Harto ya de tiernos faisanes y pescados raros, un día llamó a su cocinero jefe y le dijo:
-Ahmed, voy a pedirte que me busques algún manjar que no haya probado nunca, porque mi apetito va decayendo. Si quieres seguir a mi servicio, tendrás que ingeniarte cómo hacerlo. -Si me ingenio y logro sorprenderos, ¿qué me daréis? Aquel gran glotón, repuso: -La mano de mi bellísima hija.
Al día siguiente, el propio Ahmed sirvió al Emir en una bandeja de oro, el nuevo manjar. Parecían muslos de ave adornados con una artística guarnicíon.
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