Juan Daniel Perrotta--Poesía

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Tú llegarás oliendo a madrugada, por Virginia Grüter
Divertimento erótico, por Carmen Jodra
La penumbra del cuarto, por Coral Bracho
Modelando para Egon Schiele, por Zoé Valdés
Consecuencias, por Sylvia Plath
Desnudo, por Silvia Elena Regalado
Llave 11, por Juana Rosa Pita
Mi palabra, por Lina Zerón
En mi flor me he escondido..., por Emily Dickinson
El hambre ocurre, por Ana Istarú
Meditaciones de ceniza, por María Cristina Orantes
Soy, por María Montero
Quiero morir cuando, por Susana Reyes
Juego Amoroso, por Blanca Varela
Sentido de su ausencia, por Alejandra Pizarnik
Entre tus brazos, por Idea Vilariño
En silencio, Delmira Agustini
blancanieves, por Verónica Viola Fischer
Optica II, por Irene Gruss
El jardín de las delicias, por Olga Orozco
Gemido al aire, por Thelma Sandler
La petite fille litteraire, por Ana Wajszczuk
Mastúrbate, por Irene Gruss
Aguacate, por Eyra Harbar
Erótica, por Flor Alba Uribe
una vez al día basta, por Sabeli Ceballos Franco
Raíz fálica, por Shiraishi Kazuko
Homenaje a Sharon Stone, por Lynn Emanuel
Esta soledad, este vacío indefinible, por Gioconda Belli
El último, por Damsi Figueroa
Café (Fragmento), por Lorna Dee Cervantes
Unidad 3, por María Medrano
Nocturno, por Isolda Hurtado
Sabrás algún día, por Paola Valverde Alier
El me ama, por Susana Cerda
VI, por Diana Bellesi
Una pollera, por Esther Pagano
Informática, por Mónica Albizúrez Gil
Escena Final, por Blanca Varela
Senna-hoy, por Else Lasker-Schüller
Lo sagrado, por María Moreno
Sé que mi petición es precipitada, por Susana Villalba
El espejo, por Sylvia Plath
Como una tea, por Gabriela Carobo
Y en silencio nos fuimos..., por Alea Sanapí
Duerme tranquilo, por Alfonsina Storni
Elección del amante, por María Granata
Pronóstico, por Eyra Harbar
Sombras en Poema para Silvia, por Mónica Mansour
Acerca de las estatuas vendadas, por Damsi Figueroa
IV, por Verónica Zondek
Rendición, por Piedad Bonnett
No podemos callarnos, por Ernestina Agulló García
Una mujer escribe este poema, por Carilda Oliver Labra
¡Habla del norte! Un páramo solitario, por Charlotte Bronte
Volver a los diecisiete, por Violeta Parra
últimas cavilaciones, por Sabeli Ceballos Franco
Danza del vientre - Danza de la muerte, por Teresa Calderón
Árbol de sangre, por Claudia Lars
En el Ritz, por Lynn Emanuel
Sonetos de la muerte, por Gabriela Mistral
Cuchillo, por Maggie Anderson
Mi joven vecina ladra a todas horas, por Dina Posada
Carta de Beatriz a Dante (En un día imposible de precisar), por Lauren Mendinueta
Sentencia, por Alejandra Ziebrecht
Ladrón de chispas, por Dara Wier
Fatiga, por Carmen Jodra
Pasión, por Susana March
te lo regalo, Beatriz E. Andrade Itubarría
El secreto, por Denise Levertov
Pequeñas lecciones de erotismo, Gioconda Belli
Hay que asumir, pendeja, por Malú Urriola
Cuán delicada luz es la del joven, Carmen Conde



Tú llegarás oliendo a madrugada, por Virginia Grüter



Tú llegarás oliendo a madrugada
 a musgo y a camino.
Traerás aún hojas desconocidas
Enredadas al pelo
Y no estarás cansado
Pero yo besaré tus ojos de águila
hasta secar la última lágrima
La última gota de sangre
Y con ramas de veranera y de bellísima
Limpiaré la pólvora
Que aún quede entre tus dedos.







Divertimento erótico, por Carmen Jodra


Un gemido doliente entre la alheña,
un rítmico suspiro en el helecho,
musgo y pluma por sábana del lecho,
por dosel hoja, por almohada peña,

y la lujuria tiene como seña
violar mujeres y violar derecho
y ley y norma, y un hermoso pecho
sabe el pecado y el pecado enseña.

Trasciende de la fonda un olor suave
a sagrados ungüentos, y una queda
música, contenida y cadenciosa,

y el blanco cuerpo de la bella ave
y el blanco cuerpo de la bella Leda,
bajo el peso del cisne temblorosa.








La penumbra del cuarto, por Coral Bracho


Entra el lenguaje.

Los dos se acercan a los mismos objetos. Los tocan
del mismo modo. Los apilan igual. Dejan e ignoran
las mismas cosas.

Cuando se enfrentan, saben que son el límite
uno del otro.

Son creador y criatura.
Son imagen,
modelo,
uno del otro.

Los dos comparten la penumbra del cuarto.
Ahí perciben poco: lo utilizable
y lo que el otro permite ver. Ambos se evaden
y se ocultan.







Modelando para Egon Schiele, por Zoé Valdés


Egon vestido me toca las rodillas
anuncia que me va a pintar
para él estoy latentemente flaca
rasguña con el pincel mis poros y dicta los castigos
ni siquiera sabe que morirá a los veintiocho años
Egon clavetea la lengua del discurso
huye con ojos afiebrados de las últimas leyes
no entiende mi carne se mira las manos y sonríe
luego prepara los colores con cinismo
y vanidad de quien no sabe nada
separa mis rodillas
anuncia que va a destruirme
Egon se desnuda y dice que todo artista tiene miedo
y con el pincel recorta mis pedazos
para él la luz no es necesaria sobre el vello de mis piernas
Egon se acerca y promete un cuerpo magullado
sentado descomponiendo lo imposible
con una tos más cómica que grave
Egon imprudente no baja las persianas
en mi ombligo la tinta no se transforma
como gota de mediodía
y grito que me están evaporando
Egon desnudo toca mis rodillas
para sugerir
que me está inmortalizando
y que esto es menos doloroso que un tatuaje en el pezón
yo sé que algún día seremos obras de arte
y Egon estará expuesto con el sexo moteado de rosado
Egon mueve los músculos de las nalgas
al ritmo de sus pinceladas
y se decapita con una cuchilla de afeitar
Él no sabe que mi cuerpo es banalmente blanco
Egon por eso lo decoras con la yema del dedo
Egon es ligero y chupa del narguile las burbujas de mi susto
acaricia mis rodillas
ya estamos terminando con el infernal ruido de mis tripas
¿y si quemáramos los cuadros?
Egon humillado brinda queso y un campari con limón
dice que estoy perfecta con mi hambre y mi sed
que parezco una niña de Balthus
¿y cómo Egon pudo saberlo si él iba a morirse antes?
No es bueno pensar en los muertos con frecuencia
porque después sus voces salen angustiadas por la radio
Egon se ha vestido
amoretea mi piel con sus dientes
y anuncia que me va a borrar.







Consecuencias, por Sylvia Plath



Obligados por el imán de la calamidad 
holgazanean y miran fijamente como si la casa
incendiada fuera suya, o como si pensaran
que un cierto escándalo pudiera exudar en cualquier minuto
de un armario lleno de humo a la luz;
Ninguna muerte, ninguna inmensa lesión
harta a estos cazadores después de una vieja carne,
rastro de sangre de las tragedias severas.

La madre Medea en un vestido verde
se mueve sencillamente como cualquier ama de casa a través
de sus arruinadas habitaciones, examinando
los zapatos carbonizados, la tapicería empapada:
Estafada por la pira y el dolor,
la muchedumbre aspira su última lágrima y se da vuelta.







Desnudo, por Silvia Elena Regalado


Yo
te quiero desnudo
intenso en tu paisaje
de paraíso mío
noche-día fundidos
fuego
estallando en mis manos.

Yo
me quiero desnuda
emergiendo del polen
líquida en tu lenguaje
de rosas subterráneas.

Venada de tu pasto
me quiero libre
y ávida







Llave 11, por Juana Rosa Pita


 


Llena tu vida de primeras veces:
sólo el único amor no agota los aromas
sólo la antigua sombra se deshoja de luz.
Y así un día cualquiera te llegará la muerte:
otra primera vez.







Mi palabra, por Lina Zerón


Creo en Tonacatecuhtli padre de todos los dioses,
de Quetzalcóatl y Huitzilopochtli
que hicieron el fuego
y medio sol para que tan grande astro
deslumbrarnos no pudiera.

A ellos que hicieron a Uxumuco, y a Cipastonal;
dualidad para  labrar la tierra primigenia tierra él
y ella para tejer e hilar nuestro destino.

Creo en los macehuales nacidos de ellos,
cultivaron el maíz los hombres
para donarlo a las mujeres
y hechiceras fueran
y sanar pudieran
y adivinar nuestro incierto futuro
partido en dieciocho meses de veinte días.

Creo en Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl,
marido y mujer,
de los avernos dioses,
dualidad que equilibró el universo azteca.

Creo en Cipactly,
caimán de donde extrajeron la tierra.
Mitos y poesía están de testigos
de la dualidad como principio esencial
de nuestro mundo mexica.

A los dioses que tejieron mis raíces en el agua,
que agricultores de mi origen fueron
al maíz que alimentó la primera raza,
con ellos tengo comprometida mi palabra.







En mi flor me he escondido..., por Emily Dickinson



En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin sospecharlo tú también allí estuviera...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.







El hambre ocurre, por Ana Istarú


El hambre
su alquimia pertinaz

transmutación violenta
en la costilla

tener un hombre vivo entre los dedos
tirárselo a la muerte

el hambre es una muerte
que se hace la olvidada
se demora

finge buscar su cita en la libreta

pero al final te toca
y es una brea
inarrancable

no deja cicatriz

o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado

el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco

pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto

la paz

aquí la paz se nutre con la sangre









Meditaciones de ceniza, por María Cristina Orantes


Gastarte la carne y la sangre,
estirarte la piel hasta que reviente,
perder la cal, el agua y la vida,
dejar en el camino las ampollas que le salieron a tus huellas,
quemarte las manos, acabarte todas las palabras, 
entregar hasta el último beso en esa última luna,
extenderte como alfombra
para evitar que se quiebre la esperanza,
ofrecer el nombre y la historia,
enterrar las raíces en el tiempo y volverte de piedra.
¿Y todo para qué?
para que de tus ojos sólo queden escombros,
se consuma tu risa y te vuelvas una mueca sangrante,
para que tu esqueleto ocupe un sitio
que mejor serviría para plantar un huerto,
para que tus cenizas ni siquiera se cuelen en el aire
y tus restos se consuman en la nada,
aislados, solitarios,
condenados a cadena perpetua.






Soy, por María Montero


Soy la gran Virginia Grütter, ¿la recuerdas?
la que escupe tabaco en las esquinas
y está ronca de pegar gritos
y camina como una estela pintarrajeada y
tambaleante
 

Soy Marguerite Durás con su joven amante
y su vida refinada y alcohólica.
 

Soy Simone de Beauvoir con todo y su
Jean Paul Sartre
y su intelecto y su feminismo y su academia.
 

Soy la imbécil femme que desde este pueblo
polvoriento
habla del erotismo francés
frente a un auditorio de subnormales.
 

Soy la puta más puta que arrastran de los pelos
asquerosa y desnuda.
 

Soy la pobre infeliz
que no tiene un centímetro de cerebro
hipocondríaca
que camina como idiota esperando
que el padre de sus hijos
o el cura
le dé una limosna







Quiero morir cuando, por Susana Reyes


Quiero morir cuando
ya no me necesites.
Cuando puedas regresar
solo a casa,
cuando sepas sorber
el humo de un fogón
y el olor de queso y pasto.
Cuando sepas oír el rumor del mar
y el aleteo de los pájaros.
Cuando quieras convocar
sin tiempo
la transparencia de mis entrañas.







Juego Amoroso, por Blanca Varela



Las manos a la altura del aire
a dos o tres centímetros del vacío
no se mirará nada preciso
la polvareda que pasa
el inesperado cortejo de plumas
arrancadas al vuelo
la nubecilla rosada y tonta
que ya no es
el cierraojos y el ábrelos
en la breve opacidad
de una luz que no se ve
y el sueño pies de goma
y azules y brillantes
las estrellas
rientes
párpado sobre párpado
labio contra labio
piel demorada sobre otra
llagada y reluciente
hogueras
eso haremos a solas






Sentido de su ausencia, por Alejandra Pizarnik



si yo me atrevo
a mirar y decir 
es por su sombra
unida tan suave
a mi nombre
allá lejos
en la lluvia
en mi memoria
por su rostro
que ardiendo en mi poema
dispersa hermosamente
un perfume
a amado rostro desaparecido







Entre tus brazos, por Idea Vilariño




Entre tus brazos
entre mis brazos
entre las blandas sábanas
entre la noche
 tiernos
solos
feroces
entre la sombra
entre las horas
entre
un antes y un después.







En silencio, Delmira Agustini


Por tus manos indolentes
mi cabello se desfloca;
Sufro vértigos ardientes 
por las dos tazas de moka

de tus pupilas calientes;
Me vuelvo peor que loca
por la crema de tus dientes
en las fresas de tu boca;
 
En llamas me despedazo
por engarzarme en tu abrazo,
y me calcina el delirio
 
cuando me yergo en tu vida,
toda de blanco vestida,
¡toda sahumada de lirio... !







blancanieves, por Verónica Viola Fischer


Ya nadie podrá acusarme
de tener el corazón leproso
el que ensucia manos si se intenta
tocarlo, con un trozo de sí.
 He construido un vampiro
en el medio de mis ojos
puedo escarbar el fango
sin encontrar nada y sigo igual
tan tranquila, amiga
mía es la ventaja
del hambre y vos, repleta, harta
peligrás frente al ocio de tu espejito.
¿Quién es la más bonita?
Tu mamá se enamoró de la mía, locas
cada brote es un espacio zigzagueante
entre las piernas un pétalo
negro. Sin duda sos vos la elegida
por Venus. De mi nariz sale un perfume
que no tiene imitación
ni cuello.







Optica II, por Irene Gruss





Ver para creer, dijo el ciego, lúcido
o cínico. La conclusión
-o la burla-
era irremediable.







El jardín de las delicias, por Olga Orozco


¿Acaso es nada más una zona de abismos y volcanes en plena ebullición, predestinada a ciegas para las ceremonias de la especie en esta inexplicable travesía hacia abajo? ¿O tal vez un atajo, una emboscada oscura donde el demonio aspira la inocencia y sella a sangre y fuego su condena en la estirpe del alma? ¿O tan sólo quizás una región marcada como un cruce de encuentro y desencuentro entre dos cuerpos sumisos como soles?
No. Ni vivero de la perpetuación, ni fragua del pecado original, ni trampa del instinto, por más que un soIo viento exasperado propague a la vez el humo, la combustión y la ceniza. Ni siquiera un lugar, aunque se precipite el firmamento y haya un cielo que huye, innumerable, como todo instantáneo paraíso.
A solas, sólo un número insensato, un pliegue en las membranas de la ausencia, un relámpago sepultado en un jardín.
Pero basta el deseo, el sobresalto del amor, la sirena del viaje, y entonces es más bien un nudo tenso en torno al haz de todos los sentidos y sus múltiples ramas ramificadas hasta el árbol de la primera tentación, hasta el jardín de las delicias y sus secretas ciencias de extravío que se expanden de pronto de la cabeza hasta los pies igual que una sonrisa, lo mismo que una red de ansiosos filamentos arrancados al rayo, la corriente erizada reptando en busca del exterminio o la salida, escurriéndose adentro, arrastrada por esos sortilegios que son como tentáculos de mar y arrebatan con vértigo indecible hasta el fondo del tacto, hasta el centro sin fin que se desfonda cayendo hacia lo alto, mientras pasa y traspasa esa orgánica noche interrogante de crestas y de hocicos y bocinas, con jadeo de bestia fugitiva, con su flanco azuzado por el látigo del horizonte inalcanzable, con sus ojos abiertos al misterio de la doble tiniebla, derribando con cada sacudida la nebulosa maquinaria del planeta, poniendo en suspensión corolas como labios, esferas como frutos palpitantes, burbujas donde late la espuma de otro mundo, constelaciones extraídas vivas de su prado natal, un éxodo de galaxias semejantes a plumas girando locamente en el gran aluvión, en ese torbellino atronador que ya se precipita por el embudo de la muerte con todo el universo en expansión, con todo el universo en contracción para el parto del cielo, y hace estallar de pronto la redoma y dispersa en la sangre la creación.
    El sexo, sí,
    más bien una medida:
    la mitad del deseo, que es apenas la mitad del amor.







Gemido al aire, por Thelma Sandler


Hoy murió.
No importa quien.
Tan solo alguien que no tuvo la suerte de asistir a las fiestas y tragedias del mundo de las ánimas danzantes.
Se fué sin avisar, sin dejar instrucciones o deseos que cumplir.

Mientras veía caer sobre su féretro la tierra y escuchaba al mismo tiempo el gemido del viento silenciado por la partida de su alma, me alejé. Me senté en un rincón,
a desear.

Deseo una muerte con gavetas ordenadas donde guardar lo que cargo en la historia finita de mi pasar por este lugar al que llaman haber nacido, haber crecido, haber madurado y haber sido y hasta ahora, continuar el a-ver (o al menos es lo que pienso que soy, un haber).

Quiero un lugar para ordenar lo que viví en color blanco. Lo que pasó desapercibido y nunca se adhirió.
Estas vivencias simplemente las dejo pasar disfrazadas, sin reconocer.

Me hace falta una gaveta igual a la que utilizo para guardar mi ropa interior, allí se quedarán mis intimidades, mi gozo en el amor, mi sufrimiento de mujer y la necesidad que nunca expresé. Todo lo que no deseo que se sepa y las cosas tan íntimas como mis pantaletas de encaje o las medias rotas de seda.

A un lado, cercana de esta gaveta, acomodaré las alegrías y los mejores días. Prometo que será un espacio tan grande que aún los gnomos imaginarán que fui la princesa de un maravilloso cuento de hadas o la reina recién coronada o tal vez una doncella a la que secuestró su príncipe en un caballo alado.
Esta gaveta contendrá cada una de mis satisfacciones
¡lo verán! serán imposibles de contar.

Lejos, muy lejos, tendré un espacio para que reposen los dolores. ¡Nadie se acercará, me pertenecen, son mi historia. No deseo que nadie los llegue a tocar! no por egoísmo, ni porque no los quiera compartir, simplemente porque reconozco que no los comprenderían.
entonces ¿para qué?

Hay un lugar especial donde irán “colgados y almidonados” mis recuerdos. Tendrá una ventana finísima de cristal. Con un toque del alma se podrá penetrar y para tomar las prendas deseadas.
Estarán prolijamente acomodadas.
Todo esto, por supuesto, organizado como los colores de una caja de crayolas sin estrenar. En una gama de colores, todos inventados ya.

Trataré de encontrar un rincón lejano donde acomodar las tristezas, tan alto como el techo del firmamento. Su color será transparente, no quiero que nadie lo viva y mucho menos lo reviva.
Con una vez bastó.

¡Ah! No olvidaré tirar a la basura mis zapatos.
La medida de mis pasos es tan corta y tan inútil que no se pueden calzar y han sido usados tantas veces que no pueden andar marcha atrás. Mis pensamientos acabaron con sus suelas apurándoles por llegar y mis amores rompieron sus tacones haciéndolos sonar sutilmente una vez y otra más, algunas veces con gritos tan altos que ahuyentaron al que amé.

Así; con el armario en orden podré partir, sin necesidad de decidir.
Dejaré todo adornado con lazos, celofanes y tules que lo guarden para la eternidad.

Sin importar que tan poco eterna sea la eternidad.

Más de la autora
aquí






La petite fille litteraire, por Ana Wajszczuk





Apareció el sol
y el miedo de cegarme también
presencia descarnada
la que mira no soy yo
sino la que de noche tajea el cielo
y al amanecer anda perdida
emparchando fisuras
la que se quiebra
de tanto deseo de lo que no existe.







Mastúrbate, por Irene Gruss


Mastúrbate
úntate cada pezón con miel
y baja el mentón, la lengua
saben dulces, toca
circularmente cada punta morada, agrietada o lisa
y luego acaricia el vientre, el ombligo,
haz cine o literatura
con la mente pero no olvides los pezones,
la miel, el dedo circular
hazlo frente al televisor mientras te ríes
y te humillas: mastúrbate, abandona,
cuida el clítoris como a la piel de un niño,
escucha el viento que suena detrás
de la ventana cerrada, guarda tu jugo
a escondidas del mundo
y mastúrbate, que tus piernas
comiencen a abrirse y cerrarse
que tu murmullo sea un gemido ronco,
grito agudo en el aire, en el hueco que
píde penetración, contacto,
habla despacio
hazlo en silencio pero gime
aúlla
murmura aunque sea el goce
el rozarse de tu pelo en la almohada
en la alfombra en la nuca,
mastúrbate,
hasta que las rodillas tiemblen
hasta que caigan
lágrimas y suena esta vez
no un viento sino un timbre
y otro, regular la campanilla,
recién entonces
dilátate como en el parto
lubrica tu vagina, el tubo que
sigue llamando, levántalo, bájalo
introdúcelo
y escucha ahora su voz,
lejana, ajena,
y cierra tus ojos, su boca
tan adentro.







Aguacate, por Eyra Harbar



Prendada estoy del aguacate.
 No dejo de pensar
en su acuosa existencia verde,
la luz vegetal balanceada
en su cuerpo de fruta,
convidándome la dentellada.
Aún pienso en el aguacate
de unos ojos que he visto.







Erótica, por Flor Alba Uribe


Pon en guardia tu cuerpo y el ritmo de tus sueños.
Desde la médula del tiempo busco tu paraíso,
la mezcla de tu sangre,
el crisol de tu sexo
donde el futuro ensaya su cósmica simiente.

Estoy desnuda como el eco de la primer mañana,
con mi sed disparada como una bala al cosmos,
acechando tus manos, el cielo de tu boca,
la genital presencia entre tus muslos firmes.

Ah, pero mi amor no altera tus sólidos baluartes,
te sellas castamente para esquivar mi asedio,
estás sordo a mi grito,
al fragor de mi sangre,
a la insomne ternura que para ti alimento.

Déjame ser el vértigo que apura tu caída,
el vino que amedrenta tus íntimos pudores,
la hoguera donde crujan
tus huesos uno a uno,
el amor que aniquile tu párvula indolencia.

Dame tu luz, tu risa, la fuerza que te escuda,
el clima de arrogancia que yergue tu estatura,
tus ojos invasores
y esa vital delicia
que se aferra a tu cuerpo y dora tu epidermis.

Entrégame tu enigma, la descifrada clave
que me guíe al prohibido torreón donde sueñas.
Te escalaré en silencio,
exhausta de anhelarte
y seremos dos leños nutriendo el mismo fuego.







una vez al día basta, por Sabeli Ceballos Franco


una vez al día
me voy hasta el principio
saco arena
deshierbo

otras mujeres hacen lo mismo
nos saludamos
sin mirarnos

tarareamos mientras
hacemos nuestra faena
se escapa alguna confidencia

la tierra parece desolada
cuando se hace la limpieza

pero no arrancamos las flores tercas
y dejamos a los pájaros
cantando en los tronquitos

nos cubrimos del sol como podemos
algunas con papayas en la cabeza
otras con plátanos
lirios acuáticos o encinos

juntas
somos un puño que se cierra
a la hora del trabajo

unas tallan la piedra en la promesa
otras se podan las virtudes

según el caso
la esperanza sirve de buey
o de sandalia

al rededor
una jauría toca panderos
con el rabo

las más jóvenes recogen flores en el monte
las niñas nos dan agua con sus cuentos
las ancianas modelan vestidos púrpura
con chalinas doradas
y sombreros

se escucha el zum
del día siguiente

abro los ojos
me cargo un café sobre la espalda
salgo  de nuevo hacia el principio

saco arenisca
bichos malos
(me) deshierbo

otras mujeres hacen lo mismo a diario
-aún las mujeres indiferentes
se hacen de callos-
en una jornada de tiempo infinito
donde una vez al día
es suficiente







Raíz fálica, por Shiraishi Kazuko


Dios
si él es
no es
y se ríe mucho
como la gente
como alguna gente.

Hoy hay un picnic afuera
donde mi sueño toca el horizonte del cielo
Vengo trayendo el falo
la larga raíz blanca.
Es cumpleaños de Sumiko
y no tengo nada para ella
la podría haber dado
por lo menos
las semillas de esta raíz
dada por Dios
que desmaya
tu bonita voz suave
escuchada en el teléfono

Me gustaría hacerlo

Yo podría
Sumiko
pero perdóname
este falo ha crecido con los días
y ahora echó raíz
sólidamente
entre flores de sol y luna
y no se moverá
como no se mueve un bus descompuesto
así si tú desearas ver
el cielo nocturno semillado de estrellas
o un hombre que ruge calle abajo
con una mujer de vientre caliente
tendrías que asomarte por la ventanilla del bus
bien afuera
y mirar cuidadosamente

Es digno de verse
Sumiko
cuando la raíz fálica es plantada
entre estrellas
entre flores
y el resplandor del cielo semillado
el extraño frío del mediodía
nos jala las entrañas
y lo que se puede ver
debe ser visto
claramente
y todo debe enloquecer
raíz sin nombre o tal
raíz sin edad
conocida por sí misma
sólo cuando es llevada en alto
sobre los hombros de hombres
en procesión sagrada
y solamente puedes darte cuenta dónde está
por el ruido
el disturbio vago
el conmoción y palabrotas
y los inicios de los signos del alboroto
de la semilla primitiva
todavía no gobernada por Dios
quien a menudo está ausente
dejando tras de sí el vacío y la raíz.

Mira
La raíz abandonada de Dios
camina este sendero
joven
alegre
e inocentemente
un gallito que sonríe su sonrisita de experiencia

Ahora es una multitud entera de gallos
caminando alrededor
pero realmente es una
y viene sola
sin rostro
sin palabras
desde cada horizonte.

Ese
es el regalo
que te daría
Sumiko
para honrar tu nacimiento
te absorbería en ella
para que desaparezcas
en el deseo ardiente de la raíz
deviniendo ella misma
eternamente errante
entonces te estrecharía fuertemente
te abrazaría

Traducción del inglés por JDPerrotta






Homenaje a Sharon Stone, por Lynn Emanuel


Es temprano en la mañana y al otro lado de la calle
las ventanas de un cuarto de hotel están tapadas
con las tropicales ejecuciones de una
mujer desvistiéndose, dentro de The Eatery,
 un chico, azulado por el neón, está sentado a la mesa,
y mis vecinos se engancharon a sí mismos con
los roles del matrimonio infeliz y
como carriola ruedan sus tres mastines calle abajo.
Yo estoy escribiendo este libro de poemas. Mi nombre
es Lynn Emanuel. Llevo puesta una bata de baño
y ruleros; desde mis labios un Marlboro echa ceniza
sobre el texto. Es el tres de septiembre de 19...,
estoy pensando, pero a veces pierdo el hilo.
Y mientras estoy escribiendo esto con mis trifocales
y zapatillas, al otro lado de la calle, Sharon Stone,
su cabeza hinchada de ruleros, su boca
roja y estrecha como una zapatilla de danza
está entrando apresurada en una limusina negra. Y
como estas limusinas serpentean por mi cuadra hacia un lado y otro
este libro estará lleno de coches de elegantes trompas
entre un vago océano de palabras.
Cada mañana, Sharon Stone, su cabeza
en un casco de peinado, usando una visera
de anteojos de sol, es engullida por una limusina
del tamaño de un Pullman, y toda su flota
enrolla y desenrolla su ruta calle arriba calle abajo
día tras día, dando a la calle
(Avenida Liberty en Pittsburgh, Pennsylvania)
y el libro que estoy escribiendo, un aspecto
que es al mismo tiempo glamoroso y funeral.
Mi nombre es Lynn Emanuel, y en este
libro yo hago el papel de alguien que escribe
un libro, y tomo mi papel tan seriamente
como Sharon Stone toma seriamente
el rol de joven estrella. Yo miro los oscuros
coches que la hacen desaparecer y en mi poema
otro Pontiac viene a dormitar
como un gran animal en los frescos pesebres
de sombreadas barbadas, Así que, cuando veas
este coche negro, no pienses que es un
Símbolo Para Algo. Es solamente
Sharon Stone manejando por delante de la casa
de alguien que está, en ese momento,
tratando de escribir un libro de poemas.
O puedes pensar que el coche negro es
Lynn Emanuel, porque, realmente, como autora,
yo tuve siempre deseos de ser un coche, aún cuando
la mayor parte del tiempo yo tuve que ser
"Yo", o la mujer pendiente de la ropa para lavar;
yo soy una mujer, un minuto, entonces yo soy un hombre,
yo soy un carnaval de Lynn Emanuels:
Lynn con el vestido rojo, Lynn malhumorada
detrás de la gran nariz de su erección,
entonces soy el tren entrando en la estación
siempre y cuando realmente me guste serlo
Gertrude Stein espiando a Sharon Stone
a la seis de la mañana. Pero satisfechos con
eso, retrocedamos a la decoración de interiores:
En la página, la ciudad se ve sin rodeos
y poco atractiva así que vuelvo mis lentes en
un radioactivo vistazo sobre los malos tipos.
En una cocina, amontono cacerolas relucientes de
grasa, y en una mesada hay un rosbif
rojo como una cara con rabia. En medio de toda esta
insulsa cosa desconocida, es Sharon Stone quien,
como en una invitación grabada, está preguntándome,
¿No quieres tú también representar un papel? Yo elijo
la limusina negra, y calle abajo las doradas
lunas de los faros de mi limusina ruedan llevando
con ellas el sol, y la luna, y Sharon Stone
que está mirando fijamente la lejana y luminosa ventana
de una casa donde, todo este tiempo, alguien
estuvo seriamente rotulando con su nombre, este poema.







Esta soledad, este vacío indefinible, por Gioconda Belli


Esta soledad, este vacío indefinible que va creciendo en lugar de la alegría, es como estar perdido en una ciudad hostil y extraña haciendo y diciendo lo que no sentimos, ni deseamos, añorando la explosiva felicidad, la euforia irreprimible y animal que invadía los sentidos como grandes flores que reventaban en las entrañas, salían por los ojos, por la boca, embelleciendo el transcurrir de la vida en mil y una forma hermosas. Debo morir para volver a nacer, para convertirme de nuevo en una animal joven y contento y poder reír en grandes e inmensas carcajadas que quiebren todos los vidrios de la ciudad en mil pedazos, mientras me alejo en alguna nube, montada sobre la alegría que he buscado recapturar en tu sonrisa, en ese furtivo movimiento que te aleja de mí, que me parte el cuerpo en pedazos, haciéndome sentir que las lágrimas nunca han estado más profundamente dentro de mis ojos.







El último, por Damsi Figueroa


Ando buscando un árbol
que dé sombra
entre cuyas raíces repose un cuerpo
que ya no lo sea tanto
Ando buscando un árbol
que dé una sombra larga
pero profunda

Ando buscando una humedad
que se hunda como un túnel
en la tierra negra

Ando buscando una humedad
olorosa
con olor a sombra y árbol

Ando buscando un libro,
seguramente
no un libro abierto sobre dos rodillas

Ando buscando un libro
para no humedecerme las nalgas
cuando me siente bajo la sombra
del árbol que ando buscando.







Café (Fragmento), por Lorna Dee Cervantes


"no más genocidio en mi nombre...."
Una muchacha joven en trenzas canta fuera
del consulado mexicano en Denver.
"vete de nuevo a donde viniste!"
grita un coche con gringos yendo hacia abajo a exceso de velocidad
memory lane, y es ahogado
por los tambores rituales y el canto nativo.
Las caras del primer mundo cantan sobre los carteles
como cabezas cortadas o cueros cabelludos escalpelados. "no más Genocidio..."
... en Guatemala, Colombia, El Salvador, Chile,
 Sand Creek, Wounded Knee.... No con los brazos.
No con entrenamiento. No con el dinero. No más
de mis dólares de impuestos que compran al hombre que conduce
el Humvee que transporta al soldado que dispara
el arma que ciega al niño, que entra al corazón
de Guadalupe Lopez Mendez que muere en Ocosingo
por afirmar sus derechos civiles. No más Genocidio
en mi nombre. No nos daremos por vencidos. Lucharemos
de esta manera por siempre. Estas son mis armas: 
la computadora, el video, la pluma.
Las plumas de la justicia cuelgan de las
flechas quebradas de las palabras que rompen el bloqueo de los medios de comunicación
y verdad o consecuencia de los tratados de libre comercio.
Terrorífico para leer, imaginar, saber, decir –
pero el único final a las balas pro ganancias es el conocimiento –
el conocimiento que no aparecerá acuñado entre los anuncios de
Taster´s Choice y "nadie lo hace como Sara Lee" como el cuerpo vivo de un niño indígena encontrado dos días después de la masacre en una cueva cavada por las balas. ¿Es esta una manera de luchar una guerra de la droga? Café, azúcar, chocolate,
ganado.... "N... E... S... T... L... E... S...
Nestles hace lo mejor... CRI... MEN!"
310 kilos de cocaína se encuentran en Mazatlan,
el municipio donde el gobernador, Julio Cesar
Ruiz Ferro, tiene dos mansiones grandes, un rancho
con una plantación de plátanos de cientos de hectáreas y,
está construyendo un hotel de lujo con 100 habitaciones,
el estacionamiento subterráneo, muelle de barcos, restaurante, el bar y la disco.
El rédito de gravar a una población indígena
empobrecida fue bueno este año. Mientras tanto,
la Cruz Roja mexicana envía las drogas contaminadas
y vencidas a los miles de refugiados
que mueren de frío, de pulmonía, y de otras infecciones
en las frías montañas. “Nestles hace lo mejor...
CRI... MEN!" 15 mil millones sirvieron, la carne de tierra
para las masas. Moleré el café Zapatista
con las lenguas de los testigos. Usaré
el huipil y honraré a madres. Escribiré
en la obscuridad en amanecer. Me sentaré en las oficinas,
cerraré la prensa de mentira del perro, cercaré con piquetes
el congreso en la acción. No ejerceré la actividad bancaria
con los asesinos. Compraré artes, no Kraft,
Nestles, Procter & Gamble, McDonald's, Sara Lee........
Lucharé esta manera por siempre. Estas son mis armas:
La computadora, el video, la pluma. 
"Una cultura no está vencida hasta que los corazones
de sus madres están reposando en la tierra."
Lucharé esta manera por siempre: Diré.
Lucharé esta manera por siempre: Pagaré.
Lucharé esta manera por siempre: Rogaré.
Amen. Y Con Safos.







Unidad 3, por María Medrano


6:30
llegás a constitución a las 7
a ezeiza a las 8.
te parás detrás de la barrera
hasta que te dejen entrar
atravesás el camino que llega a la ventanita
hacés la cola, esperás a que te atiendan,
te atienden entregás carnet y dni
das su nombre –buscan fichan y te dan tres números-
te hacen esperar otra hora más detrás de la puerta de
rejas
te abren
entrás al pañol esperás de nuevo
te llaman por el numerito amarillo –el que tiene sello es
para d.n.i.-
vaciás tus bolsas te revisan cosa por cosa
pinchan
abren
sacan
rompen
nada relleno nada metal nada vidrio
pasan todo a bolsa
te sacan ropa azul gris negra
dejás "valores" después te dan otro cartoncito: "valores"
te hacés otra cola, otra espera, vas a requisa
te levantás el sweater
te levantás la remera
el corpiño
te das vuelta
te levantás el cuello la ropa
te tocan el cuello –el pelo
te das vuelta te desabrochás el botón
te bajás el cierre
te bajás los pantalones
te bajás la bombacha
te das vuelta te agachás (!) –te enderezás
te subís los pantalones la bombacha
te sacás los zapatos
te revisan los zapatos
te tocan los pies te sacás las medias
te ponés las medias
te revisan los bolsillos.
finalmente te dan un cartoncito: "requisado"
te acomodás la ropa
agarrás tus bolsas te acercás a la otra puerta de rejas
agarrás el "requisado" y esperás a que el milico te abra
te abre, pasás a los tumbos cargado de bolsas
nunca se termina de entrar -pensás-
y entrás
te caminás esa cuadra enlomada
te parás frente a esa puerta de hierro macizo
-y pensás que el cielo está demasiado bajo en buenos
aires-
y la pateás, porque ya no te quedan manos con que
golpear
te abren, entregás el "requisado"
entrás
subís una escalerita caracol así de angosta
1piso
esperás a que te abran la puerta de hierro
la llave que la abre es enorme (con una así le abrieron la
cabeza a una)
caminás, te parás en la puerta donde te piden tu nombre
anotan
pasás buscás rápido una mesa
mirás si están Aldo y Mari
si están te vas con ellos, sino los esperás con una mesa...
después llegan ellas.
el tiempo se te pasa demasiado rápido
y querés decir lo que no tiene palabra
llaman pabellón por pabellón
te da escalofrío el sonido de esas voces llamando
y el conglomerado de toda esa gente que se abraza...
ellas se van pabellón por pabellón, y te quedás ahí 1 hora
hasta que termina el recuento interno, recién ahí te podés
ir
-cuando ellos quieren, cuando ellos te abren la puerta, y la
otra y la otra y la otra-







Nocturno, por Isolda Hurtado


Sin ser de nadie y de todos
el cielo
aletargado
sucumbe el terreno
al eco del alarido
en la sabana

Angustiadas las palmas
callan
al rigor del trueno
cuando el ave
vuelve pálida
al denso velo
de la cima

Es daga extraño sino
como quien ronda
un forajido sueño
con las manos limpias

Fiera escarba la noche
el amor eterno
espléndido tapiz
sobre el arenal.







Sabrás algún día, por Paola Valverde Alier


Sabrás algún día
que hay cárdenas poblando tu espacio,
siempre perenne
confundido en la espuma que baña tu sexo

Con los primeros alaridos
el auxilio se curte en los labios
de Penélope marchita
tan habituada al temblor de tus hinojos
al eco sediento de la terminal
en espera a que aparezcas

Ya no compartirás el lecho
con la reina de ojos astrales
ni mezclaras el aura en las solapas
con tan solo apuntar a una propiedad
concebida en tu género turbado

Poseidón embaucó el cirio
que envolvía capullos
en el vientre de tu madre 
Sin embargo redundas inútilmente
que tú no pierdes primaveras en las brazas

Sabrás algún día
que hay antílopes borrando la alborada
y pronuncian tinieblas en libros
que hablan de ti…







El me ama, por Susana Cerda


El me ama. Me ama tanto que yo huelo la muerte en sus caricias, en su mirada veo el crimen, en cada gesto suyo: la absorción, el tironeo.
En el Espectáculo de Suamor la tierra gira a una velocidad que deforma mi cuerpo...
Succionada por su sed, yo: una gota de carne horizontal, que él se dispone a chupar, sin pudor alguno.
Espera con espasmos, con ira, con sollozos, el momento justo, enfocado, fatal, de abalanzarse sobre eso y penetrarlo. Enarbolar ese coágulo de vida, levantarlo como una ofrenda a su espejo.
Haga lo que haga, él ha decidido amarme, izarme en su soledad como una bandera santa, sangrienta. Ya me ha condecorado, condenado con Suamor.
Cómo buscar en su cuerpo, si cada roce sería una profecía; sus extremidades como tentáculos traspasarían mis fronteras.
Caer en sus brazos: desbarrancarse por su avidez. Más que tomarme, atravesarme, hincarme en lo puntiagudo de su historia, clavarme en su cruz particular, hacerme la virgen madre de su santuario musculoso.
Devorar algo en mí que todayó le represento, o sea, tenerme, hacerme suya, hacerme de él.
El, ser eso que soy.







VI, por Diana Bellesi


Ahora que nunca volverás, mi amiga,
y no tejeremos recuerdos y palabras
como una estera que nos proteja del viento.
Para sentarnos allí,
y contar la saga, noche a noche
mientras se consume el kerosen de las lámparas.
Ahora que nunca,
sólo a mí me toca
darles vuelta a los niños
la cara.
Y guardar risas, gestos furiosos,
miradas
que hacían el amor
la danza.
Aquella melodía humana
compartida en ciudades
en carreteras salvajes
hoteles y carpas,
aquella melodía
que ya no escuchás, mi amiga,
y se hace humo, en el aire lento del mañana.







Una pollera, por Esther Pagano


Esa mujer
de tules y repasadores
de identidad y entidad
Divina.
Esa que quiere
pero no debe ser
Eva para Eva
tiene nido en el corazón
de todos los hombres,
implícito y explícito
pesa en la fragancia
de la cocina y de la cama.
Esa mujer,
queridos liliputienses,
se encuentra
por suerte
en vías de extinción.







Informática, por Mónica Albizúrez Gil




Cuando ya no esperé encontrar tu nombre en la pantalla
y no me asustó el silencio
cuando ya no fuiste referencia en el tiempo
cuando la lejanía fue real
el olvido había borrado nuestros mejores archivos
éramos dos usuarios anónimos
en una intemperie infinita







Escena Final, por Blanca Varela


He dejado la puerta entreabierta
soy un animal que no se resigna
a morir la eternidad
es la oscura bisagra que cede
un pequeño ruido en la noche
de la carne
soy la isla que avanza sostenida
por la muerte o una ciudad
ferozmente cercada
por la vida
o tal vez no soy nada
sólo el insomnio
y la brillante indiferencia de los astros
desierto destino
inexorable el sol de los vivos se levanta
reconozco esa puerta
no hay otra
hielo primaveral
y una espina de sangre
en el ojo de la rosa.







Senna-hoy, por Else Lasker-Schüller


Desde que estás enterrado en la colina,
la tierra es dulce.

Y adonde vaya de puntillas, ando por caminos puros.

Oh, las rosas de tu sangre
impregnan dulcemente a la muerte.

Ya no tengo miedo
a la muerte.

Sobre tu sepulcro florezco ya,
con las flores de la enredadera.

Tus labios me llamaron siempre.
Ahora mi nombre no sabe volver.

Cada palada de tierra, que oculté,
me sepultó también a mí.

Por ello, la noche está siempre conmigo,
y las estrellas, apenas al crepúsculo.

Y nuestros amigos ya no me entienden,
porque soy una extraña.

Pero tú estás a las puertas de la ciudad más silenciosa,
y me aguardas, ¡Oh, ángel!







Lo sagrado, por María Moreno


Te explicaba
creo,
qué es lo sagrado

con voz febril
y levemente aguda

mientras mis brazos extendidos
te abarcan sin tocarte
(tan lejos: del otro lado de la mesa)

Y rezaba para que ninguna fisura
pudiera colar en tu ilusión
el nombre de los antiguos maestros,
sus discípulos más
la cola de perrito de sus seguidores

para avergonzar mis labios tan duros que,
sin embargo,
deseaba tocar tu pecho.

Te estaba seduciendo,
te estaba seduciendo

y rezaba para que tomaras las dos cosas,
las dos cosas,
que no midieras palabras petulantes
en boca de una joven tonta
(venida desde tan lejos)
ni te asustara el sabio vestido de marinera blanca.







Sé que mi petición es precipitada, por Susana Villalba


yo
yo y mi
yo y mi cuerpo fuimos a esa fiesta
yo bailé
hermoso rico y poderoso rozaba mi cuerpo
mi betty boop mi reina descalza
mi nombre es yonimeri yo también
fuego furia ¿fumás? fuimos a su casa
estás mojada no sé no hemos sido presentados
sumergidos suma de noche estera estambres estaba aterrorizada
profeta centinela sentí un automóvil rojo rubio el tabaco
su espalda fuerte trepaba mi caída ínfimos funestos café
piedras para dormir me acompañaba a casa y olvidé decirselo
las palabras son monedas clavadas a la tierra
historias de susy siempre lo he sabido
cómo explicarte hubiese cupido calendario
perdida en los andenes al día siguiente mi sombra caía del piso 29
olvidé decirle que siempre nadie y yo nunca los amores cobardes
lloraba no llegan porque los hombres etcétera
él era despiadado todo un hombre quemado de belleza
mi cuerpo gemía como un gato y lo envidié pero yo nunca
me meto en sus asuntos
dijo tu piel mi nena dame no sé qué cosa qué llave del infierno
yo hubiera declarado desplegado y estrenado un novio
hubiese dicho a mis amigas entrado en algún bar
hubiese hubiese vino que me matara
habráse visto tan chiquita y calentando bancos en la plaza
ay corazón si te fueras de madre
siempre la pena entra la pena y la nada
mi cuerpo roto pegado a lo sumido curioso rito de cucharas en la mesa
sobre la mesa en la ducha él era el agua y me frotaba
belladona
dame en el centro de lo que siempre habla el espejo la sombra
del deseo era lacan en mi escritorio
ah para su estudio de análisis oh para sus análisis
acababa de ver
mi cuerpo demasiado tarde dónde estuviste le decía
ay corazón si supieras ser látigo y dormir







El espejo, por Sylvia Plath



Soy de plata y exacto. No tengo prejuicios.
Todo lo que veo lo trago de inmediato
tal y como es, sin la turbiedad del amor o de la antipatía.
No soy cruel, sólo veraz-
El ojo de un diosecillo, con cuatro esquinas.
La mayor parte del tiempo medito sobre la pared de enfrente.
Es rosada, con manchas. La he mirado tanto
que creo que forma parte de mi corazón. Pero se mueve.
Caras y oscuridad nos separan una y otra vez.

Ahora soy un lago. Una mujer se asoma sobre mí,
buscando en mi extensión lo que ella es en realidad.
Luego se vuelve hacia esas embusteras, las velas o la luna.
Veo su espalda y la reflejo con fidelidad.
Me recompensa con lágrimas y gesticula con las manos.
Soy importante para ella. Viene y va.
Cada mañana es su cara lo que sucede a la oscuridad.







Como una tea, por Gabriela Carobo


Cuando te mueres
haciendo el amor
y te dejas resbalar callada
(brazos en cruz como una atea)
en el estruendo de las gradas que bajan a la sala
y haces saltar la puerta de un nalgazo
con los ojos en blanco
y las ojeras como un bolso de cuero Cardin
sales
impasible
con una levitación planeada pero de buen gusto
esforzándote por elevarse apenas lo suficiente
para no pegar con el techo de los colectivos
ni asustar a los gorriones que picotean gusanitos en el parque
Darién
Después superas los quioscos,
los monumentos cagados por las palomas
el humo,
(toses un poquito pero te ries pues estas muerta)
y poco a poco te elevas hasta llegar al cielo
donde dios no te deja entrar
pues no hablas ingles
y para colmo,
por morir fornicando
y sin peinarte
luces feliz
como una verdadera puta.







Y en silencio nos fuimos..., por Alea Sanapí


Cuando iba a terminar el año viejo regresé a Mitú para recoger todo lo que allí tenía porque quería que apenas comenzara el año nuevo los poetas me enseñaran más palabras para poder estar segura de mí misma pero nadie quiso creerme que volvería al día siguiente a la ciudad donde había descubierto la poesía tú no te puedes ir me dijo Eloy agarrándome duro la mano por la muñeca y preguntándome qué me había pasado si yo sabía bien que mi mundo era la selva y que en la ciudad me perdería como sucede con los patiblancos que se van del nido tan pequeños y después no saben cómo volver y si acaso lo logran algún día sus padres ya están muertos de tristeza yo le dije que no que en la ciudad había descubierto la poesía y que un poeta me había dicho que mientras la poesía estuviera conmigo nadie podría hacerme daño y Eloy entonces mirándome a los ojos sin quitarme los suyos ni sus lágrimas me dijo qué es la poesía y yo le dije suéltame y te digo y él me soltó y le dije por ejemplo la poesía es una paloma blanca y él me llevó al palomar y dijo toma tenla para que no te vayas pero no me entendía que la poesía no era una paloma blanca de verdad sino de eso que se siente cuando uno dice o escribe paloma blanca y traté de explicarle y él me dijo estás loca y así no puedes irte y yo le dije no yo no estoy loca la poesía puede ser también algo sin nombre y él se quitó el sombrero y se secó las lágrimas y dijo que lo que hubiera que hacer para conseguirme poesía él lo haría porque él me quería y no quería que me fuera y yo le dije mira eso por ejemplo puede ser poesía quererme pero dejarme ir que puedes seguir queriéndome aunque yo me vaya y nunca vuelva y él se quedó en silencio y yo el silencio lo sentí poesía y entonces fui yo quien le cogió la mano pero suave y se la acaricié y puse mis ojos bien firmes en sus ojos y le dije me voy de nuevo a la ciudad y si un día tú descubres lo que es la poesía allá te espero pero eso sí te advierto que casi todos los poetas de la ciudad me aman y que yo amo a todos y sólo vine para despedirme yo no creo que vuelva y si tú vas te quedas pero tienes que decirme ahora mismo si estás interesado en la poesía o si sólo me quieres a mí para vivir conmigo y tener hijos y eso yo no lo quiero lo que quiero es aprender muchas palabras que aquí nunca se dicen y que si se saben mezclar son poesía y él me dijo que cuáles por ejemplo y yo empecé a decirle como si fuera una cascada de palabras necoclí salsipuedes dónde pajarito ulalume presagio ventolera feijoa pasamanos ayúdame armadillo gaviota dulceabrigo y yo notaba que a medida que iba diciéndole las palabras que a mí me parecían poesía él iba quedando hipnotizado y me quería más y yo decía por ejemplo risa y a él le brotaban carcajadas del sombrero y si yo pronunciaba la palabra tranvía él sacaba la lengua y se ponía la mano en la cintura y si nombraba paranoia él se lleva la mano al corazón y así estuvimos yo diciéndole palabras locas y él haciendo mil cosas que parecían palabras con las manos y los ojos y el cuerpo y el sombrero y el pelo que florecía lleno de patiblancos perdidos en el vuelo hacia nunca y fue cuando me dijo quiero irme contigo porque ya entiendo y siento qué es la poesía y yo le dije a ver dime palabras que sean poesía y él me dijo no yo no puedo hacer poesía con palabras porque yo aún no conozco la ciudad yo siento mi poesía en el aire de las manos y en cómo me da el sol sobre la cara o me resbala el agua por el pensamiento y yo quedé petrificada porque yo no sabía que de esa clase también podía ser la poesía y le acepté que se fuera conmigo a la ciudad y así nos fuimos los dos al día siguiente en un avión sin decirle nada a nadie porque sabíamos que si contagiábamos a todos con la poesía todos querrían irse con nosotros y el pueblo entonces qué para qué decir pueblo si es caserío más bien aldea pequeña casa de toda la familia y cuando ya estuvimos en el pueblo grande los poetas salieron a recibirnos pero cuando me vieron llegar con Eloy se disgustaron y dijeron que yo no podía traer pareja porque todos me amaban y que Eloy se tenía que devolver y Eloy les dijo no señores yo sé lo que es la poesía y ya tengo derecho de estar aquí con ella y les dijo la poesía no son sólo palabras y les dio explicaciones y demostraciones con sus manos y con sus miradas y con la manera de andar por entre el gentío y todos se quedaron asombrados y acordaron que lo dejaban siempre y cuando con su manera de poetizar no enloqueciera a nadie y ni siquiera se habían dado cuenta que yo ya estaba loca por Eloy y que era mejor la poesía del silencio que la de las palabras y en silencio nos cogió el año viejo cruzando al año nuevo y en silencio nos fuimos nunca supimos para donde.







Duerme tranquilo, por Alfonsina Storni


Dijiste la palabra que enamora
a mis oidos. Y olvidaste. Bueno.
Duerme tranquilo. Debe estar sereno
y hermoso el rostro tuyo a toda hora.

Cuando encanta la boca seductora
debe ser fresca, su decir ameno;
para tu oficio de amador, no es bueno
el rostro ardido del que mucho llora.

Te reclaman destinos más gloriosos
que el de llevar, entre los secos pozos
de las ojeras, la mirada en duelo.

Cubre de bellas víctimas el suelo!
Más daño hizo al mundo la espada fatua
de algún bárbaro rey. Y tiene estatua.







Elección del amante, por María Granata


Cada día te elijo,
y ésta es mi libertad total y fuerte.
Mi abrazo cumple su elección y fluye
en tu piel que se teje con la mía.
Cada día te veo entre los hombres:
Te descubro y prefiero,
hechura de violenta dulcedumbre,
amor abierto sobre los amores.
Se despuebla la tierra si te pierdo;
páramo hundido tórnanse los rostros
si no arde el tuyo,
y toda soledad vuelve a agitarse.
Te elijo cada día
dentro de la multitud, temblor amante.
En diluvio de brazos y de pechos
huyo talando levantadas voces,
y llego a tu contorno y a tu fábula.
Sin ti se desvanece
la semejanza humana.
Amante, amante, aguárdame, perdura.
Te elijo siempre a ti.
Y esta es mi libertad ya descarnada.







Pronóstico, por Eyra Harbar


Como gitana le dije
que estaría conmigo
una noche de lluvia,
cuando el relámpago
estallara su candela
entre los bosques
y una carcajada de nube
rompiera su fuente
sobre el mundo.
Y estuvo a tiempo
la fecha y el cuerpo
para el amor.







Sombras en Poema para Silvia, por Mónica Mansour


esperamos la muerte
se inicia el bombardeo sobre Iraq
el rumor de las televisiones se desliza
por cuatro pasillos
las mismas voces las mismas frases
indignación terror incertidumbre
el rumor entra y salen por las puestas
recorre el hospital de cama en cama
resuena infinito en el vacío
como si faltaran pocas horas para el fin del mundo
esperamos la muerte







Acerca de las estatuas vendadas, por Damsi Figueroa



Pigmentar la escencia. Hacerla visible a los ojos de los Hombres es otorgarle
el trauma del nacimiento, el shock de la luz. Darle vida a la belleza es,
por supuesto, atarla, es decir,
humanizarla.
Las vendas son la carne, la albura los espíritus hermosos. Cristal, agua o yeso
permanecen intactos bajo la piel llagada.
Ahora las formas se llaman espejos. La belleza que el Hombre alcanza a
contemplar sólo es aquella que sufre, como él, idéntico imbunchaje.






IV, por Verónica Zondek


En el adverso de tu puerta
mí desnuda.
En el ocaso de tu memoria
yo nacida para nacerte
tu pañal para sorber mi rojo
mi flujo
tu fugaz para apresar
tu vena
tu claror para mi vuelco de alas
alado el beso en tu caracol
para bien guardar mi cuerpo
mi maduro
madurando bajo el sol.







Rendición, por Piedad Bonnett


Como el hombre acosado contra la dura roca
que oye llegar las voces de sus perseguidores,
afilo mis cuchillos,
hincho mi corazón y lo acorazo,
bebo la ira del acantilado,
del mar bebo la ira, del trueno y la tormenta,
entre la arena entierro
             la última súplica,
             el último dolor,
             la última lágrima
y trato de borrar la última huella.
Entonces apareces
dorado contra el mar,
             como un dios inocente,
             y como un dios perverso,
y tus ojos malignos me miran desde lejos.
Siento entonces que el sol quema mi carne,
siento que estoy desnuda, sé que vivo;
a la arena vencida yo me inclino;
un agujero abro
             y entierro mis cuchillos.







No podemos callarnos, por Ernestina Agulló García


Hemos puesto las manos en la herida,
el verso en la punta de la espada
y la flor en los fusiles y en los corazones.

Hemos hollado banderas y mesiánicos diluvios
discursos maquiavelicos que encienden la venganza.

Hemos puesto verdades sobre tapetes rojos de sangre
y hemos cantado juntos la dignidad del hombre
Ese hombre que ha quedado abandonado
después de la tormenta de sal y del naufragio.

Llegó la poesía y dijo basta!
y la palabra fue la espada y la caricia
y el verso fue la voz de la esperanza.

Caminamos junto al hombre por calles
vacías de conciencia.
Trepamos por muros que separan jardines,
despacio cruzamos las plazas saturadas de llanto
y de pobreza.

Los incendios del odio esparcen las cenizas
de nuestros hijos muertos
sobre el silencio denso que preside la estancia.

Lloramos la muerte, mas la vida se impone,
Testigos de un tiempo que jamás quisimos
asistimos atónitos a la apoteosis del miedo.
Pero somos poetas,
hombres y mujeres libres.
No podemos callarnos.







Una mujer escribe este poema, por Carilda Oliver Labra


Una mujer escribe este poema
donde pueda
a cualquier hora de un día que no importa
en el siglo de la avitaminosis
y la cosmonáutica
tristeza deseo no sabe qué
esperando la bayoneta o el bús
una mujer escribe este poema
sin atributos
a desverguenza y dentellada
fogosa inalterable arrepentida pudriéndose
caemos por turno frente a las estrellas
todos tenemos que morir
no hay nada más ilustre que la sangre
una mujer escribe este poema
qué estúpida la vida que divide sol de sombra
el crepúsculo pasa
acumulándose al final de las azoteas
supimos de pronto de una trombosis coronaria
existes soledad
sonó una bomba
vean si se han roto los lentes de contacto
una mujer escribe este poema
separa quince pesos para el alquiler
mi amigo viejo
se desprende del mediodía por la próstata
bailamos
sigue la preparación combativa
no pasarán
una mujer escribe este poema
como quien ha perdido el tiempo para siempre
creo en el corazón de Denise Darval
hemos ganado porque morimos muchas veces
parece que tengo un derrame de sinovia
no hay tiempo para la poesía
de veras que los frijoles se han demorado en hervir
te juro que mañana presentaré el divorcio
una mujer escribe este poema
como hay fantasmas a las siete en mi pecho
v entablillé una rama a la areca que está triste
mamá tú no sabes la falta que me haces
si suena la alarma áerea
recojan a los niños que duermen en la cuna
voy a guardar este retrato del Ché
como calló el canario traje un tenor a casa
una mujer escribe este poema
cargada de ultimátums
de pólvora
de rimmel
verde contemporánea lela
entre el uranio
y
el cobalto
trébol de la esperanza
convalesciente de amor
tramposa hasta el éxtasis
tonta como balada
neurótica
metiendo sueños en una alcancía
ninfa del trauma
jugando a no perder la luz en el último tute
una mujer escribe este poema







¡Habla del norte! Un páramo solitario, por Charlotte Bronte


¡Habla del norte! Un páramo solitario 
Silenciosas, oscuras e inexploradas marejadas,
Las ondas de alguna corriente salvaje se vierten
Apresuradas a través de hondonadas cubiertas de helechos.

Profundo aún el aire crepuscular,
Sin vida el paisaje; lo consideramos
Hasta que como un fantasma planeando cerca
Un ciervo se inclina para beber la corriente.

En la lejanía una zona montañosa,
El frío, blanco resto de nieve acumulada yace,
Y una estrella, grande, débil y solitaria,
Enciende silenciosamente los cielos despejados.


Traducción por JDaniel Perrotta.






Volver a los diecisiete, por Violeta Parra


Volver a los diecisiete
después de vivir un siglo
es como descifrar signos
sin ser sabio competente,
volver a ser de repente
tan frágil como un segundo,
volver a sentir profundo
como un niño frente a Dios,
eso es lo que siento yo
en este instante fecundo.

Se va enredando, enredando,
como en el muro la hiedra,
y va brotando, brotando,
como el musguito en la piedra.
Ay si si si

Mi paso retrocedido
cuando el de ustedes avanza,
el arco de las alianzas
ha penetrado en mi nido,
con todo su colorido
se ha paseado por mis venas
y hasta las dura cadenas
con que nos ata el destino
es como un diamante fino
que alumbra mi alma serena.

Lo que puede el sentimiento
no lo ha podido el saber,
ni el mas claro proceder
ni el más ancho pensamiento,
todo lo cambia el momento
cual mago condescendiente,
nos aleja dulcemente
de rencores y violencias,
sólo el amor con su ciencia
nos vuelve tan inocentes.

El amor es torbellino
de pureza original,
hasta el feroz animal
susurra su dulce trino,
detiene a los peregrinos,
libera a los prisioneros,
el amor con sus esmeros
al viejo lo vuelve niño
y al malo solo el cariño
lo vuelve puro y sincero.

De par en par la ventana
se abrió como por encanto,
entró el amor con su manto
como una tibia mañana,
al son de su bella diana
hizo brotar el jazmln,
volando cual serafín
al cielo le puso aretes
y mis años en diecisiete
los convirtió el querubín.







últimas cavilaciones, por Sabeli Ceballos Franco


y cuando pienses en mí
no entristezcas vanamente
siempre fui un guijarro con futuro
y un pedazo de infierno sosegado
mira mi voz como te va diciendo gracias
ángel de piel
horticultor de los mañanas
mi corazón de selva te agradece
mientras se fuma un cigarro
entre sus llamas
 
 
II
 
yo misma en delantal
corría afanosa
abriéndonos puertas y ventanas
antes de ti no tenía siquiera casa
tú ya lo sabes
que entonces era pobre
estaba hecha de terquedad y poemas torpes
primero llegaste tú
-roble cetrino-
después tus manos de dedos largos sin mordaza
y las calcé con cuidado en mi destino
que se volvió a tu contacto
argamasa
 
 
III
 
me brotó algo en el espíritu
como garras y ventosas
como sonrisas de pan con miel
y gotas de agua
para entonces ya era un ogro infinito
depredador de acechadores y contingencias
de castradores de sueños recién nacidos
tras de ellos fui -imperturbable-
y ellos tras mío
miles de miedos llegaron a cercarme
nos hicimos pedazos
los comí aún vivos
yo era un monstruo enamorado e invencible
y un santuario del pecado
redimido
 
IV
 
si no lo saco ahora
me pudrirá la herida
quizá haga que me parta o me desfonde
soy la placenta de lo que amé en la vida
inservible secándose en un foso
soy la partera de un poema de despedida
un embarazo repetido
de sollozos 
 
 
V
 
esta es la frontera
ahora estamos exiliados de otro intento
repatriados en ilusiones giratorias
-quién lo diría-
siempre te preocupó el tiempo ido
"la vida es corta" me decías
para mí también lo es
después de una despedida
 
 
VI
 
pero aquí no termina todo -lo sabemos-
nuestros sueños encallarán en otros sueños
digamos que el amor es de madera
haces casas con él y también fuego
cuadernos trasatlánticos y lápices
bancas armarios y baleros
también
árboles muertos







Danza del vientre - Danza de la muerte, por Teresa Calderón


La vida, un trámite del tiempo,
pedazos de carne, puñado de huesos.
Células diseminadas
entre las aguas amnióticas
Todo ocurre
entre la danza del vientre
y la danza de los muertos.

El telón de fondo es
un vientre tomado por asalto.







Árbol de sangre, por Claudia Lars


 

Esta herida me duele con dolor deleitoso.
Abierta como un surco, en su fondo germina
semilla amarga y dulce que ha de erguirse, callada,
en el tronco de fuerza y en la rama florida.

Árbol gigante y bello que juega con las nubes:
su cabellera densa, peinada por la brisa,
esconderá el arrullo de la paloma viuda
y el primor delicado de la frágil orquídea.

Llegarán en bandadas mariposas de junio,
han de libar sus mieles abejas bailarinas
y en la quietud nocturna, luciérnagas fugaces
mecerán en las hojas sus tenues candelitas.

Será la casa oculta del animal huraño,
ha de lamer la bestia su raíz retorcida
y quebrando jornadas el viajero del mundo
apoyará en su tronco la carga de fatiga.

Rumoroso de trinos y adornado de gajos,
meciendo bajo el sol frescura de caricia,
con sus ventanas verdes por donde el cielo pasa
y en la corteza dura cicatrices perdidas;

recogerá los ecos de músicas errantes,
vibrando como un arpa que se toca a sordina;
y cuando suene el grito de la tormenta loca
abrigará los miedos que en soledad palpitan.

Su savia de dolor, potente y victoriosa,
multiplicada en cantos, trocada en gallardía,
empinada al azul y en el lodo sembrada,
ha de ofrendarse a todos en dádiva sencilla.

Y tal vez una tarde, cuando estés viejo y solo,
y en el recuerdo se abran puertas de lejanía,
te ha de llegar un soplo de fragancia olvidada...
¡Sangre transfigurada en florescencia viva!







En el Ritz, por Lynn Emanuel



Cómo y donde se encontraron es motivo de especulación
avenida arriba y abajo, rubios -laqueados
en inteligencia, sarcasmo, belleza, y dinero-
su nombre en los oídos de los corredores de bolsa
puedes verlos impecablemente acicalados
chequeando sus nudos Windsor en las cromadas
puntas de ala de sus zapatos.

El era tan hermoso que cuando entró
el cuarto cambió su eje del sur
al norte, la escena se detuvo y quedó suspendida en el aire
como si el peso de él hubiera inclinado el planeta
y todo hubiera comenzado a caerse lentamente.
Los martinis temblaron en sus frágiles vasos.
Una gardenia erupta un Vesubio de blanco contra el visón de ella

Estos dos no se habían encontrado. Hasta que lo hagan,
su trabajo será hacer caras al lado de su padre rico que
sujetado por un enorme bigote blanco,
(qué brillantez: en esta escena el cabello es dinero)
yace en el sobrio laqueado reluciente del ataúd.
Sobre su rostro severo pero amable algunos costosos lirios
se inclinan. El ha muerto; se enfurruña ella.

Pero esto hace mucho tomó el camino equivocado. Ahora estamos
en el Ritz donde, como hemos visto, el temblor del lugar,
los manteles en la mesa tan blancos, tan lisos,
se ven como si se hubieran desmayado. Cuando él entra,
dice ella,  aquí no existe un aquí, vayamos calle abajo
a Izzy's. En la calle ha crecido el silencio. Ni la luna
puede moverse. Su mayor parte está granulada, imperturbable y siniestra al mismo tiempo,

no quiere moverse. Detrás de ellos las miradas fijas de pálido olor en el lobby del hotel,
un taxi transporta un manchón de exhaustos al lugar,
y una ciudad tambalea a sus pies mientras él la sigue como un preso
en la sentencia de esta historia.

Traducción por JDaniel Perrotta, de American Poetry Review.







Sonetos de la muerte, por Gabriela Mistral

I <

Del nicho helado en que los hombre te pusieron
te bajaré a la tierra humilde y soleada.

Que he de morirme en ella los hombres no supieron
y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas
y en la azulada y leve polvareda de luna,
los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejaré cantando mis venganzas hermosas
¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna
bajará a disputarme tu puñado de huesos!


II

Este largo cansancio se hará mayor un día,
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada vía,
por donde van los hombres, contentos de vivir...

Sentirás que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperaré que me hayan cubierto totalmente...
¡Y después hablaremos por una eternidad!

Sólo entonces sabrás el porqué no madura
para las hondas huesas tu carne todavía,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.

Se hará luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrás que en nuestra alianza signo de astros había
roto el pacto enorme, tenías que morir...







Cuchillo, por Maggie Anderson


Mi memoria afilada en un borde,
esta hoja, aquel pan, el relato de
mi padre sosteniendo la hoja en mi garganta.
¿Qué sabes sobre cuchillos?
¿Si te dijera que te he seguido a tu casa
en la noche, que conozco tu coche,
las calles que recorres, dónde vives,
y que te he esperado en las [tardes
después de trabajar con un cuchillo en la mano,
si te dijera esto, estarías asustado,
no dormirías, no es así?

El cuchillo que llevo siempre en mi bolsillo
era para defenderme de ti. Ahora se ha
transformado y  sostengo no un escudo
sino una espada, no una protección sino un arma,
un hambre sofisticada para oler tu miedo.
No puedo decir si lo que siento es

enojo u horror,
este lugar  en donde fui herida por cuchillos,
y por su amenaza,
el lugar que deseo darte en este poema
y dejar que te preguntes si lo que quiero decir
es, digamos, realmente verdad.

Traducción por JDaniel Perrotta, publicado en American Poetry Review.







Mi joven vecina ladra a todas horas, por Dina Posada




 Porque el polvo
empaña su ánimo
porque el viento acelera
el pulso ante su puerta
porque en su tejado la luna
es una metáfora tullida
porque el amor
no adereza su nombre
porque en la cama
-a pesar del marido-
sólo se santigua
y duerme







Carta de Beatriz a Dante (En un día imposible de precisar), por Lauren Mendinueta


                  Poema inédito del libro Autobiografía Ampliada


Por voluntad divina
Nos une la memoria.
La sombra de tu cercano tormento
Se mezcla con la mía
Blandamente como si entrara al paraíso.
¡Agonía
emerges desde el fondo de los siglos!
Si pudiera lanzaría tu nombre
A los brazos infinitos de la noche.
Libre
Sería un ave no tocada por el cielo.
Espigada sombra
Fulguras desterrada.
Cuando retornes al paraíso
Será mi rostro
Una visión con velas
Encendida en desolación.
Será mi cuerpo
Un traje rumoroso
En los huesos lucientes.
¿Qué fatalidad
Encadena el alma
Con las ilusiones fallidas?
Es bueno guardar silencio
Cuando se ha visto al fuego
Caer del cielo.







Sentencia, por Alejandra Ziebrecht


Como un condenado
a muerte
se aísla tu recuerdo
tan humano el
tan constante
se me olvida a veces
cuando quiero dibujarlo
gritarlo en un bar
hacerlo diatriba
En algún lugar de mi memoria
(terrorista arrepentido)
me traiciona
empuña mis heridas
enrodado
insurrecto
roba alas al calendario
como si no bastase
este sol a media asta
la calle bordada de esqueletos
y este cigarrillo interminable
con que enfrento
tu lento
caminar
al
paredón.







Ladrón de chispas, por Dara Wier


Dios venía de una galaxia sin nombre
con un abrelatas y una actitud
y lirios soslayadores de estrellas y borlas.
La inflorescencia llega a la ciudad los lunes,
si recuerdo correctamente. A principios de Junio
una cierva prueba uvas en los calurosos campos,
aproximadamente a las cinco de la mañana.
Y mucho después de que nuestros glaciares se retiraron
se apaga una alarma de lagartija prehistórica
encoge los hombros y levanta su cabeza
en la niebla caliente de enero. Si recuerdo correctamente,
me encontraste ocultándome debajo de una cama mientras leía un libro
acerca de hacer cosquillas y besarse. Me ofreciste una pequeña pera amarilla.
Deseé devolver el azúcar, los huevos, la vainilla, y
la cerca quebrada. Si recuerdo correctamente,
eras dos generales que intercambiaban prisioneros
en soposos prados de azufre.
Si recuerdo correctamente, tu cara fue iluminada
por el encender de un fósforo y el brillo de una maceta
con tulipanes electricos, demasiado blancos.
Mis ojos giraron en las cuencas,
sus clínicas del dolor, ya no podrían mirar más
un leopardo de nieve que patrullaba un laberinto de onyx en el claro de luna.

Traducción por JDaniel Perrotta







Fatiga, por Carmen Jodra




Hay demasiadas cosas
de las que preocuparse,
siempre distintas, siempre imprescindibles,
y nunca se termina,
y apenas se respira... Y además
está el muchacho que jamás nos mira,
la chica que no sabe que la amamos
Y Platón predicando represiones...
Y a esto le llaman vida...







Pasión, por Susana March


¡Este oleaje denso de la sangre,
marca oscura y terrible!
No amor. Ansia de besar la tierra,
los árboles, el aire.

Acaríciame...
Soy una música callada,
misteriosa y bellísima,
¡Acaríciame!

El mundo se llenará de sonidos vibrantes
de un hondo rumor de caracolas
¡Ah, esta sed! No quiero más
que morirme,
dejar mi cuerpo atrás, destruído, harapiento,
¡No quiero más que morirme!

¿Qué es una mujer desnuda?
Una ola, un bloque de mármol,
un puñado de tierra,
un cráter para mirar al infierno.







te lo regalo, Beatriz E. Andrade Itubarría


"repetiré los nombres de todas esas cosas
que nos salvaban de morir"
rubén vela


las idas al aeropuerto cuando son en reversa
parece que acumularan un dolor hecho a la medida,
por la inquina de un diestro sastre...

deja uno el auto bien estacionado,
carga las maletas, documenta según el protocolo
y esperando que llegue la hora,
a veces el café o un cigarrillo
se incorporan al incómodo oficio de aguardar...

entonces de golpe se nos echan encima
todos y cada uno de los dias recién vividos
y cuando la emoción es tanta
como para ameritar un borbotón de lágrimas magenta,
nos lo negamos
pedimos a la mesera que rellene la taza
con más líquido humeante y oscuro
y proseguimos en la recapitulación del viaje
-que ya agoniza en el lecho de nuestros corazones
con ese maldito sarcasmo que tienen todas las cuentas regresivas-

"pero si parece que fue ayer cuando llegaste" -repetimos
"se fue volando el tiempo" recontra repetimos
mientras las manecillas traicioneras
esperan en el palco de honor y con traje de etiqueta
el momento en que por fin nos hagamos agua

el altavoz anuncia:
"la salida del vuelo 457 con destino a la lejanía más absoluta"

no más sonrisas...
no más sobremesas con migas y mantel a cuadros...
no más amaneceres próximos -tu pecho abotonando mi espalda-...
no más nuestras manos...
no más mis besos en los tuyos...
no más miradas...
no más complicidad en el deseo...
no más ternura y empalago...
no más poemas sobre las sábanas...
no más tu voz...
no más la mía...
no más... no más!

pagamos la cuenta en efectivo - la cuenta ¿de qué?-
cargamos el equipaje de mano
como queriendo suavizar cualquier sobrepeso
y en un auténtico via crucis desandado
el pie derecho y el izquierdo
hacen de las suyas hasta llevarnos al adiós definitivo

¿cuánto tendrían que medir nuestros brazos
para poder circuir con todo el amor que somos,
a ese amor que se nos va?

¿en qué tiempo se conjugan las horas que jamás llegaron?

¿por qué duele tanto el suelo de los aeropuertos -de todos-?

la ropa nos queda húmeda
húmedos los dientes, húmedos los labios
damos media vuelta...nos viramos nuevamente
y mientras aquella silueta suya
se empequeñece tragada por el horizonte
nosotros, los que jamás nos vamos
retornamos a la garganta de la soledad
...a la vida diaria







El secreto, por Denise Levertov


Dos muchachas descubren
el secreto de la vida
repentinamente en una línea de poesía.

Yo que no sé el secreto escribí
la línea.
Ellas me dijeron

(a través de una tercera persona)
la habían encontrado
pero no cuál era


qué línea era. No dudo
ahora, más de una semana más tarde,
que han olvidado el secreto,

la línea, el nombre
del poema. Las amo
por encontrar
lo que no puedo encontrar,

y por amarme
por la línea que escribí,
y por olvidarse de ella

de modo que mil veces,
hasta que la muerte las encuentre,
pueden descubrirla otra vez,
en otras líneas

en otros sucesos.
Y por desear saberlo,
por el asumir

que allí hay
una suerte de secreto, sí,
por eso
sobretodo.


Traducción por JDaniel Perrotta.







Pequeñas lecciones de erotismo, Gioconda Belli


I

Recorrer un cuerpo en su extensión de vela
Es dar la vuelta al mundo
Atravesar sin brújula la rosa de los vientos
Islas golfos penínsulas diques de aguas embravecidas
No es tarea fácil - si placentera -
No creas hacerlo en un día o noche de sábanas explayadas
Hay secretos en los poros para llenar muchas lunas

II

El cuerpo es carta astral en lenguaje cifrado
Encuentras un astro y quizá deberás empezar
Corregir el rumbo cuando nubehuracán o aullido profundo
Te pongan estremecimientos
Cuenco de la mano que no sospechaste

III

Repasa muchas veces una extensión
Encuentra el lago de los nenúfares
Acaricia con tu ancla el centro del lirio
Sumérgete ahógate distiéndete
No te niegues el olor la sal el azúcar
Los vientos profundos cúmulos nimbus de los pulmones
Niebla en el cerebro
Temblor de las piernas
Maremoto adormecido de los besos

IV

Instálate en el humus sin miedo al desgaste sin prisa
No quieras alcanzar la cima
Retrasa la puerta del paraíso
Acuna tu ángel caído revuelvele la espesa cabellera con la
Espada de fuego usurpada
Muerde la manzana

V

Huele
Duele
Intercambia miradas saliva impregnate
Da vueltas imprime sollozos piel que se escurre
Pie hallazgo al final de la pierna
Persíguelo busca secreto del paso forma del talón
Arco del andar bahías formando arqueado caminar
Gústalos

VI

Escucha caracola del oído
Como gime la humedad
Lóbulo que se acerca al labio sonido de la respiración
Poros que se alzan formando diminutas montañas
Sensación estremecida de piel insurrecta al tacto
Suave puente nuca desciende al mar pecho
Marea del corazón susúrrale
Encuentra la gruta del agua

VII

Traspasa la tierra del fuego la buena esperanza
navega loco en la juntura de los océanos
Cruza las algas ármate de corales ulula gime
Emerge con la rama de olivo llora socavando ternuras ocultas
Desnuda miradas de asombro
Despeña el sextante desde lo alto de la pestaña
Arquea las cejas abre ventanas de la nariz

VIII

Aspira suspira
Muérete un poco
Dulce lentamente muérete
Agoniza contra la pupila extiende el goce
Dobla el mástil hincha las velas
Navega dobla hacia Venus
estrella de la mañana
- el mar como un vasto cristal azogado -
duérmete naúfrago.







Hay que asumir, pendeja, por Malú Urriola


Hay que asumir, pendeja
que estás sola
que te bailas un rock
para quitarte las ganas -tú sabes de que-
porque de tanto perraje patriarcal trompeteado
estás hasta la tusa
y ellos siguen tirándose a partir
prejuiciados
amablemente discrepantes
hey, malú, una raja, qué te importa
por eso callas y luego ríes
porque nadie te llena el hoyo;
ni el vino
ni los machitos
ni mirar sus traseros sin forma
no te queda más que caminar borracha
y llegar borracha a tu home
piedrita mendiga.







Cuán delicada luz es la del joven, Carmen Conde


¡Cuán delicada luz es la del joven
y qué perfumada sombra la suya
junto a la mía, opaca, envolviendo el ascua
del indomable anhelo!
¡Cuánta fragilidad en su paso,
en su atención a lo inaudible
que le atrae desde mi distancia...!

Joven y lejano, remoto y esperanzado
muchacho que inauguras vacilante
tu diálogo conmigo.
No quiero respirar por no mustiarlas,
por no despojarte de hojas;
porque me gusta el verdor que trepa ávido
alcanzándote los ojos.

Limpios ojos tuyos, sin cenizas
de hogueras; sin racimos
de imágenes temblorosas.
Ojos tuyos intactos,
sobre tu boca que no prometió
ni mintió seguridades.

Y tu pecho nuevo y fresco,
la yerba olorosa de tu cabeza,
la firme inseguridad de tu paso...!

No duelo nostalgia de juventud;
si fuera joven no te amaría.
Es porque llevo tiempo en el corazón
y en las sienes,
por lo que tú, inesperado joven,
apareces adorablemente imposible.
Un chopo junto a la orilla
de mi agua cargada de paisajes
oscura de cielo oscuro de amanecer.

O un delicioso caballo moreno
piafando en los tréboles húmedos.
La copa del árbol que verdea alegre
arriba del oro otoñal que se deshoja
enfriando los jardines.

Eso eres tú. Te oigo afirmar que eres futuro
mientras no hay un presente que te ignore
ni te iguale, del cielo a la tierra!

Bendito sea el arranque
de tu vida deslumbrada y cálida,
ansiosa de apartar lo que conoces.
Corre, huye, no detengas tu paso
junto a ninguna fuente.
No mires los estanques -mis ojos-,
ni siquiera los ríos -mis brazos-,
muchísimo menos la mar:
mi boca fría y melancólica.

Espérate a ti mismo
en las locas encrucijadas del futuro.
¡Vete ya contigo!

¡Cuán dulce es el saber que eres ligero,
y sin memoria y sin piedad;
que eres un ciervo atravesando los montes!
Ágil muchacho esquivo,
impreciso y cierto, vulnerable y duro
como una palabra
que no me atrevo a decirte...
Como una pena inesperada
que me acumula el corazón.