a pasar. Oye, Juanito, ¿no te han dicho que estás bien bueno? Yo me reí y le seguí la corriente, ay, sí, cabrona, muchas veces. Entonces el Lucas me puso su mano sobre la pierna y me la acarició. No, Juanito, de veras, estás bien buenote. No estés jugando, cabrón, y llévame a mi casa. Pues este desgraciado puto no se tardó ni un segundo en meterme su cochina manota entre las piernas y empezar a sobarme los güevos y el pito. Ora, ¿qué haces?, estas mañas no te las conocía, ¿no que mucho amor por la Márgara? Sin pararle a la agitación del aparato confesó soy bicicleta, Juanito, aquí entre nos, y de la Márgara no te preocupes, no es celosa y nomás la quiero para el despiste, tú cállate y disfruta. Ya estuvo suave, cabrón, deja ahí o te entro a putazos, le grité. No te hagas güey, Juanito, bien que te gusta, a todos nos gusta, déjame mamártela, me propuso el Lucas con una orgásmica cara. Además, agregó, de aquí no sale, te lo juro. Entonces lo agarré de la muñeca para retirarle la mano antes de que me pegara su putez. El muy cabrón era mucho más fuerte. Me di cuenta demasiado tarde. No podía contra él y él no dejaba de restregarme la verga. Ora sí te entro a putazos, jodido maricón. Y le entré, le di con todo. Pero este güey no se quejó ni se inmutó ni dejó de sobármela. Era de hierro el muy hijo de su chingada madre. No te resistas, Juanito, no te hagas pendejo, yo sé que te gusta, a todos nos gusta, y te va a gustar más cuando te la chupe. No sé por qué en ese preciso momento me acordé del Jorge apuntándome con el dedo y llamándome chupapitos en lo alto del Cerro de las Noas. ¡Pinche Jorge! ¡Debiste apuntarle a este cabrón y no a mí! Entonces supe lo que sienten las viejas cuando les meten la mano en la entrepierna. Chingada madre, pensé, si no hubiera tomado tanto, me podría defender mejor de este maricón. No sé de dónde saqué fuerzas. Tal vez del asco. Pero le di otro putazo, ora en la nariz, al Lucas. Ése sí debió dolerle porque quitó la manota. Le empezó a chorrear rojo por la nariz, se limpió con la lengua y, súper encabronado, rugió ahora sí vas a saber lo que es bueno, Juanito, te voy a enchorizar hasta sacarte sangre por el culo. Se me vino encima. Me rompió la camisa. Me jaló los pantalones. Me empezó a restregar las manos por todos lados, por todo el cuerpo. Los güevos. Las axilas. La boca. La verga. Las nalgas. No hubo lugar que este pinche cabrón no tocara ni recorriera con los dedos. Quería matarlo por embarrarme sus putas manos. ¡Con razón me había dejado hasta al último! Lo tenía planeado desde el principio. Cuando sentí su vergota erguida contra mi pierna no aguanté más. Apreté una de las botellas ocultas entre los tapetes del carro y se la estrellé en la frente. Cabrón, chilló y se me quitó de encima para sobarse la cholla. Yo me salí corriendo. Él se arrancó detrás de mí. A lo mejor para matarme o a lo mejor para seguir tratando de cogerme a la fuerza. Me escondí entre los matorrales de una casa. Hasta el efecto de los alcoholes se me había pasado con el susto. Por poquito y ese cabrón del Lucas me cogía. ¿Quién lo viera? Con novia y todo, tan mamado y todo, pero hiperputote. Nunca me lo hubiera imaginado. ¡Y hasta me dio lástima cuando la Márgara lo dejó, afuera de Pi Kyu, hablando solo!
        Llegué a mi casa como a las cinco. Mi jefe ya me esperaba, encabronadísimo, para recibirme con un buen puñado de preguntas. ¿Qué horas son éstas de llegar?, ¿dónde andabas?, ¿por qué no avisaste si te ibas a tardar?, ¿quién te crees?, ¿por qué traes así la camisa?, nos tienes a tu madre y a mí muy preocupados. Quería contestar y gritarle ¡es tu culpa, cabrón, nada de esto habría pasado si me hubieras prestado el carro! Mejor murmuré perdóname, es que se nos ponchó una llanta y nos tardamos mucho en poner la otra, y además me peleé con un tipo por una chava, por eso traigo la camisa así. El próximo sábado, para que aprendas a no tenernos así, no sales, ¿me oíste? Y así quedó con mi jefe. Paco me habló por teléfono el siguiente sábado. Le dije que me habían castigado por llegar tarde. Ya pasó otra semana. Otra vez es sábado. No me han hablado ni el Paco ni el Jorge. Estoy esperando a que me llamen por teléfono. De seguro van a hacerlo para tener otro gran sábado de peda. Yo, en cambio, tengo miedo. No quiero ver al Lucas. Y, si salimos toda la raza, él va a venir con nosotros. Ya ni supe qué le pasó en la cabeza con el botellazo. Espero que se haya muerto. De seguro no se murió ni le pasó nada grave, porque ahora estaría en el bote. Sigo esperando. Pronto sonará el pinche teléfono. ¿Y si el cabrón del Lucas les dijo algo? ¿Y si les anda diciendo que yo soy el puto y no él? Jodido Lucas. Por su culpa estoy así. Sentí bien raro cuando me restregó sus manotas. Nunca había sentido algo así. ¿Qué chingados me estará pasando? ¿Me estaré volviendo puto como él? Y lo peor de esta madre es que no se lo puedo contar a nadie porque van a creer que también yo soy maricón, como Lucas. Sigo esperando. El Paco no me llama. Sé que va a hacerlo. Pero tengo miedo de contestarle porque no quiero volver a ver a Lucas nunca más. No me quedaron ganas de tener otro sabadito de peda. ¡No mames! ¿Por qué chingados me tenía que pasar esto a mí?
 
Publicado en La tolvanera el 26 de agosto de 1996.
Publicado en el libro de cuentos Enseñanza superior.


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