XCI
¿No
has sentido en la noche,
cuando
reina la sombra
una
voz apagada que canta
y
una inmensa tristeza que llora?
¿No
sentiste en tu oído de virgen
las
silentes y trágicas notas
que
mis dedos de muerto arrancaban
a
la lira rota?
¿No
sentiste una lágrima mía
deslizarse
en tu boca,
ni
sentiste mi mano de nieve
estrechar
a la tuya de rosa?
¿No
viste entre sueños
por
el aire vagar una sombra,
ni
sintieron tus labios un beso
que
estalló misterioso en la alcoba?
Pues
yo juro por ti, vida mía,
que
te vi entre mis brazos, miedosa;
que
sentí tu aliento de jazmín y nardo
y
tu boca pegada a mi boca.
XCII
Apoyando
mi frente calurosa
en
el frío cristal de la ventana,
en
el silencio de la oscura noche
de
su balcón mis ojos no apartaba.
En
medio de la sombra misteriosa
su
vidriera lucía iluminada,
dejando
que mi vista penetrase
en
el puro santuario de su estancia.
Pálido
como el mármol el semblante;
la
blonda cabellera destrenzada,
acariciando
sus sedosas ondas,
sus
hombros de alabastro y su garganta,
mis
ojos la veían, y mis ojos
al
verla tan hermosa, se turbaban.
Mirábase
al espejo; dulcemente
sonreía
a su bella imagen lánguida,
y
sus mudas lisonjas al espejo
con
un beso dulcísimo pagaba...
Mas
la luz se apagó; la visión pura
desvanecióse
como sombra vana,
y
dormido quedé, dándome celos
el
cristal que su boca acariciara.
XCIII
Si
copia tu frente
del
río cercano la pura corriente
y
miras tu rostro del amor encendido,
soy
yo, que me escondo
del
agua en el fondo
y,
loco de amores, a amar te convido;
soy
yo, que, en tu pecho buscada morada,
envío
a tus ojos mi ardiente mirada,
mi
blanca divina...
y
el fuego que siento la faz te ilumina.
Si
en medio del valle
en
tardo se trueca tu amor animado,
vacila
tu planta, se pliega tu talle...
soy
yo, dueño amado,
que,
en no vistos lazos
de
amor anhelante, te estrecho en mis brazos;
soy
yo quien te teje la alfombra florida
que
vuelve a tu cuerpo la fuerza de la vida;
soy
yo, que te sigo
en
alas del viento soñando contigo.
Si
estando en tu lecho
escuchas
acaso celeste armonía
que
llena de goces tu cándido pecho,
soy
yo, vida mía...;
soy
yo, que levanto
al
cielo tranquilo mi férvido canto;
soy
yo, que, los aires cruzando ligero
por
un ignorado, movible sendero,
ansioso
de calma,
sediento
de amores, penetro en tu alma.
XCIV
¡Quién
fuera luna,
quién
fuera brisa,
quién
fuera sol!
..............................
¡Quién
del crepúsculo
fuera
la hora,
quién
el instante
de
tu oración!
¡Quién
fuera parte
de
la plegaria
que
solitaria
mandas
a Dios!
¡Quién
fuera luna
quién
fuera brisa,
quién
fuera sol! ...
XCV
Yo
me acogí, como perdido nauta,
a
una mujer, para pedirle amor,
y
fue su amor cansancio a mis sentidos,
hielo
a mi corazón.
Y
quedé, de mi vida en la carrera,
que
un mundo de esperanza ayer pobló,
como
queda un viandante en el desierto:
¡A
solas con Dios!
XCVI
Para
encontrar tu rostro
miraba
al cielo
que
no es bien que tu imagen
se
halle en el suelo;
si
de allí vino,
el
buscaba su origen
no
es desvarío.
XCVII
Esas
quejas del piano
a
intervalos desprendidas,
sirenas
adormecidas
que
evoca tu blanca mano,
no
esparcen al aire en vano
el
melancólico son;
pues
de la oculta mansión
en
que mi pasión se esconde,
a
cada nota responde
un
eco del corazón.
XCVIII
Nave
que surca los mares,
y
que empuja el vendaval,
y
que acaricia la espuma,
de
los hombres es la vida;
su
puerto, la eternidad.
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