ALCOHOL

    Teniendo en cuenta las enfermedades que acarrea, la desintegración familiar que provoca y los enormes costos sociales que genera, podría afirmarse que el alcohol es una de las drogas más peligrosas que se conoce. Puede ser causa directa de muerte a través de enfermedades como la cirrosis hepática, o indirecta como factor que provoca actos de agresión violenta y accidentes de tránsito.

    ¿Cuánto alcohol es necesario beber para que una persona pierda el control de sus actos? Lo mismo que ocurre con cualquier otro tipo de droga, la cantidad depende de la resistencia que cada organismo ofrece.

    Una definición directa del adicto al alcohol diría que es aquel que abusa de la ingestión de bebidas alcohólicas. Pero la complejidad de los mecanismos que llevan a esta enfermedad son de tal magnitud, que es indispensable revisarlos puntualmente.

    Desde el punto de vista técnico, el alcoholismo consiste en la toma excesiva y continua de bebidas que contienen alcohol etílico. El alcohol se incluye dentro de las drogas depresoras, a pesar de que sus primeros síntomas parecen ocasionar un estado de euforia. Sin embargo, tras las primeras dosis empiezan a disminuir las capacidades de juicio, de atención, de observación y de reflexión. Se entra a partir de ese momento en una fase de depresión que puede llegar hasta la pérdida de conciencia.

    Si bien la dosis necesaria para intoxicarse varía de una persona a otra, cualquiera que exceda el propio límite se emborrachará. Existe, no obstante, una diferencia entre el bebedor y el alcohólico que no puede medirse cuantitativamente ni definirse con facilidad. Depende, entre otros factores, de la personalidad, la ocasión y el estado físico del individuo.

    La mayoría de las personas ha experimentado, en alguna oportunidad, los efectos agradables y relajantes del alcohol. Son estos efectos los que refuerzan el uso regular y la dependencia. ¿En qué momento se cruza la línea que separa al bebedor ocasional del adicto? No existe regla fija porque el fenómeno se da en forma progresiva. De la misma manera que la obesidad no se da en veinticuatro horas sino que deviene de un aumento paulatino de peso hasta que el individuo se encuentra con una compulsión por la comida y con un exceso de kilos que se ha vuelto inmanejable, así el alcohólico puede comenzar como un bebedor social que luego alardea de su resistencia etílica y bebe hasta que sus amigos se derrumban bajo la mesa. O como un bebedor solitario que a escondidas sumerge sus frustraciones en dosis cada día más altas.

    En el caso de las bebidas alcohólicas aparece el fenómeno de la tolerancia, que lleva a un incremento continuo del nivel de consumo y va creando una dependencia física. Cuando el bebedor quiere suspender la ingesta, se producen intolerables síntomas de abstinencia que lo obligan a seguir bebiendo. De esta manera se agudiza la dependencia psicológica y fisiológica conocida como síndrome de dependencia alcohólica.

    Es a partir de ese momento que la bebida adquiere prioridad sobre las demás actividades. Pasa a ser más     importante que la familia, que el trabajo, que los amigos y que la salud. El empeño por ocultar la adicción y los síntomas consume todas las horas del día y toda la atención del sujeto, y eso le provoca estados alternados de angustia, irritación y autocompasión.

    La sociedad actual fomenta el hábito de beber como una muestra de hospitalidad y una vía de comunicación. El vaso en la mano, lo mismo que un cigarrillo encendido, contribuye a que los individuos se distiendan en un encuentro de negocios, permite disfrutar de una reunión con amigos y disminuye la inquietud a la hora de tomar decisiones. Practicada con moderación, esta forma abierta de beber es inocua y satisfactoria, y hasta la recomiendan algunos médicos especialistas en cardiología.

    ¿Cuáles son las causas, entonces, que llevan a un bebedor social a cruzar la frontera del exceso? Algunas investigaciones se han orientado hacia la compleja interacción social y han demostrado, sin lugar a dudas, cómo influyen el grupo étnico, el género sexual, la ocupación, el país, el precio del alcohol y la facilidad para obtenerlo. Se ha logrado establecer, por ejemplo, que el índice de adictos varía según la tendencia religiosa. O que en los países productores de vino, donde el precio es bajo y la bebida es fácil de obtener, hay una cantidad excesiva de bebedores.

    Si bien la embriaguez pública es una falta reprimible, con frecuencia el comportamiento del alcohólico es motivo de risa y tema de numerosos chistes. Pero ese comportamiento ridículo y grotesco, llevado al ámbito privado, no sólo carece de gracia sino que produce vergüenza, dolor y miedo entre los convivientes. El alcohólico hace padecer a quienes lo rodean experiencias traumáticas casi intolerables ya que desarrolla una personalidad con las siguientes características:

· Pierde la consideración de los demás.

· Protagoniza accidentes de tránsito, industriales y domésticos.

· Descuida el trabajo y termina provocando la debacle económica del grupo familiar.

· Genera daños sociales, psicológicos y físicos a otros.

· Se desvaloriza ante los ojos de los demás y ante los propios.

· Se lo excluye y castiga con desprecio, censura e incomprensión.

    A pesar de estos hechos irrebatibles que, por lógica, nadie desea transitar, el consumo de alcohol en el mundo está en franco aumento. En los Estados Unidos se calcula que existen 140 millones de norteamericanos bebedores, de los cuales 18 millones tienen problemas relacionados con el alcoholismo.

Uno de los socios fundadores de Alcohólicos Anónimos escribió:

    "Ningún alcohólico deja de beber permanentemente a menos que sufra un profundo cambio de personalidad. Lo primero que nos dicen cuando nos acercamos en busca de tratamiento es que debemos pensar que aunque dejemos de beber, nuestros problemas no quedarán en el pasado para siempre. Una persona que entra en abstinencia, pero no hace ningún cambio interior importante, va a sufrir una recaída tras otra o va a cambiar el elemento de su adicción porque no ataca el problema de fondo, que está dentro de él."

    Algo que el alcohólico debe saber, si desea recuperarse, es que no debe trasladar la culpa a la botella, el jefe, la esposa o el destino. Ésas son meras excusas que elabora porque no puede soportarse a sí mismo frente a las frustraciones. Por lo general, el adicto no puede resolver por sus propios medios la dificultad porque para ello necesita una conducta férrea y una enorme fuerza de voluntad. Pero, justamente, la carencia de esos dos elementos ante los problemas de la vida es lo que lo impulsó a la adicción. Después, la ingesta de alcohol acentúa progresivamente la falta de voluntad y hace del adicto una persona irritable y en ocasiones violenta que puede llegar a perder el control y a padecer "lagunas mentales" sobre lo sucedido mientras estaba alcoholizado.

    El abuso de bebidas alcohólicas se asocia a todo tipo de enfermedades causantes de invalidez y muerte. Muchos delitos, peleas domésticas, abuso sexual —en especial en niños—, accidentes de tránsito, incendios y riñas callejeras, ocurren a causa de la ebriedad.

    Estas características, por demás preocupantes en los adultos, adquieren visos dramáticos cuanto el alcoholismo se presenta en los adolescentes. En los jóvenes los efectos comienzan con:

· Reiterados incidentes de ebriedad.

· Dificultades en los estudios.

· Malhumor frecuente.

· Agresividad injustificada.

· Comportamientos antisociales.

    Aunque las campañas para prevenir el consumo de drogas raramente lo incluyen, el alcohol es la droga más usual por los adolescentes. Los motivos que inducen al consumo son variados: curiosidad, presión del medio, rebeldías, padres bebedores, facilidad para obtenerlo.

    Desde la década del ’80, las bebidas gaseosas, cuyos principales destinatarios eran los jóvenes, fueron lentamente desplazadas por la cerveza en la preferencia adolescente, en especial, cuando el consumo se realiza en horarios nocturnos. Este cambio, que es de carácter mundial, se manifestó más claramente en aquellos países cuyas legislaciones no se adaptaron a la situación ni aplicaron medidas preventivas para velar por la salud pública.

    Las cifras de este nuevo fenómeno son las siguientes: en 1980 se consumían 8 litros de cerveza por persona y por año; en 1994, el consumo alcanzó los 30 litros por persona y por año. El 57% de los bebedores de cerveza pasa el límite crítico de bebida; el 8% toma sin límite. El 50% de los bebedores tiene entre 15 y 18 años; el 40%, entre 12 y 15 años. Los lugares de iniciación son las discotecas, los bares y los kioscos.

    La prohibición de venta de alcohol a menores es burlada constantemente por quienes están a cargo de los despachos de bebidas ya que los comerciantes no se resignan a perder una clientela tan nutrida.

    En los países que están controlando este problema de la salud pública la tendencia apunta, en primer lugar, a fortalecer la legislación acrecentando las penas para quienes venden bebidas alcohólicas a menores de edad, y al mismo tiempo se trata de impedir que las campañas publicitarias asocien alegremente alcohol con éxito, felicidad y placer. En segundo lugar, se ha reforzado la convocatoria a las familias, la escuela y la comunidad en general para que participen en la prevención del alcoholismo juvenil por medio de fuertes campañas de información y formación comunitarias.

    Regular el horario de cierre de los bares y discotecas es sólo un aspecto de la lucha contra el alcoholismo adolescente. Para que una medida de ese tipo sea eficaz es necesario al mismo tiempo estimular el deporte, incentivar la participación activa de los jóvenes en proyectos comunitarios, promover la solidaridad y hacer más atractivos los programas de educación.

    Numerosas encuestas realizadas entre alumnos de distintos colegios secundarios de la Capital y el Gran Buenos Aires dan cuenta de que el fenómeno del alcoholismo juvenil dejó de ser una simple posibilidad para transformarse en cruda realidad. Se sabe que el 56% de los jóvenes toman bebidas alcohólicas —en especial, cerveza— antes de entrar a una discoteca. La cantidad mínima que reconocen haber consumido es de un litro por persona. Y hay casi un 10% que toma cerveza durante la semana y a cualquier hora.

    La ingesta excesiva de alcohol tiene efectos devastadores que deprimen las funciones orgánicas. El hígado, el corazón, el páncreas, las arterias y el cerebro son directa o indirectamente afectados y el bebedor se expone a riesgos considerables de sufrir enfermedades.

Las afecciones provocados por el consumo de alcohol son:

· Hepáticas. En el hígado se metaboliza el alcohol, para lo cual produce y almacena grasa. A mayor cantidad de alcohol, mayor cantidad de grasa acumulada. Esto produce un agrandamiento del hígado por invasión de grasa que deteriora sus funciones y lo reduce y endurece. Esta enfermedad se denomina cirrosis y es, generalmente, mortal.

· Cerebrales. El alcohol deprime las funciones superiores; en primer lugar, las de los lóbulos frontales que gobiernan la conciencia, los valores del individuo, el juicio, la toma de decisiones, la coordinación neuromuscular, las reacciones y todo lo que tiene que ver con las funciones cognoscitivas. Luego, cuando las dosis de alcohol son muy elevadas, se deprimen las funciones cerebrales primitivas y se puede llegar a afectar el centro respiratorio. Por lo general, antes de llegar a esa instancia, se activa el centro del vómito; ello salva al bebedor de morir por sobredosis de alcohol. Con frecuencia se da el caso de usuarios que mezclan alcohol con marihuana —esto provoca la supresión del centro del vómito— y quedan expuestos a la muerte por sobredosis. Los efectos del alcohol sobre el cerebro —lo mismo que sobre otros órganos— dejan secuelas irreversibles.

· Cardiovasculares. El consumo de alcohol multiplica la carga de trabajo del corazón y reduce el flujo de sangre desde las coronarias. Afecta el ritmo cardíaco y provoca lo que se denomina arritmia, enfermedad de suma gravedad. También la presión sanguínea se eleva y esto pone al bebedor bajo el riesgo de sufrir un episodio de hipertensión con desenlace fatal o invalidante. Otras enfermedades que el alcoholismo desencadena en el sistema cardiovascular son: espasmos respiratorios, angina de pecho, flebitis y apoplejía.

· Cancerosas. Los tipos de cáncer más frecuentes en los bebedores son los de boca, esófago, estómago, hígado y vesícula. Si además de alcohólicos son fumadores, los riesgos se multiplican y alcanzan los pulmones, el páncreas, los intestinos y la próstata.

    Existen además otras enfermedades como la pancreatitis y las que afectan los nervios periféricos que, además de ser fatales, son terriblemente dolorosas.

    La ingesta de sustancias diversas —drogas, medicamentos, alcohol, tabaco, etcétera— durante el embarazo compromete la salud de la madre y la del feto dado que todo lo que la embarazada ingiere pasa al hijo a través de la placenta. El alcohol es sumamente tóxico para el feto, porque ingresa en el torrente sanguíneo, y para el recién nacido, porque circula a través de la leche.

    Los efectos del alcohol sobre la nutrición son también negativos. Produce obesidad, desplaza alimentos sanos y provoca deficiencias que derivan en una disminución de la vitamina B, el potasio, el zinc, el magnesio, el ácido fólico y otros nutrientes imprescindibles para el buen funcionamiento del organismo.

    Además de las ya descriptas, existe una larga lista de enfermedades que en forma directa o indirecta puede causar el alcohol. Algunas de ellas son la anorexia, la gastritis, úlceras en el aparato digestivo, neuritis periférica, epilepsia alcohólica, síndrome amnésico de Kolsakov, alucinosis paranoica, delirium tremens y varios tipos de enfermedades mentales.

    La neuritis periférica es una enfermedad del sistema nervioso que se origina en la desnutrición que suelen padecer los alcohólicos, a causa de su falta de apetito crónico (anorexia). Esto provoca una importante disminución de las vitaminas del grupo B, lo cual afecta las fibras nerviosas que se extienden desde la columna vertebral hasta las manos y pies. Los primeros síntomas de la neuritis periférica son la picazón y el hormigueo de los miembros, y luego el entumecimiento. Los nervios afectados son los que dan sensibilidad a la piel, por lo que esta disfunción no permite percibir los desniveles del suelo o si se tiene algún objeto en la mano. Esto trae una torpeza involuntaria que impide realizar las tareas más sencillas y llega a provocar frecuentes caídas. En el último estadio de la enfermedad resultan afectados los nervios responsables del movimiento muscular, lo cual provoca invalidez.

    La epilepsia alcohólica aparece durante el período de abstinencia del alcohol. Se debe a que la suspensión de la droga aumenta la susceptibilidad del cerebro, antes adormecido por el alcohol, para sufrir descargas eléctricas espontáneas.

    La falta de vitaminas del grupo B provoca desórdenes mentales, incluso una severa alteración de la memoria que fue estudiada y descripta con exactitud por el psiquiatra ruso Kolsakov con cuyo nombre fue bautizado este síndrome. La encefalopatía de Wernicke es otra afección provocada por el alcohol que se manifiesta en grandes dificultades para la concentración, lentitud para responder, parálisis de algunos movimientos del ojo, alteraciones en la marcha y pérdida del equilibrio. La demencia alcohólica se manifiesta con una continua pérdida de la inteligencia y de la percepción, entre otras disminuciones, a causa de la destrucción de las células cerebrales.

    El delirium tremens, una de las afecciones más dramáticas, provoca confusión, desorden mental, miedo, agitación y aturdimiento. Las alucinaciones son tan nítidas que se confunden con la realidad. El enfermo pasa de la extrema agitación al pánico, se siente amenazado y trata de sacarse de encima objetos imaginarios. Se le dilatan las pupilas, se acelera el pulso y sobreviene la fiebre.

    Los alcohólicos tienen una tasa de mortalidad casi tres veces más alta que el promedio de la población. Esto demuestra que quienes adoptan ese hábito reducen la expectativa de vida de manera concluyente.

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