Capitulo 9

En la encrucijada

 

Terry le abrió la puerta a Elroy Andrey.

—Adiós, Terry —dijo la mujer en voz baja.

Él asintió en silencio. No quedaba nada más por decir, y los dos lo sabían. Ella se volvió y salió, cerrando la puerta a su espalda. Terry la vio andar hasta el coche, subir y alejarse sin mirar atrás. Es una mujer fuerte, pensó, y comprendió que Candy tal vez se pareciera a  ella.

Terry se asomó al living-room, vio a Candy sentada con la cabeza gacha, y volvió al porche. Sabía que ella necesitaba estar sola. Se sentó en la mecedora.

Después de un tiempo que le pareció eterno, oyó la puerta trasera. No se volvió a mirarla —algo se lo impedía—, pero la oyó sentarse a su lado.

—Lo lamento —dijo Candy—. Nunca imaginé que fuera a pasar algo así.

Terry sacudió la cabeza.

—No lo lamentes. Los dos sabíamos que, tarde o temprano, llegaría este momento.

—De todos modos es muy duro.

—Lo sé. —Por fin se volvió hacia ella y le cogió una mano. — ¿Puedo hacer algo para facilitarte las cosas?

Candy negó con la cabeza. —No, no. Tengo que hacerlo sola. Además, no sé qué voy a decirle.

—Bajó la vista y añadió en voz más baja y distante, como si hablara para sí: —Supongo que todo depende de él y de lo que sepa. Si la Tía está en lo cierto, sospechará algo, pero no puede estar seguro de nada.

Terry sintió un nudo en el estómago. Cuando por fin habló, su voz sonó tranquila, aunque Candy advirtió su dolor.

—No vas a contarle lo nuestro, ¿verdad?

—No lo sé. De verdad. Durante los últimos minutos en el salón, no he hecho más que preguntarme qué es lo que más quiero en la vida. —Le apretó la mano—. ¿Y sabes cuál fue la respuesta? Que te quiero a ti. Que quiero que estemos juntos. Te amo y siempre te he amado. —Respiró hondo y continuó: —Pero también quiero un final feliz, sin herir a nadie. Y sé que si me quedo, lastimaré a algunas personas. Sobre todo a Charles. No te mentí cuando dije que lo quería. No me hace sentir las mismas cosas que tú, pero le tengo mucho afecto, y no sería justo que le hiciera esto. Si me quedo aquí, también haré daño a mi familia y a mis amigos. Sería como traicionarlos a todos... Y no me siento capaz de hacerlo.

—No puedes supeditar tu vida a los demás. Debes hacer lo que consideres mejor para ti, aunque con ello lastimes a tus seres queridos.

—Lo sé —respondió Candy—, pero tendré que afrontar mi decisión, cualquiera que sea, durante el resto de mi vida. Para siempre. Tendré que ser capaz de seguir adelante sin mirar atrás. ¿Me entiendes? Terry sacudió la cabeza y trató de mantener la calma en su voz.

—No. No si eso significa perderte. No quiero volver a perderte. —Candy bajó la vista en silencio, y Terry continuó: — ¿Podrías dejarme sin mirar atrás?

Candy se mordió los labios antes de responder con un hilo de voz: —No lo sé. Puede que no.

— ¿Sería justo para Charles?

No respondió de inmediato. Se levantó, se secó las lágrimas y caminó hasta el borde del porche, donde se apoyó contra una columna. Cruzó los brazos y miró hacia el horizonte antes de contestar en voz baja:

—No.

—No tiene por qué ser así, Candy —dijo Terry—. Ahora somos adultos, y tenemos la oportunidad de elegir que no tuvimos antes. Estamos hechos el uno para el otro. Siempre ha sido así. —Se acercó y le apoyó una mano en el hombro. —No quiero pasar el resto de mi vida pensando en ti, imaginando cómo hubiera sido vivir contigo. Quédate conmigo, Candy.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

—No sé si podré —susurró.

—Claro que puedes... Candy, nunca seré feliz sabiendo que estás con otro. Eso me mataría. Lo que hay entre nosotros es extraordinario. Es demasiado hermoso para echarlo por la borda.

Candy no respondió. Al cabo de un momento, Terry la obligó a volverse hacia él, le tomó las manos y buscó sus ojos. Ella finalmente lo miró con los ojos húmedos. Después de un largo silencio, Terry le secó las lágrimas de las mejillas con una expresión de ternura en la cara. Leyó sus pensamientos y preguntó con un hilo de voz:

—No te quedarás, ¿verdad? —Esbozó una pequeña sonrisa. —Quieres hacerlo, pero no puedes.

—Ay, Terry —dijo ella, echándose a llorar otra vez—. Por favor, trata de entenderlo...

El la atajó, sacudiendo la cabeza.

—Sé lo que vas a decir, lo veo en tus ojos. Pero no lo entiendo, Candy. No quiero que esto termine así. Pero si te vas, los dos sabemos que no volveremos a vernos.

Candy se apoyó contra su pecho y comenzó a llorar con más fuerza, mientras Terry intentaba reprimir las lágrimas. La estrechó entre sus brazos. —No puedo obligarte a quedarte, pero pase lo que pasare, nunca olvidaré estos dos días que estuvimos juntos. He soñado con esto durante años.

La besó con ternura, y se abrazaron como cuando Candy había llegado un par de días antes. Finalmente ella se soltó y se secó las lágrimas.

—Tengo que ir a buscar mis cosas, Terry.

Él no la siguió. Se sentó en la mecedora, agotado. La miró entrar en la casa y oyó cómo el sonido de sus movimientos se desvanecía. Al cabo de unos minutos, Candy reapareció con sus cosas y caminó hacia él con la cabeza gacha. Le entregó el dibujo hecho la mañana anterior. Terry advirtió que no había dejado de llorar.

—Toma. Lo hice para ti.

Terry desplegó el dibujo despacio, con cuidado de no romperlo.

Eran dos imágenes superpuestas. La del fondo, que ocupaba la mayor parte de la página, era un retrato de él tal como era ahora, no catorce años antes. Notó que había dibujado hasta el más mínimo detalle de su cara, incluyendo la cicatriz. Era como si lo hubiera copiado de una fotografía reciente.

La segunda imagen correspondía a la fachada de la casa. También era asombrosamente detallada, como si la hubiera bosquejado sentada frente a ella.

—Es precioso, Candy. Gracias. —Forzó una sonrisa. —Ya te he dicho que eres una auténtica artista.

Candy asintió con la vista fija en el suelo y los labios apretados. Era hora de marcharse.

Caminaron despacio hacia el coche, sin hablar. Cuando llegaron, Terry la abrazó otra vez hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas. La besó en los labios y en las mejillas, y luego acarició suavemente con un dedo los puntos donde la había besado.

—Te quiero, Candy.

—Y yo a ti.

Terry abrió la puerta del coche y se besaron por última vez. Candy se sentó al volante, sin quitarle los ojos de encima. Dejó las cartas y el bolso en el asiento de al lado, buscó las llaves y dio el contacto. El motor comenzó a rugir con impaciencia. Había llegado la hora.

Terry cerró la puerta con las dos manos, y Candy bajó la ventanilla. Observó los músculos de sus brazos, la sonrisa natural, su cara. Extendió una mano y Terry se la tomó un segundo, acariciándola suavemente con los dedos.

—Quédate —murmuró sin sonido, moviendo los labios, y por alguna razón esa súplica muda le dolió mucho más a Candy de lo que esperaba. Las lágrimas caían sin freno, pero no podía hablar. Por fin, de mala gana, apartó la vista y le soltó la mano. Movió la palanca de cambio y apretó ligeramente el acelerador. Si no se marchaba ahora, no lo haría nunca. Terry se apartó y el coche comenzó a avanzar.

Contempló la escena como si estuviera en trance.

Vio cómo el coche iba despacio, oyó el crujido del asfalto bajo las ruedas. El vehículo comenzó a girar lentamente hacia el camino que la llevaría de regreso a su hotel. Se iba, se iba, y Terry la miraba aturdido.

Avanzó... pasó a su lado...

Candy saludó con la mano por última vez y sonrió en silencio antes de acelerar. Entonces él le devolvió el saludo sin entusiasmo. "¡No te vayas!", hubiera querido gritar, al ver que el coche se alejaba. Pero no dijo nada. Un minuto después el vehículo se perdió en la distancia, y lo único que quedó de Candy fueron las huellas de su coche en el camino.

Terry permaneció inmóvil en el mismo sitio durante largo rato. Candy se había marchado tan repentinamente como había llegado. Esta vez para siempre. Para siempre. Cerró los ojos y volvió a verla marchar en su mente, el coche alejándose poco a poco, llevándose su corazón.

Con profunda tristeza recordó que Candy, igual que su Tía, no había mirado atrás.