XLI

 

Tú eras el huracán y yo la alta

torre que desafía su poder:

¡tenías que estrellarte o que abatirme!

¡No pudo ser!

 

Tú eras el océano y yo la enhiesta

roca que firme aguarda su vaivén:

¡tenías que romperte o que arrancarme! ...

¡No pudo ser!

 

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados

uno a arrollar, el otro a no ceder:

la senda estrecha, inevitable el choque ...

¡No pudo ser!

atrás...

 

XLII

 

Cuando me lo contaron sentí el frío

de una hoja de acero en las entrañas,

me apoyé contra el muro, y un instante

la conciencia perdí de donde estaba.

 

Cayó sobre mi espíritu la noche,

en ira y en piedad se anegó el alma,

¡Y se me revelo por qué se llora,

Y comprendí una vez por qué se mata!

 

Pasó la nube de dolor..., con pena

logré balbucear breves palabras...

¿Quién me dio la noticia?... Un fiel amigo

¡Me hacia un gran favor!... Le di las gracias.

atrás...

 

XLIII

 

Dejé la luz a un lado, y en el borde

de la revuelta cama me senté,

Mudo, sombrío, la pupila inmóvil

clavada en la pared.

 

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme

la embriaguez horrible de dolor,

expiraba la luz y en mis balcones

reía el sol.

 

Ni sé tampoco en tan terribles horas

en qué pensaba o que pasó por mí;

solo recuerdo que lloré y maldije,

y que en aquella noche envejecí.

atrás...

 

XLIV

 

Como en un libro abierto

leo de tus pupilas en el fondo;

¿a qué fingir el labio

risas que se desmienten con los ojos?

 

¡Llora! No te avergüences

de confesar que me quisiste un poco.

¡Llora! Nadie nos mira!

Ya ves: soy un hombre... ¡y también lloro!

atrás...

 

XLV

 

En la clave del arco ruinoso

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra de un cincel rudo campeaba

el gótico blasón.

 

Penacho de su yelmo de granito,

la yedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo en que una mano

tenía un corazón.

 

A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos:

Y, "ése, me dijo, es el cabal emblema

de mi constante amor".

 

¡Ay!, y es verdad lo que me dijo entonces:

Verdad que el corazón

lo llevará en la mano..., en cualquier parte....

pero en el pecho, no.

atrás...

 

XLVI

 

Tu aliento es el aliento de las flores,

tu voz es de los cisnes la armonía;

es tu mirada el esplendor del día,

y el color de la rosa es tu color.

Tú prestas nueva vida y esperanza

a un corazón para el amor ya muerto:

tú creces de mi vida en el desierto

como crece en un páramo la flor.

atrás...

 

XLVII

 

Yo me he asomado a las profundas simas

de la tierra y del cielo

y les he visto el fin con los ojos

o con el pensamiento.

 

Mas, ¡ay! de un corazón llegué al abismo,

y me incliné por verlo,

y mi alma y mis ojos se turbaron:

¡tan hondo era y tan negro!

atrás...

 

XLVIII

 

Alguna vez la encuentro por el mundo

y pasa junto a mí:

y pasa sonriéndose y yo digo

¿Cómo puede reír?

 

Luego asoma a mi labio otra sonrisa

máscara del dolor,

y entonces pienso: "¡Acaso ella se ríe,

como me río yo!"

atrás...

 

XLIX

 

¿A qué me lo decís? Lo sé: es mudable,

es altanera y vana y caprichosa:

antes que el sentimiento de su alma

brotará el agua de la estéril roca.

 

Sé que en su corazón, nido de sierpes,

no hay una fibra que al amor responda;

que es una estatua inanimada...; pero...

¡es tan hermosa!

atrás...

 

L

 

De lo poco de vida que me resta

diera con gusto los mejores años,

por saber lo que a otros

de mí has hablado.

 

Y esta vida mortal... y de la eterna

lo que me toque, si me toca algo,

por saber lo que a solas

de mí has pensado.

 

atrás...