PUMAS ULTRA:
FORJADOS CON LAVA DEL XITLE
Por Edgar Contreras
México (AUNAM);- Son los eternos
acusados. Parecen destinados al paredón agujerado por el fusil
mediático. Mientras entrenan jóvenes en su escuela de fútbol,
alguien los coloca en la nota roja de los periódicos; se desconoce
que ayudan con especies a los chiapanecos cuando les toca viajar
porque alguien escribió sobre ellos, pero para tacharlos de
vándalos, y cuando editan su folleto para preservar la buena
conducta en los estadios e informar sobre su equipo, los Pumas, sólo
están destinados a ese espacio oscuro donde lo sensacionalista gana
terreno ante lo relevante. Ellos son los Pumas Ultra HS-9,
conozcamos a la verdadera porra. ¿Qué hay detrás del mito?
Un peculiar ejército
La percusión del
tambor y el llamado de la trompeta perturban el sosiego matinal. Una
bandera bicolor es desplegada en un extremo del campo de batalla. El
sonido acompasado, similar al del trote equino, revela la marcha de
un grupo de unas 150 personas, quienes portan una playera con la
simbiosis de un puma y una calavera. Los revolucionarios, prestos
para el combate, sólo esperan la indicación del comandante Óscar
Salazar Sánchez, para disparar un “goya” colectivo a la orden del
“uno, dos, tres”. El ejército responde al nombre de Ultra HS-9,
porra universitaria.
Óscar Salazar sale
de su cuartel (su casa), ubicado en la colonia Pantitlán, cuando la
aurora cede su lugar al sol. Biólogo de profesión, recuerda que su
padre lo llevaba a los partidos de Pumas hace treinta años, cuando
Borja, Mejía Barón y “Toño” de la Torre militaban con el equipo
auriazul. En ese entonces, el legendario Luis “Palillo” Rodríguez
coordinaba los grupos de animación universitarios. Fue el ingeniero
Sergio Camacho quien sentó las bases del aprendizaje futbolístico
de Óscar Salazar durante su estancia en la organización Pumitas
Fútbol.
La mañana del 11 de
enero de 1987, en el partido entre Pumas y Atlante, miles de
aficionados fueron testigos del nacimiento de la porra Ultra, cuyo
nombre proviene del mural de la Biblioteca Central, en el cual se
encuentra en letras negras la palabra “Ultra”, que significa: Más
Allá de la Excelencia.
Cuando el árbitro da
el silbatazo inicial del partido, miles de papeles amarillos,
recortes de la sección amarilla, vuelan desde la tribuna hacia el
campo. “Levántense pinchis güevones”, dice una voz aguda aún a salvo
del alcohol; es un niño de 5 años que organiza una porra para el
equipo. Porque en este singular escuadrón, se reúnen bebés, niños,
jóvenes, adultos y ancianos; algunos son estudiantes, otros
empleados de la universidad y el resto, aficionados a los Pumas.
Aquí, hasta las mujeres van al campo de batalla con un buen
repertorio de armas verbales.
Como en todo buen
ejército, el uniforme es requisito esencial. Los Ultra portan una
playera estampada con la imagen de un rostro, mitad puma, mitad
calavera, cuyo significado es: “con pumas hasta la muerte”, lema que
simboliza el espíritu combativo de la tropa.
Dieciséis años
después de la primera batalla, el destacamento Ultra aún tiene
cuentas pendientes con Chivas, Santos, Águilas, y Monarcas, quienes
han impedido que el equipo dispute la final del torneo, a la que no
asiste desde la temporada 90-91. Durante este lapso, los Ultra han
modificado su nombre, ahora son los Ultra HS-9, en honor al ariete
mexicano número 9, Hugo Sánchez Márquez, quien naciera dos veces en
la UNAM: antaño como futbolista y hogaño como director técnico.
Cuando Hugo Sánchez
se hizo cargo del equipo en marzo de 2000, los lazos entre la
directiva, jugadores y grupos de animación se estrecharon. Hugo
Sánchez y los miembros de las porras de la UNAM (Rebel, Plus, Ultra,
y Orgullo Azul y Oro), acordaron coadyuvar al espectáculo sin
violencia en la tribuna.
En el transcurso del
juego, la Ultra apoya a su equipo y desconcentra al rival, mediante
porras espontáneas o planeadas: “¡Pumas, con el alma, con el
corazón, con huevos!” Luego de múltiples vítores, ¿por qué no
hacerle una sencilla petición al pentapichichi?: “¡Hugo,
saluda a la Ultra!”, gritan al unísono, y el técnico voltea, sonríe
y levanta la mano para el júbilo de los integrantes.
Porras y barras
contra la violencia
Durante
el año 2001, la sana rivalidad imperante en el fútbol mexicano
adoptó, gradualmente, un matiz hasta entonces desconocido. Pequeños
visos de violencia se convirtieron en el centro de atención
mediática. Primero fueron palos de bandera, luego botellas, y como
clímax una granada.
Los principales
acusados de fomentar la violencia fueron las llamadas barras, que
son grupos de animación que imitan el folclore del fútbol
sudamericano mediante cantos y saltos durante todo el encuentro. No
obstante, las porras también fueron señaladas por los medios, sin
diferenciarlas de las barras.
Léase la siguiente
información publicada por La Jornada en el año 2001: “Una
maraña de intereses creados que se cruzan, chocan y rebasan
expectativas originales mueven a las principales porras y a las
llamadas barras de los equipos del máximo circuito, cuyos estrechos
nexos con directivos de clubes mantienen a estos en la indecisión y
en la inacción.”
Como primer paso
para erradicar la violencia y limpiar su imagen, los líderes de las
porras Ultra, Plus, y las barras Orgullo Azul y Oro y La Rebel
convocaron al primer Congreso Nacional de Barras celebrado en las
instalaciones de la cantera de Ciudad Universitaria el 20 de julio
de 2002. Entre los acuerdos, sobresalieron: la tolerancia entre los
distintos grupos de animación; la exigencia a los directivos para
capacitar cuerpos de seguridad; y el compromiso de señalar
públicamente a los individuos agresores en los partidos.
El domingo 26 de
enero de 2003, en un partido entre Guadalajara y Chiapas, un
artefacto explosivo fue lanzado por un sujeto anónimo. La rondana de
cuatro centímetros de diámetro se incrustó en la órbita ocular de
Sergio Pérez Hernández, quien no sabía que sus gritos de euforia en
la tribuna serían, horas más tarde, gritos de angustia en el Centro
Médico de Occidente; el joven de 21 años de edad perdió su ojo
izquierdo.
Un caso distinto
ocurrió el mismo día en Ciudad Universitaria, cuando Daniel
Pasarella, técnico del Monterrey, fue agredido en el México ’68 con
un objeto de plástico, los miembros de las porras universitarias
detuvieron al culpable y lo entregaron a las autoridades.
Arturo Elías Ayub,
presidente del patronato de los Pumas señaló, en entrevista para
Proceso (febrero 2003, número1370), que en México no hay
compromiso de los directivos para garantizar la seguridad de los
aficionados. Esta situación, aunada a la mala conducta de algunos
asistentes, provoca el crecimiento de la violencia en los partidos.
Asimismo, manifestó la confianza depositada en los grupos de
animación de la Universidad, al afirmar que “por mis porras meto las
manos al fuego.”
Del mito al hecho
Da miedo acercarse a
los miembros de las porras o barras. El aficionado no distingue las
diferencias entre una y otra. Él asiste con regularidad a los
partidos, apoya a su equipo y grita un “Goooya” impulsado por el
ímpetu de los grupos de animación. Él, aficionado que disfruta de un
buen partido, aún no olvida que en muchos medios de comunicación
leyó textos como los siguientes:
“Lo cierto es que
mientras en los estadios haya venta indiscriminada de cerveza,
mientras se permita el ingreso de otras bebidas alcohólicas a cambio
de mordidas y en tanto los directivos sigan pagando con boletos a
las famosas barras ¡esos monstruos que han creado! la violencia
seguirá siendo un riesgo latente”. (Gutiérrez, Gerardo. El Norte,
9 de noviembre de 2000)
En la revista
Vértigo (diciembre 7, 2003) apareció publicado un reportaje
con el título “Violencia corrosiva en el fútbol mexicano”,
firmada por Jorge Francisco Moncada:
“Algunos conocedores
ubican el nacimiento de las barras a finales de los años ochenta,
con la aparición de los grupos universitarios Plus y Ultra, que
impusieron una moda con su peculiar forma de animar a los Pumas:
mediante gritos, con insultos constantes a rival y a sus seguidores,
así como agresiones menores como el lanzamiento de objetos pequeños
o líquidos. La diferencia entre la Rebel, Plus y Ultra (nombrada así
porque los llamados aficionados Ultra son aquellos que están
dispuestos a dar la vida por su club) es que la primera no tiene
apoyo económico del club.”
Llama la atención
que las anteriores afirmaciones carezcan de atribución y que se
empleen frases como “dispuestos a dar la vida por su club”, ya que
la expresión es agresiva sin el contexto que originó ese eslogan.
Asimismo, se anteponen calificativos como “monstruos” en la nota de
Gerardo Gutiérrez y en la nota de Francisco Moncada se dice que las
porras sí reciben ayuda económica del club, pero nunca se menciona
la cantidad.
Felipe Jiménez, jefe
de información del club Universidad Nacional A.C., informó que en
los torneos pasados existía un acuerdo entre las directivas de los
equipos de primera división para intercambiar boletos entre los
grupos de animación universitarios y de los rivales en turno. No
obstante, en el campeonato 2003 muchos directivos rompieron con la
dinámica y, desde entonces, los miembros de las porras de la UNAM
han solventado su boletaje cuando el equipo juega en provincia.
La directiva de los
Pumas apoya a sus grupos de animación mediante un descuento del 50%
en el boletaje en los partidos en Ciudad Universitaria, también los
apoyan con gastos de transporte cuando el equipo enfrenta a rivales
de provincia, dijo el licenciado en periodismo por la Universidad
Complutense de Madrid, Felipe Jiménez.
¿Quién les preguntó
a los jugadores?
Darío Verón
Maldonado, defensa central de origen paraguayo y jugador puma desde
la temporada anterior, ve en los grupos de animación un aliciente
que los motiva para jugar.
El mexicano José
Luis “parejita” López, mediocampista puma, confiesa estar fascinado
con sus porras, ya que “han tenido un excelente comportamiento y han
estado con ellos en las buenas y malas”. Además, contó que él ha
visto la provocación hacia las porras de la Universidad por parte de
los policías, cuando viajan a provincia.
“Tenemos convivios
con nuestras porras, son buenas personas y nos une una buena
amistad”, remató José Luis López.
Y el aficionado, que
nunca leyó las declaraciones de Verón, “parejita” López y Felipe
Jiménez, aún guarda recelo hacia estos grupos.
La otra versión de
la violencia
“La violencia no la
provocan las porras, sino los medios de comunicación y los
policías”, afirmó Fernando Avendaño Cervantes, porrista Ultra, quien
rememoró el partido contra Morelia:
Pumas enfrentó a
Monarcas en la semifinal del torneo apertura 2002. Cuando los Ultra
llegaron a Michoacán, algunos miembros, entre ellos Fernando,
escucharon que en el canal 11 de la ciudad los señalaban como
drogadictos.
-Vamos contra los
pinches chilangos-, era el discurso de la afición michoacana.
En el partido,
Monarcas le anotó cuatro goles a los Pumas y la euforia fue tal, que
un aficionado aventó un petardo a la cancha. Fernando vio acercarse
a un policía y le dijo:
-Aquél, ése fue el
que aventó el petardo. ¡Arréstalo! ¡Haz algo!
-Cállate o te parto
tu madre-, le contestó el policía.
Luego, empezaron los
desmanes. La violencia culminó con un arresto de doce horas;
Fernando prefiere calificarlo como secuestro pues, mientras
estuvieron en la delegación, nunca se les informó que estaban
arrestados. Al llegar a la ciudad de México, se sentían doblemente
abatidos: por el maltrato policiaco que sufrieron y por la derrota
del equipo.
A casi un año del
incidente, Fernando Avendaño recuerda aún con amargura aquel viaje a
Morelia y comenta: “Hechos como estos suceden cuando los micrófonos
y las cámaras no se usan con responsabilidad”.
Más que una porra
Los Ultra se reúnen
tres horas antes de cada encuentro, para revisar las banderas,
mantas, tambores, trompetas y matracas y todo lo necesario para
apoyar al equipo.
Al medio tiempo del
partido, un grupo de cinco porristas baja a los palcos donde
entregan una publicación a los medios de comunicación y a los
aficionados que se encuentren en esa zona. Ese impreso, costado por
los miembros de la porra, informa sobre las actividades de la Ultra,
del equipo de primera división de Pumas y, además, exhorta a los
aficionados a preservar la buena conducta para la pacífica
convivencia entre los asistentes.
Óscar Salazar
Sánchez opina al respecto:
“La gente cree que
nosotros únicamente nos dedicamos a gritar y mentar madres, porque
sólo aparecemos en primeros planos cuando hay sucesos violentos. Sin
embargo, pocos saben de la escuela de fútbol que tiene esta porra,
quizá la única en México, en ésta buscamos proyectar a jóvenes con
talento hacia el primer equipo.”
“También se
desconoce que en nuestro partido contra Chiapas colectamos latas y
granos para las comunidades marginadas. Pero estas actividades no
son difundidas por los medios”, comenta Salazar Sánchez.
“Pumas Fútbol” es el
nombre de la escuela de los Ultra, cuyo objetivo es canalizar a
jugadores que no tienen oportunidad de jugar en los equipos
oficiales del club. En cinco años de actividades, al institución ha
logrado la formación del portero titular del equipo universitario de
reservas; el envío de cuatro jóvenes a las fuerzas básicas del club
y algunos otros a provincia para fomentar su desarrollo deportivo.
“¡Goool… de los
Pumas!”
Cual si fuera un
grito de guerra, la euforia contenida en cada integrante, despierta
con fuerza felina y todos brincan, se abrazan, lanzan trozos de
papel multicolor y ondean una gran bandera en el cielo
universitario, pues los pumas anotaron un gol; esta imagen se ha
repetido durante 16 años con diferentes actores, pero siempre con la
misma pasión: el fútbol.
Cabinho, Muñante,
Hugo Sánchez, Ricardo Ferreti, Luis García, Jorge Campos, Claudio
Suárez, García Aspe, etcétera, han cedido su lugar en la cancha a
las nuevas generaciones de gladiadores pumas.
Luis “Palillo”
Rodríguez y Sergio Camacho, legendarios de la tribuna, también se
han ido. Óscar Salazar, líder de la Ultra, sabe que llegará el día
de la despedida al frente del grupo para dar paso a las nuevas
generaciones de animadores.
Cuando los cánticos,
gritos y goyas cesan con el silbatazo final, el ejército
Ultra recoge sus armas y se alista para el siguiente partido del
equipo. Porque el espíritu universitario está “forjado con la lava
del Xitle”, dice Salazar; ser Ultra es una forma de vida que reza:
¡Estamos con Pumas hasta la Muerte!
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