"La Búsqueda de la Inmortalidad" en el cuento "El Perseguidor" de Julio Cortázar
Revista Milenio
La Opinion de Los Angeles
El Universal
Reforma
Un breve reconocimiento a ese talentoso escritor argentino-francés como lo es Julio Cortázar.
La Búsqueda de la Inmortalidad
en el Cuento “El Perseguidor”
de Julio Cortázar

“...Toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin.
Una nada, una rajita... Por un rato no hubo más que siempre”: Johnny Carter

IV.- Antecedentes del
Cuento “El Perseguidor”
Desde muy pequeño, tal y como consta en sus múltiples biografías, Julio Cortázar incursiona en el mundo literario. Fue a los 9 años cuando escribe su primera novela y sus primeros poemas. A los 18 años escribe una despiadada crítica sobre la escuela normal donde estudió para maestro “La Escuela de Noche” y en esa adolescencia también creó lo que fue su primer cuento “Los Venenos” que retrata gran parte de su niñez y un reclamo por el abandono de su padre que ocurrió cuando el autor era muy pequeño.
El hecho de haber nacido en Bruselas y permanecer en Europa en sus primeros cuatro años de vida, le permiten un cierto dominio del francés y el inglés, situación que aprovecha a su regreso a la Argentina.
Es precisamente en 1945 cuando tras su renuncia como maestro en varias provincias de la Argentina por sus desavenencias con el peronismo, se regresa a Buenos Aires en donde comienza a trabajar como gerente de la Cámara Argentina del Libro.
Esta posición y un curso intensivo que le otorga en nueve meses en lugar de tres años el título de traductor público de inglés y francés en 1948, le permite tener un mayor acercamiento con los grandes escritores. Un par de años más tarde, ya instalado en París tras recibir una beca para trabajar en la UNESCO, realiza una traducción de la obra completa de Poe, así como “Memorias de Adriano” de Marguerite Yourcenar.
Su acercamiento con el cuento, género que habría de dominar con gran maestría e ilustrados precisamente con “El Perseguidor”, “Autopista del Sur” y “La Señorita Cora”, entre otros, lo encontramos precisamente en 1948 en Argentina cuando la revista “Los Anales de Buenos Aires” dirigida por Jorge Luis Borges, le publica “Casa Tomada”, misma que posteriormente, junto con “Circe” y “Bestiario” son incluidos en la obra “Bestiario”, en razón del título que lleva precisamente una de sus producciones. “Casa Tomada”, vendría ser una feroz crítica con las dictaduras militares que sufre Argentina.
En cuanto a las influencias que tuvo Cortázar para escribir “El Perseguidor”, él mismo lo confiesa en la entrevista que concedió a Omar Prego Gadea:
“Este cuento fue una iluminación. Terminé de leer ese artículo (que anunciaba la muerte de Charlie Parker) y al otro día o ese mismo día, no me acuerdo, empecé a escribir el cuento... Porque de inmediato sentí que el personaje era él (...) era lo que yo había estado buscando.”
El carácter específico del protagonista fue sugerido precisamente por la lectura, en un diario de 1955, de la necrología del Bird Charlie Parker, conocido también como El Ángel del Jazz. Además, en “El Perseguidor ”, Cortázar dio por primera vez expresión literaria a su interés y entusiasmo por el jazz, género musical que era su pasión y principal pasatiempo. Cortázar era un seguidor incansable de todos los jazzmen de la época como Louis  Armstrong y Charlie Parker.
Charlie Parker nació en Kansas City USA el 29 de agosto de 1920 y muere el 12 de marzo de 1955. En la actualidad está considerado como uno de los precursores del jazz y uno de los más influyentes dentro de este género musical. Es unánimemente reconocido como uno de los más grandes improvisadores. A él se debe además la creación del estilo jazzístico conocido como bebop que habría de dominar el panorama de este género musical durante años.
El personal modo de interpretar de Parker marcaría una época y ejercería influencia en toda una generación de brillantes saxofonistas como Sonny Rollins, John Coltrane y Ornette Coleman. Aclamado en su tiempo como la más relevante figura viva del jazz junto con Louis Armstrong, su obra se vio truncada por el abuso en el consumo de drogas y alcohol, que lo condujo a la muerte.
El paralelismo que encontramos en la obra analizada con la vida de Parker es que ambos tocan el mismo instrumento musical  -el saxofón-, son precursores del jazz, son músicos de raza negra y ambos tuvieron problemas con las drogas y el alcohol.
Cuando Cortázar nos habla en su obra de esa búsqueda y reflexión de Johnny por el tiempo, qué mejor que hacerlo en libertad y utilizar como personaje a un ser libre como lo es un saxofonista, cuya libertad al ejecutar es tan plena, que no se sujeta a partituras o a reglas establecidas.
El jazz como estilo artístico musical se distingue, entre otros elementos, por la espontaneidad y vitalidad de la producción musical en la que juega un papel primordial la improvisación. Además, por la formación del sonido en el fraseo se refleja la individualidad del músico.
En la música europea, los miembros del grupo de cuerdas de una orquesta sinfónica procuran en lo posible, que cada miembro del grupo instrumental tenga el mismo ideal sonoro y sepa realizarlo. Este ideal responde a los convencionalismos tradicionales de la estética afectiva. Un instrumento debe sonar bien.
En cambio, a un músico de jazz no le interesa en principio adaptarse a una idea sonora generalmente comprometedora. El músico de jazz posee su sonido propio. Para este sonido existen criterios, no tanto estéticos como expresivos y emocionales.
Hamel y Húrlimann, al hablarnos precisamente sobre el jazz, nos explican:
“Encontramos como característica constante dentro del jazz y sus distintas variaciones –blues, swing, hot, etcétera-. Que existe una marcada improvisación, antes que composiciones y arreglos. La improvisación, entendiéndola como una total falta de preparación, es indispensable en la música de jazz.”
Los biógrafos de Parker señalan que este músico hubo de ser recluido en una clínica por seis meses para ser sometido a un proceso de desintoxicación a la heroína (Parker mantuvo una adición a las drogas por 10 años), aunque posteriormente sufrió recaídas y un grave deterioro de su salud.
Parker y Carter, igualmente mueren muy jóvenes y ambos en la ciudad de Nueva York. En el caso de Parker, su muerte se presenta a los 35 años, mientras que en Carter ocurre a edad temprana. No se precisa en la obra a los cuántos años muere, pero si podemos suponer que fue en plena producción musical.
Parker, influyó sobremanera en la música de la época. En el caso de Carter, dentro de la obra se le compara con genios como Picasso o a Einstein. “Son diferentes –ellos-, no hay vuelta que darle,” nos dice Bruno.
Otra importante similitud entre ambos personajes, es precisamente la utilización de nombres y apellidos parecidos como lo son Johnny con el nombre de Charlie, y Carter con Parker (cuatro consonantes y dos vocales en cada uno de los apellidos). Las relaciones son más que obvias. Precisamente por esto, Cortázar incluyó como epígrafe de su obra, in memoriam Ch.P., es decir, Charlie Parker.
Dato importante para demostrar este paralelismo, lo encontramos también en la obra “La Vuelta al Día en Ochenta Mundos”, en donde el mismo Cortázar, al hablar del Bird Charlie Parker nos habla del take que es la repetición y grabación de una misma melodía por múltiples ocasiones y que el ingeniero de grabación, posteriormente, decide sacar a la venta un disco con el ese mejor take.
“El Bird rompe brutalmente una larga pincelada de su saxo, hay como un coitus interruptus por un terremoto, un descalabro inconcebible, se oye el rezongo del Bird, Hold on!", y todavía a veces Max Roach avanza un par de compases, o el piano de Duke Jordan completa una figura, después es el silencio mecánico porque el ingeniero ha interrumpido la grabación.”

En la obra vemos un hecho similar al que nos narra Cortázar en relación con una grabación que hace Carter cuando su banda toca en múltiples ocasiones el tema Amoruos.
“Y Johnny abre las piernas... Y se larga a tocar de una manera que te juro no había oído jamás. Esto durante tres minutos, hasta que de golpe suelta un soplido capaz de arruinar la misma armonía celestial y se va a un rincón dejándonos a todos en plena marcha, que acabáramos lo mejor que nos fuera posible”

En “El Perseguidor” vamos a encontrar mucho de autobiográfico. A Cortázar le gustaba la música, y concretamente el jazz del que era un gran aficionado. Al opinar sobre esta música, la consideró “como la única música universal del siglo, algo que acercaba a los hombres más y mejor que el Esperanto, la UNESCO o las aerolíneas.”
Por otra parte, debemos reconocer que Cortázar transmitió gran parte de su pensamiento o sus reflexiones en este cuento, sobre todo en las ideas metafísicas expuestas por su personaje principal, e inclusive en las ideas de Bruno, del que aprovecha para expresar su filosofía en torno a la sociedad actual y su búsqueda de la comodidad, la riqueza, el bienestar y el sometimiento en general a patrones ya prefijados.
La música forma parte esencial de su narrativa como se ve en “El Perseguidor”, que expresa la idea paradójica de fugacidad y al mismo tiempo de permanencia en el tiempo y el espacio, mediante un disco compacto que guarda su música, un casete o una cinta de vídeo.
Esta dualidad la encontramos en la obra: Cortázar es Carter, pero al mismo tiempo es Bruno V. el crítico de música. En Johnny, por la exploración constante de lo que hay más allá de la muerte; por la búsqueda de nuevos esquemas y nuevas formas; en Bruno, por su vida de ciudadano de clase media acomodada u opulenta y por esa lucha de la fama y el reconocimiento que da la literatura.
Él mismo nos lo confiesa en una de sus entrevistas:
“En “El Perseguidor” es fácil darse cuenta de que la figura de Johnny Carter y la de su antagonista fraternal,  Bruno, han tratado de ser vistas por el autor como si él fuera ellos en alguna medida. El autor trata ahí de estar lo más cerca de su pie, de su carne, de su pensamiento.”
V.- ¿Qué es la Inmortalidad?
Desde el punto de vista religioso o filosófico, el concepto de inmortalidad tiene diferentes acepciones.
En la obra El Hombre y la Inmortalidad, Norbert M. Lyuten, de la Orden Católica de los Predicadores, sostiene que todo aquello que mediante el pensamiento puede sobrepasar el tiempo, debe trascenderlo también por su esencia. Pues si el pensamiento –añade- es la revelación de nuestra propia esencia, se puede suponer que la facultad humana de pensar más allá del tiempo sea algo más que un vano juego, “se impone que sea el signo infalible de nuestra naturaleza intemporal. En nuestra fe de inmortalidad nos dejamos conducir inconscientemente por una ilusión, un sueño, un deseo”.  Más adelante nos dice que la muerte no es el último término, sino un pasaje, al recordar que Cristo mismo no la veía como una derrota final, sino como una puerta abierta a la beatitud infinita, a lo eterno.
Dentro de esta misma obra, Karl Jaspers dice en su parte toral sobre el mismo tema que el hombre toca el origen del ser mismo, que no se nos manifiesta como mundo. Este punto es su propia libertad. En el alma de cada hombre, habla algo que es más que el hombre y el mundo visible.
Pero para G. Van Der Leeuw, “el sino del alma es liberarse del cuerpo y seguir viviendo, sustraída a toda pesadez terrestre, en otro mundo”. Él considera que un estado catártico o de éxtasis representa una liberación momentánea y que después de la muerte deberá mostrarse como una realidad eterna.
Johnny, por ejemplo, sentía esa sensación temporal de romper con lo establecido, como producto de las drogas, el alcohol y su música.
Van Der Leeuw sostiene en este punto que “cuando se busca lo poderoso del hombre cada vez con mayor exclusividad en el alma y el espíritu, está cercano el pensamiento de que la muerte que separa definitivamente cuerpo y alma es la liberación verdadera y la entrada en la vida potente. El alma  (¡Ya no el hombre!) debe ser inmortal.”
En este punto la mayoría de las corrientes religiosas nos hablan de un encuentro con el creador del alma, Dios, quien es el dador de la vida y por lo tanto, por su misma esencia de inmortal, algo por Él creado no tiene finitud, ni temporalidad.
En el mundo antiguo, la creencia en el otro mundo ganó terreno cuando más y más gente perdió el gobierno de sus propios asuntos y toda esperanza en este mundo. Buscó por lo tanto una esperanza y una vida mejor en el otro, en el que surge después de la muerte.
Este es el aspecto que mejor se abordó en el cristianismo y en general en todas las religiones se puede hallar algo parecido. La religión podía canalizar esa aspiración del hombre a trascender su propio ser hacia muchos modos distintos de vida.
La religión hace posible decirle al hombre, cuando se siente insatisfecho consigo mismo y con este mundo, que existen las esperanzas de un cambio, de algo mejor. Un sitio, dicen, donde se acabará el sufrimiento y se alcanzará todos los estadios que no se lograron en éste al que se le rechaza. En ese sitio, el atemporal, habrá de alcanzarse la felicidad, una de las esperanzas y búsquedas perennes del ser humano.
Para San Anselmo, en su Monologium, el ser humano, como criatura racional, ha sido creada para amar sin fin a la sustancia suma. Pero no podría hacerlo si no viviera siempre; por lo tanto, el alma está hecha para vivir eternamente y para que siempre quiera hacer aquello para lo cual ha sido hecha. Por lo demás, no estaría de acuerdo con la suma bondad, sabiduría y omnipotencia del Creador, el reducir a la nada una criatura por Él creada para que lo ame y hasta tanto lo ame.
Otro argumento más sobre este tema es el deducido por el deseo natural de la inmortalidad. Nos dice Santo Tomás que “todo lo que tenga inteligencia desea naturalmente existir siempre”. Pero un deseo natural no puede ser inútil. Por lo tanto, toda sustancia intelectual es incorruptible.
Debemos aclarar que la filosofía moderna no aborda el tema de la inmortalidad o la metafísica, por considerar ilegítimo o sin sentido el extender el análisis filosófico más allá de la esfera de existencia o de experiencia aprehensible mediante los instrumentos que el hombre posee. Precisamente después de Kant este problema fue escasamente tratado al considerar la moderna dirección de la filosofía como ilegítimo, o sin sentido, el extender el análisis filosófico más allá de la esfera de existencia o de experiencia aprehendible mediante los instrumentos que el hombre posee. Además, la ética moderna ha eliminado de la moral toda dependencia de una sanción ultramundana. Sin embargo, en la antigüedad y hasta mediados del siglo pasado, fue el tema de reflexión de una inmensa mayoría de pensadores.
Desde que el hombre se enfrentó a su existencia, problematizó sobre lo que le pasaría después de la muerte. ¿Qué ocurre cuando ya no tenemos el soplo de la vida? Muchos filósofos de la antigüedad se hacían esta interrogante y todavía hasta mediados del siglo pasado era tema obligado por los pensadores de todas las corrientes.
Por ejemplo Eurípides, en su obra Hipólito, sostiene que la experiencia de la muerte nos conduce a la vida eterna y por tanto, al abandonar el mundo, se conquista uno nuevo.
“Sentimos y experimentamos que somos eternos”, nos dice por su parte Spinoza, mientras que para Emmanuel Kant, el tiempo no es nada más que la forma del sentido interno, es decir, “de la intuición de nosotros mismos y de nuestro estado interno. El tiempo no puede ser una determinación de fenómenos externos, ni pertenece a una figura, ni a una posición.”
Aquí Kant creyó en la posibilidad de otro mundo, como el reverso de éste del que nos hemos desencantado. Ese otro mundo lo visualiza como un sitio donde podía hallarse lo que no era posible encontrar en éste: libertad, trascendencia, una proporción de virtud y felicidad, Dios e inmortalidad.
En cuanto a la palabra inmortalidad, el vocablo viene del latín inmortalis, es decir, que no puede morir, que dura tiempo indefinido. También, como sentido figurado, el que la inmortalidad se puede hacer perpetua en la memoria de los hombres.
La Enciclopedia Universal Ilustrada añade a este respecto que la inmortalidad es la indefectibilidad del alma humana en cuanto a su ser y a su obra. Inmortal, sostiene, es en efecto “aquello que teniendo vida no puede perderla”.
La inmortalidad es una de las creencias más difundidas en las filosofías y en las religiones de Oriente y de Occidente. Desde el punto de vista filosófico, existe la creencia de que la inmortalidad de la persona individual tiene un común con el principio eterno y divino. Este concepto fue admitido por los órficos, los pitagóricos, Platón, Aristóteles y los eclécticos.
La demostración de la inmortalidad es una de las finalidades declaradas de la filosofía de Descartes y continúa siendo un punto importante de la de Leibniz; de la filosofía alemana prekantiana y del mismo Kant del que ya abordamos, la cual permanece estrechamente ligada a todas las formas monadológicas del espiritualismo moderno y contemporáneo.
Para la metafísica de los estoicos, el alma del hombre es una parte del espíritu cósmico y, como éste, es inmortal. Cleantes afirmó más tarde que todas las almas perduran por siempre. Años más adelante, Spinoza reconocía que la mente humana no puede destruirse absolutamente con el cuerpo, sino que de ella subsiste algo que es eterno.
El alma, en otros términos, es eterna en cuanto modo o manifestación de la sustancia divina. Una de las pruebas más antiguas en torno a la inmortalidad es la deducida por la teoría del movimiento. Aristóteles nos dice que Alcmeón de Crotona consideraba inmortal y divina al alma porque está siempre en movimiento, como las cosas divinas, o sea, como la luna, el sol, etc.
“Debe de haber –nos dice Aristóteles- un ser cuya acción subsista siendo eternamente la misma. Este ser es la causa de la eterna uniformidad” 4. Y Platón hizo suya esta argumentación: “Toda alma es inmortal porque lo que se mueve incesantemente es inmortal”.
Al definir lo que es metafísica, señala que la realidad se corresponde con formas celestes (ideas) que carecen de cualidades sensibles y sólo son aprehensibles por el conocimiento adiestrado. Lo perceptible lo que captan nuestros sentidos, es copia deleznable y perecedera de la idea eterna.
Aristóteles, aseguró que el movimiento era el paso de la posibilidad de la realidad y para él, en el movimiento se llegaría al final a un ser que moviera ese objeto, ser al que denomina Dios.
En el análisis del movimiento, nos dice, hay siempre un factor que puede mover y un objeto que es movible. “Por tanto, si no quiere postular un proceso de regresión infinita, debe existir un último motor que no sea movido, es decir, un motor inmóvil y tan eterno como el movimiento mismo, cuya esencia tiene que ser pura actualidad (energía y complemento inmaterial), es decir, Dios.”
En cuanto al término metafísica, se han hecho análisis importantes a lo largo de la historia de la filosofía y de teología.
Andrónico de Rodas, por ejemplo, designó a la metafísica como un saber que pretende penetrar en lo que está situado más allá del ser físico... “Ciencia del ente o ser en cuanto tal, ciencia de la sustancia y ciencia de Dios”, nos dice.
Una variante de este tema fue formulado por Mendelssohn en el Fedón (1766) con la tesis de que el alma, siendo simple, no solo no puede morir por descomposición, sino ni siquiera por extinción. En efecto, no pudiendo ser disminuida poco a poco y luego reducida a la nada (ya que no tiene partes), no debería existir espacio de tiempo entre el instante en el que es y el instante en que ya no es.
En la Profesión de fe del Vicario de Saboya, Rousseau llegó a afirmar la inmaterialidad y, por lo tanto, la inmortalidad del alma basándose precisamente en la exigencia de una justicia que no siempre se va a realizar en el mundo.  “Una contradicción tan manifiesta, una disonancia tan estridente en la armonía del universo, me llevaría a reflexionar que no todo termina para nosotros con la vida y que todo vuelve a entrar en el orden con la muerte”.
VI.- La Inmortalidad en el Cuento “El Perseguidor”
La obra “El Perseguidor” trata primordialmente sobre la vida del músico Johnny Carter, sus producciones musicales y sus constantes problemas con las drogas y el alcoholismo que a la postre lo conducen a la muerte.
Bruno V. crítico de música y amigo de Johnny, elabora un libro biográfico sobre éste. Desea crear una obra que se venda y logre buenas ganancias por sus varias ediciones y traducciones a diversos idiomas. Tal y como ocurre pues ante su gran éxito se elabora una segunda edición y publicación en varios idiomas.
Lo trascendental de todo esto no es en sí la vida del músico, sino su filosofía, su pensamiento. Carter expresa una profunda obsesión por el tiempo, primordialmente en el sentido de que existe otro, “en donde no estemos sujetos a las horas, los días, las semanas. Un tiempo que sea eterno,”  nos dice al considerar que no es posible que por la convención de los hombres, por acuerdo de una sociedad, estemos sujetos al tiempo marcado por los relojes y los calendarios, convención de la que creen, o parecen asegurar, que debe continuar aún después de la muerte. Nuestro personaje intuía que debía existir algo más allá.
Aquí es donde se encuentra la idea central del presente trabajo, es decir, la búsqueda de la inmortalidad para Johnny, porque al ser eterno, no hay muerte, se tiene la vida por siempre.
El factor tiempo es la fijación a lo largo de toda la obra, Carter reniega de él y al mismo tiempo intuye que con su música lo rompe.
“Cuando estoy tocando el tiempo cambia... Entonces un hombre, no solamente yo sino ésa (Dédée) y tú y todos los muchachos (los músicos), podrían vivir cientos de años, si encontráramos la manera podríamos vivir mil veces más de lo que estamos viviendo por culpa de los relojes, de esa manía de (los) minutos y de pasado mañana...”

Saúl Sosnowski, en un estudio realizado en torno al cuento “El Perseguidor” considera que el tiempo y la búsqueda de la inmortalidad son los temas principales de la obra, pero asegura que Johnny no comprende racionalmente esa otra realidad. Aunque es consciente de sus percepciones -añade-, sus sentidos sólo pueden denotar lo empírico, limitándose a una observación superficial de los objetos que perciben.
Pero siendo artista él alcanza a distinguir lo que Sosnowski llama “la zona intersticial por donde cabe acceder”.
Y nos explica:
“A través de su música intuye que lo apariencial, lo empírico, el tiempo de relojería, ocultan algo esencial que quizá encierre el sentido de su ser... Con ese sentimiento, Johnny partirá en busca de ese otro estrato que vislumbra a través de las notas del saxófono. Sus improvisaciones musicales son el verbo con el que intenta penetrar la supra-realidad.”
En las religiones monoteístas, uno de los sustentos es que el hombre alcanzará la salvación y la vida eterna hasta en tanto no le llegue la muerte. Esta es, según sus principios, la única forma para traspasar este tiempo y espacio temporal para poder encontrarnos con otro atemporal.
En el hombre, sostiene, se da un deseo innato de las mismas condiciones y naturaleza respecto de la inmortalidad que de la felicidad perfecta, porque desde el punto de vista teológico no es posible la felicidad perfecta sin la inmortalidad, ya que la felicidad perfecta tiende a excluir todos los males, y con mayor razón la muerte o destrucción de la propia existencia.
Sostiene además que todos deseamos la inmortalidad, no en un sentido metafórico, ni panteístico, sino en un sentido real e individual, pero para alcanzarlo, se tiene necesariamente que morir en esta vida para llegar a la otra, a la perenne.
No obstante, esto no buscaba ni quería Johnny. No deseaba esperar a esa muerte para traspasar el tiempo y lograr así la eternidad.
La constante a lo largo de la historia en esta obra es su lucha por arrancar del saxófono las notas que le sirvieran para dar ese salto, ese brinco hacia el otro lado.
Johnny entrevé otra realidad, otro estado más elevado donde el tiempo no se rija por un sistema de secuencias. Toda la música de Johnny es una preparación para el salto con el que pudiera romper con la puerta que da a esa otra realidad que anhelaba y perseguía. Pero ¿Qué perseguía Johnny? Bruno, su antagonista y crítico de música trata de explicarlo.
“Johnny persigue en vez de ser perseguido, que todo lo que le está ocurriendo en la vida son azares del cazador y no del animal acosado. Nadie puede saber qué es lo que persigue Johnny, pero es así, está ahí, en Amorous, en la marihuana, en sus absurdos discursos sobre tanta cosa... en todo lo pobre diablo que es Johnny y que lo agranda y lo convierte en un absurdo viviente, en un cazador sin brazos y sin piernas, en una liebre que corre tras un tigre que duerme.” 
El músico se topa con una frustración reiterada, pues no logra llegar a esa inmortalidad por medio de su música. Sus intentos son permanentes; su persecución de dar ese salto definitivo y lograr por siempre ese instante de infinitud.
Sin embargo, al término de la historia vemos que le llega la otra finitud, la de su muerte, la terminación de su ciclo cármico. Johnny intuye entonces que esa otra eternidad la puede alcanzar mediante la muerte, bajo fundamentos religiosos, pero tampoco lo acepta. Todo esto lo rechaza en forma contundente.
“Sobre todo no acepto a tu Dios... No me vengas con eso, no lo permito. Y si realmente está del otro lado de la puerta, maldito si me importa. No tienen ningún mérito pasar al otro lado porque Él te abra la puerta. Desfondarla a patadas, eso sí. Romperla a puñetazos, eyacular contra la puerta.”

Más adelante Carter vuelve a renegar de ese procedimiento que lo considera cómodo y no válido. Por ello su idea fija de que por medio de la música podría lograr abrir esa puerta, alcanzar a romper con la secuencia tiempo-espacio actual, sin ayuda o asistencia, sin que alguien lo conduzca por ese camino:
“Aquella vez en Nueva York yo creo que abrí la puerta con mi música, hasta que tuve que parar y entonces el maldito me la cerró en la cara nada más porque no he rezado nunca, porque no le voy a rezar nunca, porque no quiero saber nada de ese portero de librea, ese abridor de puertas a cambio de una propina, ese...”

Su condición de mortal no le permite alcanzar ese estadio superior. Su cuerpo no le da oportunidad de prolongar ese momento más allá que lo que aguantan sus pulmones, su aliento. Tiene que detenerse, parar el soplido y caer, desplomarse. Este es el principal conflicto al que nos lleva el personaje principal. Carter considera que existe otro tiempo, “un tema que le preocupa desde que lo conozco, ” 7 nos dice Bruno.
“Yo creo –afirma Carter- que la música ayuda siempre a comprender un poco este asunto... Lo único que hago es darme cuenta de que hay algo.”
El músico plantea estar consciente de ese algo, pero no sabe explicárselo debidamente por ser un hombre de instintos atrofiados por el alcohol y las drogas, que únicamente le indican de la existencia de algo más de lo que puede percibir superficialmente, pero que no se puede explicar.
Las drogas y el alcohol le ayudan, lo meten en una especie de éxtasis, le inspiran; pero al mismo tiempo le embotan sus ideas y no le dejan percibir plenamente, impidiéndole profundizar en sus pensamientos.
“Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así.”
Dentro de la historia, Johnny se enfrenta a la muerte de su hija y le provoca un profundo sufrimiento. Este hecho es el que lo enfrenta a la realidad, la de no poder alcanzar esa eternidad con su música que la araña, la presiente del otro lado, pero no la atrapa.
El músico buscaba, atosigaba, pero al mismo tiempo reconoce que su música no era buena, porque no era viva, eterna. Él, nos dice, tocaba como la música de su hija Bee muerta, pero quería la otra música, la viva. Por eso, en sus constantes persecuciones, al no lograrlo, al ver que “el saxo estaba atachado por el lado del alma” lo perdía, destruía, lo hacía pedazos... “Y por eso a veces pisoteo el saxo y la gente cree que se me ha ido la mano en la bebida.”  Se justifica ante los demás, pero cuya acción era producto de su impotencia para tocas las notas que lo traspasaran, que rompieran esa pared para adentrarse en la otra realidad y ser el otro, el del espejo.
Su música era como una escalera por donde asciende, como un elevador que le sirve para escalar hacia el espacio infinito. Subir, subir, pero al no poder sostener las notas en su saxo tiene que parar y vuelve a caer.
Le preocupa que no lo conozcan tal como él cree ser, en su yo verdadero. Esto se lo reprocha a Bruno, su amigo y biógrafo. “De lo que te has olvidado es de mí,”  le dice a propósito del libro que Bruno ha escrito sobre él y cuya versión en inglés está en proceso de publicación. Bruno, en sus medianías, no se atreve a manejar todo ese pensamiento en esa biografía, porque su mente no vislumbra lo que su amigo pensaba. Por miedo fundamentalmente o por comodidad para no abordar temas profundos, ontológicos, prefiere no incluir esos pensamientos en el libro.
Johnny Carter nos habla de que ve por todos lados unos agujeros que el común de la gente no logra ver. Esos orificios que nos semejan “la puerta del mundo por la cual ha de pasar el alma para liberarse del ciclo cármico; ese paso de la vida del espacio a lo inespacial; de la vida del tiempo, a la intemporal. ” 12 Porque en ese sitio él piensa que no habrá preocupaciones, miedos ni angustias. Cree que la felicidad habrá de ser eterna.
Pero también es aquí, en la obra del argentino, donde vemos igualmente la arista opuesta, la antítesis de la búsqueda de la libertad, de la trascendencia, y para ello, inventa a Bruno V.,  un crítico de música cuya razón del éxito se centra, paradójicamente, en la vida del saxofonista, en lo que toque, en lo que invente y cree.

“...Johnny me toca la cara con los dedos y me hace sentir tan infeliz, tan transparente, tan poca cosa con mi buena salud, mi casa, mi mujer, mi prestigio. Mi prestigio, sobre todo. Sobre todo mi prestigio.”
Bruno es el contrapeso de Johnny. Es el pensamiento, digamos, de las mayorías, que viven sin brújula, sin tener un sentido, de problematizar en torno a su vida. Representa lo superficial, la opción a la comodidad, el vivir con todo lo material que nos da la vida y que nos ata en la realización personal, no nos deja llegar hacia nuestros objetivos, metas, sueños.
Más adelante, el mismo personaje de Bruno que es la antítesis del héroe-soñador nos dice precisamente en torno a ello lo siguiente:
“...Y en realidad no he llegado a saber qué piensa del libro que tantos miles de fans están leyendo en dos idiomas (muy pronto en tres, y ya se habla de la edición española, parece que en Buenos Aires no solamente se tocan tangos).”
Al final de la historia que nos narra Cortázar, cuando Bruno se entera de la muerte de Johnny, de inmediato piensa sólo en su libro, sin entristecerse por su muerte, cómo murió, en qué podría ayudar, en la posibilidad de acompañarlo en su último adiós. Estar presente. Se suponía que eran amigos, e inclusive Carter preguntó por él antes de morir. Baby Lennox, la última mujer de Carter, al informarle a Bruno de la muerte del músico, le confirma que él era su mejor amigo. Pero no, él piensa solamente en su obra.
”Todo esto coincidió con la aparición de la segunda edición de mi libro, pero por suerte tuve tiempo de incorporar una nota necrológica redactada a toda máquina y una fotografía del entierro donde se veía a muchos jazzmen famosos. En esa forma la biografía quedó, por decirlo así, completa. Quizá no esté bien que yo diga esto, pero como es natural me sitúo en un plano meramente estético. Ya hablan de una nueva traducción, creo que al sueco o al noruego. Mi mujer está encantada con la noticia.”

Dentro de la obra se denota precisamente la existencia de un no muy disimulado resentimiento de Cortázar contra los críticos. Como el narrador es crítico literario, su función le permite anotar algunas observaciones sobre su destino “todo crítico, ay (dirá en un instinto de introspección) es el triste final de algo que empezó como delicia de morder y mascar”. Y más adelante, “pasarán quince días vacíos; montones de trabajo, artículos periodísticos, visitas aquí y allá; un buen resumen de la vida de un crítico, ese hombre que sólo puede vivir de prestado, de las novedades y de las decisiones ajenas.”
Pero, la fundamental preocupación del personaje principal –y la del autor– es el tiempo. Ese transcurrir de los segundos, minutos y días de los que Johnny reniega una y otra vez para buscar el siempre. Primero con su música, con su saxo; después, tras el hecho de la muerte.
En la división del calendario civil se aprecian rastros evidentes de los criterios astronómicos, que se emplearon desde tiempos pretéritos para medir el tiempo: el día es una rotación terrestre, el mes procede de las lunaciones de la antigüedad, la semana constituyó originalmente una fase de la luna y el año coincide de modo aproximado con una traslación de la tierra alrededor del Sol.
“En líneas generales, los sistemas científicos de medición del tiempo, como cronómetros y relojes, se adaptan a las especificaciones de las conferencias internacionales para delimitar sus orígenes y su graduación, mientras que el tiempo civil se rige por sistemas más flexibles y aproximados a la duración de los sucesos astronómicos.”
Ese precisamente, era el tiempo del que renegaba nuestro músico y por eso su perseguir incansable del otro tiempo en donde alcanzara la trascendencia, la perpetuidad y la inmortalidad; situación que notamos a lo largo de la historia de Johnny. Es precisamente él quien nos hace una disertación en torno a lo que piensa del otro tiempo, ése que no está sujeto a las manecillas.
“Y lo que había a mi lado era yo mismo pero sin ocupar ningún sitio, sin estar en Nueva York, y sobre todo sin tiempo, sin que después... Sin que hubiera después... Por un rato no hubo más que siempre.”
El Johnny real, el del otro lado, no el de aquí que está atrapado en una cápsula regida por secuencias. Es el de allá, el que no ocupa ni lugar, ni un tiempo. Porque lo que buscaba, lo que perseguía Johnny Carter, era la trascendencia, esa inmortalidad que aparentemente podía lograr, aunque brevemente, por medio de su música.
Johnny es un perseguidor, rastrea a ciegas, en búsqueda de una iluminación del sentido de la realidad. Algo que en su momento de desesperación había llamado inmortalidad; algo que no puede morir nunca, que dura por un tiempo imperecedero; indefinido, perpetuo, atemporal.
Él mismo reconoce que lo que ocurre en nuestro espacio y tiempo temporal, son como trampas para ratones... “trampas para que uno se conforme, para que diga que todo está bien... Trampas, querido, porque no puede ser que no haya otra cosa, no puede ser que estemos tan cerca, tan del otro lado de la puerta.”
Bruno, el antagonista de Carter, considera que el músico toca como los mismos ángeles, “de una música que me gustaría poder llamar metafísica.” Está dotado de un sentimiento metafísico, puramente intuitivo, pero su música es su único instrumento de expresión y al mismo tiempo de búsqueda.
La palabra trascender, tiene su origen en el latín del vocablo “trascendere”, es decir, rebasar subiendo. Las acepciones a este verbo podrían ser variadas. Por ejemplo, el empezar a ser conocido algo que estaba oculto. Superar algo, determinado límite tal y como nos lo explica el Diccionario de la Lengua Española.
Johnny Carter perseguía ese rompimiento con el tiempo, todo aquello que le signifique una búsqueda, sabedor también de que al romperlo, alcanzaba la eternidad, vivir por siempre.
El mismo diccionario nos explica que la palabra perseguir proviene también del vocablo latino “persequi” y su significado es el “seguir a alguien que huye”. Otros sinónimos son acosar, hostigar, buscar o seguir a alguien con frecuencia o inoportunamente. También, significa “tratar de alcanzar algo, buscar con empeño”. Otras acepciones válidas a esa palabra son los verbos acorralar, atosigar, atormentar.
En la obra de “El Perseguidor”, lo mismo que en  “Rayuela”, Cortázar nos presenta el problema de la disociación, esa separación entre el yo presente y un yo lejano; entre un yo inmediato al cual sentimos como extraño, falso e impuesto. Bruno así nos manifiesta a Johnny cuando reflexiona, cuando piensa en ese otro tiempo, pero además en su otro yo.
Esta escisión de las realidades que se da en el espacio que circunda al yo: espacio presente frente a un espacio ausente, lo maneja Cortazar también en “Rayuela”. No hay tan solo una búsqueda del yo verdadero, sino también la de un espacio verdadero y que forzosonamente implicará también un tiempo. En consecuencia, se intuye la presencia de otro aspecto lejano, abierto a lo absoluto, pero desconocido e inalcanzable.
Precisamente a esto responde la búsqueda de un nuevo espacio por parte de Horacio en su viaje a Francia y en su regreso a Buenos Aires dentro de la obra “Rayuela”. La búsqueda de ese otro espacio; el sustento de una realidad más amplia, se patentiza en las reflexiones de Horacio durante una reunión del Club:
“Si hubiera sido posible pensar en una extrapolación de todo eso, entender el Club, entender “Gold Wagon Blues”, entender el amor de la Maga, entender cada piolincito saliendo de las cosas y llegando sus dedos, cada títere o cada titiritero, como una epifanía; entenderlos, no como símbolos de otra realidad inalcanzable, pero sí como potenciadores (qué lenguaje, qué impudor), como exactamente líneas de fuga para una carrera a la que hubiera tenido que lanzarse en ese momento mismo, despegándose de la piel esquimal que era maravillosamente tibia y casi perfumada y tan esquimal que daba miedo, salir al rellano, bajar, bajar solo, empezar a caminar, caminar solo hasta la esquina sola, el café de Max, Max solo, el farol de la rue de Bellechase donde…, donde solo. Y quizás a partir de ese momento.
Estar aquí, pero al mismo tiempo estar en otro lado; ser yo, pero en otro espacio y con otro tiempo. Eso es lo que reflexiona Cortázar en esta otra obra; ser otra realidad, no ésta, pero sí él mismo.
Enrique Giordano, en su obra Algunas aproximaciones a ”Rayuela”, de Julio Cortázar, sostiene que esa presencia obligada en un espacio inmanente trae en consecuencia una situación de extrañeza frente a éste: extrañeza ante la realidad en que estamos situados absurdamente y que aparentemente es nuestra, pero no en el fondo. Sobre esto nos señala:
“El espacio implica tácitamente un tiempo.  A un espacio inmediato, un tiempo inmediato. Y de éste trataremos de evadirnos para proyectarnos hacia el otro tiempo, que conjuntamente con el espacio y con el ser forma parte del absoluto. Tal es la búsqueda de Johnny de “El Perseguidor”,  perseguidor de un universo absoluto a través de la armonía de la música (jazz).”
Carter pretende un rompimiento de las actuales secuencias porque no las acepta. Araña un salto hacia otro espacio–tiempo que le sea absoluto. Él lo plantea en forma tan sencilla; lo presiente fácil, pero su jazz apenas lo alcanza a empujar para asomarse en ese otro sitio que vislumbra. Lo presiente, pero su condición le permite ser mero observador, sólo intuir y sospechar, pero sin poder asirla y situarse en ese otro plano.
VII.- Conclusiones
¿Que perseguía Johnny Carter? Es indudable que buscaba el rompimiento con nuestro actual tiempo para entrar a otro atemporal, pero no quería que sólo mediante la muerte pudiera alcanzar ese nuevo estatus; principio que manejan las religiones monoteístas y que para lograrlo deben cumplirse una serie de preceptos aquí en la Tierra.
Quería acorralar, atosigar (¿a Dios?) para que le permitiera traspasar esa puerta, para que le permitiera entrar: “...Toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin. Una nada, una rajita...” Dice con tristeza y desesperación.
El propio Cortázar sostiene que precisamente allí, en ese cuento, aborda “un problema de tipo existencial, de tipo humano.” El autor reconoce que Johnny, al igual que Charlie Parker, “son catalizadores, símbolos de grandes fuerzas, de maravillosos momentos del hombre. El poeta –agrega el cuentista-, los elige sin pedirles permiso; ellos son ya de todos, porque por un momento han superado la mera condición del individuo”
En otra entrevista, el autor reconoce que aquí, en “El Perseguidor”, se cuestionaba con problemas de tipo existencialista. El tiempo era uno de ellos y sobre ello nos señala:
“En cierto modo el hombre se equivocó al inventar el tiempo, por eso bastaría realmente renunciar a la mortalidad... para saltar fuera del tiempo, desde luego en un plano que no sería el de la vida cotidiana.”

El anuncio de su muerte lo persigue, por eso la premonición de la muerte de su hija Be y de que por todas partes ve cementerios llenos de urnas, incluyendo la suya. Ante ese fracaso en su intento por romper con su yo de este lado para encontrarse con su yo verdadero, el otro ¿Qué hace Johnny Carter al no poder vencer a la muerte? Se prepara para enfrentarse a la finitud de su vida con una máscara, para engañarla, para ser un supuesto otro y no el yo; para tener esperanzas de salir victorioso de ese trance, de ese instante supremo.
Todas las transformaciones tienen algo de profundamente misterioso y de vergonzoso a la vez, puesto que lo equívoco y ambiguo se produce en el momento en que algo se modifica lo bastante para ser ya “otra cosa”, pero aún sigue siendo lo que era. Por ello las matamorfosis tienen que ocultarse; de ahí la máscara. La ocultación tiende a la transfiguración, a facilitar el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser; éste es su carácter mágico, tan presente en la máscara teatral griega como en la máscara religiosa africana u oceánica.
La muerte, en su más amplio sentido, es un fenómeno de la vida. La vida debe comprenderse como una forma de ser a la que es inherente un “ser en el mundo”.
Ontológicamente, nos dice Martin Heidegger en su obra El ser y el Tiempo, no podemos saber si es posible otro ser después de la muerte, pues es algo que aún no es ante nuestros ojos; no es lo que falta, dado que este estado sólo lo sabe el que ya no puede ser. Solo como observadores, sabemos que su cuerpo ya no tiene vida.
Heráclito, los medievales y la ciencia moderna confirman que si la vida está intimimamente ligada a la muerte, también la muerte es el manantial de la vida, no sólo de la espiritual, sino de la resurrección de la materia. Es preciso resignarse a morir en una prisión oscura para renacer en la luz y la claridad.
Paro Johnny Carter está cierto de que con su muerte, puede estar también su salvación. Por eso quería que con una máscara poder traspasar ese instante sin dolor, sufrimiento o miedo. Inicialmente, por el camino de la música, alcanzó a entreabrir la puerta del tiempo, pero siendo sólo un hombre, un ente mortal, tuvo que detenerse y cada respiro, cada soplido de su saxo, le representaban también su derrota y una caída.
Johnny fracasó, jamás logró entrar, porque olvidó que su ser era hombre. En los momentos finales de su vida, Johnny posiblemente comprendió ese estrato humano, pero metafísico y por eso su reclamo de una máscara. Guardaba la esperanza de lograr, en el otro lado, donde no hay espacio ni tiempo, lo que no había logrado hacer en esta vida. Johnny, desde pequeño, desde que entendía esa sustracción del tiempo se mantuvo fiel en esa búsqueda, en ese perseguir sin alcanzar, por lo que sabía que al final tendría su recompensa. Por eso esa cita bíblica del Apocalipsis en el epígrafe de la obra: “sé fiel hasta la muerte”.
“...no tengas miedo de lo que vas a sufrir... mantente fiel hasta la muerte y yo te daré la vida como premio.”

¿A cuál vida se refiere el Apocalipsis? Es cierto que no se refiere a ésta, a la actual, porque se supone que ya la tenemos. Este pasaje se refiere a la otra vida, a la atemporal, a la verdadera, el lugar donde habrá de habitar el alma inmortal y donde el presente habrá de detenerse, donde hay vida eterna.
Pero ante su temor a no mantenerse en su búsqueda, de no llegar a traspasar ese trance vida-muerte-vida eterna, opta por utilizar una máscara.
Por eso –nos remitimos otra vez a otro de los epígrafes-, “sus últimas palabras habían sido algo así como hazme una máscara.”
“O make me a mask and wall to shut your spies
Of the sharp, enamelled eyes and the spectacled claws
Rape and rebellion in the nurseries of my face.
Esa máscara, que como las crisálidas, habría de servirle para disimular lo que sentía en ese encuentro con la muerte y en ese renacer con la vida eterna, para poder entrar a esa transformación de hombre-finitud a un “yo soy inmortal”.
La máscara logra su transfiguración para facilitarle el traspaso de lo que se es a lo que se quiere ser. Porque es un signo que nos puede llevar a una gran variedad de cosas y un variado número de temas y cosas al mismo tiempo. La máscara, dice Dylan Thomas, representa el principio y el fin al mismo tiempo; que cambia a su poseedor para enfrentarse a algo desconocido que se le teme. Es violación y rebelión. Significa un poderoso escudo que cambia a su poseedor para poder enfrentarlo contra sus enemigos, a lo desconocido.
Johnny está ante ese fin de su ser cármico, pero al mismo tiempo está ante el principio de algo nuevo. En ese trance, Johnny empezará a ser eso que verdaderamente se es y que no se quiere y no se sabe y no se puede ser, porque al atravesar esa puerta su ser será otra cosa que cuerpo, en donde no habrá ayer, hoy y mañana, sino siempre. Su persecución habrá concluido para lograr finalmente su comunión con el universo absoluto.
Su cuerpo ocupa un espacio. Tiene altura, anchura, volumen. Existe en el tiempo, está limitado por el tiempo y por el espacio. Pero al alcanzar la inmortalidad, será eterno, no limitado, no espacial, intemporal, no dimensional. Será su verdadero yo, lo absoluto.
Johnny pretende la inmortalidad  como una victoria sobre la muerte. La llegada de su muerte no aparece como el fin necesario del sentido de la vida, sino al contrario, ella abriga nuevas esperanzas y una nueva realidad que puede ser la eternidad misma, el rompimiento de las secuencias.
Carter era un artista y como todo artista tenía un tipo especial de sobrevivencia e inmortalidad. Goethe, en sus Conversaciones reunidas por Eckermann, nos recuerda que no todos alcanzan la inmortalidad de la misma manera y como premisa sostiene que para manifestarse en el porvenir como gran entelequia, se requiere que hayan alcanzado este estadio aquí, en la vida terrena.
Carter era famoso, había alcanzado trascender con su música, al grado que un crítico de jazz había escrito ya la biografía sobre el jazzman negro. E intuimos la existencia de otro yo que nos es desconocido, pero que se encuentra situado en otro tiempo y en otro espacio.
Ante la inmediatez del yo presente, añoramos la aprehensión de ese otro que sentimos como auténtico y absoluto. Esta es una de las posibilidades que busca, persigue, atosiga a Johnny, su búsqueda de la proyección hacia otro ser inmerso en otro tiempo y en otro espacio. Proyección que busca a través de la apertura inconmensurable del alucinógeno y de su música.
En Johnny Carter no hay tan solo una búsqueda del yo verdadero, sino también la de un espacio verdadero;  espacio que forzosamente implicará también un tiempo del que el jazzista presupone que será eterno, inmortal.
Johnny intuye la presencia de otro aspecto lejano, abierto a lo absoluto, pero desconocido e inalcanzable. Sus resoplidos eran balbuceos de esa otra existencia que él visualiza como infinitamente hermosa.
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