Cadena
de favores
Casi
no la había visto. Era una señora anciana con el auto varado en el camino. El
día estaba frió, lluvioso y gris. Juan se pudo dar cuenta que la anciana
necesitaba ayuda.
Estacionó su vetusto automóvil delante del Mercedes de la anciana, aún estaba
tosiendo cuando se le acercó.
Aunque con una sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta que la anciana
estaba preocupada. Nadie se había detenido desde hacía más de una hora,
cuando se detuvo en aquella transitada carretera.
Realmente, para la anciana, ese hombre que se aproximaba no tenía muy buen
aspecto, podría tratarse de un delincuente.
Más no había nada por hacer, estaba a su merced. Se veía pobre y hambriento.
Juan pudo percibir como se sentía. Su rostro reflejaba cierto temor. Así que
se adelantó a tomar la iniciativa en el diálogo: -- Aquí vengo para ayudarla
señora, entre a su vehículo que estará protegida del clima. Mi nombre es
Juan...
Gracias a Dios solo se trataba de un neumático bajo, pero para la anciana se
trataba de una situación difícil. Juan se metió bajo el carro buscando un
lugar donde poner el "gato" y en la maniobra se lastimó varias veces
los nudillos.
Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana y
comenzó a platicar con él.
Le contó de donde venía; que tan sólo estaba de paso por allí, y que no sabía
como agradecerle. Juan sonreía mientras cerraba el baúl del coche guardando
las herramientas.
Le preguntó cuanto le debía, pues cualquier suma sería correcta dadas las
circunstancias, pues pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado de no
haber contado con la gentileza de Juan.
Él no había pensado en dinero. Esto no se trataba de ningún trabajo para él.
Ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por las veces que a él,
a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba en situaciones similares.
Juan estaba acostumbrado a vivir así. Le dijo a la anciana que si quería
pagarle, la mejor forma de hacerlo sería que la próxima vez que viera a
alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder asistirla, lo hiciera de
manera desinteresada, y que entonces... -- tan solo piense en mi -- agregó
despidiéndose.
Juan esperó hasta que al auto se fuera. Había sido un día frío, gris y
depresivo, pero se sintió bien en terminarlo de esa forma, estas eran las cosas
que más satisfacción le traían. Entró en su coche y se fué.
Unos kilómetros mas adelante la señora divisó una pequeña cafetería.
Pensó que sería muy bueno quitarse el frío con una taza de café caliente
antes de continuar el último tramo de su viaje.
Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado. Por fuera había dos
bombas viejas de gasolina que no se habían usado por años. Al entrar se fijó
en la escena del interior.
La caja registradora se parecía a aquellas de cuerda que había usado en su
juventud. Una cortés camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel
para que se secara el cabello, mojado por la lluvia.
Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que no
se borra aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera
estaría de ocho meses de dulce espera, y sin embargo esto no le hacía cambiar
su simpática actitud.
Pensó en cómo gente que tiene tan poco pueda ser tan generosa con los extraños.
Entonces se acordó de Juan... luego de terminar su café caliente y su comida,
le alcanzó a la camarera el precio de la cuenta con un billete de cien dólares;
cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se había
ido.
Pretendió alcanzarla, al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito en
una servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100.
Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota: -- No me debes nada,
yo estuve una vez donde tú estás. Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando
a ti. Si quieres pagarme, esto es lo que puedes hacer: no dejes de asistir y ser
bendición a otros como hoy lo hago contigo. Continúa dando de tu amor y no
permitas que esta cadena de bendiciones se rompa...
Aunque había mesas que limpiar y azucareras que llenar, aquél día se le fue
volando.
Esa noche, ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en su cama,
para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó
en lo que la anciana había hecho con ella.
¿Cómo sabría ella las necesidades que tenían con su esposo, los problemas
económicos que estaban pasando, máxime ahora con la llegada del bebé?
Era consciente de cuan preocupado estaba su esposo por todo esto.
Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo, mientras lo besaba
tiernamente, le susurró al oído:
-- Todo va a estar bien, te amo... Juan....
