Economía mexicana, desempeño desde 1970

La Segunda Guerra Mundial trajo al país la posibilidad de desarrollo más o menos sostenido. En aquellas épocas la protección al comercio exterior era excesiva. Desde 1930 se habían implementado políticas arancelarias con fines puramente fiscales y fueron degenerando en el único instrumento para promover la industria incipiente.

Las condiciones bélicas produjeron necesidades a Estados Unidos y México las satisfacía de cierta manera. Se exportaban, pues, muchos productos y los resultados fueron que el Producto Interno Bruto tuviera tasas de crecimiento nunca vistas. Durante los años siguientes el país se desenvolvía con algunos sobresaltos pero firme hacía el desarrollo. A partir de aquí los gobiernos se entrometieron fuertemente en la economía: aranceles, subsidios y exenciones fiscales.

El modelo de sustitución de importaciones se anclaba en el tipo de cambio fijo, de 12.50, y en la protección arancelaria y de licencias a las importaciones; por otro lado, se necesitaban exenciones e incentivos fiscales para que las empresas estratégicas salieran a flote; para cerrar el círculo, el gobierno debía crear empresas básicas para apoyar el resto de las reformas. Estamos hablando entonces del enorme poder del gobierno en las decisiones económicas, esta forma de intervencionismo es denominado nacionalismo y fue la política usada, formalmente, hasta la década de los setenta.

El término nacionalismo no debe ser comprendido en el sentido estricto de la palabra, las interpretaciones y prácticas del mismo no fueron nunca puntuales. El término proviene de nacionalizar o estatizar la mayoría de los servicios económicos. En la teoría, la base es el apego total a la Constitución Política, desde este punto de vista, la aplicación de los ideales revolucionarios deben concretarse para alcanzar igualdad social.

A grandes rasgos los pasos a seguir serían despegue y expansión económicos mediante integración al interior, después se producirían bienes de capital y desde luego, suficiencia alimentaria. La sustitución de importaciones inició en claro apego a esta teoría al suplir bienes de consumo final, para luego seguir con los intermediarios y finalmente los de capital.

La falla de la sustitución de importaciones, y no del nacionalismo, fue el mantener fijo por tanto tiempo el tipo de cambio, concentrar todos los esfuerzos en varios ramas manufactureras -y no en una sola- , controles cualitativos de exportaciones, protección excesiva a empresarios y varios aspectos más. Los errores se reflejaron en el incremento incesante del gasto público.

Concluyendo, el nacionalismo fue utilizado desde la década de los 40 revitalizando los ideales revolucionarios. No se usó de manera ortodoxa y degeneró en un sistema extremadamente proteccionista y estéril. Fue exprimido hasta dejar al país inmerso en problemas económicos fuertes que reflejaban la falta de modificaciones estructurales.

En la década de los setenta el presidente Luis Echeverría implementó el último intento por revitalizar el estado nacionalista, o más bien, populista. En lo económico las reformas estaban destinadas a sustituir el modelo de estabilización. El estado debía fortalecer su función de intervención para regular las desigualdades económicas y sociales derivadas del desarrollo estabilizador. La realización de dichas modificaciones exigía la integración vertical de procesos substitutivos de importaciones estimulando la producción de bienes de capital e intentando resolver el déficit crónico de la balanza de pagos. Este modelo se denominó "Desarrollo Compartido" y la pretensión era que mediante un gasto público enorme y creciente se alcanzara una mayor justicia social.

Lo ocurrido en el sexenio de Echeverría fue que este desbordado gasto público empezó a generar presiones sobre el equilibrio presupuestal que eventualmente se volvieron inmanejables Entre 1971 y 1981 la economía mexicana creció a una tasa media anual de 6.7% en términos reales y 3.7% por habitante. El motor del crecimiento fue, primero, el déficit fiscal elevado y después el auge petrolero.

Al financiar el desorbitado gasto gubernamental, Echeverría y López Portillo incurrieron en una creciente deuda tanto externa como interna con las consecuentes presiones sobre el tipo de cambio y balanza de pagos.

La crisis desatada en 1981 fue producto de la saturación de petróleo en el mercado internacional. La estrategia de desarrollo por el hidrocarburo fue abandonada. De la Madrid heredaba un sistema acosado: inversión privada por los suelos, caída en los ingresos, aumentos en los intereses, altas tasas de inflación.

Viendo en retrospectiva, la crisis parecía inevitable, aunque pasó desapercibida. En 30 años las políticas monetaria y fiscal fueron sólidas y conservadoras, pero para 1976 una fuerte crisis fiscal sacudió al país, todo pareció ser un pequeño sobresalto y el descubrimiento de yacimientos petroleros hizo pensar en el control de la situación. Mercado saturado, recesión mundial, aumento en tasas de interés, políticas monetarias expansivas, sobrevaluación, dependencia a una fuente de ingreso, estancamiento de sectores productivos, planta industrial ineficiente...

Las anteriores administraciones no hicieron las reformas adecuadas por el costo político que implicaba tal acción. El gobierno fue paternalista y las cargas fiscales fueron extremadamente bajas. Para 1982 la inflación era galopante (250%), el peso se devaluó en 80%, el PIB decreció, el déficit fiscal era impresionante, 20 millones eran sub o desempleadas.

El plan de De la Madrid fue abatir la inflación, reduciendo la carga pública y controlando los salarios (mediante convenios con sindicatos de peso). El salario real decayó 23% en un año. La disparidad entre inflaciones obligó a ajustar el tipo de cambio, a pesar de esto, y con la nacionalización de la banca, el gobierno impidió la fuga masiva de capitales, las reservas se incrementaron. Los depósitos bancarios a corto plazo y la caída del crédito ocasionaron que surgieran bancos y casas de bolsa pequeños, las tasas de interés fueron beneficiadas.

El programa de ajuste económico fue calificado como exitoso. Albergaba diez puntos y los más importantes giraban en torno al gasto público, además se fomentaba el empleo y el comercio exterior; el gobierno nuevamente se apoderaba de la flotación cambiaria. El gasto se recortó y los ingresos fiscales aumentaron, se crearon nuevos impuestos y los existentes se vieron aumentados. El sector industrial y el energético fueron los más dañados. Hubo además incentivos fuertes en el campo para crear empleo.

La reestructuración de la deuda fue paulatina aunque crítica. Al principio se pagaron sólo los intereses y después de tres meses se acordó empezar a liquidar el principal. La política salarial se enfocó a reducir la inflación y a prevalecer los niveles de empleo. Las negociaciones salariales se hacían semestralmente y de acuerdo al alza en precios prevista. Los precios de los servicios públicos se incrementaron para sanear las arcas; era una situación crítica por que había que controlar la inflación; se construyeron canastas básicas de bienes y se implementaron algunos subsidios.

Las tasas de interés reales internas estaban por abajo de las externas cada vez que el tipo de cambio real se apreciara, así se llegaron a tasas negativas sin salidas masivas de capital. Esta acción fue clave en la estabilización económica. Los permisos a la importación se concedieron en forma limitada y crecieron paulatinamente de acuerdo a las necesidades de recuperación. Las medidas generales fueron de liberalización moderada. La protección comercial durante 1983 y 1984 se manejó cuantitativamente, esto facilitó el saneamiento de las empresas pero lastimó el salario real y obstaculizó la lucha contra la inflación.

Para esos mimos años el ajuste de las finanzas se convirtió en el elemento central del programa de estabilización. En este sentido, los avances en la reducción del déficit fiscal fueron buenos. Las metas externas referentes a endeudamiento y reservas fueron cumplidas satisfactoriamente, principalmente por ajustes en la balanza de pagos a través de mejoras en la cuenta corriente. La inflación se redujo considerablemente en 1983, la actividad económica en ese mismo año fue discreta como consecuencia de las contracciones fiscal, monetaria y salarial. Cayó también la inversión pública y el consumo público.

El alza en tasas de interés y la caída en el precio internacional del petrolero aniquiló el modelo de administración de riqueza. Sería un error atribuir el desastre al exterior, la putrefacción estaba al interior del país. De esta manera, la inestabilidad económica observada en la década de los setenta y principios de los ochenta fue causada por el desequilibrio del sector público.

El ajuste económico implementado con anterioridad a medias, ahora sería imperante. El país necesitaba un nuevo modelo de desarrollo.

Para esos años el viraje neoliberal estaba en curso. El nacionalismo mal aplicado no había funcionado y esa funesta práctica produjo que el país tanto tiempo aislado e independiente formara parte de una compleja maraña de efectos y embates de la economía internacional. El endeudamiento exterior inició formalmente estas relaciones. Como contraparte había que comprometer el petróleo e indirectamente se habría la economía al comercio. La política nacionalista no servía para estas funciones. El neoliberalismo busca transnacionalizar todos los aspectos de la economía. Las trabas del desarrollo habían sido el gran aparato estatal, las fuerzas sociales con presencia y el nacionalismo exacerbado, había que terminarlos. El trabajador se convirtió en un factor de producción más, la lucha fue contra los sindicatos y alza en salarios. La inflación se había convertido en el peor de los males, era necesario aniquilarla.

Bajo el dictamen neoliberal, la industria debería ser depurada y se adaptada a las exigencias del mercado mundial; esto significó un cambio radical por las condiciones proteccionistas anteriores. Los salarios se verían reducidos para combatir la inflación; la política monetaria (restrictiva) ganaba presencia aunque significara sacrificar a las empresas, la política fiscal fue hecha a un lado.

Carlos Salinas concibió la industrialización dolorosa, como el neoliberalismo en esencia. El proyecto estaba fundado en la recuperación económica con estabilidad y mejoramiento productivo del nivel de vida. Se trataba de una concepción disfrazada de idealismo revolucionario. El esquema ordenaba limpiar las finanzas públicas, vender empresas estatales estratégicas, abrir el comercio; las condiciones propicias para crear inversión privada y sobre todo extranjera.

El poder público tuvo capacidad de decisión cuando saneó las finanzas públicas, en parte por la venta de empresas estatales que eran un carga aunque redituable. La competencia ante la apertura sería fuerte y tenían que caer estas empresas en manos experimentadas y monopolistas.

Desde 1989, los déficit comerciales fueron financiados con inversión extranjera directa o a través de imponer altas tasas de interés y no con créditos externos como anteriormente se acostumbraba. La apertura y específicamente las importaciones afectan de tres maneras: competencia directa con productos nacionales, desplazamiento o desaparición de industrias proveedoras de insumos y los incentivos a empresas exportadoras mexicanas. Estos efectos de desplazamiento tienen impactos en empleo y producción. Por tanto, las exportaciones deben jugar un papel más importante que la simple generación de divisas.

Los cambios de prioridades son notables, el motor dejó de ser la protección y lo fue el fomento al exterior. El desarrollo hacia adentro, el nacionalista, dejaba de ser y ahora se imponía el mercado exterior. A pesar de todo, ninguno de las dos alternativas han alcanzado las metas deseadas. Es difícil concebir un proyecto puro, y es mas difícil aplicarlo. La coexistencia de los métodos es alcanzable, el problema radica en saber qué rubros deben ser tocados por cada uno y cuándo hay que dejar de aplicarlos.