LI
Olas
gigantes que os rompéis bramando
en
las playas desiertas y remotas,
envuelto
entre la sábana de espumas,
¡llevadme
con vosotras!
Ráfagas
de huracán que arrebatáis
del
alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado
en el ciego torbellino,
¡llevadme
con vosotras!
Nubes
de tempestad que rompe el rayo
y
en fuego encienden las sangrientas orlas,
arrebatado
entre la niebla oscura,
¡llevadme
con vosotras!
Llevadme
por piedad a donde el vértigo
con
la razón me arranque la memoria.
¡Por
piedad!, ¡tengo miedo de quedarme
con
mi dolor a solas!
LII
Volverán
las oscuras golondrinas
en
tu balcón sus nidos a colgar,
y
otra vez con el ala a sus cristales
jugando
llamarán.
Pero
aquellas que el vuelo refrenaban
tu
hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas
que aprendieron nuestros nombres,
ésas...
¡no volverán!
Volverán
las tupidas madreselvas
de
tu jardín las tapias a escalar
y
otra vez a la tarde aún más hermosas
sus
flores se abrirán.
Pero
aquellas cuajadas de rocío
cuyas
gotas mirábamos temblar
y
caer como lágrimas del día....
ésas...
¡no volverán!
Volverán
del amor en tus oídos
las
palabras ardientes a sonar,
tu
corazón de su profundo sueño
tal
vez despertará.
Pero
mudo y absorto y de rodillas,
como
se adora a Dios ante su altar,
como
yo te he querido..., desengáñate,
¡así
no te querrán!
LIII
Cuando
volvemos las fugaces horas
del
pasado a evocar,
temblando
brilla en sus pestañas negras
una
lágrima pronta a resbalar.
Y
al fin resbala y cae como gota
del
rocío al pensar
que
cual hoy por ayer, por hoy mañana
volveremos
los dos a suspirar.
LIV
Entre
el discorde estruendo de la orgía
acarició
mi oído,
como
nota de lejana música,
el
eco de un suspiro.
El
eco de un suspiro que conozco,
formado
de un aliento que he bebido,
perfume
de una flor que oculta crece
en
un claustro sombrío.
Mi
adorada de un día, cariñosa,
"¿en
qué piensas ?", me dijo:
"En
nada..." "¿En nada, y lloras?" "Es que tienes
alegre
la tristeza y triste el vino".
LV
Hoy
como ayer, mañana como hoy
¡y
siempre igual!
Un
cielo gris, un horizonte eterno
y
andar..., andar.
Moviéndose
a compás como una estúpida
máquina,
el corazón;
la
torpe inteligencia del cerebro
dormida
en un rincón.
El
alma, que ambiciona un paraíso,
buscándole
sin fe;
fatiga
sin objeto, ola que rueda
ignorando
por qué.
Voz
que incesante con el mismo tono
canta
el mismo cantar;
gota
de agua monótona que cae,
y
cae sin cesar.
Así
van deslizándose los días
unos
de otros en pos,
hoy
lo mismo que ayer..., y todos ellos
sin
goce ni dolor.
¡Ay!,
¡a veces me acuerdo suspirando
del
antiguo sufrir...
Amargo
es el dolor; ¡pero siquiera
padecer
es vivir!
LVI
¿Quieres
que de ese néctar delicioso
no
te amargue la hez?
pues
aspírale, acércale a tus labios
y
déjale después.
¿Quieres
que conservemos una dulce
memoria
de este amor?
Pues
amémonos hoy mucho y mañana
digámonos
¡adiós!
LVII
Yo
sé cuál el objeto
de
tus suspiros es;
yo
conozco la causa de tu dulce
secreta
languidez.
¿Te
ríes?... Algún día
sabrás,
niña, por qué:
tú
lo sabes apenas
y
yo lo sé.
Yo
sé cuando tu sueñas,
y
lo que en sueños ves;
como
en un libro puedo lo que callas
en
tu frente leer.
¿Te
ríes?... Algún día
sabrás,
niña, por qué:
tú
lo sabes apenas
y
yo lo sé.
Yo
sé por qué sonríes
y
lloras a la vez.
yo
penetro en los senos misteriosos
de
tu alma de mujer.
¿Te
ríes?... Algún día
sabrás,
niña, por qué:
mientras
tu sientes mucho y nada sabes,
yo
que no siento ya, todo lo sé.
LVIII
Al
ver mis horas de fiebre
e
insomnio lentas pasar,
a
la orilla de mi lecho,
¿quién
se sentará?
Cuando
la trémula mano
tienda
próximo a expirar
buscando
una mano amiga,
¿quién
la estrechará?
Cuando
la muerte vidríe
de
mis ojos el cristal,
mis
párpados aún abiertos,
¿quién
los cerrará?
Cuando
la campana suene
(si
suena en mi funeral),
una
oración al oírla,
¿quién
murmurará?
Cuando
mis pálidos restos
oprima
la tierra ya,
sobre
la olvidada fosa.
¿quién
vendar a llorar?
¿Quién
en fin al otro día,
cuando
el sol vuelva a brillar,
de
que pasé por el mundo,
¿quién
se acordará?
LIX
Me
ha herido recatándose en las sombras,
sellando
con un beso su traición.
Los
brazos me echó al cuello y por la espalda
me
partió a sangre fría el corazón.
Y
ella impávida sigue su camino,
feliz,
risueña, impávida, ¿y por qué?
porque
no brota sangre de la herida...
¡porque
el muerto esta en pie.
LX
Como
se arranca el hierro de una herida
su
amor de las entrañas me arranqué,
aunque
sentí al hacerlo que la vida
me
arrancaba con él!
Del
altar que le alcé en el alma mía
la
Voluntad su imagen arrojó,
y
la luz de la fe que en ella ardía
ante
el ara desierta se apagó.
Aún
turbando en la noche el firme empeño
vive
en la idea la visión tenaz...
¡Cuándo
podré dormir con ese sueño
en
que acaba el soñar!
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