PAMPA GRANDE Había pasado el mediodía. Yo me encontraba pasteando tranquilamente mis guachitos por Pampa grande, cerca de San Ignacio, más allá de Carabamba. Y como mi mamá tenía harta lana por hilar, que además estaba muy sucia , se fue corriendo de la casa a pedirle que le ayudara a escarminar . En eso que estábamos, dale y dale a la escarminada , rapidito se cerró la niebla y mis guachitos se perdieron en la oscuridad . Yo me asusté y me puse a buscarlos por todo sitio, y no aparecían pensé que se habían ido por el cementerio, a donde siempre tenían la costumbre de entrarse; por eso me fui allá corriendo. Cuando ya estaba cerca de la puerta del panteón, los guachitos empezaron a salir despavoridos, atropellándose, aventándose unos a otros, como si alguien los hiciera correr. Media asustada, crie valor y me acerqué mas para contarlos y ver si estaban completos. En eso que estaba yo entrando, por entre las tumbas y las cruces vi salir un enorme toro negro de ojos rojos, como de candela. Me quedé parada, de una pieza, sin saber que hacer ...Los pelos se me pusieron de punta; pero rápido me di la vuelta y partí corriendo a Pampa Grande. Ya no me acuerdo más lo que pasó, porque quedé inconsciente; pero mi mamita decía que llegué y me tendi boca abajo botando harta sangre por la nariz y espuma por la boca. Hartos días me quedé como sin alma mientras que mi mamá, ruega y ruega al señor, me curaba con toda clase de remedios para el susto y el mal aire, hasta que por fin me sané. Felizmente nada más me pasó; pero desde esa fecha ya no quise ir a pastear solita por Pampa Grande
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LA LOMA DE LAS VIZCACHAS Don Segundo Mariños, padre de las alumnas Anita y Merly, del colegio "Mariano Melgar", suele referir la siguiente historia: "Tan luego terminamos de tomar el almuercito como mis dos cholitos con mi chinita se fueron llevando los animales a Pampa Grande, donde debían pastear hasta buena hora, igualito que todos los días. A la hora del "Sol Muerto", María le dijo a sus hermanos: - Vámonos ya, ya está muy tarde. - ¡ Váyanse ustedes, yo ya me vengo de otro ratito !-, respondió Guillermo, que era el shulca. Entonces, María por delante y más atrás Víctor, volvieron a la casa. Total, el día se acabó, se vino la oscuridad y Guillermo no apareció, entonces, un poco asustado y otro poco enojado me eché a buscarlo por las afueras. En el camino me topé con Pedro Rabelo, a quien, le conté todito. - Aja¡ - me respondió -; no se preocupe. Hay que buscarlo ahorita mismo. Váyase usted por el Potrero y yo por la Loma de las Vizcachas, por que por ahí la niebla roba a los cristianos. Yo no pude dar con mi cholito; Pedro tampoco, pero no se cansaba de gritar: ¡ Guillermo! ¡ Guillermo! y no contestaba nadie; solo los cerros respondían; pero el Pedro no se daba por vencido, hasta que al fin, al cabo de un rato, contestó mi Guillermo: - ¡ Quéee ...! - Dónde estás? - ¡Aquí en la laguna, junto a la peña del sol! ¡ Un señor me está llamando! ¡ Tiene cosas lindas, lindas, bien lindas! La sospecha de Pedro Rabelo había sido cierta; por eso le advirtió: - ¡Cuidado no le hagas caso! ¡ Agárrate fuerte del " chicote del caballo " !. ¡ Son ramas bien fuertes ! Así, gritando y chactando su coca, el Pedro comenzó a bajar por la Loma de las Vizcachas. Cuando llegó a la laguna, vió a Guillermo bien agarrado de las hiervas, pero sin animarse a volver. Entonces, Pedro arrojó su bola de coca a las aguas, se sacó su cincho y comenzó a chicotear al aire, por que era un secreto para quitarle su presa,, cuando roba a la gente. Seguro los látigos le dolieron al "enemigo", por que al mi Guillermo, se soltó de las hiervas y comenzó a subir con Pedro por entre las peñas. Los dos subieron arrastrándose, cayéndose y levantándose. El cholito se salvó de una muerte segura; pero, gracias a Dios, el Pedro fue su salvador. Al otro día, justo al pie de la loma, encontramos ocho animales muertos. Fue una pena grande, pero peor hubiese sido perder a mi Guillermo, que ahora es todo un hombre.
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