CIENCIA

LA UNAM, PIONERA EN LATINOAMÉRICA EN PROGRAMAS DE CONDUCTA PARA MASCOTAS

■ Investigación aplicada en la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia

■ Atención y terapias correctivas en su Hospital Veterinario    

■ Especialistas: los animales también sufren de stress, ansiedad y depresión     

Por Angie Jiménez, Yanina Flores, Adriana Jiménez y Ulises Pérez 

Rasgaste las cortinas nuevas de mi casa, aquellas que mamá adoraba tanto. Por tu culpa, tuvimos una discusión terrible. Te defendí y lo hice mejor que nadie. No podría soportar tu ausencia, pero tampoco me resulta fácil comprender tu comportamiento. A veces eres dócil. Pero en ciertas ocasiones te vuelves insoportable y arisco.

Sin embargo, te comprendo como pocas personas. Después de todo, no tienes la culpa de vivir en un área tan reducida, donde no hay juguetes de tu agrado o algún espacio libre para que corras a tu antojo. Ojalá entendieras que algunas cosas no deben destruirse. Cuando las personas nos aferramos tanto a nuestros objetos y espacios, enloquecemos un poco.

Mis padres quieren echarte de la casa. Te irás mañana mismo. Tus ojos lucen tristes. 

Mascotas fuera de control

¿Quién no ha tenido problemas con su mascota? Perros destructores o agresivos, gatos melindrosos o huraños; heces fecales bajo la cama o en la alfombra; rasguños o mordidas en la sala nueva; ataques inesperados a las visitas; “robo calificado” de alimentos y cosas; uso indebido de espacios... En los animales, existen diversas actitudes que manifiestan estados de ánimo, padecimientos neurológicos o simples intentos desesperados por captar la atención de sus dueños. Pero, ¿qué hace la gente ante estos frecuentes descontroles “intrafamiliares”? Algunos, en su ignorancia por el problema, optan por la peor solución.

La Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia (FMVyZ) de la UNAM,  ofrece, actualmente, alternativas para corregir problemas de conducta en perros y gatos, a través del servicio de Etología Clínica que se brinda en el Hospital Veterinario de esta dependencia. En dicho departamento, cuyo servicio sólo se presta los días miércoles, se agenda un promedio de veintiocho consultas al mes.

A nivel Latinoamérica, nuestra Máxima Casa de Estudios es pionera en establecer un programa educativo y de asistencia de tal naturaleza.

“En este centro de enseñanza vamos a cumplir dos años de haber introducido la especialidad como consulta externa en el hospital, pero desde la aprobación del Plan de Estudios de la carrera de Medicina Veterinaria y Zootecnia, en 1993, esta disciplina se instituyó como materia”, destacó el doctor Alberto Tejeda Perea, jefe del grupo de investigadores que trabaja en el Departamento de Etología y Fauna silvestre de la FMVyZ.

Etología y terapias con bases científicas

La etología es el estudio científico de la conducta animal, y toma en cuenta a todas las especies, tanto salvajes como en cautiverio. Esta disciplina aparece en Europa alrededor de 1965, cuando comienza la promoción de los derechos animales y surge toda una corriente científica que intenta demostrar la capacidad de éstos para manifestar emociones.

“Un animal que suele ser pacífico y, repentinamente, presenta una conducta anormal, no es víctima de la locura; en realidad, los retos que supone la adaptación a una familia o, simplemente, la falta de ejercicio regular, los hace susceptibles a presentar comportamientos indeseables.”

Aquí, un alto porcentaje de estos tratamientos corresponde a aquellas mascotas que presentan actitudes de agresión. Las terapias no consisten en el castigo emocional o físico, sino en un programa con bases científicas que se ajusta a las necesidades del animal en recuperación, explicó el investigador. “Este es todo un trabajo interdisciplinario, pues incluye a la psicología como complemento de la medicina veterinaria, y considera los últimos descubrimientos sobre comportamiento animal”.

─ ¿Por qué algunas mascotas, en su gran mayoría, orinan o defecan donde no se debe? ─, se le pregunta a Tejeda Perea.

─ En realidad, lo que pareciera desobediencia intencional, es síntoma de que el animal sufre de ansiedad por separación. Dicho comportamiento se presenta en las mascotas, entre otras razones, porque teme que su dueño ya no regrese cuando sale de casa habitualmente.

“Para resaltar la importancia de aprovechar nuestro servicio en el Hospital, basta señalar que la conducta de agresión tiene diversos niveles de peligrosidad. En el peor de los casos, luego de haber probado todos los tratamientos disponibles, es necesaria la eutanasia; pero ésta es sólo la última opción, cuando ya se han agotado todas las posibilidades de cura.” A este respecto, cabe enfatizar que en la clínica se busca, ante todo, restablecer el ánimo de las mascotas a partir de un verdadero esfuerzo por comprenderlas.

Para conseguir este objetivo, aduce el entrevistado, es necesario conocer las razones que provocan un comportamiento inesperado en los animales. En la clínica de etología se han establecido siete tipos de agresión. La más frecuente es conocida como agresión por dominancia, propiciada por un desarrollo incorrecto del sentido social en el animal, quien cree tener una jerarquía mayor que la de su dueño y se siente con derecho a dominarlo por medio de la agresión.

Sin embargo, este mismo perro puede ser perfectamente sociable con otras personas o animales de su especie. Tales inequidades afectivas se deben a una comprensión errónea de su papel en el núcleo familiar. “En casos así, la solución terapéutica consistiría en elaborar un plan para regresar al animal a su estatus correcto. Esto implica un ‘programa salario’, donde el perro no recibe ningún satisfactor si no es por orden del propietario. Sin echar mano de métodos violentos, el animal comienza a entender que su jerarquía cambió”.

Las citas en el nosocomio se efectúan en función del trabajo a realizar, pero normalmente ocurren cada tres semanas, tiempo en que los veterinarios evalúan si el tratamiento está funcionando o no. Según el doctor Tejeda, “la duración de una terapia es muy variable. Algunos dueños comprometidos notan progreso en su mascota a la siguiente cita, y en un mes pueden resolver el problema. Pero también existen casos como el de Niki, una pastor alemán con agresión por dominancia y ansiedad por separación, cuya conducta mejoró después de seis meses de tratamiento.

“El dueño del animal en terapia debe vigilar que las indicaciones del programa se desarrollen al pie de la letra. Se trata de un trabajo conjunto. Nuestra labor es decirle al propietario las razones de ese comportamiento desordenado, además de sugerirle estrategias para devolverle la tranquilidad a su animal, y protocolos o instrucciones verbales para mejorar su comunicación con el mismo. Lo ideal es que se cumplan las recomendaciones, para reconocer periódicamente la evolución del paciente”, puntualizó el especialista.

Las personas que no conocen este servicio, acuden con entrenadores de perros, cuyas técnicas de control pueden rayar en la crueldad. “Cuando el animal cuenta con un trasfondo clínico como las alteraciones metabólicas, los entrenadores no pueden hacer nada. Por eso es muy conveniente que los veterinarios especializados en este campo intervengan directamente para estabilizar el comportamiento de las mascotas”.

Aullidos a la luz de la luna

El vecindario se perturba al escuchar sus lamentos. Un llanto inarticulado acaba con el sueño que durante minutos se esforzó por existir. Las imágenes oníricas, como sean para cada quien, se esfuman porque algún perro del barrio no se siente bien “¡Callen a ese animal!”, vocifera, desde su ventana, aquel vecino que con su día de trabajo cree haberse ganado el derecho de apagar el dolor ajeno.

A través de la cortina calada veo al responsable del escándalo: un perro agrisado y chaparrito, con bigotes de schnauser y orejas laxas. Una mujer sale del apartamento contiguo, apretándose el cinturón de su bata de franela y frotando su rostro desvelado. El rebelde es reprendido con un argumento que no pudo descifrar. La mujer gesticula, pero la criatura es evasiva (su dueña ha perdido los escrúpulos) y casi se asfixia con los jaloneos que la mujer emprende con la cadena.

Desesperado, el pequeño perro se echa sobre su barriga. Sus ojos son dos minúsculas gotas de vacío a punto de transfigurarse en una oscuridad total. La vecina cierra su puerta y el animal se queda ahí, con la cabeza entre las patas. Yo me devuelvo al insomnio, pensando en la irreparable tristeza del perro. Los aullidos reinician más poderosos que nunca. La represión fue inútil. Nada ni nadie puede escapar de ellos.

Mascotas al borde de un ataque de nervios

La neurología veterinaria es una compleja especialidad enfocada en el diagnóstico y tratamiento de los problemas relacionados con el sistema nervioso de nuestra mascota. Padecimientos como epilepsia, ceguera, traumatismo encéfalo–craneal, accidentes vasculares y lesiones de la médula espinal, son objeto de estudio en esta disciplina.

Sin embargo, el desequilibrio neurológico no sólo se refleja en enfermedades físicas, sino también en malestares emocionales como la agresividad y el estrés. Así, el sistema nervioso de un animal puede ser afectado por enfermedades generadas en otras partes del organismo, y los daños nerviosos pueden propiciar disfunciones en diversas regiones del cuerpo.

Por ello, la cojera de un perro puede ser consecuencia de un padecimiento neurológico y no de huesos. La ceguera también guarda una estrecha relación con la neuropatía, de ahí que la neurología enriquezca los conocimientos sobre salud animal.

Oswaldo Martínez, egresado de la FMVyZ, explica los beneficios de esta área clínica, y afirma que “cuando a nuestra mascota le duele la pata o la cola, su estado de ánimo cambia notablemente y puede padecer depresión o estrés, lo que puede reflejarse en la caída de pelo o la falta de apetito.

“Los animales en condiciones de libertad pocas veces presentan problemas de conducta. ¿Cuántas personas se quejan de que sus perros muerden las plantas o hacen hoyos en el jardín? Los animales se comportan así porque no se sienten libres. Eso  los vuelve agresivos y destructivos, en su intento por liberar su energía. Para evitar estos episodios, es necesario sacarlos a pasear, jugar con ellos y no abandonarlos. La soledad es la sensación que menos les gusta.”

En el artículo titulado “Neurología veterinaria ¿Porqué no ofrecer lo mismo para nuestras mascotas?”, el doctor Enzo Bosco, especialista sudamericano en neurología, ejemplificó el reciente caso del tigre que atacó a su domador, como prueba inequívoca del repudio que los animales sienten hacia el encierro. Y qué decir cuando ellos viven en condiciones violentas y de explotación.

“Existen animales que nacieron para ser libres, y hay otros ─como los perros y los gatos─ cuya misión es ser nuestra compañía. Pero aunque se trate de animales domesticados, sus amos debemos procurarles un ambiente agradable, tal como el que nosotros desearíamos para vivir en paz”, expresa Enzo Bosco en el citado escrito.

La salud física y emocional de los animales que comparten este mundo con nuestra especie, depende en gran medida de nuestro cariño y respeto a su naturaleza y a los ecosistemas donde se desarrollan.

Padecimientos como la epilepsia, tan graves y recurrentes en animales domesticados, pueden contrarrestarse con veinte minutos diarios de convivencia y afecto. Los animales dejan de sufrir en el momento en que los asumimos como parte de nuestra vida cotidiana.

En sus ojos había tristeza

Oso, mi primer gato, padeció lo indecible. Su primera juventud fue radiante; gozaba del extenso jardín que rodeaba nuestra antigua casa; aprovechaba las bardas para estirarse en su canto y dormía placenteramente al cobijo de los últimos minutos de luz solar.

Ya en nuestro nuevo hogar, el ánimo de Oso empeoró visiblemente: pasaba las tardes enteras, oculto en un clóset aún vacío. Cuando salía, apenas tomaba dos bocados de su comida favorita y, llorando, meaba en cada objeto que no reconocía.

Las semanas que siguieron, se dedicó a rondar el departamento, reconoció las salidas y paseaba en la periferia de la cuadra. Pero el brillo de su mirada no volvió, sus costillas casi penetraban lo que un mes antes era un hermoso pelaje bicolor.

 Una tarde, se escapó por la ventanilla del baño. Empecé a preocuparme; había pasado una semana y él seguía desaparecido. Creí haberlo perdido para siempre.

Cierta madrugada, escuché un golpe seco en la ventana de mi habitación. Distinguí, inmediatamente, su silueta encorvada. Cuando abrí la ventana, entró silencioso en la casa negra. A tientas, fui hacia su plato para llenarlo de croquetas. Comió con avidez. Ya que se hubo satisfecho, encendí la luz y vi, horrorizada, que ya no tenía su ojo izquierdo; una pelota de agua y sangre a punto de estallar salía de la cuenca que había albergado la brillante pieza verde de su mirada.

El veterinario nos aconsejó ponerle una prótesis; “no hay porqué afligirse, hay muchos gatos tuertitos”, dijo. Pero yo estaba conciente de que la raíz del problema se encontraba dos meses atrás, cuando lo arrancamos de su anterior hogar, sin hacer algo para atender la inmensa tristeza que lo embargó a partir de la mudanza. Nuestra actitud fue de indiferencia y de rechazo ante su sorpresivo cambio de ánimo. Y hoy lucía sin ganas de vivir, lo veía en su único ojo a punto de llorar. Tuvimos que sacrificarlo.

Laica no está loca

“Cuando trajimos a mi perrita (una rott wailer de 5 años) a la Clínica, nunca imaginamos que fuera a curarse tan pronto”, dice Guadalupe Zárraga, quien desde hace dos meses trae a su perro al Hospital Veterinario de la FMVyZ. Laica mostraba un cuadro clínico de agresión hacia sus dueños, y el caso más grave fue cuando atacó a la más pequeña de la familia. “No lo creíamos, pues siempre había sido dócil y cariñosa. La vimos nacer y crecer, imagínate lo que sentimos. Nuestro primer pensamiento es que se estaba volviendo loca”.

La expresión de Laica es de desconfianza hacia los otros pacientes y personas del hospital, pero cuando ve venir al médico, mueve su cola.  En los jardines hay áreas para pasear a los animales. A lo lejos, parecen internos de un centro psiquiátrico de readaptación: caminan tranquilos bajo la custodia de sus médicos. Se ven tan apacibles e incapaces de hacer daño.

A decir de Guadalupe, su mascota ha mejorado con las terapias: “ya no está triste ni esquiva, y el grado de agresividad que tenía se ha reducido bastante. Ella no estaba loca, lo que pasó fue que no imaginábamos tener culpa en el problema: la desatendimos y no le dimos cariño; tampoco buscamos rápido una solución para su comportamiento. Yo creo que si hubiésemos sido concientes, desde el principio, de la responsabilidad que implica tener un perro en casa, muchas cosas se hubieran evitado, como el ataque a mi hija. Pero qué bueno que exista este hospital. Laica es como una hija más en la familia. La queremos más que antes. Ahora lo sabemos”.

Bioética y concienciación humana

La palabra animal proviene de la raíz latina ánima, que significa alma. Partiendo de esta concepción etimológica, queda entendido que tanto nosotros como las especies inferiores, al poseer una, tenemos la capacidad de sentir.

Sin embargo, “parece que no queremos darnos cuenta de eso”, afirma Areli Novoa, joven de 20 años quien trajo a su mascota a terapias. La razón: “mi gato rasgó todos los sillones y cortinas de mi casa; se ha vuelto insoportable: rasguña a todo mundo y nadie lo puede controlar. Pero creo que nuestras mascotas merecen la paciencia y la atención debida. Hay que comprenderlos, pues son nuestra compañía”.

Pocos son los humanos que aprecian la fidelidad de un perro, el cálido ronroneo de un gato o el rumor de la vida miniatura que anida en las grietas de una pared. Considerar que los animales poseen emociones y, más aún, pueden desarrollar una moral, es una idea que ha desatado polémica en el terreno filosófico.

La discusión es creciente entre los médicos veterinarios. Además de las disciplinas mencionadas, existe una especialidad en biología, llamada bioética, que también se enfoca en este controvertible asunto. Tanto la bioética como la etología sostienen que todos los animales sienten celos, ternura, dolor, tristeza y, en suma, una extensa gama de emociones que dependen del ambiente donde los animales crecen y se desenvuelven. Pero, al parecer, pocos lo saben o desean asumirlo.

En el Instituto de Medicina Veterinaria de la UNAM, la investigadora Beatriz Vanda elabora una tesis de doctorado acerca de los fundamentos éticos en el trato hacia los vertebrados no humanos. Una de sus principales observaciones es que “todo ser vivo merece ser tomado en cuenta; pero como la especie humana se ha apropiado la tarea de hacer las reglas, es su conciencia la que decide quiénes son susceptibles (de consideración moral) y quiénes no”.

Aunque los animales son seres sensibles, Beatriz Vanda señala que el principal obstáculo de darles un tratamiento ético, radica en nuestro pensamiento antropocéntrico, y en resolver los dilemas morales a partir de una cultura greco cristiana que ensalza al ser humano mientras desprecia otras formas de vida.

"El reto de la bioética ─explica la investigadora─ es revelar a los individuos que el medio ambiente y los animales deben ser tratados con todo nuestro respeto. Ellos tienen un valor inherente; habitaron el planeta mucho antes que nosotros. El humano es una especie muy nueva que no debe construir su supervivencia a costa del dolor de otros animales.

“Maltratar a un animal nos hace menos humanos. Nuestra capacidad de dominar no nos hace superiores. Filósofos y teólogos coinciden en que esa calidad sólo la brinda nuestro nivel de conciencia. Mientras seamos incapaces de extender ese sentido de conservación a otros miembros de la comunidad viviente, nuestra conciencia permanecerá incompleta.”

¿Animales inferiores?

En nuestro país, la respuesta a la corriente de “bienestar animal” llegó en 1996, cuando se inauguró el Departamento de Etología y Fauna silvestre en la FMVyZ, acontecimiento que, en opinión de Beatriz Vanda, “causó mucho revuelo, pues trajo consigo el pensamiento de que los animales no son máquinas de producción, sino seres vivientes que tienen una vida emocional y mental”.

“La creación de este departamento es un avance, pero el trato ético a los animales depende de un profundo cambio en la educación y la cultura. Cuando no respetamos a los de nuestra propia especie por ser de otra raza, religión o nacionalidad, ¿cómo pedir consideración para las criaturas que son de otro genoma?”.

La pugna continúa entre aquellos que perciben a los animales como seres instintivos y quienes defienden su existencia como seres completamente emocionales. Sin embargo, pensadores como Aristóteles, ya planteaban la semejanza entre el comportamiento de los animales y del hombre.

Cuando Charles Darwin, el padre de la evolución, escribía The descent of man and selection in relation to sex, el siguiente fue uno de sus pensamientos más iluminadores: “Es obvio que los animales inferiores, al igual que el hombre, sienten placer y dolor, felicidad y miseria. La felicidad nunca se exhibe tan claramente como cuando los animales juegan (…) Ellos expresan alegría, tal como lo hacen nuestros propios hijos”.