Zapatismo como anticipación
Cancún y Bolivia. Dos lugares claves, en los que se sintetizan
los
caminos recorridos por la lucha social contra el neoliberalismo. En
el
balneario mexicano se descarriló, este septiembre, la reunión
de la
Organización Mundial del Comercio. En el país latinoamericano
un
levantamiento indígena tumbó, este octubre, un gobierno
de empresarios
que pretendía malbaratar los recursos naturales.
Cancún es un punto crítico en las movilizaciones contra
la globalización
neoliberal inauguradas por las protestas de Seattle en noviembre de
1999. Durante casi cuatro años se han sucedido ininterrumpidamente
en
los países del norte acciones masivas contra la pretensión
de escribir,
desde arriba, una constitución del mundo al servicio de las
grandes
empresas trasnacionales.
Bolivia es un eslabón más en la movilización popular
que, desde hace 10
años, ha derrumbado presidentes corruptos y elitistas en Brasil,
Perú,
Paraguay, Ecuador, Venezuela y Brasil. De una resistencia protagonizada
destacadamente por los pueblos indios y en los grupos de base
autorganizados de la región.
Cancún y Bolivia son momentos de un ciclo de luchas que, en
buena parte,
fue inaugurado por el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional (EZLN).
Muchas de las características de la resistencia social al neoliberalismo
presentes en estos dos puntos de la geografía universal fueron
anunciados por el levantamiento de los indígenas mexicanos y
sus
distintas iniciativas políticas, desde la realización
de los Encuentros
por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en 1996, hasta la Marcha
del
Color de la Tierra en 2001 y la fundación de los Caracoles en
2003. En
el zapatismo están presentes muchas de las claves que explican
tanto la
batalla de Cancún como la revolución boliviana. Es decir,
esta corriente
anticipa los modos en los que los nuevos movimientos sociales se han
desarrollado en el marco de la cuarta guerra mundial.
Cuando hace casi 10 años los rebeldes mexicanos se alzaron en
armas,
diversos analistas señalaron que se trataba de una lucha anacrónica.
Hubo quienes los vieron como una expresión tardía del
ciclo de luchas
armadas en Centroamérica, o como un latigazo dinosáurico
de un grupo de
intelectuales que no se había enterado del "fin de la Historia".
Una década después ha quedado claro que el levantamiento
fue la primera
rebelión del siglo xxi. Y lo fue, no sólo por haber utilizado
herramientas como la Internet para transmitir su mensaje y romper los
cercos militares con la presión de la sociedad civil internacional,
sino
porque marcó, de entrada, un punto de inflexión en la
renovación de la
izquierda mundial, un dique al corrimiento socialdemócrata de
sus
sectores radicales, una puesta al día de sus anhelos emancipatorios
temporalmente adormecidos.
El zapatismo iluminó al mundo con el surgimiento de un nuevo
sujeto
político en América Latina: los pueblos indios. No es
que la lucha
indígena no existiera antes en el continente. Al igual que sucedió
en
México, la causa de los pueblos originarios era una realidad
antes del
alzamiento en Ecuador, Bolivia, Perú, Guatemala, Chile, Nicaragua
y
Colombia. Pero el zapatismo le dio una visibilidad que no había
tenido
antes, mostró su potencialidad transformadora y se convirtió
en su
frontera. El rencor social acumulado en las etnias tras décadas
de
exclusión y opresión encontró en el EZLN una salida
incluyente y no
segregadora que no está presente en otros movimientos etnopolíticos.
Simultáneamente, también en Sudamérica los rebeldes
mexicanos
anticiparon el nivel de agotamiento de la clase política tradicional
y
los límites de la acción institucional. El clamor argentino
de "que se
vayan todos", estaba de muchas maneras anunciado en el "¡Ya basta!"
de
enero de 1994. Desde entonces, país por país, las elites
locales se han
ido colapsando y desmoronando una a una.
El lenguaje de los zapatistas caló hondo en un sector de la
juventud
europea y estadunidense. Su convocatoria tuvo efecto no porque estos
jóvenes "tuvieran todo" e hicieran del ejemplo del sureste mexicano
la
forma de jugar a la moda de la revolución fuera de su país,
sino porque
veían en él la vía para enfrentar lo que vivían
en carne propia:
precarización del trabajo, desempleo, desterritorialización,
individulización, pérdida del sentido de la vida, racismo
y exclusión.
Sus países se han convertido en modernas Babel pobladas de migrantes
que
trabajan sin redes de protección social.
Muchos de los muchachos de países desarrollados que viajaron
a Chiapas
durante estos últimos 10 años para vivir en comunidades
en rebeldía, a
los que distintos personajes de la izquierda tradicional llamaban con
desprecio "aretudos", se convirtieron con el paso del tiempo en
artífices claves de la red de redes que integra la constelación
altermundista. El ejemplo zapatista, con muchos nombres, germinó
en una
diversidad de movimientos y expresiones contraculturales en lugares
como
Italia, Grecia o Barcelona.
Muy lejos de ser un resabio del pasado, el zapatismo ha resultado ser,
como muestran los casos de Cancún y Bolivia, un laboratorio
social que
anticipa el rumbo y la naturaleza de la resistencia contra la
globalización neoliberal. Es, en el mejor sentido de la palabra,
una
fuerza insurgente: sembró valores que han comenzado a germinar
en
infinidad de movimientos sociales durante esta década.