Más vale solo que mal acompañado", es la consigna del nuevo gobierno estadounidense de George Bush II, que explica porqué en apenas siete meses la Casa Blanca ha abandonado cuatro esfuerzos mundiales para mejorar la convivencia en la sociedad global.
El problema
con esta actitud es que la mala compañía es el resto del mundo.
Si se tratara de un paciente en una institución psiquiátrica se
le certificaría incipientes estados de esquizofrenia, caracterizados
por delirios de grandeza y autismo. Pero, tratándose de una clase política,
las categorías de la sicología clínica no sirven para entender
su comportamiento. Más útil es la analogía con un grupo
mafioso que defiende su control sobre un coto de poder que se ve amenazado por
dos flancos. Nuevas fuerzas, como la Unión Europea, han entrado a la
aldea global exigiendo su propia cuota de poder y excedente económico,
a costa del viejo padrino, por una parte. Y por otra, los de abajo quieren acabar
con el antiguo régimen mafioso, pidiendo su sustitución por la
democracia real-participativa.
Tanto la creciente
competencia intramafiosa como la democratización real exigen nuevas reglas
del juego. Este es el problema, porque ante el embate de ambas tendencias objetivas
del sistema mundial, el gobierno de George Walker Bush Junior se ha refugiado
en una estrategia de defensa poca original, pero efectiva al menos en el mundo
del autismo: meter la cabeza en la arena cual avestruz, para conjurar el peligro
que se acerca.
Esto sucedió
en enero del 2001, cuando Bush II se negó a solicitar ante el Senado
estadounidense la ratificación del tratado que establece el Primer Tribunal
Mundial Permanente para Crímenes de Guerra (ICC), y que fue apoyado por
138 naciones de la comunidad internacional. Esa Corte se establecerá
en 2002 en Holanda, sin la participación del Estado más poderoso
de la actualidad. En marzo del 2001 el gobierno de Bush II abandonó el
Tratado sobre el control del clima que se había logrado en 1997 en Kyoto
(Japón), con la finalidad de reducir la emisión de gases nocivos
para la atmósfera (greenhouse gases ), pese a que Estados Unidos es el
principal emisor de esos gases que afectan a la humanidad entera. Sin embargo,
el boicot de Washington no logró abortar el acuerdo: cuatro meses después,
178 países lograron el convenio deseado.
En julio del año en curso Washington amenazó abandonar una conferencia internacional sobre la reducción del tráfico ilegal de armas ligeras, si se afectara el derecho de sus ciudadanos a tener armas. En consecuencia, los planteamientos de la conferencia tuvieron que ser modificados, para acomodar los intereses de la industria armamentista estadounidense. El mismo mes, Bush II rechazó un acuerdo internacional para implementar la Convención contra Armas Biológicas, de 1972, que se había logrado después de siete años de negociaciones, arguyendo que sería un riesgo para "la seguridad nacional e información comercial confidencial" de Estados Unidos. A inicios de agosto, el presidente amenazó boicotear una conferencia internacional de las Naciones Unidas (ONU) sobre el esclavismo, si no se cancelaba la discusión sobre el pago de reparaciones por el esclavismo histórico. Y así fue.
Aun antes,
en 1999, el Senado rechazó ratificar el Tratado contra Pruebas Nucleares,
diseñado para bloquear la proliferación de estas armas. En 1997,
Washington trató de sabotear el Tratado internacional contra minas terrestres
antipersonales, elaborado por 121 naciones; cuando falló, no se adhirió.
Y en 1992 Washington no aceptó un convenio internacional sobre la protección de las especies y los avances de la
bioingeniería, argumentando que no protegía los patentes de sus
empresas biotecnológicas.
Esta crónica
negra, que sólo recoge algunas de las políticas internacionales
más antisociales de la clase política estadounidense, indica que
las contradicciones entre el Fuehrer del mundo occidental y sus flamantes competidores,
por una parte, y con la tendencia mundial democratizadora, por otra, son cada
vez más virulentas.
La exclusión
de Washington de las Comisiones de la ONU sobre los derechos humanos y contra
las drogas son dramáticas manifestaciones de este desarrollo. Las razones
fueron la negativa de Washington de permitir a Brasil la producción de
medicamentos genéricos contra el sida, a fin de proteger las ganancias
de sus empresas farmacéuticas; y en el caso de las drogas, la ya insoportable
hipocresía del supuesto combate al narcotráfico. Es un secreto
a voces que George Walker Bush no es el más lucido de los presidentes
del imperio. Pero tampoco lo fue Ronald Reagan, cuyos discursos eran esencialmente
comic strips (tiras cómicas). Lo que diferencia a ambas figuras son las
condiciones objetivas. Bush Junior quiere reafirmar la posición hegemónica
mundial de Estados Unidos con el método usado por todos los presidentes
desde 1945, particularmente John F. Kennedy y Ronald Reagan: activando el complejo
militar-industrial-político estadounidense.
Sin embargo, las contradicciones con otras elites imperiales y con los de abajo ya no permiten la imposición unilateral de las reglas del juego en la aldea global. Si Bush II y su gabinete insisten en este recurso del pasado, perderán la competencia por el liderazgo de la sociedad global a la Unión Europea. Este peligro, sin embargo, es difícil de conjurar, cuando uno tiene metida la cabeza en la arena.
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