Moscu, 3
de octubre. La operación Libertad Duradera, al margen de los objetivos
proclamados por el presidente estadunidense, George W. Bush, tendrá un
impacto mayor en la geopolítica de Asia central.
Uno de los
primeros efectos indirectos, desde la perspectiva de lo inmediato, del proyectado
ataque contra Afganistán, pero acaso fundamental en el mediano y largo
plazos para la anhelada hegemonía de Estados Unidos en el mundo, podría
ser la pérdida de la influencia de Rusia en una vasta zona que, tradicionalmente,
ha sido considerada por el Kremlin de vital importancia para la seguridad nacional
del país y para los equilibrios en el ámbito internacional.
Detrás
de la tesis justificadora del "legítimo derecho al golpe de respuesta",
manejada con insistencia por Washington, emergen también poderosos intereses
económicos y consideraciones estratégicas cuya finalidad es establecer
la supremacía de Estados Unidos en las repúblicas centroasiáticas
de la antigua Unión Soviética.
Es mucho
lo que está en juego, en términos políticos y económicos,
y Estados Unidos no oculta su intención de ocupar el lugar que Rusia
ha querido reservar para sí en esa región, que los expertos califican
potencialmente como la tercera más importante del mundo, después
del Golfo Pérsico y Siberia, en materia de energéticos, petróleo
y, sobre todo, gas natural.
En ese esquema,
concebido para un periodo de 10 a 15 años, se ubica como países
con mejores perspectivas exportadoras de gas natural a Turkmenistán y
Uzbekistán, colindantes los dos con Afganistán, en teoría
los más favorecidos en cuanto a reservas estimadas, pero que hasta ahora
no han podido atraer en suficiente volumen las inversiones foráneas que
requieren para aumentar su capacidad de extracción y exportación.
La inestabilidad
política en la región, por un lado, arruinó distintos proyectos
de Turkmenistán y Uzbekistán con compañías extranjeras
interesadas, y que no escatimaron medios para desplazar a la competencia, y
condicionó, por el otro, la dependencia de estas repúblicas respecto
de Rusia, que supo beneficiarse de la coyuntura para reafirmar su dominio.
El liderazgo
de Rusia en la región, desde que se disolvió la Unión Soviética,
obedece a razones de diversa índole: vecindad, importante porcentaje
de población de origen ruso en cada una de estas repúblicas, tradicionales
intercambios comerciales y hasta una incipiente integración de las economías,
entre muchas otras, derivadas todas de la convivencia en un solo país
durante más de 70 años.
De un tiempo
para acá, con la paulatina reafirmación de la soberanía
como premisa para que las elites locales hayan podido consolidarse y en algunos
casos hasta perpetuarse en el poder, acorde con el culto a la personalidad muy
arraigado en esos países, Rusia se convirtió en el principal apoyo
militar y suministrador de armamento para sus aliados centroasiáticos.
Sólo
así, algunos de esos gobiernos han podido desarticular prácticamente
los brotes espontáneos de una naciente oposición política
y contener los movimientos islámicos radicales en sus respectivos territorios,
con el agravante de que varios de estos grupos recibían entrenamiento
y refugio temporal por parte del régimen talibán.
Garante
de elites gobernantes
En mayor o menor grado, Rusia ejercía -en algunos casos, ejerce todavía-
de garante de las elites gobernantes en Tadjikistán, Kirguistán,
Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán. A cambio, Moscú
obtuvo la posibilidad de mantener su presencia en la zona y logró incluso
involucrar a los tres primeros en un tratado de seguridad colectiva, que implica
compromisos más o menos definidos y susceptibles, en principio, de reducir
el margen de maniobra de los socios menores en la toma de decisiones de carácter
militar.
Turkmenistán
y Uzbekistán, aunque no forman parte de ese pacto militar, por razones
pragmáticas han sido cuidadosos en no romper del todo con Rusia, dado
que ésta ha sido en los últimos años la única vía
posible para exportar su gas natural. Por el este, Irán no dejaba resquicios;
por el oeste, Pakistán tenía sus propios proyectos; y por el sur,
nada había que hacer con el régimen talibán.
Por esta
razón, Turkmenistán y Uzbekistán de alguna manera se disputaban
el favor de Rusia. La situación cambió drásticamente cuando
el presidente Bush designó a Afganistán como blanco principal
-aunque no el único, sí el primero- de Libertad Duradera y ello,
de repente, abrió la perspectiva de que con la presumible caída
del régimen talibán, un gobierno proestadunidense en Kabul podría
significar para uno de ellos, Uzbekistán, nuevas y prometedoras rutas
para exportar su gas natural.
Turkmenistán,
poco antes de los atentados del pasado 11 de septiembre en Nueva York y Washington,
parecía haberle ganado la partida a Uzbekistán al aceptar la condición
de Rusia -dejar que compañías rusas reciban como pago algunos
yacimientos de gas natural- para firmar este otoño un acuerdo sobre las
"importaciones de gas turkmeno".
Eufemismos
aparte, si el documento se suscribe -y no hay razón para que se cancele-,
Turkmenistán tendría aseguradas sus exportaciones de gas, aproximadamente
70 por ciento de la totalidad de su ingreso, hasta 2010 y recursos adicionales
para incrementar la producción. Turkmenistán espera que, para
entonces, su capacidad de producción anual alcance los 120 mil millones
de metros cúbicos de gas natural, de los cuales planea exportar, con
ayuda de Rusia, 100 mil millones.
La noticia
del inminente comienzo de la operación Libertad Duradera tomó
a Turkmenistán en plenas labores de reparación y modernización
de su infraestructura de exportación de gas, en especial los gasoductos
a Rusia, por medio de convenios con compañías rusas, ucranianas
y occidentales.
Quizás
eso explique la prudencia que ha mostrado Turkmenistán, el menos entusiasta
de todos los países ex soviéticos de Asia central, respecto de
los apoyos logísticos solicitados por Estados Unidos para aplicar su
operación de venganza. La actitud de su rival, Uzbekistán, es
exactamente la opuesta y, hasta la fecha, es el que mayor respaldo ha ofrecido
a Washington, convirtiéndose de hecho en una de las piezas clave de Libertad
Duradera.
Uzbekistán
fue de los primeros en abrir su espacio aéreo a aviones de combate de
la coalición, léase estadunidenses, y por ahora es la única
república ex soviética que puso a disposición de Estados
Unidos tres de sus bases militares. Irónicamente, estas bases, de importancia
estratégica primordial, son las mismas que utilizó la Unión
Soviética en su guerra contra Afganistán.
Aunque hoy
mereció un desmentido por parte del gobierno uzbeko, diversos testimonios
apuntan a que ya se encuentra en territorio de esa república la avanzada
de un contingente de soldados estadunidenses y un grupo de técnicos que
deben instalar los sofisticados equipos que, se supone, podrían contener
las misteriosas cargas dejadas desde hace unos días en uno de los aeropuertos
cercanos a Tashkent, la capital uzbeka, por aviones militares de transporte
de Estados Unidos.
En ese contexto
adquiere particular significado el hecho de que Uzbekistán sea la única
república ex soviética que se propone visitar, dentro de muy poco,
el secretario estadunidense de Defensa, Donald Rumsfeld, dentro de la gira por
cuatro países de la región que comenzó este miércoles.
El acercamiento
de Tashkent a Washington, proporcional a su distanciamiento de Moscú,
podría representar para Rusia el ya anotado comienzo de la pérdida
de su influencia en las repúblicas ex soviéticas de Asia central.
Falta por ver si esta fisura, cualquier día rompimiento, acabará por alejar de Rusia a otros de sus tradicionales aliados de la región, y sólo queda confiar en que la operación Libertad Duradera no derive, al cabo de un cierto tiempo, en otra nueva guerra. El peligro existe.