Capitulo 4

Llamadas telefónicas

 

Charles colgó el auricular.

Había llamado a las siete, luego a las ocho y media, y ahora volvió a mirar su reloj. El diez menos cuarto.

¿Dónde estaba Candy?

Sabía que debía encontrarse donde le había dicho porque antes se lo había confirmado el gerente del hotel. Sí; se alojaba allí, y la había visto por última vez a eso de las seis. Supuso que salía a cenar. No, no la había visto desde entonces.

Charles sacudió la cabeza y apoyó la espalda contra el respaldo de la silla. Como de costumbre, era el único que quedaba en el despacho, y todo estaba en silencio. Pero eso era lo normal con un juicio en curso, incluso cuando las cosas iban bien. El derecho era su pasión, y sólo si se quedaba a solas después de hora tenía oportunidad de poner sus asuntos al día sin interrupciones.

Estaba convencido de que ganaría el caso, pues dominaba las leyes y sabía cautivar al jurado. Siempre lo hacía y, últimamente, rara vez perdía un juicio. Sus logros se debían fundamentalmente a que podía darse el lujo de elegir los casos y dar prioridad a aquellos en los que tenía experiencia. Había llegado a ese estadio. Pocos abogados de la ciudad gozaban de ese privilegio, y sus ingresos daban fe de su pericia.

Pero la mayor parte de su éxito se debía a la dedicación al trabajo. Siempre, y sobre todo en los comienzos, prestaba atención a los detalles. Observar las pequeñas cosas, los aspectos poco claros, se había convertido en un hábito. Tanto si se trataba de un asunto de leyes, como de la exposición de un caso, estudiaba cuidadosamente sus movimientos y, al principio de su práctica profesional, esa costumbre le había permitido ganar algunos juicios que parecían perdidos de antemano.

Ahora lo preocupaba un pequeño detalle.

Pero no era sobre el caso. No; el juicio iba bien. Era otra cosa.

Algo relacionado con Candy.

Diablos, era incapaz de precisar de qué se trataba. Cuando Candy se marchó por la mañana, él estaba tranquilo. O al menos eso creía. Pero después de su llamada, quizá una hora después, una voz de alarma había sonado en su mente. Un pequeño detalle.

Un detalle.

¿Algo insignificante? ¿Algo importante?

Piensa... piensa... ¡Caramba! ¿Qué era?

Una voz de alarma.

Algo... algo... ¿algo que había dicho?

¿Algún tema aparecido en la conversación? Sí; era eso. Estaba seguro. Pero, ¿qué? ¿Algo que había dicho Candy por teléfono? Entonces fue cuando empezó todo, así que repasó mentalmente la conversación. No; no encontraba nada fuera de lo normal.

Pero era eso, estaba seguro.

¿Qué le había dicho?

El viaje había ido bien, se había registrado en el hotel, había visitado algunos negocios y hecho algunas compras. Luego dejó el número de teléfono. Eso era todo.

Pensó en ella. La quería. Estaba seguro. No sólo porque era hermosa y encantadora, sino también porque se había convertido en su mejor amiga, en la fuente de su estabilidad. Después de un duro día de trabajo en el despacho, era la primera persona a quien llamaba. Ella escuchaba, reía en los momentos oportunos y tenía un sexto sentido para descubrir lo que él necesitaba oír.

Pero por encima de todo, Charles admiraba su sinceridad. Recordó que después de salir juntos un par de veces, él le había dicho lo mismo que a todas las mujeres: que no estaba preparado para una relación estable. A diferencia de las demás, Candy se había limitado a asentir y a decir "muy bien".

Pero antes de salir por la puerta, se había vuelto hacia él añadiendo:

—Sin embargo, tu problema no soy yo ni es tu trabajo ni tu libertad ni cualquier otra cosa que se te ocurra. Tu problema es que estás solo. Tu padre hizo célebre el apellido Dawson, y seguramente te han comparado con él toda tu vida. Nunca has sido tú mismo. Una vida semejante tiene que hacerte sentir vacío, y estás buscando a alguien que llene mágicamente ese hueco. Pero sólo tú podrás llenarlo.

Esa noche había pensado en aquellas palabras y por la mañana supo que eran acertadas. La llamó para pedirle una segunda oportunidad y, después de alguna insistencia, ella aceptó a regañadientes.

En los cuatro años de noviazgo, Candy se había convertido en todo lo que él había deseado en su vida, y era consciente de que debía pasar más tiempo con ella. Pero su profesión se lo impedía. Candy siempre lo entendía, pero ahora se maldecía por no haberle dedicado más atención. Se prometió que cuando se casaran, reduciría las horas de trabajo. Haría que su secretaria llevara un control minucioso de su agenda y se asegurara de que sus citas no se extendieran demasiado.

¿Citas?

Otra voz de alarma resonó en su mente.

Citas... ¿Controles? ¿Comprobaciones?

Miró al techo.

Sí, era eso. Cerró los ojos y pensó unos minutos. No. Nada. ¿Qué era, entonces?

Vamos, no abandones ahora. Piensa, maldita sea, piensa.

New York.

Entonces lo supo. Sí, New York. Era eso. El pequeño detalle, o por lo menos una parte. Pero, ¿qué más?

New York, pensó otra vez, y reconoció el nombre. Conocía vagamente la ciudad por haberla visitado por asuntos relacionados con un par de juicios. Se había detenido varias veces allí de camino a Chicago. No tenía nada de especial. Pero Candy y él nunca habían ido juntos.

Sin embargo, Candy había estado antes en New York...

Se devanó los sesos y logró encajar otra pieza.

Otra pieza... pero había más...

Candy, New York y... y... algo ocurrido en un teatro. Un comentario casual de la Tía Abuela de Candy. Apenas le había prestado atención. ¿Qué había dicho?

Charles recordó y palideció. Recordó lo que había oído mucho tiempo atrás. Recordó lo dicho por la Tía Abuela de Candy.

Era algo relacionado con un romance vivido por Candy en un pasado lejano con un joven actor de New York. Lo consideraba un amor de adolescentes. ¡Qué importa!, había pensado entonces, volviéndose para sonreír a su novia.

Pero Candy no sonreía. Estaba enojada. Entonces Charles supuso que había amado a aquel chico mucho más apasionadamente de lo que su Tía creía. Quizá más apasionadamente que a él.

Y ahora estaba allá. Era curioso.

Charles juntó las palmas de las manos, como si rezara, y se las apoyó sobre los labios. ¿Una coincidencia? Quizá no tuviera importancia. Quizá fuera sólo lo que ella había dicho. Cansancio e interés por las antigüedades. Era posible. Hasta probable.

Pensó en la otra posibilidad y, por primera vez en mucho tiempo, sintió miedo.

¿Y si...? ¿Y si está con él?

Maldijo el juicio y deseó que ya hubiera terminado. Deseó haber ido con ella. ¿Candy habría dicho la verdad?  Esperaba que sí.

Entonces decidió hacer todo lo posible para no perderla. Haría cualquier cosa por mantenerla a su lado. Candy era todo lo que había deseado en su vida, y nunca encontraría a otra como ella.

Con las manos temblorosas, marcó el número de teléfono del hotel por cuarta vez en lo que iba de la noche.

Y tampoco obtuvo respuesta.