Capitulo 4
- ¿Que es ser feliz? -
le pregunté a Marta
- ¿Que cosa?- indagó ella
- La felicidad. Para vos. . . ¿Que es?-
Miró por la ventanilla del colectivo. Luego de algunos
segundos volteó la cabeza, alineó sus ojos con los míos
y, con voz dulce, susurró
- Estar con vos -
- No, no digo eso - me corregí -... aparte de eso, como
serias feliz el resto de tu vida. Que te gustaría ser. . .
Defraudada por mi aclaración, desvió su interés
a los peatones de la Avenida Rivadavia
- No se, recibirme, casarme, que se yo. . .
El colectivo siguió su ruta. Me recriminé mentalmente
por el poco cuidado en la elección del tema y traté de
distraer la incipiente pelea con algún otro menos conflictivo; por
ejemplo, como se sentía ella a punto de terminar el secundario.
Este tópico la tenía bastante movilizada. El termino
movilizar y sus desinencias, lo habíamos descubierto con Alejandro
en una revista "para mujeres" e incorporado a nuestro acervo
lingüístico. Valga la aclaración, que era mucho lo que
nos divertía usar términos femeninos al explicar o narrar
asuntos sentimentales. Cuando invocaba el tema fin del secundario, aparecían
una cantidad de nombres de compañeras de colegio que me costaba
esfuerzos retener. Al parecer, a las chicas lo que mas las reconfortaba
era que uno pudiera aprenderse de memoria toda la historia amorosa, los
gustos, los dramas familiares y el nombre de los novios de media docena de
amigas intimas, a las cuales en mi vida había visto.
Desde principios de noviembre Buenos Aires suele convertirse en una
gigantesca olla, donde los transeúntes son cocidos al vapor. Nunca
nadie pudo explicarme en forma convincente por que don Pedro de Mendoza
escogió estos lares para su asentamiento. ¿No hubiera sido
mejor, acaso, la costa atlántica?. Mientras esto pensaba y Marta
seguía con su catarata verbal descriptiva de los pormenores de sus
amigas llegamos a nuestro destino, Primera Junta.
Caminamos bajo el sol del mediodía porteño, mientras
por sobre el ruido del transito se escuchaban los cánticos de los
estudiantes que festejaban anticipadamente el fin del año escolar.
Acompañe a Marta hasta la casa y volví a la avenida a tomar
un colectivo hasta mi casa. Mientras esperaba, miré los grupos de jóvenes
que aullaban su alegría. Lo que menos sentía era contagio de
esa euforia. En mi caso, que se aproximara diciembre, significaba que tenía
que sortear toda la tortura de los exámenes, que nada garantizaba
fuera a aprobar. Me quedaba como consuelo saber que en enero iba a poder
nadar en doble turno, a la mañana y a la tarde. Esto, desde el
punto de vista técnico, era muy importante.
Ese mediodía llegue a casa un poco tarde. Habían
demorado el almuerzo por esperarme. Me disculpé y empezamos.
Myriam, que terminaba la escuela primaria, acaparaba últimamente
los almuerzos y cenas con sus comentarios acerca de los planes de las
compañeras para el inminente secundario. Sorprendido, descubrí
que el núcleo de su monologo era llamativamente similar al de
Marta. Evidentemente, era ese un problema femenino congénito.
Estábamos discutiendo acerca de la falta de criterio de mi
madre de incluir sopa en el menú de un día caluroso, cuando
sonó el teléfono. Como estaba sentado cerca de la puerta de
la cocina, fui el perdedor al cual le tocaba responder.
Levanté el tubo y una voz de una mujer de edad preguntó.
- ¿Familia Corsi?-
- ¿Si. . . ?-
- Buenas tardes. Soy la mamá de Miguel Lucero. ¿Está
ahí el?-
- No, no esta. ¿Quiere que la llame a Mariel?-
- No. . . . preguntale si sabe donde puede estar. Decile que ayer lo
llamaron del trabajo para que vaya a cobrar y no volvió. -
- A ver. Espere que mejor la llamo. -
Apoyé el tubo y grité
- ¡Mariel! Teléfono. -
Cuando acudió le dije
- La vieja de Miguel Lucero. Quiere saber donde anda. -
No dijo nada y levantó el tubo. Me senté a la mesa,
donde la discusión había girado hacia el porque no compraban
gaseosas, si en todas las demás casas lo hacían.
Volvió Mariel a la mesa. Nadie se dio cuenta, pero había
empalidecido. Retomó la comida taciturna. Estaba sentada frente a
mi y pude mirarla con detenimiento. El ligero temblor de sus manos se
magnificaba en el extremo de los cubiertos. Nos miramos un instante
fijamente y pensé que iba a decir algo. Sin embargo, volvió
la mirada al plato y durante el resto del almuerzo apenas habló.
Terminamos de comer y me acosté a dormir una reparadora
siesta. Cuando me levanté, dos horas mas tarde, Marielina ya se había
ido al trabajo. Preparé el bolso y me senté a estudiar un
rato, menos por interés genuino que por ganarme ante mis padres el
derecho de ir a la pileta. Esa noche después de entrenar, acepté
una invitación de Alejandro para cenar en su casa. La madre de el,
a diferencia de la de Marta, no se asombraba por nuestro apetito. No solo
no se asombraba, sino que insistía en otro plato, y otro, y otro más.
. .
Eran tres hermanos: Alejandro el mayor , luego una hermana y
finalmente otro varón. Esa noche Estela, la hermana, había
ido a un retiro espiritual, de modo que una cama estaba disponible. Mi
amigo insistió en que me quedara a dormir, cosa que me gustaba ya
que podíamos hablar a gusto sobre nuestros temas favoritos: natación
y últimamente, chicas. Llamé a casa para avisar que me
quedaba a dormir ahí. Atendió mi padre.
- Hola, ¿pa?-
- ¿Si? ¿Donde andas?-
- Acá en lo de Alejandro. Me voy a quedar a dormir, así
que pongan el pasador a la puerta. -
No era una situación novedosa y nunca habían puesto
ningún reparo, de modo que la respuesta de papá me sorprendió.
- ¡Vos también! Marielina, vos. . . ¿Se puede saber
que tiene esta casa que vos y tu hermana no quieren dormir acá?-
- Pero viejo. . . - balbuceé
- Bueno, quedate. Pero mañana al mediodía estas acá.
¿Oíste?-
- Ta bien. . . chau-
Miré a Alejandro, que algo había escuchado y me consoló.
- No le hagas caso. Seguro que se peleó con tu hermana. -
Me deje convencer de la inutilidad de amargarme por una pelea ajena
y, mientras preparábamos el cuarto para dormir, surgió el
tema de mi segura federación. Era ya un hecho que dado mis
adelantos podía representar al club como federado. La frialdad de
los cronómetros, que durante muchos meses se negaron a estar de mi
lado, finalmente atestiguaban mi progreso .
Alejandro apago la luz. Quedamos un rato en silencio. Cuando
empezaba a dormirme, me dijo.
- ¿Viste? tanto tiempo diciendo cuando iba a ser el día
en que te federaras, y ya está. -
- Claro - respondí - lo decís vos porque hace un año
que te federaste. Pero a mi me costó bastante. -
- Que increíble - siguió diciendo el, usando su
muletilla característica - Vos te federas a los 19. -
- ¿Y. . . ?-
- No, digo. . . que a la edad en que vos te federas, la mayoría
de los nadadores argentinos hace tiempo que dejaron de nadar. -
- Por eso estamos como estamos. . . -
- Cierto. . . bueno chau -
- Chau - respondí . Gire buscando una mejor posición
en esa cama amigable pero, en definitiva extraña. Antes de
sumergirme en la inconsciencia se me ocurrió que Marielina también
estaría durmiendo en otra cama extraña. ¿Que habría
querido decir papá?.
Al día siguiente, después de desayunar a media mañana,
fui para casa deseando que ya hubiera pasado lo peor de la pelea. Me abrió
la puerta mamá, la cual, como siempre ocurría a esa hora,
sufría una mini crisis nerviosa.
Subía y bajaba las escaleras controlando en planta alta el
funcionamiento del lavarropas, la limpieza de la terraza siempre poluta a
causa de las necesidades básicas de "Pirata", nuestra
perra de raza incógnita, y el tendido de las camas. En la incursión
por la planta baja vigilaba que lo que estuviera en el horno no se
calcinase, el barrido de la alfombra del comedor y la atención de
algún llamado telefónico.
Mientras me abría la puerta y volvía presurosa a la
vorágine domestica, me disparó sin solución de
continuidad:
- Poné la mesa mientras yo voy a ver como esta la maquina. Tu
padre esta fulo con tu hermana. Platos para cinco poné. Se fue a
una pensión. Hay sopa, así que pone plato hondo y cuchara. ¡Pirata!¡Vaya
afuera!-
La perra que, curiosa, había asomado la cabeza para ver quien
era el recién llegado, adivinó que no era una mañana
de perros; o quizás si, por eso obedeció velozmente y
desapareció por la curva de la escalera.
Mamá subió lo más rápido que le permitía
su renguera. Donde veía pelos del can en la alfombra, se agachaba,
los recogía y se quejaba.
- Esta perra. . . No se porque no la rapamos con el calor que hace.
-
Terminé de poner la mesa y me fui al cuarto a pasar
desapercibido hasta la hora de comer. Cerré la puerta y empece a
repasar algunos ejercicios de física, una materia que consideraba
de las menos áridas de las que estaba cursando. Me entretuve un
rato con la tarea hasta que sentí el timbre. Fui a abrir la puerta
y era papá.
Me saludó con cara seria y fue derecho al teléfono a
hacer algunos llamados de trabajo. Luego de algunos minutos apareció
en mi cuarto y me preguntó
- ¿Ya te dijo mamá lo de Mariel?
- Si. . . más o menos -
- Bueno. Tu hermana se fue a vivir a una pensión. Dice que ya
es una mujer, que tiene 22 años. -
- Ah. . . - fue cuanto atiné a comentar
- . . . Va a mantenerse sola con el trabajo. Y va a seguir
estudiando. -
Yo escuchaba con atención. Realmente era una situación
inédita. Ni mis padres ni yo conocíamos a alguien que
hubiera hecho algo así.
Papá tenía una mano en el picaporte de la puerta y la
otra en el marco. Me miró fijo a los ojos y finalizó el
discurso lapidariamente:
- Que imbécil -
Cerró la puerta despacio con un rictus en la cara, mezcla de
indignación y tristeza. Desde lo mas profundo de mi consternación,
sentí que prefería una pelea de esas memorables . Que idiota
mi hermana. ¿Por que había hecho semejante estupidez?
A la hora del almuerzo mis hermanos menores, que ya habían
regresado del colegio, preguntaron por Marielina. La respuesta fue que
dormiría algunos días fuera de casa porque estaba preparando
unas materias con algunos compañeros. Pero tal vez vendría
algunos días a comer.
Esa noche en el entrenamiento nadé muy desconcentrado. Me
costaba prestar atención a las sutilezas técnicas. Codo en
alto, rolido del cuerpo, vueltas veloces, todo parecía
relativizarse y subordinarse a otra escala de valores. Esto si que era un
disgusto grande para los viejos. Si ella supiera como estaban papá
y mamá volvería. Federarse estaba bien, pero gustoso esperaría
otro año a cambio de que viviera en casa de nuevo.
Volvíamos en el colectivo y Alejandro me preguntó que
pasaba.
- . . . Mariel se fue a vivir a una pensión -
- Ah. . . ¿Por eso la bronca de tu viejo ayer?-
- Si. . . ¿Sabes como están?. También ella. . . -
- No seas gil. Ya va a volver. -
- Como se ve que no es tu hermana. Además no conoces a mis
viejos.
- Claro que los conozco. . . . y ojalá que mi hermana también
se vaya. Esta cada día mas rayada. -
- No, en serio te digo. Me siento remal -
- Bueno, ya se te va a pasar. Después de todo ¿que tiene
de malo que viva sola?. . . Es grande ¿No?-
Me quedé pensando. Cierto. ¿por que tanto alboroto?.
Después de todo tenía 22 años . Algunas compañeras
de ella del secundario ya estaban casadas y con hijos, y nadie se había
muerto por eso.
Al día siguiente, a la salida de la facultad, pase por lo de
Marta y lo primero que le conté fue la ida de mi hermana a la pensión.
No le pareció tan grave el suceso y lanzó una hipótesis:
¿no seria que se fue a vivir con el novio?
Abrí la boca para rechazar de plano la posibilidad, pero no
pude articular ningún sonido. Busqué una razón para
refutar la sugerencia. Me pasé la mano por la frente y arranqué
con un tímido no. A medida que conseguía darle forma a la
defensa, me fui tranquilizando. La posibilidad de que ella fuera a vivir
con el novio no existía simplemente porque no estaba de novia con
nadie. El ultimo pretendiente conocido hacia más de un año
que no aparecía por casa . Miguel Lucero era solamente un compañero
de la facultad. Por lo tanto, era verdad que se había ido a una
pensión. Además, y esto me lo reservé, mi hermana
podría tener un carácter peculiar pero nunca haría
una cosa así.
Me fui de la casa de Marta disgustado conmigo mismo. ¿Porque no
considere esa posibilidad?. Además, si bien Marta había
aceptado mis razones, yo no estaba tan seguro de la verdad de mis
argumentos. Empece a sospechar que gran parte de la amargura de mis padres
se debía a que posiblemente ellos se adelantaban a los eventuales
comentarios de los conocidos. Que la hija de los Corsi viviera con el
novio era algo impensable. Sin embargo no encajaba el pequeño
detalle de la ausencia de novio. Quizás había algo reservado
entre mi hermana y mis padres que a mi no me habían dicho.
Llegue a casa cuando ya estaba oscureciendo y las luces de la
Avenida Juan B. Justo empezaban a encenderse. La pizzeria de enfrente de
casa aprovechaba la temperatura y servia cerveza en las mesas de la
vereda. Toque timbre y apoye la espalda en la puerta, mientras miraba los
parroquianos que desde el otro lado de la calle disfrutaban enormes
chopps. Se abrió la puerta y me quede gratamente sorprendido.
Marielina me recibía con una sonrisa. No habían pasado mas
de 48 horas desde la ultima vez que la había visto y sentía
como si hubiera transcurrido mucho más tiempo.
En una mezcla de saludo y pregunta dije
- ¿Que haces?-
- Vine a buscar algunas cosas y después de comer papá
me lleva a la pensión. -
- Ah, que bueno. -
En tanto Marielina iba a su cuarto a preparar las cosas que tenía
que llevar, fui a la cocina a ver como estaba el ambiente. Mientras
ayudaba a mama a preparar unos sandwichs le pregunte
- ¿Y papá?-
- Fue a la estación de servicio a hablar por teléfono.
Se viene a quedar sin tono justo ahora que es cuando mas llama la gente. -
Cuando ya estaba la mesa lista, papá volvió con
gaseosas , cerveza y alguna que otra cosa que denotaba cierta alegría
por la presencia de la hija.
Mientras la cena se desarrollaba en un clima afable, sin tocar el
tema pensión, fui eliminando la posibilidad propuesta por Marta.
Recién sobre el final hubo un momento de tensión cuando
alguien pregunto cuanto tiempo Marielina seguiría viviendo ahí.
Mamá soluciono la situación diciendo que ya era hora que
papa la llevase. Se despidió diciendo que durante el fin de semana
no podría venir. Pensaba aprovechar para estudiar.
Fui a mi cuarto . Mi hermano Mariano, a pesar de lo avanzado de la
hora, hacia disputar carreras a sus autitos en la cama. Me acosté y
le dije
- Enano, apagá la luz que tengo sueño. -
Un onomatopéyico rugir de motores fue la respuesta.
Esforzándome en el rol de hermano comprensivo le permití
jugar un poco más. Luego de una paciente espera, al ver que la cosa
iba para largo, apague la luz . En medio de la oscuridad le escuche
rezongar que Mariel siempre lo dejaba jugar . Era cierto, ella le tenía
mas paciencia que yo. También era cierto que únicamente con
el no peleaba, porque con el resto de la familia siempre algún roce
existía. Pensé que quizás fuera bueno para todos que
viviera un tiempo en la pensión.
Al día siguiente, cuando volví de la facultad, mamá
estaba hablando por teléfono con una prima. Le contaba que estaban
disgustados por lo de Mariel.
- . . . siempre fue así ella. Yo creo que va a estar ahí
hasta que nos vayamos a Mar de Ajó y después viene para acá.
Esta fumando mucho, esta muy nerviosa; y no le vayas a decir nada porque
vieras como se pone. . . -
Del otro lado del aparato sugirieron una pausa . Mamá asintió
- Bueno, bueno. Yo también tengo que cocinar. Después
te llamo. Chau.
Cortó y me dijo.
- Lo arreglaron, pero me parece que esta ligado. Argentina potencia.
-
Levante el auricular para llamar a Marta. Quería contarle que
mi hermana estaba realmente en una pensión.
En vez del tono normal, algo extraño se percibía. No
era que estuviera ligado, en un nivel apenas audible se escuchaba una
radio. Mamá tenía razón; en este país las
cosas las arreglan siempre por la mitad.
Disqué el numero correspondiente. Me atendió la madre
y me dijo que hasta la noche no volvía porque había ido a la
casa de la abuela. Colgué y postergué mi ansiedad para más
tarde.
Ese fin de semana lo distribuí entre una salida con Marta,
donde pude contarle acerca de la situación de Mariel, un asado en
el club con mi familia y la tarde del domingo con Alejandro.
Cuando me desperté ese lunes, tenía toda la ansiedad
por cumplimentar lo antes posible los formularios de la Federación
de Natación de Buenos Aires. Sentía que pasar a formar parte
del grupo de federados me elevaba de categoría, no solo en lo
deportivo, sino también en la valorización como persona.
Fijarse un objetivo, trabajar duro para eso y, fundamentalmente,
alcanzarlo era algo que se aproximaba bastante a mi definición de
la felicidad. Pero la felicidad difícilmente es completa. Por
ejemplo, cuando me ponía a preparar un examen, las horas de estudio
no eran coronadas con un éxito académico, sino por rotundos
aplazos la mayoría de las veces.
Por eso, ver la tan ansiada federación al alcance de la mano,
era para mi como conseguir el certificado de la dicha perdurable; al menos
en natación.
Pasaron el lunes y el martes y recién el miércoles me
acordé de lo mal que me había puesto cuando Mariel se marchó.
Si bien ella no venia a casa desde esa cena, papá todos los
mediodías al venir del centro pasaba por el negocio donde ella
trabajaba y se mantenía en contacto. Ese miércoles el llegó
a almorzar un poco mas tarde porque había hablado con Mariel.
Aparentemente estaba dispuesta a volver. Se habían aclarado algunos
puntos conflictivos y en principio no existían motivos para que
siguiera en la pensión.
- ¿Viene hoy?- preguntó mamá
- No, tiene pago hasta el viernes. Yo paso por ahí para
buscar las cosas y la traigo a la noche -
Al día siguiente, jueves, al finalizar la practica el
entrenador me entrego los papeles que debía llenar y llevar a la
Federación
- Te confieso - me dijo - que no creía que fueras a mejorar
tanto, sobre todo porque empezaste tarde a nadar. Te felicito. -
- Gracias. -
- Y acordate que el domingo tenemos el torneo interno en el club
nuestro. Ahora que empieza el verano vamos a usar la pileta todo el tiempo
que haga falta. -
El viernes a la tarde no fui a entrenar para llevar la documentación
a las oficinas de la Federación en la calle Lavalle al 1500. El
empleado pegó mi foto en el carnet con una pulcritud delatora de
ser ese acto lo único trascendente en su día. Con el mismo
esmero y parsimonia, asentó en un pesado registro mis datos. Me
acodé en el escritorio y entretuve la espera contemplando los
banderines y trofeos que intentaban justificar la permanencia de los
dirigentes en sus puestos.
- Firmá acá. -
Salí de mi aburrimiento. A partir de ese momento era
federado.
Caminé lentamente por Callao hacia Rivadavia para tomar el
subte. Estaba contento y quería disfrutarlo conmigo mismo primero,
antes de compartirlo con alguien mas. Dirigí mi atención a
los ruidos del transito, a la gente, a las vidrieras. Tanto tiempo había
anhelado ese momento que quería recordar todo lo relacionado con
ese hecho.
Fui a la casa de Marta para contarle el trascendente evento. La
charla de dos minutos se convirtió en una invitación a
cenar, con la posterior sobremesa y audición de discos. Como
resultado de esa hospitalidad, llegue a casa pasada la medianoche.
Fui a la cocina y encontré un cartelito con letra de mamá
diciéndome que había comida para recalentar en el horno.
Mientras guardaba los platos que no iba a usar, descubrí una
colilla de cigarrillo dentro de un vaso. Esto indicaba que Mariel había
vuelto. Fui a la pieza de las chicas y, entre las sombras, adiviné
su presencia.
El sábado me levanté temprano, justo para desayunar e
intercambiar unas pocas palabras con ella. Antes de que saliera para el
trabajo alcance a decirle, orgulloso, que me había federado. Me miró
con cierta intriga, como si fuera la primera vez que escuchara esa
palabra. Resignado, y con algo de mártir, empece a creer que nadie
en mi familia valoraba mis esfuerzos. Estaba especulando acerca del porque
de tamaña ignorancia, cuando se acerco mamá y me preguntó
- ¿Vos vas a venir a la comunión de mañana?-
- ¿De quien. . . ?
- De la hija del amigo de papá. . . ese del club -
- No, mañana hay torneo en el club. Si la hacen ahí
voy un rato
- ¿Y vos fuiste a colegio católico?- exclamo ella - ¿Vos
fuiste a Santa Rita? ¿Desde cuando se hace una comunión en un
club?-
Quise enmendar mi distracción
- No. . . yo decía la fiesta. -
- La comunión se hace en una iglesia de Villa del Parque. La
reunión la hacen después en la casa. ¿Vas a ir o no?-
Pensé en lo aburrido que puede ser una comunión y la
posterior reunión con desconocidos. Además,
fundamentalmente, no me quería perder por nada del mundo la
competencia. Así que contesté con una negativa que, por
supuesto, no fue de su agrado.
Esa noche le pedí a Marta no salir para poder acostarme
temprano y competir lo mas descansado posible. Ella lo entendió y
quedamos en encontrarnos al otro día en el club. Al día
siguiente, domingo, luego de estar todo el tiempo en casa, fui a la tarde
a la pileta. Nadé tal cual estaba previsto y, además, mejoré
discretamente mis tiempos.
Luego de la carrera los miembros del equipo nos reunimos a tomar una
gaseosa. Pasamos un largo rato hablando de natación y contando
algunos chistes que, como suele ocurrir, hacían ruborizar al
elemento femenino.
Cerca de las nueve de la noche regresé a casa y encontré
solamente a Mariel. Mis padres y mis hermanos todavía estaban en
esa reunión. Ella se había bañado y , a pesar de no
ser muy tarde, se estaba preparando para ir a dormir.
- ¿A que hora te levantás mañana?- me preguntó
- No se, a las siete, ocho -
- Entonces dame el despertador a mi, que me levanto seis y media -
Se lo alcancé y me preparé yo también para
acostarme. Se empezaba a ir la excitación de la competencia y me
sentía cansado. Apagué la luz y caí inmediatamente en
el ansiado sueño.
LUNES 22 DE NOVIEMBRE DE 1976 DOS DE LA MADRUGADA
Abrí los ojos. En la quietud nocturna de mi cuarto me pregunté
por que me había despertado. La respiración profunda y
pausada de mi hermano indicaba que hacia tiempo que estaba durmiendo. La
perra empezó a ladrar en la terraza. Dudé en levantarme. ¿Que
hora seria?. De repente, lo oí de nuevo. Desde el techo, ruidos de
pasos y maderas que se corrían provocaban los ladridos de Pirata.
Salí de la habitación y me asomé al hall. Junto a los
canteros del jardín, mirando hacia el tanque de agua, la perra
ladraba con toda su furia. Una sombra humana se proyectó sobre la
claraboya del hall. Las piernas me flaquearon y una ansiedad indecible
trepó desde mi estomago hasta la boca. Pensé que era un ladrón.
Giré y me precipité a la habitación de mis padres. Me
sentí confundido al verlos profundamente dormidos, como si no
hubieran escuchado ni los pasos ni los ladridos. Me pregunte si realmente
estaba ocurriendo. A partir de ese momento mis pensamientos y movimientos
cambiaron la dimensión temporal. A un mismo tiempo se retardaron y
adquirieron una velocidad fantástica. Como en un relato onírico,
todo era extraordinariamente veloz y exasperantemente lento. Quería
pensar rápido. De hecho lo hacía, pero eran tantas las
posibles acciones a seguir que no terminaba de escoger la mas adecuada. En
dos saltos bajé los cinco escalones hasta mi pieza. Más rápido,
más rápido, me acicateaba mientras abría el armero.
Tomé la escopeta y de un manotazo aparté los cartuchos con
munición más liviana. Recordé los consejos de las
revistas de caza: cuanto más pesada sea la posta, mayor el poder de
detención. Escogí aquellos con perdigones mas gruesos. Con
una lucidez que me sorprendió, me encontré pensando que
cuatro serian suficientes. Deseché el saca cartuchos, seguro que no
se irían a trabar. Me pregunté: ¿Como? ¿No es que
bajo presión es imposible pensar con claridad? ¿Porque estoy
reaccionando así?. Volví a subir los escalones con la máxima
velocidad que me permitían las piernas. Mientras descontaba los
tres o cuatro metros hasta la puerta de la terraza cargue el arma. La
perra seguía ladrando. Esta vez, el combate inminente latía
en mis oídos. Salí a la terraza, giré y miré
hacia el tanque de agua. Cerré la escopeta y me apresté a
hacer fuego. En el techo de la casa alguien había puesto un
recipiente transparente, similar a un balón de destilación.
Montado sobre un trípode, dejaba ver un liquido amarillo en su
interior. A pocos metros de ese artefacto, un hombre se ocultaba con la
espalda apoyada en el tanque. Imitando la inflexión de la voz y el
léxico castrense grite
- ¡Identifíquese o disparo!-
Giró, apoyando el hombro derecho en la columna de cemento.
Con una ametralladora, hasta ese momento invisible, me apuntaba. Al
instante reconocí el modelo y el calibre; recordé también
sus efectos a tan corta distancia. Yo tenía mi escopeta apoyada en
la cintura y sabia que si tocaba el gatillo, mi blanco caería fuera
de combate. Nos medimos un instante, o una eternidad. Con la misma cautela
que me había apuntado, el hombre dirigió la boca de su arma
al cielo nocturno y volvió a parapetarse detrás del tanque.
Perplejo, entré al hall y llame a la perra. Suponía yo
que los ladrones, al ser enfrentados con resolución, escapaban o en
el peor de los supuestos, hacían fuego; para sorpresa mía,
nada de eso había pasado. Trabé la puerta y desandé
el camino hacia el armero. Empezaba a intuir una alternativa inédita.
Descargué el arma y la puse en su lugar. Volví al hall al
tiempo que mis padres, somnolientos, salían de su dormitorio. Papá
preguntó
- ¿Que pasa?-
- No se. Entré a Pirata porque hay un tipo afuera. -
- ¿Un tipo? ¿Donde?-
- Arriba, al lado del tanque. . . . ¡Mirá!- grité
- ¡Ahí va de nuevo!
Otra vez, la sombra amenazante se proyectaba sobre la claraboya.
La voz de papá sonó nítida
- ¡Sacá la perra afuera! Si es un ladrón que no
baje -
Pirata, ajena a todo, salió meneando la cola a cumplir con su
deber. Trabé la puerta y volví al hall. Mamá preguntó
- ¿Que hacemos, Aldo?-
Ignoro si papá tenía respuesta alguna para dar. Con
toda la sorpresa que esto provoca, una explosión atroz quebró
cualquier pensamiento lucido. En un instante, y al unísono, nos
echamos cuerpo a tierra. Desde la calle un megáfono ordenó
claramente
- A los ocupantes de Juan B. Justo cinco- ocho- tres- tres, salgan
con las manos en alto, o en treinta segundos abrimos fuego-
Mamá o papá, no recuerdo con certeza, dijo
- ¡Quedate acá! ¡Que Mariel no salga de la pieza!-
Bajaron, corrieron, por la escalera mientras yo, reptando hacia el
cuarto de mi hermana, me repetía que no era contra nosotros. A
pesar que la numeración gritada había sido la nuestra, me
negaba a admitirlo. Arrastrándose sobre su vientre, Mariel vino
hacia mi. Susurró conteniendo el pánico
- ¿Que pasa? ¿Que pasa?-
- No pasa nada, no es contra vos. Es un operativo en la casa de al
lado. Quedate acá que ahora vengo.
Bajé presuroso, tratando de llegar a la puerta antes que los
fatídicos treinta segundos se agotaran.
En una patética procesión, Papá encabezaba
nuestra entrega levantando las manos hacia lo alto. Mamá, en camisón,
lo secundaba. Salí detrás de ella, estirando los brazos al máximo.
La avenida, sugestivamente silenciosa, había sido cortada al
transito. Dos camionetas verdes en los extremos opuestos de la cuadra
desviaban los escasos vehículos. El bar de la esquina se presentaba
desierto. En la vereda opuesta, detrás de un auto clásico en
esos días, nos apuntaban con armas largas tres hombres. El megáfono,
imperativo, gritó
- ¡Las manos contra la pared y las piernas separadas!-
Obedecimos la orden. La distorsionada voz se dirigió a los
vecinos de todo el barrio
- Este es un operativo de las fuerzas armadas. No salgan de las
casas y no se asomen a las ventanas. -
Apoyado contra la reja de casa, miré hacia atrás. Detrás
de otro de los vehículos se desprendieron corriendo hacia nosotros
dos hombres armados. Durante la serpenteante carrera, que juzgué inútil,
descubrí que vestían ropa de civil. Me sofocó un fatídico
temor; quizás no eran fuerzas regulares, quizás eran de la
letal triple A. La temperatura era agradable, pero sin embargo eché
a temblar; un terror monstruoso, que se corporeizaba en un temblor casi
convulsivo. Se detuvieron a escasos metros y quedamos encañonados
bajo su custodia. Nos ordenaron clavar la mirada en el piso. Advertí
que entraban corriendo en la casa dos o tres efectivos. Les grité
- ¡Tengo dos armas declaradas!-
Los que entraban ignoraron mi advertencia. Uno de nuestros
guardianes me dijo
- Bueno, tranquilo -
Pasaron algunos minutos. Papá intentaba convencerlos que no
habla ningún peligro. Usaba el mismo tono amistoso que alguna vez
le escuché emplear con algún policía de transito
- . . . pero muchachos, ¿porque este circo?. No hay ningún
terrorista acá. . . -
Yo lo escuchaba y no podía creer que no valorara en su justa
medida la situación. ¿No entendía o fingía no
entender?
Mamá, encerrada en un mutismo indescifrable, me parecía
excepcionalmente diminuta. La llamé por lo bajo
- Mamá. . . mamá. . . -
Me interrogó con una mirada triste, como quien sabe que la
suerte estuviera echada
- Mamá. . . memorizá las caras. . . acordate de las
caras. . . . son de las tres A. . . -
El que parecía comandar el operativo me escuchó. Se
acercó y encañonándome con una ametralladora, me
espetó
- ¿Que dijiste, vos?-
- Que memorice las caras, porque no sabemos quienes son ustedes -
Evidentemente molesto por la pregunta, extrajo una credencial que
puso delante de mis ojos. Mientras hacia esto, improvisó una pequeña
arenga
- Para que sepas, yo soy el (dijo el grado) fulano y. . . -
Era tanto el miedo que tenía, que no podía entender
una sola palabra de lo que decía. Concentré mi esfuerzo, estéril
de todas formas, en memorizar el numero de la credencial. Terminó
su monologo y le ordenó a un subalterno
- Espóselo a la reja y que no se mueva -
Dócil, tratando de facilitar la tarea de mi custodio, mostré
mi muñeca izquierda. Sin mirarme siquiera, extrajo unas esposas y
en un segundo quede anclado a la reja. Se retiro unos pasos y me apuntó.
Hicieron entrar a mis padres con las manos detrás de la nuca.
Pasaron, imprecisos, algunos minutos. Mi mente quedó en blanco, sin
saber que pensar o si debía hacerlo. Salió alguien y
trasmitió una orden. Me soltaron y me encadenaron las manos detrás
de la espalda.
- Entra - dijo el guardia.
Me sentaron en el sofá del comedor, al lado de papá;
yo esposado, el sentado sobre sus manos. Le pregunté
- ¿Y mamá?-
- Arriba. . . -
Uno de los efectivos que nos vigilaba, sin dejar de encañonarnos,
comenzó a revisar los planos que había sobre la mesa. Papá
le quiso explicar.
- . . . Son planos de electricidad. . . de instalaciones eléctricas.
Los tengo que presentar mañana en la municipalidad.
Con estudiada indiferencia, y ajeno a las reiteraciones de papá,
el hombre siguió desparramando las copias heliográficas.
Pasó otro rato y el que parecía jefe del grupo se
apersonó en el comedor. Detrás de el apareció mamá,
con un custodio. Le habían permitido ponerse un salto de cama.
Antes de que papá pudiera preguntar nada, ella dijo.
- Pasé a Myriam a la pieza de los chicos; está
durmiendo con Mariano -
El jefe se dirigió a mi
- ¿Para que tenes las armas?-
Espontáneamente , por lo obvio de la respuesta, me encogí
de hombros
- Y. . . para cazar -
- ¿Para cazar? ¿Donde?-
- En Mar de Ajó. . . tenemos casa ahí -
Miró fugazmente a Mamá y me mostró algo
- ¿Porque tenés este recorte?-
Presté atención y lo reconocí. Era el
recordatorio que había sido publicado en el diario al año
del asesinato de Jordán Bruno Genta. Había estado olvidado
en uno de los cajones del cuarto.
- Ah. . . lo de Genta - dije
- Si. . . ¿Porque lo tenés?-
- Porque era un profesor mío que lo mataron los del ERP. -
Me miró a los ojos, buscando mas detalles
- ¿Y con eso, que?-
- Quería tener un recuerdo. . . no se. . . -
Me detuve ignorando si la respuesta había sido de su agrado.
De arriba se escuchaban ruidos de cosas que se estaban tirando al
piso. Por la dirección deduje que venían de la pieza de
Mariel.
El hombre volvió a mirar a Mamá. Un poco mas
distendido ordenó
- Sáquenle las esposas -
Sin cruzarse en la línea de fuego de uno de los que estaba
vigilándonos, alguien se acercó y me soltó.
Le ordenaron a Mamá sentarse en el sofá. La puerta de
calle estaba abierta para permitir la entrada y salida del personal. Nos
alcanzaron una frazada y, taciturnos, nos cubrimos. Pasó otro rato.
Cada tanto se escuchaba el ruido del transito que era desviado por las
calles laterales. Desde algún lugar alguien daba ordenes, que se
recibían en los transmisores del grupo.
De repente el ir y venir de personal cesó. Empezaron a dejar
la casa, replegándose. Volvió el líder al comedor
impartiendo las ultimas directivas a sus subalternos. Nos dijo
- Bueno, ya esta. Nos llevamos a su hija para interrogarla. -
Papá se derrumbó
- ¿Interrogarla? ¿Adonde?-
- Mire - sacudió una libretita - Le leo lo que esta acá.
. . -
Buscó en las primeras hojas
- "Ver zona Almagro. ¿Jodida o piola?"-
Miró a papá desafiante
- ¿Le parece poco?. Además, le encontramos panfletos de
la juventud universitaria Peronista. . . A propósito señora
- se dirigió a Mamá - ¿Cuanto hace que su hija no va a
la facultad?-
Mamá, realmente sorprendida, dudó
- ¿A la facultad?. . . no, si estaba yendo. . .
Tajante, le informó
- No señora. Su hija desde Junio que por la facultad no se la
ve. -
Papá insistió, respetuoso
- Dígame, ¿adonde la llevan?-
- Al departamento central de policía. . . ahí en la
calle Moreno -
Papá se atrevió un poco más.
- Pero ¿para interrogarla todo este movimiento?. . . ¿No
podían haberla citado en la comisaría? . . . ¿O haber
mandado a alguien de día?-
Le respondió
- ¿No leyó los diarios?. . . El otro día a dos
policías que tocaron timbre en una casa, les tiraron una granada.
Resultó que había Montoneros que pensaban que los querían
detener. . . -
Papá levantó levemente la voz
- Pero no acá. . . -
- Eso no lo sabíamos -
Se dirigió a mi y con aire de amistosa reprimenda me aconsejo
- Nunca más reacciones así -
- ¿Así? ¿Como?
- Los subversivos tienen una clave que, cuando los detienen, alguien
dice "canta el numero". ¿Entendes?-
- No -
- Claro. . . cuentan mentalmente y cuando llegan al numero clave
sale corriendo uno para cada lado. Así por lo menos uno se salva y
avisa al resto de la célula -
Ingenioso, pensé.
- Además, reaccionaste bastante frío -
Si supiera el susto que tenía opinaría de otra manera
- me dije.
Ya estábamos llegando a la puerta. Se escucharon ruidos de
pasos en la escalera. Apareció Marielina, vestida con un jean y un
pullover mío. La traían con las manos esposadas detrás
de la espalda. Tenía la mirada serena. Pasó al lado nuestro
y le dijo a mamá
- Quedate tranquila, que no me va a pasar nada -
Salimos a la vereda. Los vehículos empezaron a ponerse en
marcha. Desde el bar de enfrente, algunos empleados no querían
perderse el más mínimo detalle del gratuito espectáculo.
Arrancó el primer coche, luego el que llevaba a mi hermana y
por ultimo los dos restantes. Juan B. Justo quedó vacía en
el amanecer porteño.
Entramos a casa. Cerré la puerta con cuidado, como si fuera
un rito funerario.
Entre al comedor a sentarme al lado de mis padres.
Al que veía en peor estado era a papá. Realmente lucia
como un hombre deshecho. Estuvimos unos segundos en recogimiento.
Papa finalmente dijo
- Toda una vida destruida. . . . que vergüenza. . . presa. . .
-
Mamá, un poco más dura, agregó
- Mi vida no termina aquí. Ella se lo buscó -
No se si papá la escucho, pero siguió
- Que tonta. . . "a mi no me va a pasar nada". . . -
Alguien preguntó la hora. casi las cuatro.
- Vamos a dormir -
Fui a mi cuarto. Para no despertar a Mariano y a Myriam, busqué
a tientas mi lugar. Trepé a la cama marinera y me acosté.
¡Que vergüenza - me dije - mi hermana presa!
Capitulo 5
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