-Es inútil que insista Dr. No pienso decirle absolutamente nada. No me creería.
-¿Cómo sabes que no voy a hacerlo Julien, sino me haz dado la oportunidad?
El anciano psiquiatra había tratado de entablar una plática cordial y amistosa durante toda la mañana y parte de la tarde. Pero el joven que descansaba sobre el cómodo sillón de piel en negro, parecía un bloque de hielo.
-Todos ustedes están cortados por la misma tijera. Y la verdad ya estoy cansado de tomar antidepresivos. Solo quieren mantenerme sedado y alejado de la “realidad”. De su realidad.
-Tu madre y tu padre están preocupados por ti Julien. Sé comprensivo. Eres su único hijo. Les duele la forma en que te estás comportando.
-Al diablo con ellos. ¡Cómo pueden preocupase por un hijo al que nunca han querido y al cual abandonaron a cientos de miles de kilómetros de su país de origen! Nunca les he importado. Ahora soy dueño de mi vida y hago lo que me place, cuándo, dónde y como yo quiero. No soy un mocoso de quince años.
-Claro que no eres ningún mocoso. Pero necesitas ayuda y lo sabes.
-¡No la necesito!- Julien terminó por levantarse del cómodo sofá. Prendió un cigarrillo y olvidándose del antipático, calvo y regordete psiquiatra, fisgoneó un rato por la ventana. Desde el decimosexto piso de la torre de consultorios, la gente parecía apenas un pequeño punto en el planeta.
Tan solo un pequeño e insignificante punto en el espacio.
Así era como en realidad se sentía por dentro, desde que lo había perdido de la manera más cruel e inimaginable. La vida para el ya no tenía sentido. No tenía sentido el estar ahí parado con cara de idiota, llenándose los pulmones de humo, huyendo de un individuo bien vestido y que cobraba cientos de miles por una consulta de una hora, tres veces por semana.
-Julien, el estar tu aquí, me demuestra lo que no has querido reconocer. Viniste por propia voluntad. No fuiste obligado, como tantas otras veces. Esto es un paso importante para tu recuperación. En el fondo, quieres ser escuchado.
Julien apagó el cigarrillo, al tirarlo al suelo y posar su pie sobre el.
-Mi recuperación-Repitió burlón- ¿Y que, si yo no quiero recuperarme? Por que, ha de saber, doctor, que yo no me considero un enfermo. Estoy perfectamente bien de mis facultades, son ustedes -los matasanos- los que deberían preocuparse por su salud mental. Escuchar tanta mierda todos los días debe ser agotador y perturbante.
-Es un trabajo como cualquier otro, y ciertamente, debemos tomar cesiones, como nuestros pacientes con un colega psicólogo psiquiatra para evitar inmiscuirnos más de lo debido. Te soy sincero Julien, soy humano y como tal tengo mis puntos débiles.
-Le creo, en ésta única ocasión ha sido sincero en su comentario. Un punto a su favor. Pero no cante victoria. Mire doctor, yo también seré sincero como usted. Necesito decirle a alguien mi verdad, necesito sacar esta desesperación y dolor que llevo por dentro ¡Pero cuando trato de confiar en alguien, termina por decepcionarme! He pasado por decenas de psiquiatras éstos últimos meses y estoy cansado de que me digan siempre la misma estupidez.
Julien acercó su rostro a escasos centímetros del doctor.
-Todo lo que viví fue real y no producto de mi imaginación. No sufrí alucinaciones. Mi dolor, mi sufrimiento, mi tristeza, mi frustración y mi amor, son reales. Aquí dentro- Indicó el muchacho dándose golpes en la cien- Aquí dentro todo marcha a la perfección, pero aquí- Ahora golpeándose en el pecho- Mi corazón se va marchitando días tras día. Me estoy muriendo de amor Doctor. Y para éste mal, no hay ninguna medicina. No tengo cura.
-¿Estás enamorado Julien?- Preguntó el psiquiatra aprovechando el momento de flaqueza de su paciente- ¿Acaso eres mal correspondido?
Sintiéndose descubierto, volvió al lugar del cuál se había levantado, y recogió una pequeña mochila de viaje.
-Ha terminado la hora de cesión doctor.
No se despidió, simplemente abrió la puerta y salió a toda prisa del consultorio. No esperó la llegada del elevador. Bajo por las escaleras de emergencia a toda velocidad, llegando hasta el sótano dos, donde tenía estacionado su lujoso automóvil Porche. Una vez dentro, descargó toda su furia contra el volante de posiciones, haciendo sonar el claxon en varias ocasiones de forma desesperada.
El policía de guardia, tuvo la necesidad de salir de su caseta de vigilancia, para acercarse hasta el y recomendarlo de palabra. Julien arrancó y salió rechinando las llantas, quemando el pavimento.
Salió sin rumbo fijo.
En realidad no importaba, desde que lo habían declarado-parcialmente- mentalmente insano había abandonado el colegio y se había apartado de sus amistades. Vivía solo, en un pequeño apartamento a las afueras de la ciudad muy cerca del mar. Fui ahí, donde llegó un par de horas después de vagar.
La suave brisa marina, sumada a una puesta de sol espectacular hicieron que aparcara su automóvil en la punta de un pequeño muelle, que hacía las veces de puerto a pequeñas embarcaciones.
Salió de su unidad.
Hacía frío. Enero estaba a punto de llegar a su fin, por lo que el aire arreciaba con fuerza. Acomodó la solapa de su rompe vientos para tratar de cubrir un poco su cuello y sus oídos. Recargó sus codos en el añejo barandal de madera y prendió otro cigarrillo. El último de la cajetilla.
Miro hacia el horizonte, todo parecía estar en perfecta armonía. Le gustaba ver a las gaviotas planear a pleno vuelo y el ruido de las olas del mar, al reventarse al llegar a la playa. De ser otras las circunstancias, hubiese disfrutado a plenitud del espectáculo natural.
Todo es distinto si tu no estás, ya nada importa. ¡NADA!
-¡Sebastián! -gritó con toda la fuerza de la que fue capaz. Un grito desgarrador que provocó eco en el espacio.
***
***
-¿Quién llama?
-S-Soy yo… Doctor…
-¿¡Julien!?- El hombre prendió la pequeña lamparita, que se encontraba encima de su mesita de noche. El reloj despertador marcaba las 2:30 AM. -Julien, ¿Qué sucede?
-C-Creo que voy a hacerlo. ¡Voy a hacerlo de nuevo Doctor!
-Espera, chico.
-¿Quién es Alfred? -Preguntó la esposa, adormilada. Alfred tapó la bocina del auricular con su mano- Es un paciente querida, vuelve a dormir.
-¿Por Dios, qué horas son éstas llamar? cuelga ya y regresa a la cama. No te pagan horas extras por consultas telefónicas.
-Lo haré en breve querida, no te preocupes. ¿Julien? ¿Dónde estás?
-En casa. Doctor, estoy dispuesto a hablar, por favor, ya no puedo resistir más. ¿podría venir? ¡Se lo suplico!
Había desesperación en la voz del muchacho. Alfred había intentado sonsacarle información a Julien por semanas y no iba a desaprovechar semejante oportunidad servida en bandeja de plata.
-¡Voy para allá! No te muevas de dónde estás. Y no intentes nada descabellado ¿de acuerdo?
Alfred colgó la bocina, se levantó del lecho y de inmediato de dirigió a su armario.
-¿Vas a salir otra vez?- preguntó molesta la mujer.
-Si- Fue la respuesta tajante del marido, quien ya se acomodaba los pantalones y un par de tenis deportivos.
-¡Alfred, van a dar las tres de la madrugada y está granizando!
El médico seguía deambulado apresurado por toda la habitación, aparentemente sin hacer caso de los reclamos de su enardecida esposa.
-¡¿Alfred me estas escuchando?!
-¡Claro que sí te escucho!- Dijo molesto.
-¡¿Entonces porqué no me respondes, grandísimo idiota?!
-Por qué no me formulaste ninguna pregunta; grandísima estúpida. Duérmete, voy a llegar tarde.
De dos zancadas, alcanzó la manija de la puerta.
-¡Alfred, si das un paso más, te juro que me iré a vivir a casa de mi madre! ¡Te lo advierto!
-Salúdala de mi parte.
Para fortuna del médico, la fina lámpara que la mujer le arrojó, se estrelló en la gran puerta de madera de roble.
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Era un edificio elegante de varios departamentos, enclavada en una reconocida zona residencial. Julien vivía en el último. El Penthouse. Así pues, identificándose, le permitieron la entrada al inmueble. Mientras subía por el elevador, Alfred, preparaba su grabadora portátil. No iba a dejar escapar ningún detalle. Cuando el elevador indicó el piso número cinco y abrió sus puertas, prendió el aparato.
Ingresó directamente a la sala del departamento, que se encontraba completamente a oscuras.
-¿Julien?- Preguntó el médico con cautela.
El lugar parecía un verdadero muladar. Había decenas de cajas de comida rápida esparcidas por todo el lugar. Botellas de vino vacías, y cientos de discos de música rotos. Todas las ventanas del apartamento estaba abiertas de par en par, por lo que el agua de la tormenta había hecho de la suyas, inundando una buena parte del baño y un pequeño recibidor. Las cortinas estaban hechas pedazos y salpicadas con una sustancia de dudosa reputación.
El olor era muy desagradable.
Al fondo se podía escuchar música estridente a todo volumen.
Sorteando infinidad de objetos rotos en el piso, Alfred alcanzó la habitación principal. Ahí se encontraba Julien, sentado en un rincón de la misma en deplorable estado, mirándose en un espejo de mano. El cabello sucio y la barba crecida; al parecer habían pasado varios días desde su último aseo personal.
-Julien, soy yo, el Doctor Alfred- Indicó queriendo acercarse, pero el joven levantó el brazo, tratando de dar a entender, a que esperase un poco más. El galeno optó por sentarse en el borde de la enorme cama.
-¿Alguna vez se ha sentido acorralado doctor.- Preguntó Julien, sin mirarle directamente.- ¿Alguna vez a sentido que ya nada vale la pena?
-En infinidad de veces- Contestó muy seguro de sí.- Julien, sería más fácil seguir con la conversación si cerrásemos las puertas de la habitación. Hace frío y la lluvia se está colando.
-No, deje todo como está. Deje todo tal cuál. Y si me permite una recomendación, saque esa molesta grabadora de la bolsa de su chaqueta, o no se apreciará bien nuestra agradable conversación. Vamos, sé que quiere hacerlo. Para eso ha venido. Para grabar las confidencias de un loco como yo y llevarse ese jugoso cheque que le ha prometido mi padre.
-Te equivocas Julien. He venido porque me interesa…
-Ahorre saliva, viejo. Como le dije anteriormente, no soy un mocoso. Sé que el móvil de todo esto es el maldito dinero.
-Julien, vine porque tú me lo pediste. Vine porque te escuché desesperado. No acudí a ti por dinero. Antes que cualquier cosa, soy un profesional.
Habían vestigios de verdad en las palabras de Alfred. Quería ayudar a Julien, pero por otra parte, la remuneración económica por sacarlo del agujero en el cuál estaba metido- según las palabras del propio padre- eran realmente sustanciales, y su economía no marchaba del todo bien, gracias a los gastos superfluos de su adorada y bien amada esposa.
-Si. La misma cantaleta de siempre.¡Soy un profesional! ¡Al diablo con eso! -Arrojó contra la pared frontal, el pequeño espejo que llevaba entre las manos, pero de inmediato de arrepintió. Gateando como bebé, se acercó hasta los pequeños fragmentos esparcidos en el suelo y los fue levantando uno por uno, desesperado.
-Lo siento, lo siento tanto Sebastián.
Alfred arqueó una.
-Haz nombrado “Sebastián” al espejo.
-Si, así es Doctor- La desesperación de Julien volvió a hacerse evidente- ¡Todo comenzó por un espejo! No tan pequeño como este pero… -El joven se levantó tontamente del suelo y colocó delicadamente cada fragmento astillado sobre su cama y se al lado, acariciándolos- Hace un año, aproximadamente desde que todo ocurrió. Mis padres y yo hicimos un viaje.
-¿Fue un viaje de negocios- Julien negó con la cabeza-¿A dónde fueron, Julien? ¿Cuál era el motivo principal del viaje? -Preguntaba insistentemente Alfred, tratando de que su paciente centrara su atención en su voz y no en los pedazos filosos de espejo que veía con tanta vehemencia. Con un intento de suicidio en su historial era más que suficiente.
-…Los reclamos de ella eran ocurrían con mucha frecuencia. Mi padre casi nunca estaba en casa, rara era la vez que se quedaba un fin de semana completo a nuestro lado. Entraron en crisis. Los pleitos eran constantes, y se llegó a hablar de una separación definitiva.
-¿Tus padres discutían contigo presente?
-No, pero sus gritos podían escucharse de polo a polo. No hacía falta espiar, ni escuchar tras la puerta para darse cuenta de la situación. Así pues, doctor, los únicos recuerdos de mis infancia y adolescencia, fueron eso: Gritos y maldiciones por doquier. Y para no hacer ésta plática un tanto aburrida doctor, le diré que a mi padre no le convenía un escándalo de divorcio, puesto que sus intereses se verían perjudicados, así que por eso se ingenió un viaje. Un viaje que dejaría huella… Un viaje en familia… A una ciudad lejana, en otro país, con diferentes tradiciones y costumbres. Donde no fuese conocido.
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-Phillipe, habría sido mejor que me hubieses pedido opinión antes de hacer planes.
-Pensé que viajar en familia sería una buena idea. ¿Es por eso que has estado seria durante todo el vuelo?
-Hay cientos de lugares mucho mejores y mucho más interesantes para visitar, que una ciudad colonial en México. Venecia, Egipto, Atenas, Sumatra, ¡la India! Por citarte algunos claros ejemplos.
-Vamos querida, será una aventura fascinante, estoy seguro de que no te arrepentirás de haber venido. Tómalo como una cambio radical. Además, te tengo otra gran sorpresa apenas lleguemos a destino.
-¡¿Sorpresa?!- Juliette dejó la copa de espumoso champagne en el porta vaso, de su asiento de primera clase. -Anda cuéntame, estoy curiosa.
-Si te digo, ya no será sorpresa.
-Vamos, no seas testarudo. Dime de qué se trata. Dame alguna pista.
Fogosa y aprovechando la oscuridad, posó su mano izquierda sobre el área genital de su marido para masajearlo y arrancarle un pequeño gemido. Sin embargo Phillipe detuvo la mano traviesa que amenazaba con bajar el cierre del pantalón vaquero.
-Juliette, recuerda donde estamos- Dijo en un susurro, en el oído de su mujer- Pueden vernos. Julien está justo a nuestro lado.
-Nuestro hijo ya tiene veintidós, ya sabe de éstas cosas. Además estás muy ocupado escuchando ésa música sacra que tanto le gusta- Juliette acercó sus labios hasta el oído de su pareja para darle un pequeño mordisco, gimiendo quedito, como una gata en celo- Siempre he querido hacerlo en pleno vuelo Phillipe, sabes que es una de mis fantasías sexuales; volvámosla realidad.
-No va a dar resultado, querida. No vas a sacarme nada de información. Te quedarás con la duda, hasta que lleguemos. Tus ronroneos eróticos no van a funcionar ésta vez. Mi amiguito de “aquí” abajo, tiene órdenes precisas de no despertar hasta que sea estrictamente necesario.
-Eres un aguafiestas.
Juliette regresó - derrotada, pero no vencida-a su postura de dama educada. Cruzó la pierna y terminó su bebida de un gran sorbo.
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-¿Falta mucho para llegar?
-Es la tercera vez que me preguntas lo mismo hijo. Y vuelvo a decirte que sólo faltan algunos kilómetros ¿verdad Juliette?
La pobre mujer se debatía con un inmenso mapa de carreteras del estado minero de Guanajuato.
-Me doy por vencida. ¡No entiendo nada! -La mujer arrojó el documento a la parte trasera de la camioneta rentada.- Ayuda a tu padre Julien, y danos una cátedra de tus clases particulares de español y ¡por favor, deja esos malditos audífonos de una buena vez! ¡Vas a quedarte sordo!
De mala gana, Julien apagó su reproductor mp3.
-¿Qué es lo que se supone que debo buscar? -Preguntó sin mucho ánimo- ¿Alguna selva llena de nativos con tapa rabos?
-Deja de decir tonterías.- Intervino Phillipe- Busca Guanajuato, capital del estado.
-¿Porqué no simplemente vamos haciendo caso de los letreros sobre la carretera?
-¡¡Porque no sé por dónde vamos!! ¿De acuerdo?- Contestó furioso- ¡Haz lo que de digo, y tú, deja de fumar!- Phillipe arrebató el cigarrillo de los labios de su esposa, y ésta lo miró incrédula.- Me pones nervioso.
-¡Soy yo la que está nerviosa!- Grito Juliette- Llevamos más de cuatro horas de viaje y no hemos llegado a ninguna parte; todo por querer mantener tu hermetismo. ¡Estoy muriéndome de calor, y necesito una ducha con urgencia!
-Yo también la necesito y no estoy haciendo un drama, mujer.
-¡¿Porqué demonios no contrataste a un chofer en el aeropuerto?! ¿para qué sirve el maldito dinero? ¡Dímelo Phillipe! Tú, siempre queriendo ser autosuficiente, el que todo lo puede.
Julien volvió a colocarse sus audífonos, al parecer, el viaje todavía sería bastante largo.
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Pasaba de medio día cuando por fin entraron en la ciudad de Guanajuato, pasando a través de los túneles ancestros subterráneos construidos en la época colonial, por donde alguna vez pasó el río del mismo nombre. Deleitándose con su hermosa y pintoresca arquitectura al estilo chirrugueresco; con sus calles empedradas, torcidas y angostas, en terrenos inclinados, con sus grandes y pequeñas casitas pintadas de vistosos colores muy al estilo mexicano “empotradas” a los lados, en las faldas de los cerros circundantes.
A pesar del cansancio físico y mental, la familia Mach no pudo dejar de apreciar la hermosura de la ciudad, con ese atrayente magnetismo impregnado en cada rincón, en cada callejón, en cada plazoleta, y en cada piedra labrada.
El resto de viaje, resultó más ligero de llevar. La hora y media que tuvo que transcurrir, hasta llegar al destino final, se fue como agua entre los dedos.
En el horizonte, ya se vislumbraba majestuoso y magnífico, el casco de hacienda, con su enorme arco señorial en la entrada, y que enmarcaba el nombre de la misma: “Cañada de negros” (*)
La empolvada camioneta llegó hasta lo que parecía ser la entrada formal del recinto, en donde había un par de individuos que ya los esperaban. Juliette fue la primera en poner pie en tierra.
-¿Qué se supone que es esto? -Cuestionó al marido- ¿Dónde está el hotel cinco estrellas?
Phillipe, quien daba las buenas tardes en su mal español y que ya entregaba el equipaje al personal de la hacienda, respiró hondo. Ahora venía la parte difícil.
-Eh querida, no hay ningún hotel a varios kilómetros a la redonda. Será aquí en éste hermoso lugar, donde respiraremos aire puro. Pasaremos varios días de tranquilidad y concordia, alejados de todo y todos. Ciento cincuenta y siete hectáreas exclusivamente para nosotros. Un remanso de paz, enclavado en la parte más alta de la ciudad. Mira Juliette, desde aquí tenemos una grandiosa vista panorámica, podemos ver toda la ciudad a nuestros pies.
-Phillipe. Realmente estoy tratando de guardar calma y no armar una escena. Dime que no vamos a quedarnos en ésta pocilga.- El hombre no contestó. Solamente metió las manos en la bermuda y se alzó de hombros. Juliette sintió la ira crecer dentro de su cuerpo - ¡No pienso permitirlo! ¡En éste preciso momento nos vamos de aquí! Dile a ésta gentuza que suban las maletas a la camioneta. -Y volvió a subir al vehículo, azotando la puerta del copiloto.
-Pero querida, no es tan malo… Julien, ven acá. -El joven se acercó sin mucho ánimo- Tu madre quiere regresar. ¿A ti que te parece? ¿Te gusta la hacienda?
-No está mal. Algo deteriorada y añeja, pero creo que podría hacer una excepción. Ahora lo que necesito es un buen plato de hamburguesa. Me estoy muriendo de hambre.
-Eso es precisamente lo que iba a sugerir… Adelántate. Tengo que convencer a tu madre y ya sabes lo terca que puede llegar a ser. Te alcanzo en unos minutos.
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El interior estaba fresco, gracias a los techos altos y a la amplitud del jardín central, que retozaba de grandes y hermosas bugambilias. En una esquina parcialmente oscura, se encontraba una fuente sobreviviente -y que en sus buenos tiempos debió ser una pieza hermosa de arquitectura- lanzaba al aire un pequeño chisguete de agua. Olía a humedad, acumulada por decenas de años.
A pesar de la sencillez, Julien se sintió identificado de inmediato. Algo extraño en aquel lugar le hizo sentirse nostálgico y triste. Recargó su hombro izquierdo en uno de los muchos pilares que rodeaban el jardín, sintiéndose falto de aire. Motivo que lo obligó a sacarse la camiseta y quedar con el torso desnudo.
-¿Puedo ayudarle en algo?- Preguntó uno de los empleados- ¿un vaso de limonada mientras se instala?
Julien asintió con mucho esfuerzo.
-¿Se siente bien, joven?
-Si, por supuesto. Solo estoy cansado, ha sido un largo viaje.
-Claro, debe ser el cambio de horario y el nivel de la ciudad. Pero no se preocupe, ya se acostumbrará. En pocos días estará como nuevo. Enseguida le traigo su bebida y una silla cómoda para que repose.
-Gracias, se lo agradeceré.
Cuando el sirviente se hubo perdido por un sombrío pasillo, decidió dirigirse a la pequeña fuente para mojar el pañuelo que solía usar sobre la cabeza y recogió su larga melena en una coleta. Comenzó a recuperar el aliento, poco a poco. Aunque seguía con esa pesadez en el pecho.
Mientras esperaba la bebida, recorrió detenidamente el lugar con la vista. Había demasiado silencio. Para ser un centro turístico estaba muy solitario. ¿Dónde estaban los demás huéspedes?
Qué extraño es todo esto. Siento como si hubiese estado aquí, anteriormente… Pero eso es imposible. ¿Qué me pasa?
Entonces sintió una poderosa mirada sobre su espalda. Al girarse, posó su vista sobre el tercer piso, en una de las últimas ventanas. Donde no entraba el poderoso rayo del sol.
Fueron unos segundos, pero los suficientes para observar que alguien, una sombra ó algo similar, se había escondido detrás de una cortinilla.