El Universal
22 de septiembre de 2001
Guerra en la aldea global
Heinz Dieterich Steffan
APROVECHAR política y propagandísticamente una coyuntura en beneficio
de sus intereses estratégicos es un oficio que practican todos los gobiernos
del mundo. Pero ninguno ha mostrado la capacidad que tiene el de Estados Unidos,
tal como se observa en relación con los atentados del 11 de septiembre.
Esos intereses estratégicos de Washington son básicamente cuatro:
a) revertir la tendencia a la democratización de la sociedad global que
ha cobrado creciente fuerza en los últimos años, desde los acontecimientos
de Seattle hasta los de Génova; b) restablecer el miedo en los pueblos
y gobiernos del mundo que se han quebrado ante la demostración de vulnerabilidad
del gran amo que domina indirecta o directamente sus vidas; c) garantizar su
control del petróleo en Medio Oriente y Asia Central y d) militarizar
a la sociedad global con nuevas bases e instalaciones, dentro de su proyecto
de lograr la supremacía nuclear y en el espacio.
A fin de avanzar este proyecto de intereses estratégicos, Washington ha trazado un plan de operaciones que procura alcanzar tres objetivos, después de los atentados en Nueva York y Washington. En primer lugar pretende construir un apoyo político-diplomático global. Con las respectivas declaraciones de la Unión Europea, del Consejo Islámico y de la Organización de Estados Americanos (OAS), este objetivo se ha cumplido ya. El segundo consiste en la obtención de bases militares regionales circundantes a Afganistán que son imprescindibles para la logística de la guerra. El ofrecimiento de las instalaciones militares por parte de los gobiernos de India y Paquistán y de las pequeñas repúblicas neocoloniales de Asia Central, junto con las bases ya existentes en Arabia Saudita, Yemen y, por supuesto, Israel, han avanzado sustancialmente esa necesidad logística regional.
Sólo
falta poner en cintura a Irán, que se ha negado a prestar su espacio
aéreo y territorial para la guerra de Bush II, hecho por el cual el secretario
de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña se encuentra en este país
la primera vez, desde 1979 tratando de doblarle la mano a los ayatollas. El
tercer propósito inmediato de Washington consiste en construir su autonomía
de acción bélica frente a los demás miembros de la OTAN,
para no verse obligado a negociar y contemporizar sus operaciones abiertas y
clandestinas con las potencias europeas. Como el régimen del Talibán
no tiene fuerzas militares que puedan presentar un problema militar, la Casa
Blanca y el Pentágono quieren operar con absoluta libertad en su guerra
santa por la civilización occidental. Este objetivo también se
está logrando, perfilándose una estrecha alianza guerrerista entre
Bush II y el cachorro del imperio británico, Tony Blair.
Este plan
de operaciones, destinado a lograr el máximo provecho estratégico
de la coyuntura político-propagandística proporcionado por el
terrorismo, sólo puede tener éxito si se realiza fuera de la ley.
Y la decisión de la élite política estadounidense es precisamente
esta: actuar fuera de los procedimientos y de las estructuras del derecho internacional.
La resolución de pasar por alto a los mecanismos e instituciones de Naciones
Unidas que fueron creadas precisamente para resolver conflictos internacionales
como éste; la negación a entablar negociaciones con el gobierno
afgano o presentar evidencias jurídicas válidas sobre la culpa
de Osama Bin Laden; la presunción de poder actuar como fiscal, juez y
ejecutor mundial contra otros entes; el ultimátum totalitarista de Bush
II al resto del mundo, declarando ante el Congreso estadounidense que "quien
no está con su gobierno está con los terroristas", todos
estos elementos demuestran fehacientemente que Washington pretende actuar fuera
del derecho internacional, tal como hicieron los terroristas.
La reacción
de los gobiernos nacionales frente a este posicionamiento del imperio ha sido
extremadamente preocupante. Sólo el gobierno de Cuba se ha atrevido a
diferenciar entre la necesaria condena de los atentados y el necesario rechazo
a las pretensiones extralegales de Washington. La Unión Europea que es
el único poder de la comunidad mundial que puede enfrentarse sin riesgo
al imperio ha caído una vez más en un abyecto oportunismo, empujado
por fuerzas neocoloniales como las que representan el francés Jacques
Chirac, el inglés Tony Blair y el español Javier Solana. Pero
también potencias mundiales como China y Rusia se están plegando
acríticamente a los planes de Washington. La preservación y la
ampliación de la democracia mundial exigen que esas potencias obliguen
a Estados Unidos a utilizar los procedimientos previstos en el estado global
para la solución de este conflicto por las vías institucionales
construidas durante los últimos 50 años. Esta es su responsabilidad
política y ética no sólo ante los ciudadanos que les dieron
el mandato, sino ante la humanidad entera. El 28 de junio de 1914 fue asesinado
en el balcano el delfín del imperio austro-húngaro, el duque Franz
Ferdinand, por el estudiante bosnio Princip, miembro de la organización
clandestina "Mano Negra". El 23 de julio, la monarquía dio
un ultimátum al gobierno serbio: represión de los movimientos
nacionalistas y antiaustriacos y castigo de los responsables del atentado, con
participación de las autoridades del imperio. Serbia, insistiendo en
sus derechos soberanos, no aceptó las condiciones de la Monarquía
y cinco días después, el imperio declaró la guerra que
pronto llevó a la primera conflagración mundial.
Hoy día, el peligro de una guerra mundial en el sentido convencional no existe. Pero, lo que sí existe es el peligro de una guerra contra los pobres, los movimientos nacionales y los movimientos democratizadores a nivel mundial. Este es el proyecto que Bush II , aprovechando los atentados, quiere construir para la aldea global.