Un grupo
de fanáticos wahabitas (financiados y armados por años por Estados
Unidos y Arabia Saudita) han declarado la guerra contra todo el pueblo estadunidense,
al que identifican con Satanás, justificando cualquier atrocidad en nombre
de ese delirio. Por su parte, Estados Unidos, que ha promovido el terrorismo
y el fundamentalismo en todas partes -en Afganistán, financiando a los
talibán y mujaidines seis meses antes de que entrasen en el país
los soviéticos, según declaró Zbigniew Brzezinski a Le
Nouvel Observateur ya en 1998, en Argelia, junto con los sauditas, o a Hamas,
en Palestina, junto con Israel-, responde al terrorismo con el terrorismo de
Estado y al fundamentalismo islámico con el fundamentalismo cristiano,
porque "esta es la lucha del Bien contra el Mal".
El cruzado George II, Corazón de León, ha declarado que hará
una guerra larga, de años, sin fronteras, con todas las armas posibles,
contra enemigos que se niega a identificar.
Consiguió,
para eso, un cheque en blanco del Congreso, que desempolvó la Declaración
del Golfo de Tonkín, que le autoriza a hacer su cruzada sin límite
ni control alguno. Al mismo tiempo que restringió brutalmente las libertades
civiles en Estados Unidos mismo, dando amplio margen a la acción policial,
el hombre que subió al gobierno mediante un virtual golpe de Estado (con
sólo la minoría de los votos y un escrutinio escandaloso) acaba
de dar un golpe de Estado unilateral contra el equilibrio de los Estados surgido
del Pacto de Westfalia, contra el sistema multilateral nacido después
de la derrota del nazismo (la ONU y hasta su Consejo de Seguridad, que servía
de control oligárquico contra aventuras unilaterales) y contra toda la
legalidad internacional.
Estados
Unidos, utilizando su poderío militar muy superior, establece así
su dominación imperial mundial, declara su guerra anulando las soberanías
de los demás Estados, prohíbe la neutralidad al igual que el derecho
de asilo, suprime de un solo golpe el diálogo en la ONU y las resoluciones
de ésta, somete a todos a su diktat, determina la política de
todos al declarar unilateralmente quiénes son sus enemigos y sus blancos,
y sobre todo eso vuelca la salsa ideológica racista de Huntington y de
su guerra de civilizaciones.
Los vasallos
de todos los países se apresuran a rendirle pleitesía sin siquiera
realizar un debate en sus parlamentos, que ni controlan ni deciden nada, y los
pueblos pierden así, además de su soberanía frente al imperio,
su ciudadanía, o sea la posibilidad de incidir en la política
nacional, mientras la propia política desaparece porque las decisiones
las toma el establishment de petroleros y armamentistas que se sirve de George
II, El Ignaro.
Como primeros
resultados de esa política bélica antes mismo de que se despliegue
por entero, Pakistán está al borde de la guerra civil y se llena,
al igual que Irán, de millones de refugiados afganos. Como en la Guerra
del Golfo o en Yugoslavia, El Cruzado establece el principio nazi de la responsabilidad
colectiva y bombardea naciones enteras para derribar un gobierno o castigar
a un grupo de desesperados e inconscientes que recurren al terrorismo por odio
ciego, ignorancia e impotencia. Al criminal acto terrorista George II responde
con el terrorismo de Estado, con el genocidio y prepara una nueva guerra contra
Irak (o contra Libia, Siria, Corea del Norte o quien le venga en gana).
Al igual
que los cruzados, que querían robar las riquezas de Bizancio y de Tierra
Santa, George Corazón de León tiene en mente apoderarse de las
riquezas petroleras de Asia central y controlar el subcontinente indio (India
y Pakistán) más el Asia central ex soviética para reducir
la capacidad competitiva de una impotente Unión Europea y cercar y someter
a China, instalando bases en sus fronteras. Su llamado Bien adopta la forma
de los intereses petroleros y de los intereses estratégicos de Estados
Unidos en la zona, que retoma por su cuenta los que tenía antaño
el león británico, convertido hoy en su perrito faldero.
La guerra
de Afganistán (¿contra Irán, Irak?) busca en realidad contener
el nacionalismo árabe (incluso el ultrafundamentalista y reaccionario
de los wahabitas de la corte real saudita) y preparar un ajuste de cuentas con
China, a la que ve como magnífico mercado colonial en potencia pero no
como país independiente y fuerza política mundial.
En esta geopolítica del terror, que incluye por supuesto el ALCA y el Plan Colombia, los países latinoamericanos están invitados al banquete triunfal de Georgie II... pero como un entremés. Es hora de darse cuenta y de reclamarles a los obsequiosos meseros nativos.