Sonetos

 

Al que, ingrato, me deja.

Al que, ingrato, me deja, busco amante; 
al que amante me sigue, dejo, ingrata; 
constante adoro a quien mi amor maltrata, 
maltrato a quien mi amor busca constante.
  

Al que trató de amor hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata,
triunfante quiero ver al que me mata
y mato al que me quiere ver triunfante
  

Si a éste pago, padece mi  deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo;
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo:
de quien no quiero, ser violento empleo; 
que de quien no me quiere, vil despojo.

Sor Juana Inés de la Cruz

 

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Detente, sombra.

Detente, sombra de mi bien esquivo,

imagen del hechizo que más quiero,

bella ilusión por quien alegre muero,

dulce ficción por quien penosa vivo.

 

Si al imán de tus gracias, atractivo,

sirve mi pecho de obediente acero,

¿para qué me enamoras lisonjero

si has de burlarme luego fugitivo?

 

Mas blasonar no puedes, satisfecho,

de que triunfa de mí tu tiranía:

que aunque dejas burlado el lazo estrecho

 

que tu forma fantástica ceñía,

poco importa burlar brazos y pecho

si te labra prisión mi fantasía.

Sor Juana Inés de la Cruz.

 

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En perseguirme, mundo... 

¿En perseguirme, mundo, qué interesas? 
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento 
poner bellezas en mi entendimiento 
y no mi entendimiento en las bellezas? 
   

Yo no estimo tesoros ni riquezas, 
y así, siempre me causa más contento 
poner riquezas en mi entendimiento 
que no mi entendimiento en las riquezas. 

Y no estimo hermosura que vencida 
es despojo civil de las edades 
ni riqueza me agrada fementida, 

teniendo por mejor en mis verdades 
consumir vanidades de la vida 
que consumir la vida en vanidades.

Sor Juana Inés de la Cruz.

 

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ESTA TARDE MI BIEN

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y tus acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me vieses deseaba;

y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía:
pues entre el llanto, que el dolor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste:
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

                                             Sor Juana Inés de la Cruz 

 

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Este amoroso tormento

Este amoroso tormento

que en mi corazón se ve,

sé que lo siento, y no sé

la causa porque lo siento.

 

Siento una gran agonía

por lograr un devaneo,

que empieza como deseo

y para en melancolía.

 

Y cuando con más terneza

mi infeliz estado lloro,

sé que estoy triste e ignoro

la causa de mi tristeza.

 

Siento un anhelo tirano

por la ocasión a que aspiro,

y cuando cerca la miro

yo misma aparto la mano.

 

Porque, si acaso se ofrece,

después de tanto desvelo,

la desazona el recelo

o el susto la desvanece.

 

Y si alguna vez sin susto

consigo tal posesión,

cualquiera leve ocasión

me malogra todo el gusto.

Sor Juana Inés de la Cruz.

 

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Este que ves, engaño colorido

 

Este que ves, engaño colorido,

que del arte ostentando los primores,

con falsos silogismos de colores

es cauteloso engaño del sentido;

 

éste, en quien la lisonja ha pretendido

excusar de los años los horrores,

y venciendo del tiempo los rigores

triunfa de la vejez y del olvido,

 

es un vano artificio del cuidado,

es una flor al viento delicada,

es un resguardo inútil para el hado:

 

es una necia diligencia errada,

es un afán caduco y, bien mirado,

es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

             Sor Juana Inés de la Cruz.

 

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Rosa divina

Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.

Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unió naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura.

¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida.

De tu caduco ser das mustias señas!
Con que con docta muerte y necia vida,
Viviendo engañas y muriendo enseñas.

Sor Juana Inés de la Cruz.

 

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Yo no puedo tenerte ni dejarte.

 

Yo no puedo tenerte ni dejarte,

ni sé por qué, al dejarte o al tenerte,

se encuentra un no sé qué para quererte

y muchos sí sé qué para olvidarte.

 

Pues ni quieres dejarme ni enmendarte,

yo templaré mi corazón de suerte

que la mitad se incline a aborrecerte

aunque la otra mitad se incline a amarte.

 

Si ello es fuerza querernos, haya modo,

que es morir el estar siempre riñendo:

no se hable más en celo y en sospecha,

 

y quien da la mitad, no quiera el todo;

y cuando me la estás allá haciendo,

sabe que estoy haciendo la deshecha.

             Sor Juana Inés de la Cruz.

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Redondillas

 

Hombres necios

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz

 

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Décima

Favores que son tan llenos,

no sabré servir jamás,

pues debo estimarlos más,

cuanto los merezco menos.

De pagarse están ajenos

al mismo agradecimiento;

pero ellos mismos intento

que sirvan de recompensa,

pues debéis a mi defensa

lucir vuestro entendimiento.

Sor Juana Inés de la Cruz

 

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