AL DIOS Y LA IGLESIA QUE ALEGRARON MI JUVENTUD
Siempre me admiró la forma como la Iglesia Católica se entrañaba
en la vida de los pueblos y de las familias. Cómo sostenía
sus costumbres, haciéndose carne de ellas, y cómo a la vez
las santificaba.
¡Qué
obra de arte, de armonía y de profundidad fue la civilización
cristiana! Las plegarias cotidianas y los toques de oración señalaban
las horas del día. Las fiestas y el año litúrgico
marcaban los tiempos, las faenas y el descanso.
Cristianas eran
las alegrías y cristianos los dolores del pueblo cristiano. Santo
el nombre de cada humano, y su fiesta era de un santo. Un sacramento alumbraba
la vida que nacía, otro, la plenitud gozosa del matrimonio; otro
consolaba al que se iba de este mundo.
¿Qué
fácil era el cura de pueblo, desde la dignidad de su sotana, mantener
el respeto reverencial y ala vez el gesto amable y paternal! ¿Qué
figura venerable la del párroco de nuestra juventud! Cómo
acudían a él los niños a besarle la mano, pronunciando
el "Ave María Purísima". Y a escuchar de sus labios siempre
una palabra de padre. El era inequívocamente pastor, y a él
acudían para consuelo y consejo las tribulaciones de la juventud
y las pensa de la vejez. Y aquellas gentes tenían como la mayor
honra de su vida ver a un hijo suyo sacerdote.
¡Qué
grandeza la de los templos que nuestra fe levantó! En cualquiera
de nuestra aldeas su templo parroquial vale más que todo el pueblo
junto.
Y qué
dignidad y belleza la del culto divino, aun con los medios más modestos.
El latín, el canto gregoriano, la solemnidad de la misa "de Angelis",
obras de una tradición milenaria. Y en el funeral por el que se
nos fue, qué estremecimiento íntimo en el oficio de difuntos,
ene l "Dies irae", en el responso final... Las devociones sinceras de la
Virgen del lugar, Las procesiones de santos, la romería anual...
apostolado sencillo, religión entrañada y de verdad, que
no hizo llegar pujante y consoladora la fe de nuestros mayores, la del
mismo Cristo...
Pero llegó
el post-concilio y con él, el "nuevo cura". Ya todo terminó.
El sabe más que veinte siglos de catolicidad. En su inmenso portafolios
lleva un nuevo culto, casi una nueva religión, que aprendió
de maestros holandeses. Y un inmenso desprecio por la fe de aquel lugar.
Ya no vestirá
sotana, vestirá como cualquiera, y con torpe desenvoltura tratará
de hablar y de reír como los demás. Con él viene "la
Iglesia de los pobres", pero él será el primer párroco
con coche ("instrumento de trabajo" para no estar nunca en el pueblo).
Para reconocer
en él al cura es preciso apelar a nociones abstractas, porque lo
que se ve es la antítesis, su negación misma. ¡Qué
afrenta a la fe, que desprecio al pueblo fiel!.
Ya no hay unción
ni respeto, ni devoción, ni fervor. Solo ruidos, innovación,
petulancia e impiedad. Ya los niños no acuden al paso del sacerdote.
¿A qué fin ?. Todo cuanto ha existido debe ser cambiado por
"preconciliar". Ya no suenan las campanas del Angelus, ni el pueblo se
reúne en la Misa Mayor. Fiestas y procesiones han sido alteradas
o suprimidas sin el menor respeto; incluso el santoral ha cambiado.
El culto divino
se ha extenuado hasta su extremo. Ya no existe el latín, ni el gregoriano
de la liturgia católica; toda la polifonía clásica
ha sido estirada. Salmos con ritmo protestante y ritmos irreverentes han
ocupado su lugar.
Y la estridencia,
la improvisación constante, el mal gusto. Altavoces por todas partes
con su resonancia metálica, altavoces de feria en el templo, hasta
en los entierros. (Sordo debe ser su Dios, o no los quiere escuchar). El
silencio, el recogimiento, la oración personal, no tienen ya cabida
en el templo.
Y como substancia
de toda esta siniestra algarabía, la prédica "social". ¿Que
todos la escuchen callados, y que nadie se arrodille al comulgar...!
Violencia a
las almas, violencia a las conciencias y a la sensibilidad... todo en nombre
de la libertad y del "hombre moderno".
Mientras tanto,
las costumbres se corrompen en los pueblos, y la fe se pierde en las almas.
¿Quién enderezará ya todo esto, qué sembrara
de nuevo la fe? ¡Daños, Señor, paciente y fortaleza
para tantos males aguantar!
RAFAEL GAMBRA Publicado en "Luz de Tradición", Sevilla, Septiembre-octubre 1998.
[Revista CRISTO
REY FSSPX. octubre/1990.]