El lenguaje electrónico
Lenguaje
electrónico
Lenguaje
natural y artificial
Jerarquía del lenguaje de computación
Poesía y lógica
El punto de
vista antiguo
El punto de vista de Europa occidental
Estructuras
silente
LECTURAS
COMPLEMENTARIAS
EN 1950, el matemático A. M. Turing publicó un polémico trabajo dónde afirmó que "las computadores podrían imitar perfectamente la inteligencia humana". En menos de medio siglo la humanidad ha presenciado, si bien no el cumplimiento literal de aquella sentencia, sí su progresiva demostración: somos ya testigos de que muchas tareas de antaño exclusivas de la mente humana ahora las realizan las computadoras, y en más de un foro, oficina o circunstancia el hombre es considerado un "procesador de información".
Así como la cerámica o la escultura definieron a las antiguas culturas, el reloj con sus horarios distinguió a la Edad Media y las máquinas de vapor con sus vértigos, a la humanidad del siglo XIX, nuestro siglo XX bien podría quedar representado por las computadoras. Su rápido desenvolvimiento y acelerada perfección han cubierto casi todos los órdenes de la vida moderna.
Ante esta novedosa y enigmática condición de la humanidad, su ciencia y sus tecnologías, el distinguido investigador J. David Bolter publicó en 1984 El hombre de Turing. La cultura occidental en la era de la computación (FCE, 1988), del cual presentamos aquí el capítulo referente al lenguaje electrónico. La obra de Bolter es un interesante y ameno acercamiento de la ciencia y las humanidades, que analiza las diversas influencias de la tecnología electrónica en la vida del hombre contemporáneo. Además, es una reflexión acerca de las razones que existen para incomodarnos o acostumbrarnos a ser comparadas con una computadora. Ya en tiempos de Descartes se comparo el intelecto humano con los mecanismos de un reloj, y más de un cacique de la Revolución industrial consideró al hombre como un mero engranaje de sus máquinas de vapor.
Bolter afirma que "la computadora es un medio de comunicación a la vez que una herramienta científica, por lo cual la pueden utilizar tanto los humanistas como los científicos". Estas páginas que el lector tiene en sus manos confirman que la prosa de Bolter se dirige tanto al experto en sistemas como al neófito navegante de pantallas cibernéticas. Cuálquiera podrá confirmar aquí, no sin cierto alivio, que la memoria electrónica no atenta contra la memoria humana, de la misma forma como la Enciclopedie de Diderot y D´Alambert no arruinó ni la memoria ni la imaginación de los hombres del siglo XVIII. Estas páginas son una cartografía que sirve para recorrer los jeroglíficos del lenguaje electrónico y comprender que los complicados signos que se conjugan en los oscuros laberintos de una máquina no limitan la magia de la palabra, ni la conformidad de la prosa imaginativa, ni la belleza de un poema.
La computadora trata al lenguaje del mismo modo que trata a la lógica, al espacio y al tiempo, con una extraña combinación de abstracción práctica y filosófica. En el nivel práctico, los lenguajes de computadora son códigos cuyo propósito es representar la estructura lógica de problemas que deben resolverse. En la medida de lo posible se les aísla del lenguaje emocional, ambiguo y vocal de la vida diaria , a pesar de lo cual tienen tradiciones, raíces filosóficas que se remontan al siglo XVII e inclusive reminiscencias que van mucho más atrás, cuando menos hasta Aristóteles. Al crear sus códigos los especialistas en computación, participan de hecho en un debate vivo que lleva miles de años. ¿Debe evocar el lenguaje o limitarse a denotar? ¿Interviene en una relación mágica o a lo menos misteriosa con los pensamientos y experiencías que describe, o es primordielmente una herramienta para dejar al descubierto la estructura del mundo? ¿Es en lo esencial poético o lógico? Al examinar primeramente el lenguaje de la computadora en sí y luego las tradiciones de que es parte, no debe sorprendernos ver hacia que lado del debate se inclina la computadora convendrán sin duda en que el lenguaje proporciona una senda al conocimiento. No convienen en cuanto a la naturaleza del lenguaje o en cuanto a la clase de conocimiento a la cual se lleva.
Hablar de "lenguaje" de computación es hablar
metafóricamente, aunque se trata de una metáfora que agoniza a fuerza de ser
usada. Aun aquellos que nunca han estado cerca de una computadora han oído
hablar de
FORTRAN, COBOL
o
PASCAL
y saben que se trata de
lenguajes crípticos por medio de los cuales se habla a la máquina.
FORTRAN
(el nombre abrevia "Formula Translator"),
PASCAL,
y los demás no son, obviamente, lenguajes vivos. Los programadores se dan cuenta
de esto cuando distinguen entre lenguajes artificiales o programación y
lenguajes "naturales" como el español y el inglés. En sí, la palabra
"artificial" nos dice algo sobre el plan del programador. Aunque el español o
cualquier otro idioma son también producto de artificio, su creación a lo largo
de siglos no fue plenamente consciente y racional como ha sido la creación de
lenguajes de programación.
Los lenguajes de programación no se hablan, lo cual significa
también una gran diferencia. Su fin no es que se entiendan en la comunicación
oral, ya que las computadoras actuales casi no toman en cuenta las ondas
sonoras. Pero aún suponiendo que fuera posible hablar a una computadora (lo cual
es completamente concebible), muy pocos programadores estarían dispuestos a
dialogar en
FORTRAN .
En este terreno resulta
exacta la imagen que nos da la ficción científica. Cuando los humanos hablan a
su robots y a sus cerebros electrónicos lo hacen más o menos en algún idioma,
pero omitiendo con frecuencia artículos y otras palabras pequeñas con lo cual
sugieren la preferencia de la computadora al reducir el lenguaje o la osamenta
desnuda de la lógica. Hablar en
FORTRAN
sería tan difícil como
hablar en álgebra porque la relación que estos códigos establecen entre sus
símbolos sólo se puede captar cuando se presenta especialmente y es examinada
con la vista. El ojo puede examinar un renglón varias veces para desentrañar su
significado o saltarse diez renglones para comprobar la definición o el uso de
un símbolo. Para casi todos nosotros, una versión hablada de un enunciado
FORTRAN
desaparece en el momento mismo en que se pronuncia. Aun dos
programadores muy diestros deberían sentarse ante una versión escríta si es que
quieren analizar un programa. esto mismo es aplicable a los matemáticos y a sus
ecuaciones; sorprende en verdad enterarnos de que un matemático ciego de la
talla de Euler haya podido visualizar sus pruebas sin la ayuda del papel. El
lenguaje natural opera de un modo diferente: evolucionó hasta hacerse plenamente
inteligible en palabras debido a que el lenguaje hablado precedió milenios al
escrito. Es muy redundante, a diferencia de la buena programación de las
computadoras. Es español o en cualquier otro idiome tenemos que anunciar y
reenunciar las ideas para hacerlas entender; no asignamos un símbolo unívoco a
cada idea y no esperamos que nuestros interlocutores lo recuerden durante el
resto de nuestra conversación.
FORTRAN
tiene usos mucho más
restrigidos que los lenguajes comunes. No sirve para expresar emociones ni
muchas percepciones razonadas, sino tan sólo una estrecha gama de problemas
definidos lógicamente. Por otra parte los lenguajes de programación no
evolucionan del mismo modo irrestricto que los lenguajes naturales; estos
lenguajes están en un flujo constante: conforme algunas palabras caen en desuso,
otras se vuelven populares y de moda. La gramática cambia, y la pronunciación
varía de una región a otra, de un grupo de hablantes a otro y con el transcurso
del tiempo. La mayoría de estos cambios no son planeados y casi siempre
desalientan al establecimiento literario. Los cambios, en especial en
pronunciación, son inconscientes en la mayoría de los hablantes, por lo que son
democráticos en el mejor sentido también en el peor; se trata de un proceso
caótico en el cual el cambio colectivo es la suma de millones de idiosincrasias.
Las reformas al lenguaje por órdenes de comités casi siempre van al fracaso, sin
embargo, el hebreo moderno es quizá una excepción.
En cambio, los lenguajes de computación cambian precisamente
de un modo autocrático: por decreto de la administración. El programador no es
libre de modificar
FORTRAN
según sus gustos porque
cualquier desviación de la rígida sintaxis en uso hará que su programa falle.
Los cambios nunca son espontáneos. Un grupo de programadores, inconforme con los
aspectos pequeños del lenguaje, agitará para lograr reformas en su centro de
computación. La reforma se presenta ante la administración del centro, y en
cuanto se llega a una desición se encarga a algunos programadores de sistemas el
trabajo de reescribir el programa que controla a
FORTRAN.
Reformas de más fuste se necesitarán para adaptar un lenguaje a
una nueva línea de máquinas. Debido a la anarquía institucional de comités, cada
lenguaje de computación crea sus dialectos conforme se propaga en los diversoso
países. No tardan en existir muchas versiones competidoras, no del todo
compatibles una con otra, pero reconociblemente son del mismo lenguaje.
Los lenguajes de computación, al igual que los naturales, se
pueden agrupar en familias. El abuelo indoeuropeo del lenguaje electrónico es
FORTRAN:
de él han descendido
PL/I
y el lenguaje comercial
COBOL;
ambos refinan su sintaxis para satisfacer sus mutuas necesidades.
Otros grupos de lenguajes más exóticos empiezan con otros principios
sintácticos. Todos los lenguajes de propósitos generales tienen más o menos el
mismo poder: lo que se puede programar en uno cabe hacerlo en los otros, debido
a que todos ellos son en el fondo instrucciones para construir una máquina de
Turing. Sin embargo, cada lenguaje tiene su propio colorido, que refleja la
filosofía con base en la cual fue ideado.FORTRAN
(que ya tiene bastante más de veinte años, lo cual es una longevidad notable
para un programa de computación) sigue siendo la cosa que más se acerca a una
lingua franca: es directo, no particularmente sútil y es idioma propio de la
ingeniería.
ALGOL
es un idioma europeo elegante
que usan los especialistas cuando describen algoritmos en revistas;
PASCAL
es su primo más joven.
PL/I
es un lenguaje que tiende a
extenderse, que busca proporcionar todos los elementos que puede necesitar
cualquier programador (científico, ingeniero u hombre de negocios); como trata
de satisfacer a todo el mundo, no satisface a nadie.
LISP
y
APL
son lenguajes concisos y bellamente lógicos, populares entre aquellos (
como son los especialistas en inteligencia artificial) que quieren destacar la
derivación de la programación de computadoras partiendo de la lógica simbólica.
Los hombres de letras solían hablar en términos generales de los lenguajes naturales como vehículos de expresión —de la calidad recia y filosófica del alemán, de la delicadeza del francés, de la claridad del latín, etc—. Sin duda, un sentimiento de estilo entra en la elección de un lenguaje de programación como en la estructura del propio programa. Los programadores de computación, al igual que los matemáticos buscan y destacan la elegancia de su trabajo. Hay programas hechos sólo para ejecutar otros que han sido pulidos con el fin de hacerlos no solamente más eficientes sino también de lectura más fácil y de modificación más sencilla.
Los programas se escriben para dos clases muy diferentes de lectores: el individuo que los ejecuta y las demás personas que tal vez necesiten leerlos y revisarlos. Para este segundo grupo el programador inserta comentarios en lenguaje natural, espacia las instrucciones y se esfuerza porque el programa sea tan directo como sea posible. Los diseñadores se esfuerzan continuamente por lograr que los lenguajes de programación sean más naturales y más accesibles a los legos, por razones no sólo económicas sino también técnicas; al mundo de los negocios le agradaría mucho prescindir de los programadores y poder poner a sus propios empleados y ejecutivos en estrecho contacto con sus computadorea. Sigue siendo un hecho inevitable que los lenguajes actuales de programación son más bien códigos que lenguajes naturales: los humanos deben ir al encuentro de la máquina mucho más allá del punto medio. La computadora retiene gran parte de su misterio precisamente porque su medio de comunicación es un código, difícil de descifrar y más difícil aún de recordar. Los lenguajes de computación escritos por un especialista son casi siempre ilegibles por otro si no hay amplios comenterios en lenguaje natural; todos los programadores han enfrentado la experiencia frustante de no poder descifrar algún código que ellos mismos escribieron unas cuantas semanas o meses antes.
Para salvar la brecha que separa a sus dos lectores, o sea a la máquina y al programador, el lenguaje de computación está ideado jerárquicamente. Recuérdese que la unidad procesadora central de una computadora responde a un conjunto de varios cientos de instrucciones, a las que se llama con toda propiedad lenguaje de la máquina. En lo fundamental éste es el único código de mando que la computadora entiende, un código que más o menos está dentro de su equipo. Compuestos de unos y ceros como todo lo demás de la computadora, el lenguaje de la máquina es extremedamente dificultoso. Si un programador quiere escribir una instrucción que agregue el contenido de una palabra de memoria a una segunda, debe entender, por ejemplo, al símbolo de ocho dígitos de esta instrucción de adición en una tabla, así como las direcciones de las dos palabras. El resultado será una hilera de tal vez 32 dígitos, que el programador puede equivocar a la hora de copiar. Por ello, un programa que contenga varias docenas de estas instruciones será una pesadilla en cuanto a su escritura, a su cotejo y a su corrección. A pesar de ello en los primeros años de la computación los ingenieros trabajaron directamente en el lenguaje de la máquina. Luego empezaron a desarrollar códigos más legibles, aprovechándose de recursos mnemotécnicos. A estos nuevos códigos se les dio el nombre de lenguajes en conjunto (assembly languages) y todavía se usan.
El fundamento de los lenguajes en conjunto es que los
programadores humanos recuerdan los nombres más fácilmente que los números.
Nombres cortos y fijos (tales como
AD, SUBS, MUL)
se presentan en
todas las instrucciones de la máquina, amén de que los programadores pueden
componer sus propios nombres para indicar sitios de almacenamiento, es decir,
variables en el sentido matemático (nombres
AL,
RAPID,SUM).
Aunque la computadora ejecuta instrucciones sólo en
lenguaje de la máquina, con ayuda de un programa escrito con anterioridad,
traduce automáticamente del lenguaje del conjunto al lenguaje de la máquina, y
enseguida ejecuta. Es decir, transforma el programa escrito con nombres en una
larga hilera de dígitos binarios que el procedador entiende. Este programa de
traducción (llamado conjuntador —assembler—) evita al programador el
trabajo de buscar códigos binarios en una tabla y de escribirlos él mismo. En
general, los programadores siguen escribiendo un enunciado en lenguaje de
conjunto para cada instrucción que quieran que ejecute la máquina. Sigue estando
muy atado a la estructura lógica de la máquina que usa, aunque ahora escribe en
un lenguaje que no es el lenguaje de la máquina.
El paso siguiente fue crear códigos que alejaron todavía más
al programador de su máquina, pues le permitieron escribir en un lenguaje más
matemático. A estos códigos se les llaman lenguajes de alto nivel (high-level
languages) y son traducidos en instrucciones a la máquina no por medio de
programas conjuntadores relativamente simples, sino por medio de programas
complejos llamados compiladores (compilers). El primero de tales
lenguajes que se usó de un modo general (a fines de los años 1950) fue el
FORTRAN
.
A partir de entonces ha habido docenas de ellos. En
FORTRAN,
el programador escribe instrucciones que se parecen mucho al
álgebra: por ejemplo, C=A+B. En otros lenguajes los enunciados pueden parecerse
más a la lógica simbólica o inclusive al idioma natural simple. Cada enunciado
FORTRAN
pide a la
CPU
que realice algunas operaciones elementales, por lo cual todos
ellos deben ser convertidos en un número de instrucciones dadas en el lenguaje
de la máquina. Un programa compilador tiene precisamente esta tarea; acepta
enunciados
FORTRAN
como su input, los
analiza en sus partes constitutivas y genera enunciados de la máquina como
output. Como cualquier traductor humano, el compilador escucha en un idioma
y habla del otro. Pero a diferencia del humano, que aporta al trabajo de
traducción sus conocimientos sobre el significado de las palabras y sobre las
probables intenciones del hablante o escritor, el compilador no sabe nada del
propósito general del programa
FORTRAN
y mucho menos de las
intenciones del programador. Nadie afirmaría que entiende francés si todo lo que
hace es identificar al sujeto y al predicado en una frase en francés, en tanto
que un compilador entiende
FORTRAN
justamente en ese sentido,
porque puede analizar la sintaxis de enunciados en
FORTRAN
o cualquier otro lenguaje de alto nivel deben ser en lo estructural no ambiguas.
El compilador no puede elegir entre análisis alternos; por definición carece de
aptitud de interpretación del traductor humano.
GRÁFICA VIII.1. Jerarquía de lenguajes de computadodas
|
||
Lenguaje de alto nivel (fortran) |
Lenguaje conjuntador (hipotético) |
Lenguaje de la máquina (16 bits hipotéticos) |
VEL = 10 |
LDI 10 |
0000110000001010 000100010001000 |
POS=VEL*(TIME+INC) |
LDA
TIME |
0000100100010010 0010000100010100 0011100100010000 0001000100010110 |
|
Aquí se muestran tres niveles del lenguaje electrónico.
Una orden en un lenguaje de alto nivel podría convertirse en dos o tres (¡o
muchas!) en el lenguaje conjuntador. El lenguaje conjuntador permite además el
uso de nombres
(VEL, POS, TIME, INC)
y el
uso de mnemotecnias en instrucciones
(LDI, LDA, ADA, MUL y ETA
son todos opcodes, es decir,
códigos de instrucción o nombres de operaciones de la máquina). En el lenguaje
de la máquina, inclusive éstas deben ser sustituidas por hileras de números
binarios.
He aquí, pues, una cualidad del lenguaje de la computación:
su estructura jerárquica o en capas. Los códigos de computación se clasifican en
términos de su distancia respecto a su lenguaje binario de las instrucciones de
la máquina y de su proximidad a los lenguajes tradicionales de las matemáticas y
de la lógica. En el nivel más elevado están lenguajes compiladores de la talla
de FORTRAN;
abajo se hallan lenguajes de conjunto; abajo de éstos están las instrucciones de
la máquina (gráfica VIII.1). Lo cierto es que en realidad son posibles niveles
aún más altos. Por ejemplo, un programa escrito en
PASCAL
puede aceptar más expresiones en el idioma hablado natural, como "multiplique
distancia por velocidad", y convertirlas en operaciones de la máquina. En este
caso, el programa
PASCAL
es en sí un compilador del
lenguaje natural para cuyo procesamiento está equipado. Un compilador ocupa una
posición intermedia entre un nivel alto y uno bajo. Las palabras "alto" y "bajo"
tal vez parezcan indicar prejuicio: el lenguaje de alto nivel está un poco más
cerca del usuario que habla el lenguaje natural, aun cuando nuestro lenguaje
exceda en complejidad y riqueza a cualquier cosa que la computadora pueda
procesar hoy día. Por otra parte, el lenguaje de la computación cobra
significado únicamente por medio de su ejecución. Ejecutar una orden
FORTRAN
le permite realizar su significado en el campo de
la acción. Como ocurre en cualquier jerarquía, las unidades situadas en la cima
dan las órdenes, las intermedias las pasan y las unidades situadas en el fondo
las ejecutan. Las humildes instrucciones de la máquina son las únicas que en
realidad realizan computación.
Los programas de compilación y de conjunto son programas de
traducción: aceptan como input enunciados en clave en un nivel de la
jerarquía electrónica y producen instrucciones de output en un nivel inferior.
el proceso de traducción, aúnque terriblemente complejo, notiene nada de
misterioso. Se lleva acabo de un algoritmo; no intervienen intuiciones. Para que
el compilador "entienda" un enunciado en
FORTRAN
sólo necesita procesarlo
paso a paso y convertirlo en una forma ejecutable. Una vez ejecutado, el
enunciado no ejerce influencia alguna sobre el resto del programa. en el idioma
hablado el significado de una frase puede cambiar radicalmente debido a la frase
que le sigue, porque la frase permanece activa y resonante en la memoria mucho
después de haber sido leída o pronunciada. Todo enunciado escrito en lenguaje de
computación exige, sin embargo, la total atención de la máquina a lo largo del
fugaz momento de su ejecución; en seguida deja de tener significado a menos que
(en el caso de programas looping) se vuelva a presentar nuevamente para
su ejecución.
Además, como el lenguaje de la computación sólo tiene
significado en la acción, no se puede tolerar la menor ambigüedad. Si una orden
de FORTRAN
tiene dos interpretaciones posibles, el compilador deberá generar dos conjuntos
de instrucciones a la máquina. Sin embargo, el procesador central sólo puede
ejecutar una instrucción a la vez; no puede escoger libremente entre los dos
conjuntos de instrucciones. Por esta razón el lenguaje de la computación es
unívoco en todos los niveles: cada enunciado o es por completo claro o está
equivocado para garantizar su calidad el lenguaje cuenta con una síntaxis rígida
de expresiones permisibles. Esta rigidez significa que los programadores que por
naturaleza no piensan de un modo tan consistente, cometen con frecuencia errores
tan pequeños, al dejar fuera puntuación , paréntesis, o bien deletreando mal.
Cuando el compilador se encuentra con un enunciado que no es conforme, tal vez
trate de adivinar que fue lo que el programador quiso escribir; ¿omitió una coma
o punto y coma? Esta adivinación es de alcance limitado por que el compilador
nunca quiere escoger entre significados operacionalmente diferentes. A final de
cuentas, tal vez el compilador pase por alto el mal enunciado y omita totalmente
las instrucciones a la máquina que pudo generar. Por lo común el resultado es
que el programa no se puede ejecutar. En pocas palabras, la ambigüedad que tan
importante es a la comunicación humana resulta fatal a la computadora.
En el lenguaje hablado la ambigüedad significa en muchos
casos la diferencia entre lenguaje e intención, ya que respecto a una frase
sencilla caben presentarse muchos significados. En términos lógicos nuestro
lenguaje escrito y hablado suele fallarnos, porque no revela con claridad
nuestras intenciones. Por otra parte, esta falla es una de las cualidades del
lenguaje que hacen posible a la poesía y que, en general, nos permite grandes
economías en cuanto a comunicación. Hay ocasiones en que la ambigüedad comunica
exactamente el sentido correcto. Sin embargo, es frecuente que el mensaje se
refiera a emociones o intuiciones que los lenguajes de las computadoreas no
pueden representar. La representación electrónica como una serie de símbolos en
una tarjeta perforada, en cinta magnética o en disco magnético, es una
representación sin tacha (dentro de la tolerancia de error del sistema
particular). Sucede que un enunciado
FORTRAN
no es otra cosa que estos símbolos. En el lenguaje natural
la expresión escrita es sólo una parte de todo el lenguaje, no siempre la más
importante. Cualquier frase escrita en un papel se puede decir de varios modos,
lo cual traduce otros tantos matices de significado que dan colorido al contexto
en que se presentan. En cambio, en una variable
FORTRAN
no hay connotaciones, no hay significados sobreentendidos. La imprecisión en un
lenguaje de computación no producirá poesía, ni expresará emoción, ni agregará
colorido, ni hará nada de aquello en que el lenguaje natural sobresale. Sólo
producirá un error, en cuyo caso el programa deberá ser rehecho.
Los lenguajes electrónicos han sido ideados por matemáticos y
lógicos como instrumentos para resolver problemas técnicos. Estas personas quizá
no aprecien siempre las ambigüedades matices del idioma literario hablado. Pero
en caso de que sí las aprecien, no pueden incorporar esos matices en sus
compiladores porque la naturaleza lógica de los circuitos y de los registros de
almacenamiento no permite ambigüedades. Los únicos lenguajes apropiados para los
sistemas electrónicos son aquellos que sean precisos y tan estructuralmente
simples como
FORTRAN
y
LISP
. La única definición que tiene
sentido es la definición operacional: tradúzcase el enunciado en lenguaje de la
máquina, ejecútese y examínese el resultado. Finalmente en
FORTRAN
no hay nada parecido al pensamiento que no se pueda expresar en un enunciado
FORTRAN ;
en el reino de la computadora, coinciden pensamiento y lenguaje.
En el mundo de la computación , el pensamiento "desciende" al nivel del lenguaje. El lenguaje de la computación se compone de hileras de símbolos arbitrarios; el pensamiento de la computación no es otra cosa que la manipulación de estas hileras que la conforme a las reglas de la lógica. Hay por supuesto, un punto de vista alterno, ricamente representado en la literatura antigua, medieval y moderna según el cual ese lenguaje es más que la suma de sus partes sintácticas y puede servir como senda para alcanzar reinos más elevados de pensamiento y de ser. Giambattista Vico, ese genio errático de la filosofía política del siglo XVIII, dijo que el primer lenguaje entre los gentiles era la poesía, y la primera sapiencia, la sabiduría poética. Aún cuando hoy día nadie cree que los contemporáneos griegos de Homero hablaran con hexámetros, es un hecho que la actitud primera de los griegos hacia el lenguaje puede llamarse poética con toda justicia e inclisive religiosa o mágica. Con el advenimiento en Atenas de la ilustración del siglo V, un nuevo modo de ver las cosas desafió al existente conforme a los llamados sofistas empezaron a usar palabras de un modo más fríamente lógico, como rivales a los que debía manipularse para resolver problemas retóricos y filisóficos. Desde esos tiempos, estos usos alternos del lenguaje, el lógico y el poético, han competido por la primacia en todas las edades. Por lo que hace algunos escritores (de inmediato pienso en Platón), lo lógico y lo poético coexistió lado a lado en un estado de tregua delicado y a veces de hostilidad abierta. Sin embargo, para la mayoría prevaleció uno u otro matiz del lenguaje y determinó sus horizontes intelectuales.
Ambos puntos de vista parten de la premisa de que las palabras son símbolos que representan algo que está más allá de ellas mismas, más allá de sonidos en el aire o de marcas en papel (arcilla, piedra o cinta magnética). Para la mente poética el símbolo representa una relación inmediata y natural con la cosa símbolizada. Tal vez Dios haya ordenado los nombres de las cosas o tal vez el hombre los escogió, pero en uno u otro caso los nombres encajan. Las palabras tienen un cierto poder sobre las cosas; hacen algo más que denotar objetos; lo controlan. No sólo nombran ideas como bondad o verdad, sino que también nos llevan hacia las ideas que nombran. Ahora bien, en la mente lógica no habrá nada de esto; aquí el acto del simbolismo es una simple invención, en tanto que las palabras se relacionan con cosas por medio de una convención. No nos permiten ningún control mágico sobre el mundo de los objetos; sólo porque vivimos en una cierta cultura con un cierto lenguaje usamos los nombres que usamos. Por otra parte, el modo en que las palabras encajan, las estructuras que creamos cuando usamos lenguaje son por sí de gran interés para la mente lógica, independientemente de nuestro conocimiento del mundo exterior obtenido por medio del lenguaje.
En general, la mente poética prefiere el lenguaje oral al escrito. Las culturas primitivas, que carecieron del arte de escribir otorgarían, sin duda, un gran poder a la palabra escrita, particularmente a los nombres: de ahí sus tabúes sobre los nombres de Dios, la necesidad de mantener en secreto nuestro nombre en relación con nuestros enemigos, y así sucesivamente. En casi todas las culturas, primitivas o adelantadas, las palabras habladas tienen un impacto sensorial y estético mayor que las escritas, y por ello los poetas han insistido siempre en que sus obras tendrán mayor efecto si las lee, recita o, en el caso de obras teatrales, se representan ante un público. Inclusive en nuestros días, los poetas son hombres y mujeres que creen a medias en el poder mágico del lenguaje para hacer sentir su presencia en el mundo de las cosas. Después de todo, el sonido nos llega del exterior, se fuerza así mismo en el mundo, de un modo que nunca logran las frases escritas.
Como nos han hecho ver McLuhan y otros autores, la escritura o la impresión producen una actitud más lógica hacia el lenguaje. Cuando el lector ya no es bombardeado por palabras, puede alejarse de su propio texto. Tiene tiempo para reflexionar, para volver a leer, para analizar. Escribir e imprimir son por sí mismos procesos analíticos que descomponen la corriente del lenguaje escrito en unidades separadas como son, símbolos alfabéticos, palabras y frase. El lector se vale de sus ojos como también de sus oídos, o más bien en lugar de ellos, y en todos sentidos es alentado para que adopte un poco de vista más abstracto del lenguaje que él ve. La frase escrita o impresa se presta muy bien al análisis estructural en tanto que la hablada no, porque el ojo del lector puede repasar una y otra vez las palabras escritas, y eso le da tiempo para dividir la frase en partes visualmente apreciadas y a reflexionar sobre la función gramatical.
La lectura silenciosa y análitica también nos resalta la condición arbitraria de cada símbolo. todos hemos experimentado haber visto de pronto bajo una nueva luz una palabra en una página impresa ordinaria. Hemos leído esa palabra miles de veces desde la niñez, pero de pronto esa particular disposición de las letras nos parece totalmente arbitraria, y nos damos cuenta de que estas letras representan algo que queremos definir. Una experiencia así es una precondición del punto de vista lógico del lenguaje.
Esta distinción se puede aplicar a la cultura de Grecia y Roma. Vico estuvo en lo justo cuando afirmó que la sabiduría de los antiguos fue sabiduría encajada en poesía y que luego fue prosa lógica. La civilización antigua había creado ya un buen número de obras poéticas maestras antes de que sus filósofos empezarán a escribir de un modo lógico. La Grecia arcaica, de Homero a Esquilo, empleó el nuevo arte de registrar y fijar palabras (su alfabeto lo tomaron de los fenicios) pero en forma muy limitada. Seguía siendo una sociedad oral. Muy aparte de que haya sabido leer y escribir, no ha duda de que Homero compuso sus poemas épicos para que fueran recitados frente un público, posiblemente un público numeroso en ocaciones festivas. Los poetas líricos del periodo arcaico esperaban también que sus poemas fueran leídos en voz alta y tal vez cantados. Incluso filósofos de la talla de Pitágoras y Heráclito tuvieron gran confianza en el contacto inmediato y en la enseñanza oral,y ello explica que la filosofía griega primitiva estuviera llena de imágenes y epigramas que hoy día asociamos con la poesía. Las tragedias griegas, como todos los dramas, no fueron compuestas para ser leídas sino para ser representadas ante un público.
Esa época vivió intensamente las cualidades encantadoras y resonantes de la palabra hablada. Los griegos habían ya adelantado lo suficiente como para haberse liberado lo suficiente de las supersticiones más bastas de culturas primitivas, pero no lo bastante como para olvidar la admiración de los primitivos por el poder del lenguaje. En las epopeyas griegas, los personajes usan "palabras aladas" —lo cual sugiere que las palabras mismas y las ideas que encarnan son tan reales como aves y lanzas que también cruzan los aires—. Doscientos años después, el público de las obras de Esquilo, y tal vez de Eurípides, quiza todavía creía que una maldición lanzada contra un rey podría acarrearle destrucción a él mismo o su progenie.
El caso es que hacia el siglo V, la tecnología de la escritura junto con otras fuerzas culturales aportó un nuevo punto de vista. Los infamados sofistas, que tanto censura Platón , fueron oradores y filósofos ambulantes que se especializaron en piroctenias verbales y en cínicos ataques contra el orden establecido. Estos sofistas se atuvieron como el que más, al poder de la palabra hablada, pues eran polemistas y oradores. Sin embargo, la mayoría de ellos enseñó a sus estudiantes a considerar el lenguaje como algo que se podía manipular arbitrariamente para avenirlo a sus propósitos, fueran filosóficos o pecuniarios. Para los sofistas, las palabras habían perdido ya el poderío pasmoso que tuvieron en generaciones anteriores de pensadores.
La actitud de los sofistas no fue aceptada por Platón, el cual en cierta forma volvió hacia un punto de vista más poético del lenguaje. Para él, que fue un artista supremo de la prosa, el lenguaje hablado siguió siendo la llave de la filosofía porque tal fue la técnica del diálogo socrático (interrogación verbal y respuesta inmediata) que habría la mente a problemas filosóficos. Como tan acertadamente dice Harold Innis, el querer poner las enseñanzas orales de Sócrates en forma literaria, hizo ver a Platón el efecto destructor de la escritura sobre la cultura oral (Empire and Communications, 56). En Fedro, Sócrates de cuenta de una conversación entre el dios egipcio Teuth, el inventor de la escritura, y Tamos, la deidad más sabia pero menos inventiva. Tamos dice que el invento de Teuth "traerá consigo olvido en las mentes de los jóvenes descípulos, porque no ejercitarán ya su memoria pues se atendrán a símbolos externos y escritos en vez de a los procesos de reminiscencia que ocurren en ellos mismos" (Fedro, 275A,, traducción del autor). Escribir, sigue diciendo Tamos, es como pintar, pues nos ofrece la semblanza de la sabiduría, no la realidad.
Platón pudo escribir con semejante desconfianza sobre la revolución tecnológica porque percibió lo que se había perdido y también lo que se había ganado. El símbolo externo, la abstracción, ocupó el lugar del acto resonante de memoria que venía del interior del individuo. Platón nunca consideró como arbitraria a ninguna faceta del mundo y muy probablemente se dio cuenta de que la calidad abstracta y distanciadora de la palabra escrita podía llevar a una teoría del lenguaje como símbolo arbitrario; luego, Aristóteles y los estoicos desarrollaron esta teoría. La palabra hablada tuvo una función filosófica, como también la tuvo el propio silencio: la pregunta y la respuesta colocaban al filosófo en una cierta altura, desde la cual podía contemplar en silencio formas de verdad y belleza. Para Platón el lenguaje no fue pensamiento; más bien llevó a grandes pensamientos folosóficos.
Cuando Arostóteles decidió negar las ideas eternas de Platón, hizo a un lado la función analógica del lenguaje en términos estrictamente lógicos, para destacar la carcterística convencional de los nombres y para examinar la estructura lingüística. Aristóteles dividió las palabras en categorías que al menos particularmente se basaron en su función gramatical. Sostuvo que la analogía, y por consiguiente, lo aceptado en general, era el principio rector de la gramática y de la etimología. También clasificó a los silogismos, con lo cual dio el enunciado más explícito de la Antigüedad de la relación entre lenguaje y pensamiento lógico. Las figuras silogísticas, que clasifican los diversos tipos de premisa que llevan a conclusiones válidas, fueron un modo de ver que iba más allá del significado de las frases en su forma lógica desnuda. Aristóteles llegó inclusive a usar letras para representar nombres y propiedades en abstracto. Uno de estos modos silogísticos, al cual los lógicos del Medievo llamaron "Bárbara", se enuncia así: si A se afirma de todos los B y B de todos los C, entonces A se afirma de todos los C. Esta forma se puede encajar como un patrón sobre un número muy grande de frases dentro del lenguaje natural, que permite a los lógicos ver en una sola ojaeda lo que estas frases tienen en común. Después de Aristóteles, los estoicos revisaron su lógica y la hicieron más abstracta y rigurosa. Apoyaron la opinión de que el lenguaje se crea por medio de la analogía y enunciaron en la forma más clara posible la distinción entre la palabra (el signo lingüístico) y el objeto denotado por ella.
Así y todo, los antiguos nunca lograron una lógica sombólica plena, ni tampoco vieron al lenguaje como una estructura sintáctica totalmente arbitraria. Más bien, fue al contrario; su tecnología tendiente a preservar el lenguaje operó con fuerza contra tales tendencias. Incluso después del siglo V el índice de los que sabían leer y escribir en Grecia siguió siendo bajo, y los libros nunca llegaron a ser los artefactos ubicuos de cultura, inclusive de negocios que son hoy día. Los antiguos escritos tenían que copiarse laboriosamente a mano, y cuando menos hasta ya bien entrado el Imperio romano no fueron los cómodos libros que hoy ya conocemos, en los cuáles es fácil dar exactamente con la página deseada, sino más bien royos de papiro en los que el lector debía hallar su camino hacia el pasaje que necesitaba. En los anacrónicos términos del procesamiento electrónico de datos, el rollo de papiro fue un instrimento de acceso lineal, lento como cinta magnética, en tanto que el libro se le puede abrir a voluntad, lo cual hace más accesible la información.
Cualquier erudito o filósofo de la Antigüedad dueño de una amplia bibloteca prefería memorizar lo más posible para evitarse la lata de buscar en los rollos. Por si fuera poco, las palabras de aquellas páginas se escribían sin dividirlas y había poca o ninguna puntuación. Para entender tales apiñamientos de letras los antiguos tenían que leer en voz alta. Así como casi todos nosotros debemos oír la música escrita para hallarle sentido, así también los antiguos sólo tomaban sentido a los textos valiéndose de sus oídos. Debido a que el sonido del lenguaje nunca se eliminó de la antigua lectura y escrítura, Grecia y Roma siguieron siendo en gran medida culturas orales; en ellas los libros eran medios de preservar para provecho de generaciones futuras, las voces del pasado. Sin duda, "la civilización griega fue un reflejo del poderío de la palabra hablada" (Innis, Empire and Commucations, 56).
En este orden de ideas llama la atención que Aristóteles y los estoicos hayan avanzado tanto en los análisis lógicos del lenguaje. Estudios gramaticales se llevaron a cabo en el ambiente muy favorable, silencioso y visual de las universidades del pos Renacimiento, no en las ruidosas bibliotecas de la antigüedad, en que todo el mundo musitaba las palabras de su texto, o en un banquete antiguo, en que algún esclavo recitaba el texto a los huéspedes. Incluso los analogistas reconocidos entre los filósofos de la Antigüedad hallaron difícil liberarse del agarre de la cultura oral, en la cual las palabras obran como guías hacía el mundo de la naturaleza y hacia el mundo de las ideas. Si hubieran logrado liberarse, habrían inventado su propio lenguaje simbólico y habrían hecho más fácil la manipulación de la lógica y de las matemáticas, como han hecho los modernos. Sin embargo, ni Aristóteles ni los estoicos avanzaron más allá del empleo de letras aisladas para usarlas en lugar de nombres y propiedades; nunca se les ocurrió inventar símbolos para operaciones lógicas tales como si... entonces y o. Tampoco los matemáticos percibieron la ventaja de este simbolismo se atuvieron en sus pruebas a las repeticiones tediosas de palabras dichas en enguaje ordinario.
La tecnología del lenguaje de los griegos fue una tecnología manual. Como ocurrió con las artes de la antigüedad, aquí no hubo automatización, ni alejamiento del artesano de su trabajo por virtud de la intervención de las máquinas. Los escribas estaban en contacto físico inmediato con el libro que producían; sentían que las letras se formaban bajo su pluma. Su participación táctil y muscular en cuanto a hacer palabras fue muchísimo mayor que la de las mecanógrafas contemporáneas. Como ha dicho McLuhan, dado que los escribas repetían también las palabras según las copiaban, aportaron un tercer sentido al arte de la escritura. Como las palabras eran sentidas y oídas así como vistas, tenían una inmediación y una realidad que hoy día casi no podemos apreciar. La abstracción en la lectura fue también desalentada por el estilo corrido de escribir y por la necesidad de vocalizar cada palabra.
Así pues, de una manera general, la cultura antigua de escribanos se inclinó a considerar la página escrita como dotada de una textura palpable, como un conjunto de palabras que reproducían las pautas de un mundo mayor situado más allá de la página. De aquí la comparación que hace Platón del arte de la escrituta con el arte del dibujo. En alguna otra parte Platón usó la metáfora de tejer (otro arte manual) para explicar cómo los nombres reproducen la realidad. Cuando Sócrates sugiere la definición "Entonces, pues, ¿un hombre es una especie de instrumento didáctico que separa nuestra realidad como una lanzadera separa la tela de un telas?", su interlocutor conviene sin vacilar con él (Cratilo, 388 A.C., traducción del autor).
Probrablemente la cultura medieval se mantuvo más cerca del mundo antiguo en su actitud hacia el lenguaje que su actitud hacia el espacio, tiempo o historia. En filosofía, la vieja disputa sobre la ralación de las cosas con los nombres se convirtió en la bien conocida contraversia realista-nominalista todavía relacionada con las autoridades de la Antigüedad. En general, la cultura siguió viendo al lenguaje como una colección de nombres, en tanto que la resonancia y los poderes sobrenaturales de los nombres impresionaron a la mente medieval tal como había impresionado a la mente antigua. La misa, una letenía de palabras tales como pan y cuerpo, vino y sangre, fue un recordatorio diario de la magia del lenguaje hablado, magia tan real para los teólogos medievales como lo había sodo para Esquilo. Después de todo, según los teólogos, la palabra apropiada podía poner a los hombres en comunicación física con dios; otra palabra podía significar la salvación eterna.
Una razón de que la Edad Media no se haya emancipado de las añejas nociones del lenguaje fue fundamentalmente igual a la antigua. Con su tecnología macánica —ruedas hidráulicas, molinos de viento y relojes— la Edad Media había sobrepasado o cuando menos se había separado del mundo antiguo, aún cuando los libros todavía se copiaban a mano. Los escribas medievales habían adoptado la innovación de la última parte de la antigüedad que consistía en escribir en códices (libros con páginas numeradas) en vez de hacerlo en rollos interminables. No había cambiado la esencia del arte. Los manuscritos eran una creación costosísima, dónde abundaban errores propios del copista, alteraciones en el texto y notas del dueño o dueños del material. Cada manuscrito era una obra única, y debido a las letras escritas a mano su lectura seguía siendo un arte tan lento y dificultoso como antes. Los estudiosos medievales, al igual que sus colegas de la antigüedad leían en voz alta, con lo cual daban vida a su manuscrito. Los libros fueron raros y preciosos en la Edad Media, como lo indica el hecho de que una lectura en la universidad era casi siempre lo que sugiere el origen latino de la palabra, es decir, una lectura completa y en voz alta del texto. De ordinario, el profesor tenía el único ejemplar, el cual leería cuidadosamente a sus estudiantes, a la vez que agregaría sus propios comentarios.
Luego, en el Renacimiento, se produjo un cambio en el pensar sobre el lenguaje; una fuerza obvia que indujo ese cambio fue tecnológica —la invención de la imprenta—. Escritores tan antiguos como Francis Bancon, captaron el efecto de la tecnología sobre el lenguaje. La prensa de imprimir no sólo cambió el modo de producir libros; alteró la percepción de la comunidad letrada del lenguaje y de la inquisición del saber. Los libros ya no eran tan escasos, y ya no había libros únicos. La prensa de imprimir producía miles de ejemplares más o menos exactos de una página parada por la cajista. Resultaba mucho más fácil encontrar un error en una página impresa que en una copiada a mano, y también sucedía que los errores aparecían en todos los ejemplares. Ya no era necesario pedir a un amigo su manuscrito para comparar notas marginales y descubrir errores. La impresión fue la primera industria que organizó la producción en masa. Ya desde el siglo XV se volvió anticuada la escritura cuidadosa a mano de un libro (esto se aplica únicamente a la impresión del texto, no a la encuadernación, que siguó siendo por mucho tiempo un bello arte). Cientos o miles de productos literarios idénticos salieron de la línea de montaje de Venecia, Nuremberg, Mainz, Basilea —siglos antesde que Ford soñara con hacer lo mismo con los automóviles—. McLuhan resume todo esto muy bien cuando dice que "la invención de la tipografía confirmó y ensanchó el acento visual del saber aplicado, pues proporcionó la primera mercancía uniformemente repetible, la primera línea de montaje y la primera producción en masa" (The Gutenberg Galaxiy, 124).
La mecanización de la fabricación de libros alteró también el arte de la lectura. Al principio, los impresores imitaron el formato de los manuscritos: el tipo, las ligaduras y las abreviaciones hicieron que los primeros libros impresos fueran tan estéticamente agradables y de lectura tan difícil como los manuscritos. Pero no tardaron en presentarse formas uniformes de modo que leer un texto bien impreso fue un proceso más rapido y menos agotador que leer el código medieval más pulcro. Y evidentemente, la lectura rápida se volvió necesidad porque la imprenta aumentó de manera enorme el número de libros. En tanto que la gente del medievo y de la Antigüedad había leído en voz alta, abriéndose paso vocalmente por entre cada palabra del texto, los lectores del pos Renacimiento trabajaban en silencio, desentendiéndose de su oído y telegrafiando el mensaje a su cerebro. Éste es el método que se nos sigue enseñando en nuestro días; silente, menos evocador, más eficiente... nos permite "procesar" seiscientas palabras por minuto, mientras tanto los estudiosos del medievo con dificultad llegaban a doscientas.
La vista se convirtió en incentivo primario para hacerse de saber comunicable por medio del lenguaje, y por una gran variedad de razones este cambio indujo un modo más abstracto y más teórico de ver el lenguaje. La palabra hablada produce en nosotros un efecto inmediato; pero a menos que siga resonando en nuestra memoria, muere en cuanto la columna vibrante de aire deja atrás a nuestro oído. Sin embergo, durante un instante, la palabra hablada vive de un modo que no conoce la palabra impresa. Los poetas de cualquier edad nos recuerdan que sus palabras fueron hechas para ser oídas y también para ser vistas. Aún hoy en día adoptan una actitud antigua o medieval hacia nombres y lenguaje, y exigen de su auditorio alguna concesión a esa actitud. Es una concesión que hacemos pocas veces. Desde la invención de la imprenta, hombres y mujeres entregados al pensamiento han dedicado más de su tiempo a la lectura silenciosa, a la lectura en busca de contenido que a escuchar material leído. El lector silencioso se inclina más a ver las palabras como símbolos sin vida cuya misión es comunicar un mensaje. Sin duda, las palabras habladas son también simbólicas, son pautas de ondas sonoras a las que quienes hablan un lenguaje convienen en darles ciertos significados. Este modo de ver la comunicación auditiva es, sin embargo, muy reciente. Apenas en muy pocos siglos los físicos entendieron a las ondas sonoras lo bastante bien para considerarlas medio de comunicación, en tanto que el análisis cuidadoso de fonemas pertenece por completo a la ligüística del siglo XX. Sólo cuando la palabra impresa se liberó totalmente del sonido, se consideró natural ver a las palabras como signos arbitrarios de las ideas que las evocaban en la mente. En los siglos que siguieron a la invención de la prensa de imprimir, creció considederablente el interés en el poder de los símbolos de cualquier clase.
Esta abstracción del arte de la lectura hizo quela gente percibiera más la estructura del lenguaje. Es difícil analizar y comunicar a los demás la gramática de una frase hablada, porque las palabras se desvanecen no bien son pronunciadas y sólo dejan recuerdos. Las frases escritas son permanentes; el lector ve sus diversas partes al mismo tiempo, o puede establecer referencias entre el predicado y de vuelta al sujeto. El lector silencioso tiene más probabilidades de atrapar grupos de palabras aisladas. Nada tiene, pues, de sorprendente que en el Renacimiento y después, los lectores silenciosos hallaran estructuras en el lenguaje que rara vez se habían observado antes. Si la idea de una gramática universal válida para todos los lenguajes empezó en la Edad Media, floreció en el siglo XVII con los jansenistas de Port Royal. Pero mucho tiempo antes, los humanistas que siguieron la tradición de Ramus y Erasmo aplicaban un nuevo criterio de construcción gramatical a su estudio de los autores de la Antigüedad.
No estoy sugiriendo que el nuevo sentimiento que privó en Occidente en favor de símbolos abstractos y el nuevo acento que se dio a la estructura del lenguaje, se hayan debido exclusivamente a la mecanización del libro. En realidad, la imprenta no hizo más que preparar el camino de otro acontecimiento de igual importancia: la revolución matemática del siglo XVII. Desde los tiempos griegos las matemáticas habían sido el paradigma del pensar puro y abstracto. Los matemáticos siempre habían usado el lenguaje en un modo precisamente opuesto al lenguaje evocativo del poeta. Platón admiró a las matemáticas simplemente por esta razón: alejaban a la mente de lo concreto, de los intereses terrenales y los conducían al reino más elevado de las ideas. Tanto en la Antigüedad como en Europa occidental se había atribuido a las matemáticas una belleza abstracta.
Así las cosas, los físicos del siglo XVII obligaron a sus contemporáneos a atribuir una cualidad igualmente pasmosa a la ciencia abstracta, al demostrar, como dijo Galileo, que el libro de la naturaleza estaba escrito en el lenguaje de las matemáticas. Anteriormente la belleza de esta ciencia se había considerado como perteneciente a otro mundo. Cuando Aristóteles hizo su descripción del mundo físico, deliberadamente evitó todo lo que fuera más complicado que la aritmética simple y la geometría intuitiva, por cuya razon la física que prevaleció en el mundo antiguo y medieval tuvo que ser lógica y filosófica, pero mo metemática. Aristóteles reaccionaba contra los excesos de Platón y de los pitagóricos, que habían hecho de la cosmología una teoría de los números y que se empeñaban en hacer que el mundo embonara en sus conceptos míticos de geometría, en vez de hacer que sus ideas embonaran en el mundo, Galileo y quienes lo siguieron consideraron sin duda a los pitágoricos y a Platón como precursores espirituales, pero su enfoque mucho más pragmático desembocó en un éxito que los filósofos matemáticos griegos nunca soñaron. El siglo XVII presenció el crecimiento y desarrollo de la geometría analítica y del cálculo, herramientas matemáticas nuevas que servían para describir el movimiento de la meteria en el espacio; todo esto rebasó la tendencia estática de la geometría euclidiana.
Estas nuevas matemáticas se propusieron analizar la naturaleza en un nivel más profundo que la geometría antigua. Para ello, Galileo y quienes lo siguieron consideraron que era necesario abstraer y simplificar, quitarle a la experiencia todo color, olor, gusto y demás "cualidades secundarias" para llegar al corazón lógico al cual se prestaban sus ecuaciones. La ironía estribaba en que las matemáticas habían logrado más eficacia en este mundo precisamente por haberse vuelto más abstractas que nunca. Antes del siglo XVII, las matemáticas no eran un lenguaje con personalidad propia, a lo más un dialecto, una jerga docta, Tenían su vocabulario, como las demás artes liberales, pero los matemáticos escribían sus pruebas en palabras que cualquier otro estudioso podía leer y tal vez entender. Aunque Galileo fue más bien un matemático verbal, su siglo fue el que finalmente percibió el poder del simbolismo. Descartes y Leibniz encabezaron la marcha que llevó a hacer del álgebra y del cálculo una cuestión de x, y, y de símbolos de un orden más elevado como d/dx y dd/dy. Sus matemáticas llegaron a ser indudablemente, un lenguaje, un lenguaje en verdad artificial, que estaba al alcance únicamente de unos cuantos privilegiados.
Este nuevo lenguaje tenía una gama de expresiones limitadas al desnudo mundo de las cualidades primarias, tales como una masa y distancia. De hecho, fue el primer intento y con mucho el más venturoso del "nuevo hablar", debido a que por definición sólo se podrían describir con los nuevos símbolos áquellos aspectos de la experiencia que se presentaban a expresarse en ecuaciones matemáticas. Con las matemáticas verbales, había entre otros el peligro de que fuerzas ocultas o bien cualidades tales como color y textura, pudieran penetrar subrepticiamente en el argumento. Liberado de estas distraciones, el físico-matemático explicó como nunca antes las fuerzas mecánicas de la naturaleza. A propósito, el telescopio de Galileo fue un símbolo perfecto de este nuevo espíritu de los físicos matemáticos, que deliberadamente estrecharon su campo de visión para ver con más agudeza y a mayor distancia que nunca antes.
Muy aparte de las limitaciones que pudiera tener esta visión, no se podía negar que el lenguaje de las matemáticas se apuntaba éxitos espectaculares en aquellos campos de la experiencia que se prestaban a la manipulación cuantificadora y simbólica. Entonces como ahora, el problema fue establecer qué áreas sí se prestaban. Algunos pensadores fueron cautivados por las cualidades de las matemáticas y de la lógica como vehículos de ideas y trataron de reducir gran parte o la totalidad de la experiencia humana o de un cálculo puramente lógico, basado en las tradiciones de la lógica formal e inspirado en el gran éxito de las nuevas matemáticas. El siglo XVII vio el florecimiento del movimiento que quizo crear un "carácter universal", es decir, el lenguaje que los hombres pudieran usar para comunicarse con más facilidad y, sin duda, para pensar con más claridad. Muchos de los que participaron en el movimiento se fijaron la meta práctica de reemplazar el latín, la lengua de los doctos, con otra lingua franca más racional. Más o menos por esos años, un mayor contacto con China dio la impresión equivocada de que los chinos contaban con un sistema de escritura que expresaba ideas puras y simples, que cada uno de sus bellos símbolos representaba una noción fundamental. Se compusieron diccionarios y gramáticas completos para expresar nuevos sistemas ideográficos cuyo fin sería que el aprendizaje fuera racional y fácil.
Leibniz concibió un plan más grandioso que el de un latín ersatz (artificial): quiso crear un lenguaje lógico que tuviera la certidumbre de las matemáticas, un lenguaje que pudiera extender su influjo sobre la gama total de los problemas de los humanos, y en particular sobre matafísica, teología y ética. Su idea fue empezar conforme al espíritu cartesiano al inventar símbolos para unas cuantas nociones relativamente primitivas y un conjunto de reglas para combinar esos símbolos. En este lenguaje, las frases se seguirían unas a otras apegándose a las reglas de la lógica, y el resultado sería un discurso similar al de la lógica símbolica del siglo XX. Sin embargo, con un lenguaje lógico y universal así, las pruebas irían mucho más allá de lo que hoy día producen nuestros lógicos. Los filósofos podrían provar de una vez por todas la existencia y naturaleza de Dios, del mundo y de la virtud; ciertamente, todas las disputas religiosas y filosóficas se arreglarían, según Leibniz, con la proposición "permítasenos calcular".
A pesar de lo atractivo de esta idea, ni siquiera Leibniz, con sus grandes dones, pudo ir más allá de sugerir el proyecto. Todos los espíritus universales han fracasado hasta la fecha, a pesar de lo cual los especielistas en computación y en inteligencia artificial siguen esforzándose. Sin embargo, la popularidad que en sus días tuvo el carácter universal (y el hacho de que pensadores del calibre de Descartes y Leibniz hayan sido encantados por él) indica la exuberancia, la emoción que generó este nuevo concepto matemático del lenguaje. Por sí mismo, el plan de Leibniz para calcular una prueba de la experiencia de Dios habría tenido poca influencia. Pero el supuesto en que se fundaba el plan tenía un gran futuro —el supuesto de que todo pensamiento puede reducirse a final de cuentas a lenguaje—. Después de todo, el nuevo lenguaje símbolico de las matemáticas permitía a los hombres contemplar el universo físico con uan presición que nunca había sido posible y Leibniz abrigó la esperanza de llevar esa misma claridad a cuestiones filosóficas, a enseñar a los filósofos un lenguaje en el cual pudieran pensar con claridad sobre cuuestiones que siempre habían sido confusas.
Esto no significa que el modo como Leibniz vio al lenguaje no haya sido puesto en tela de juicio. La tendencia hacia un punto de vista cada vez más lógico del lenguaje es algo que muchos han buscado, a veces magníficamente, pero sin éxito duradero. Inclusive lingüistas con una buena percepción de la poesía y de los empleos humanistas del lenguaje, empezando por los alemanes Johann Gottfried von Herder y Wilhelm von Humboldt, aceptaron de buen grado la tesis de que el lenguaje podía inducir el pansamiento correcto o a lo menos hacerlo posible (se trata de una forma suavizada del supuesto de Leibniz). El propio Herder sostuvo que cualquier rezonamiento y abstracción más elevado exigían el simbolismo, las facultades de denotación y connotación que el lenguaje proporciona. También distinguió el lenguaje artificial del natural y afirmó categóricamente que el lenguaje humano es artificial, que es obra del hombre y que le permite razonar, en contraste con los animales, los cuales se comunican en un lenguaje que les dio la naturaleza.
En el siglo XX, el lingüista norteamericano Benjamin Whorf defendió la tesis de que lenguaje y pensamiento son la misma cosa. Aunque muchos lingüistas hablan hoy día despectivamente del whorfismo (Whorf no fue, según ellos, un científico del lenguaje), muy pocos estarían dispuestos a negar la conexión íntima entre lenguaje y pensamiento.
Entre tanto, la filosofía del siglo XX adoptó la postura radical de que el lenguaje puede y debe ser un cálculo totalmente lógico. La verdad es que la filosofía de la primera mitad de nuestro siglo puede caracterizarse diciendo que es una relación amorosa amplia con el lenguaje. Ya hice mención del trabajo de Russel y Whitehead. Su idea, expuesta en los Principia, de hacer la lógica simbólica el fundamento de las matemáticas fue parte de un esfurzo general para dar realidad a la meta de Liebniz de reconformar el lenguaje haciéndolo un instrumento lógico apropiado de la indagación filosófica. "La lógica ya no es simplemente una disciplina filosófica más entre otras", escribió el positivista Rodolf Carnap influido por los Principia, "pese a lo cual podemos decir abiertamente: "La lógica es el método de la filosofía" ("The Elimination of Metaphysics through Logical Analysis of Language", en Logical Positivism, comp. A. J. Ayer, 133). Los positivistas lógicos creyeron que el análisis del lenguaje era la única terea legítima de los filósofos; para ellos, la filosofía y la metafísica de la Antigüedad fueron desatinos literales, por la sencilla razón de que los enunciados metafísicos usan palabras en un sentido ilegítimo y por ello carecen de sentido. Creyeron también que lo que no podía decirse no podía pensarse y al criticar ensayos sobre metafísica nunca atacaron los razonamientos en que se fundaron sino que se limitaron a analizar frases individuales y mostrar que eran vacías; este enfoque tuvo po fin sacar de sus casillas a sus oponentes. Entoces los positivistas invirtieron el proceso de los antiguos partidarios de un carácter universal; en vez de extender las matemáticas y hacer que cubrieran un campo más amplio de la experiencia descrita por medio del lenguaje ordinario, propusieron reducir el lenguaje ordinario a la condición de un comentario en prosa sobre las ecuaciones de los físicos.
Hoy día de los positivistas han nacido una docena de sectas filosóficas; aunque ya se ha abandonado su mesianismo científico, se ha conservado y refinado su acento en el análisis lógico del lenguaje. El credo positivista goza todavía de muy buena salud: "es la ocupación peculiar de la filosofía determinar y poner en claro el significado de enunciados y preguntas" (Moritz Schlick, "Positivism and Realism", en Logical Positivism, comp. A. J. Ayer, 86).
En la dicotomía entre el punto de vista poético y el punto de vista lógico del lenguaje, este último tiene ya siglos de llevar la iniciativa, pues nos hemos alejado constantemente de la cultura oral de Grecia y Roma y de la Europa Medieval. Esto no significa que no hayamos tenido grandes poetas, sino más bien que la nuestra no es una era de poesía. Inclusive en plena Edad Media no faltaron quienes (los filósofos nominalista) sostuvieron que los nombres son simplemente cuestiones convencionales. Ese argumento cobró más fuerza persuasiva después de la invención de la imprenta de la revolución matemática que llevaron a la lectura en silencio y a la manipulación de símbolos asignados de un modo convencional. Con el adventimiento de la computadora, la lógica sigue triunfando sobre la poesía. Todo el curso de la filisofía lingüística desde Leibniz a los positivistas parece culminar en la computadora, donde a los símbolos se les quitan connotaciones y se les da significado sólo por medio de una definición inicial y de relaciones sintácticas con otros símbolos.
El credo positivista pertenece a la edad de la imprenta, no a la de la computadora. Podríamos muy bien preguntarnos si los antiguos filósofos lingüistas se sentirían satisfechos o quizá un poco fuera de lugar por la amplitud con que la computadora ha dado realidad a su visión de un modo de comunicación totalmente lógico, pues es un hecho de que la computadora lleva sus ideas a un extremo impensable en la época anterior. Con sus páginas uniformemente impresas, la prensa sugirió que las palabras eran simples signos que debían ser manipulados por los ojos y la inteligencia del lector. Más todavía las palabras se quedaban fijas el la página impresa y exigían un esfuerzo mental considelable por parte del lector. Leer es trabajo, hecho que con frecuencia olvidan los educadores que se preguntan por qué los niños prefieren la televisión a los libros. El misterio de la mente no se pudo eliminar del trabajo de leer mientras el "procesador de palabras" real siguiera siendo el individuo que abría el libro y lo hojeaba.
La prensa es un mecanismo rígido que sólo puede repetir el
mismo producto, páginas, cuyas líneas tienen un orden que ha sido fijado de una
vez por todas y para siempre por el impresor. En cambio, la computadora que
altera su forma y su propósito lógico conforme marcha, escapa a la rigidez de la
producción mecánica de las palabras. Ya las palabras no se quedan sobre el
papel; se abren paso por entre la unidad de memoria y de procesamiento. Ya no
necesita inteligencia humana para manipular símbolos verbales; tal cosa la hace
la computadora siguiendo un programa, de forma muy parecida al del compilador
que lee y traduce en inciados en
FORTRAN
sin que intervenga ningún humano. Ahora bien, aquí no
operan procesos mentales misteriosos, como los que siempre hubo tratándose de
los libros. En que la computadora haya eliminado a la mente del acto de leer es
un cambio pasmoso. Mientras hubo mentes que participaran en el "procesamiento"
de un lenguaje, fue difícil tratar al lenguaje sólo como un conjunto de símbolos
arbitrarios. Por su propia naturaleza la memoria humana es resonante, establecen
asociaciones de palabras que desafían la lógica, da a las palabras connotaciones
que van más allá de su definición, traza analogías entre el mundo exterior y las
palabras que lo representan. Con palabras y símbolos fijados en páginas, hasta
los lógicos tienen que atenerse a su memoria y a su facultad de razonamiento
para poner en movimiento a los símbolos. Ahora bien, cuando la computadora los
pone en movimiento en lugar de él, no hay posibilidad de que la resonancia o
analogía se inmiscuyan con las reglas de la lógica.
El lenguaje de la computadora, es, como los lógicos había esperado, el triunfo de la estructura sobra el contenido; para ser más precisos, es una reinterpretación del contenido (de los que los lingüistas llaman "semántica") en términos de estructura. Nunca tuvo el lenguaje fuera del estudio del lógico tal claridad estructural, tal pureza de formas. Y nunca antes el punto de vista lógico del lenguaje halló aplicación en tal variedad de tareas prácticas. En cierto sentido, cada nuevo problema programado en la máquina —cada nuevo compilador, sistema de recuperación (retrieval) de información para negocios o ciencia, cada procesador secretarial de palabras— es una nueva conquista del punto de vista lógico del lenguaje.
Nada tiene de extraño que en nuestra edad los lingüistas
estén empezando a ver el lenguaje de un modo muy similar a como los
especialistas en computación ven a sus cifrados o códigos. Empezamos destacando
las diferencias entre lenguaje natural y cifrados de computación, pero para
muchos las similitudes parecen ser hoy día de mayor significación. La
lingüística moderna es, no hay duda, un vástago de la computadora; más bien,
tanto la lingüística como el lenguaje de la computadora son hijos de su época,
que se esfuerzan sinergéticamente para cambiar la mismísima cultura que les dio
vida. El trabajo empezó con los lingüistas estructurales de los años 1940 y 1950
que analizaron jerárquicamente el idioma inglés (de
palabras-a-frases-a-cláusulas) y mediante procedimientos mecánicos esperaron
eliminar por completo el problema del significado. Así las cosas, en 1957
apareció la obra de Noam Chomsky titulada Syntactic Structures (fue el
mismo año en que se dio a conocer
FORTRAN
), obra en la cual se
propuso la gramática "generativa transformacional". El enfoque de Chomsky y de
otros ha influido muchísimo en el mundo de habla inglesa.
El nuevo enfoque consiste en considarar el lenguaje como una
estructura algebraica más que como un lexicón de palabras individuales. De
manera aislada, un nombre tiene poco interés; lo que importa es la forma en que
nombres, verbos y otras partes de la oración se puede unir para "generar"
frases. La "maña" consiste en identificar reglas que permitan producir frases
legítimas y en usar estas reglas para describir la mayor cantidad posible del
idioma inglés. Estas reglas se suelen escribir en símbolos abstractos y en
ocasiones se parecen mucho a la lógica simbólica. Un plan muy popular es
atribuir una estructura arbórea a cada frase. En la parte superior se escribe un
solo símbolo, S, que abarca toda la frase. En cada nivel inferior se describe la
estructura con más detalles hasta que las palabras de la frase aparecen como
hojas de árbol. Cada nivel es generado por el que está arriba de él, mediante
reglas tales como
F=NF VF
que indica que el símbolo F
tiene dos descendientes,
NP
y
VP
, y que en términos gramaticales
anticuados significa que cada frase
(F)
se compone de un sujeto (nombre
frase = NF)
y de un predicado (verbo frase =VF
).
Esta gramática es prolífica porque podemos usar sus reglas para generar frases
(o al revés para analizarlas). Igualmente importante es la idea de que una
estructura gramatical puede ser transformada en otra sin que intervenga un
cambio de significado. Por ejemplo, una frase en voz pasiva, "Juan fue
electrocutado por el procesador central", se transforma en la voz activa "el
procesador central electrocutó a Juan".
Es interesante observar cuán estrechamente estas
manipulaciones algebraicas del lenguaje natural concuerdan con las
manipulaciones de la computadora en sus códigos. Los lingüistas trazan tres
diagramas para analizar frases del mismo modo que los compiladores los crean
para procesar enunciados en
FORTRAN.
Al igual que
FORTRAN
,
el español lingüista es una hilera de símbolos, todos los cuales carecen de
contenido mientras no se les defina y todos ellos guardan una relación ordenada
con respecto a otros símbolos de la hilera. Al igual que ocurre en
FORTRAN,
el procesamiento del español es la transformación
de una forma (una hilera de palabras) a otra (un diagrama-árbol) o de regreso,
conforme a una serie de normas de sustitución. Las computadoras transforman los
enunciados de input en output, del mismo modo que la gramática de
los lingüistas transforma la voz activa en pasiva. Hoy día los especialistas en
computación admiten de muy buen grado la influencia que ha tenido la lingüística
reciente en sus esfuerzos prácticos y teóricos. Y a la inversa, sus lenguajes de
computación son los únicos que se describen perfectamente por medio de estas
reglas generativas; lenguajes naturales complejos e irregulares han resultado
menos apropiados al enfoque algebraico.
En la computadora se puden
programar ejercicios simples para generar español. En realidad, programas así se
han convertido en tareas normales para principiantes. Al programa se le da un
vocavulario así como estructuras buenas y simples pero legítimas para combinar
vocabulario y formar frases. En seguida une palabras por medio de selección al
azar (random selection). En versión más simple del programa no se imponen
restricciones de significado: simplemente el programa inserta cualquier nombre
en un lugar apropiado para un sujeto u objeto, algún verbo en una ranura que
requiere acción, etc. Las frases resultantes son perfectas sintácticamente y con
frecuencia ridículas (gráfica VIII.2). También son, si se leen una tras otra,
extrañamente descorcentantes. Empieza uno por buscar casi desesperadamente algún
significado oculto en las pautas sintácticas y nuestra risa se torna punto menos
que nerviosa cuando la máquina que puede decir cualquier cosa, dice algo
profundo, inclusive embarazoso.
GRÁFICA VIII.2 Idioma computarizado
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Normas de producción para la generación automática de frases en español |
( " : = " indica que el símbolo situado a la izquierda es sustituido por la |
hilera a la derecha, y "1" especifica versiones alternas de la misma regla). |
F : = NF VF |
NF : = ADJ DET NOM / DEM NOM |
VF : = ADV VERV NF / VERB NF / VERB NF FF |
NOMBRE : = Pedro / lámpara / Andrés / Natascha / Ana / castillo / carro |
VERBO : = basados / seducido / pateado / abandonado / casado |
DET : = el |
DEM : = este / ese |
ADJ : = locuaz / desventurado / despreciable / airado / esperanzado / sin esperanza |
ADV : = rara vez / nunca |
PREP : = de / con / en / sin |
Muestra de frases generadas "al azar" |
Una representación árbol de una frase generada de estas reglas : |
1. El esperanzado Andrés abandonó a la desventurada Ana en el airado carro. |
2. La despreciable lámpara abandonó a la locuaz Natascha con la airada Natascha. |
3. La airada Natascha casó con el sin esperanza carro arriba de la despreciable Ana. |
4. La airada Ana seduho a la despreciable lámpara con el desventurado carro. |
5. Este Andrés casó con la desventurada lámpara. |
6. Este Pedro pateó al desventurado carro. |
7.Este castillo besó a la esperanzada Ana |
8. La locuaz Natascha casó con la locuaz Natascha. |
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Estas frases obedecen las normas estructurales del español, aunque casi siempre carecen de |
sentido. Ejemplifican la capacidad de la computadora de separar estructura de significado. |
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Esto nos trae de vuelta al problema del significado. Problemas del lenguaje se vuelven inmediatamente en problemas de conocimiento: cómo el lenguaje nos ayuda a conocer o, si se prefiere, dónde está el significado, en o atrás de nuestras palabras. El propio Chhomsky, perfectamente consciente de los problemas de más fuste que asoman atrás de su lingüística, ha dicho que el lenguaje es "un espejo de la mente"; ha llegado al extremo de definir a la mente como "la capacidad innata de formar estructuras cognoscitivas", estructuras que son "representadas de un modo tadavía no conocido en el cerebro" (Reflections on Language, 4, 23). Un colega de Chomsky, Jerry Fodor, ha bordado sobre esta idea en una obra titulada Reflections on Language of Thought: que el lenguaje no es, por supuesto, ni inglés ni alemán, sino más bien una especie de código interno interconectado en nuestro cerebro desde nuestro nacimiento, un código preparado expresamente con el lenguaje de la computadora. Al pensar, transformamos mensajes en este código, desde estados iniciales, pasando por formas intermedias, hasta llegar al output, que puede ser verbal o muscular.
Nos bastará pensar un poco, contemplar unas cuantas transformaciones en nosotros para darnos cuenta de cuán lejos estamos de la idea de significado que fue común en las culturas anteriores. Antes del periodo parteaguas de la imprenta y de la física matemática, y sin duda bien adentro de esa era, el sonido, la presencia vívida de nombres y palabras individuales significaba algo por sí mismo. El acento recaía en los sustantivos como nombres, en tanto que la relación entre palabras en una frase era determinada principalmente por el modo en que sus significados chocaban y se combinaban. Pero en la era de la computadora se usan estructuras silentes espaciales para cartografiar el significado del lenguaje y, en estos casos, el significado de una frase es su estructura, que nuestra mente, como una computadora, puede representar, destilar y transformar, porque la mente en sí no es otra cosa que la capacidad de formar estructuras. No hay duda de que los lingüistas no han abandonado los problemas de semántica; ahora hablan del " lexicón" que los humanos llevan en la cabeza. De hecho las palabras de este lexicón son definidas por las relaciones que permiten. Así, "perro" es definido como palabra a la cual se aplican ciertos clasificadores (animado, animal, domestico, etc.); puede servir como sujeto de verbos tales como "morder", "correr" o "ladrar" pero no de "refutar", "aplaudir" o "votar".
Algunos prefieren definir "redes semánticas", en los cuales los nudos representan conceptos, contecimientos, personas u objetos y los vínculos representan asociaciones entre estos conceptos. Esta definición convierte también la experiencia humana del significado de una estructura espacial, que puede ser representada gráficamente en el papel o almacenada en la memoria de una computadora. Los símbolos colocados en los nudos estan esencialmente vacíos, no tienen resonancia o profundidad y en la máquina son marcas en el papel o bits. No se puede hacer nada con estos símbolos, exepto remontarlos, sumarlos o bien borrar vínculos entre ellos. Una noción menos tangible de significado carece por sí misma de significado para la computadora.
J. David Bolter, El hombre de Turing. La cultura
occidental en la era de la computación,
FCE,
1988
Bagdikian, Ben H. Las máquinas de información. Su repercusión
sobre los hombres y los medios informativos,
FCE,
1984
Crosson, Frederick James (comp), Inteligencia Humana e
inteligencia artificial,FCE,
1975