Capitulo 8
Una visita inesperada
Terry preparó el desayuno para Candy, que dormía en el living-room. Nada espectacular; simplemente panquecas, galletas y café. Esperó a que se despertara para llevarle la bandeja, y en cuanto terminaron de desayunar, hicieron el amor una vez más. Fue una apasionada, vehemente confirmación de lo que habían compartido el día anterior. En el flujo de la última oleada de sensaciones, Candy arqueó la espalda y gritó a voz en cuello, luego se abrazó a Terry, y los dos respiraron acompasadamente, exhaustos.
Se ducharon juntos y Candy volvió a ponerse su vestido, que se había secado durante la noche. Pasó la mañana con Terry. Dieron de comer a Blakke, examinaron las ventanas para comprobar si la tormenta había causado algún daño. Había derribado dos árboles, pero aparte de eso, la propiedad estaba prácticamente intacta.
Estuvieron tomados de la mano la mayor parte de la mañana, conversando animadamente, aunque de vez en cuando Terry callaba y se quedaba mirándola. En esos momentos, Candy sentía que debía decir algo, pero nunca se le ocurría nada significativo y se limitaba a besarlo.
Poco antes del mediodía, comenzaron a preparar el almuerzo. El día anterior no habían comido mucho, y los dos estaban hambrientos. Frieron un poco de pollo, hornearon otra fuente de galletas y salieron a comer al porche, con el canto de un pájaro como música de fondo.
Cuando estaban lavando los platos, alguien llamó a la puerta. Terry dejó a Candy en la cocina.
Volvieron a llamar.
—Ya voy —gritó Terry—. Otros dos golpes, esta vez más fuertes. —Ya voy —repitió Terry mientras abría la puerta. — ¡Dios mío!
Miró un momento a aquella mujer, una mujer que habría reconocido en cualquier parte. Terry no podía hablar.
—Hola, Terrence —dijo ella por fin. Él no respondió. — ¿No me invitas a entrar?
Balbució una respuesta mientras ella pasaba a su lado y se detenía junto a la escalera.
— ¿Quién es? —gritó Candy desde la cocina, y la mujer se volvió al oír su voz.
—Tu Tía —respondió Terry y de inmediato oyó el ruido de una copa estrellándose contra el suelo.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo Elroy Andrey a Candy, cuando los tres se sentaron alrededor de la mesa ratona del living-room.
— ¿Cómo estabas tan segura?
—Eres mi responsabilidad. Cuando tengas hijos, lo entenderás. —Sonrió, pero la rigidez de sus movimientos dio a entender a Terry que estaba pasando un mal momento.
—Yo también leí el artículo y me fijé en tu reacción. Además, en las últimas dos semanas noté que estabas particularmente nerviosa, y cuando dijiste que ibas de compras a New York, comprendí lo que te proponías.
— ¿Y Albert?
La Tía Abuela sacudió la cabeza.
—No he hablado de esto con él ni con ninguna otra persona. Tampoco le dije a nadie que venía hacia aquí.
Candy y Terry callaron, esperando que continuara, pero Elroy no lo hizo.
— ¿Por qué viniste? —preguntó por fin Candy.
—Yo iba a hacerte la misma pregunta —respondió la Tía arqueando las cejas. Candy palideció. —He venido porque creí que tenía que hacerlo, y estoy segura de que tú me responderías lo mismo. ¿Estoy en lo cierto? —Candy asintió y Elroy se volvió hacia Terry: —Supongo en los últimos dos días has recibido muchas sorpresas.
—Sí —respondió él sencillamente, y la mujer le sonrió.
—Aunque no me creas, siempre me has caído bien, Terry. Sin embargo, no me parecías el mejor partido para Candy. ¿Lo entiendes?
Terry sacudió la cabeza y respondió con voz grave:
—No, en realidad, no. No fue justa conmigo ni con Candy. De lo contrario, ella no estaría aquí ahora.
Elroy lo miró, pero no respondió. Candy intervino para evitar una posible discusión.
— ¿Qué quisiste decir con que tenías que venir? ¿Acaso no confías en mí?
La Tía Abuela se volvió hacia Candy.
—Mi visita no tiene nada que ver con el hecho de que confíe o no en ti. Tiene que ver con Charles. Me telefoneó para preguntarme por Terry, y ahora mismo viene hacia aquí. Parecía muy afectado. Supuse que debías saberlo.
Candy respiró hondo.
— ¿Viene hacia aquí?
—Está en camino. Consiguió que aplazaran el juicio hasta el lunes. Si aún no ha llegado a New York, estará muy cerca.
— ¿Qué le dijiste?
—Poca cosa, pero él lo sabía. Lo sospechaba. Hace tiempo me oyó hacer un comentario sobre Terry y lo recordó.
Candy tragó saliva.
— ¿Le has dicho que yo estaba aquí?
—No. Y no lo haré. Es un asunto entre tú y él. Pero, conociéndolo, estoy segura de que averiguará dónde estás. Le bastará con hacer un par de llamadas a las personas indicadas. Al fin y al cabo, yo también te encontré.
Aunque era evidente que Candy estaba preocupada, le sonrió a la Tía.
—Gracias —dijo, y Elroy le tomó la mano.
—Sé que hemos tenido nuestras diferencias, Candy, y que no siempre vemos las cosas de la misma manera. No me considero perfecta, pero te he educado lo mejor que pude. Soy tu Tía después de todo y siempre lo seré. Y eso significa que siempre te querré a mi manera.
Candy guardó silencio durante unos instantes, luego preguntó:
— ¿Qué puedo hacer?
—No lo sé, Candy. Debes decidirlo tú sola. Pero yo, en tu lugar, lo pensaría dos veces. Pregúntate qué es lo que quieres realmente.
Candy desvió la vista, y sus ojos se enrojecieron. Un segundo después, una lágrima se deslizó por su mejilla.
—No lo sé... —se interrumpió y su Tía le apretó la mano.
Elroy miró a Terry, que estaba sentado con la cabeza gacha, escuchando con atención. Como si leyera sus pensamientos, él le devolvió la mirada, hizo un gesto de asentimiento y salió del salón.
Cuando se hubo ido, Elroy preguntó en un murmullo:
— ¿Lo quieres?
—Sí —respondió Candy en voz baja—. Mucho.
— ¿Y quieres a Charles?
—Sí, también lo quiero. Lo quiero mucho, pero de otra manera. No me hace sentir lo mismo que Terry.
—Nadie lo hará —dijo su Tía soltándole la mano—. No puedo tomar esta decisión por ti, Candy. Sólo tú puedes hacerlo. Sin embargo, debes saber que te quiero y que siempre te querré. No es una gran ayuda, ya lo sé, pero es lo único que puedo hacer por ti. —Abrió su cartera de mano y sacó un paquete de cartas atadas con una cinta. Los sobres estaban viejos y amarillentos. —Estas son las cartas que te escribió Terry. No las abrí ni me atreví a tirarlas a la basura. Sé que no debí ocultártelas y lo lamento. Sólo quería protegerte. No me había dado cuenta de que... —Candy tomó las cartas y las acarició, emocionada. —Ahora tengo que irme, Candy. Debes tomar una decisión y no te queda mucho tiempo. ¿Quieres que te espere en la ciudad?
Candy negó con la cabeza.
—No. Tengo que arreglármelas sola.
Elroy asintió y miró a Candy con aire pensativo. Por fin se levantó, dio la vuelta a la mesa, se inclinó y la besó en la mejilla. Cuando Candy se puso de pie y la abrazó, su Tía leyó la duda en sus ojos.
— ¿Qué vas a hacer? —preguntó, apartándose un poco.
—No lo sé —respondió Candy tras una larga pausa. Siguieron abrazadas en silencio durante otro minuto. —Gracias por venir —dijo finalmente—. Te quiero, Tía.
—Y yo a ti.
Elroy se dirigió a la puerta, y Candy creyó oírle murmurar "haz lo que te dicte el corazón". Aunque no estaba completamente segura.