De la Década de los Cincuentas a 1970


Durante la década de los cincuentas se transforma profundamente el carácter de la sociedad mexicana: el sector industrial de la economía se afirma y emerge como el más dinámico, desplazando a las actividades agropecuarias tradicionales como eje de la vida económica del país; la población comienza a concentrarse en las ciudades y a alejarse del campo, y el comercio exterior, las mejores vías de comunicación y los modernos medios masivos de información -la prensa, el cine, la radio y, algo más tarde, la televisión- abren la comunidad nacional al mundo.

Esto provoca una crisis de expresión en el arte de México, pues habiéndose consolidado hasta cierto punto el sentido del carácter y la autonomía nacionales, una actitud nacionalista afirmativo de esos valores parece más bien innecesaria e incluso ajena si es que no opuesta a las inquietudes artísticas que sacuden al munco y que ya han penetrado al país; el folclor pierde importancia como forma de expresión colectiva ante la creciente urbanización y el fenómeno concomitante de la mayor penetración de la radio comercial y, además de todo ello, México ya se ha identificado a sí mismo y ahora aspira a identificarse con el mundo.

Para quienes resulta más grave esta situación es para los compositores en proceso de formación y que están emergiendo en ese momento a la vida artística, pues su respaldo fundamental es una escuela nacional que todavía operaba en el pasado inmediato pero que ahora parece inadecuada y hasta obsoleta dado el momento histórico que se vive y, en cambio, las inquietudes que podrían dar expresión a la nueva sociedad industrial, urbana y cosmopolita aún son demasiado vagas y difusas como para servir de orientación efectiva. Y así, toda una generación en la que militan indudables talentos se ve desgarrada por una desorientación estética fundamental que la hace vacilar entre diversos y hasta opuestos caminos, prácticamente ineficaces todos porque a fin de cuentas el momento que se vive es de transición, y que condena finalmente a muchos de sus integrantes a la perplejidad y el silencio, y a otros, a escribir una música que ya antes de ser compuesta es obsoleta e ineficaz. Pocos, muy pocos son los que se salvan merced a la sola fuerza de su talento. Por ello se podría considerar a ésta como "la generación perdida" de la música mexicana.

En cambio, los maestros más viejos sortean con mejor éxito el escollo; su criterio artístico ya formado y su mayor madurez musical y humana les permite renovarse y escribir una música que no sólo será válida durante la transición histórica que vive el país, sino que también tendrá un lugar en el futuro que apenas despunta, y ello sin traicionarse a sí mismos, negando su propia personalidad. Así, Halffter es el primero en hacer música dodecafónica en México, pero esa música no suena como si proviniera de la escuela vienesa sino al contrario, pues la dodecafonía se latiniza y adquiere un inconfundible acento andaluz; el impulso rítmico de la música de Galindo se atempera, pero en cambio se expande su lenguaje tonal hasta rozar los límites del dodecafonismo y su polifonía se vuelve mucho más rica y compleja, y Carlos Chávez -el gran "old man" de la música nacional- da pruebas de una increible juventud al lanzarse por un camino de contínua experimentación que si bien da frutos que en su apariencia externa difieren mucho entre sí, en el fondo muestran una gran unidad: la que les da un temperamento y una filosofía artística subyacentes que se mantienen incólumes.

Pero aún más: Chávez y Halfter aseguraron la continuidad de esos resultados al proseguir su labor pedagógica y transmitir sus experiencias a la generación subsecuente, de la que son exponentes Francisco Savín, Héctor Quintanar y Eduardo Mata. Estos compositores, definitivamente incorporados a las corientes musicales mundiales, escriben música de "vanguardia" en nada inferior a la que se hace en Alemania, Francia, Polonia, Inglaterra y España, y es indudable que ellos modelaron el futuro de la música de concierto en México. Utilizando un lenguaje cosmopolita y dejando muy atrás la actitud nacionalista, y sin embargo, sea por el influjo de la enseñanza y las obras de los viejos maestros, o bien por la presencia de elementos idiosincráticos a los que no es posible escapar, su música presenta una serie de rasgos que, pese a su cosmopolitismo, la definen como un arte arraigado en estas tierras.