En
La nostra valle, publicación mensual interparroquial de la diócesis
de
Fano-Fossombrone (julio 1997, págs. 4-5) leemos el titular:
Menos
misas para una misa más verdadera [¡sic!].
El articulista se alegra de "oír decir" que "nuestros obispos italianos han dado normas concretas" para la celebración de las misas: "por ejemplo: en una misma iglesia, entre una celebración y otra, interpóngase un espacio de tiempo razonable, cuantificado en una hora y media por lo menos" (aunque el articulista no lo precise, hemos de suponer que se trata de las misas de los días festivos, dado que una hora y media de intervalo para la minimisa de Pablo VI, que no supera el cuarto de hora ni aun en el mejor de los casos, sería absolutamente incomprensible en los días laborables). Motivo de la disposición: "no encaballar las celebraciones... no debe uno sentirse forzado a desarrollar aprisa una liturgia para no invadir el tiempo asignado a la siguiente". Supuesto eso, aunque no sea verdad, ¿no habría estado más en consonancia con la fe limitar el tiempo de la homilía (generalmente tan prolija como vacía, o algo peor todavía), antes que limitar el número de las misas? Porque una disminución ulterior del número de las misas es la consecuencia inevitable de la disposición susomentada. De aquí la consigna lanzada por el artículo: "menos misas y más misa", o sea, "un menor número de misas para una misa más verdadera". Sí, porque -explica el articulista- ésta es la "razón de fondo" de las disposiciones dictadas por el episcopado italiano: "es pastoralmente oportuno, mejor dicho, necesario, disminuir el número de las misas" (como si su número no hubiera sido ya disminuido considerablemente por las "concelebraciones", en las cuales hay muchos concelebrantes, pero una sola misa), dado que su multiplicación (se entiende que en tiempos pasados) "no favoreció el incremento de la estima en que tenían los fieles un acto tan divinamente grande cual es el de la celebración de la Eucaristía (...) La multiplicación de las misas ha ofuscado su valor, rebajando su celebración al nivel de lo rutinario, de lo obligatorio (¡precepto!) [¡sic!], del mero sufragio por los difuntos, de lo devocionista; la celebración por excelencia se ha convertido en la celebración útil para todas las circunstancias... [¿pues qué? ¿es que no lo es?] He aquí los 'Oficios de misa' por los muertos [¡horror!]: una misa celebrada tras otra; he aquí las 'fiestas', cuya solemnidad se mide por el número de sus misas...".Médico, ¡cúrate a tí mismo!
Ante todo, es evidente que quien así escribe (y hacemos votos por que no sea un sacerdote, como todavía nos tememos) no tiene en la menor estima ni la santa misa ni su "divina grandeza", a pesar de que afirme ésta y se yerga en su paladín.
El concilio de Trento definió solemnemente que Nuestro Señor Jesucristo instituyó la santa misa a fin de que la virtud salvífica de su sacrificio cruento "se nos aplique para la remisión de los pecados que diariamente cometemos" (Denz. 938), y Pío XII escribe en la Mediator Dei, ratificando dicha enseñanza solemne: "el augusto sacrificio del altar es un insigne instrumento para la distribución a los creyentes de los méritos derivados de la Cruz del Divino Redentor: 'cada vez que se ofrece tal sacrificio se cumple la obra de nuestra Redención'" (1).
En conclusión, diremos con el P. De Condren que "el sacrificio de la cruz merece todo, pero no aplica nada; el sacrificio de la misa no merece nada, pero aplica todo" (2).
Ahora bien, puesto que la misa nos aplica todos los méritos del Calvario, es menester decir con Sto. Tomás: "el bien común espiritual de toda la Iglesia se contiene esencialmente en el sacramento de la eucaristía" (3), y puesto que "con más misas... se multiplica la oblación del sacrificio y, por eso, se multiplica el efecto del sacrificio" (4), multiplicar las misas significa multiplicar la efusión sacramental de la sangre de Cristo, y por ende de toda gracia, sobre la Iglesia y sobre la humanidad entera.
Si el articulista de La nostra valle creyera, con la Iglesia, que cada vez que se celebra una misa "se cumple la obra de nuestra redención", consideraría, con la Iglesia, "pastoralmente oportuno, mejor dicho, necesario", no disminuir, sino multiplicar el número de las misas.
El eco de Lutero
Es digna de nota la impresionante semejanza que reina entre los motivos pretextados por el articulista de La nostra valle y las "razones" aducidas en su tiempo por Lutero y sus colegas "reformadores".
En la Confesión Augustana, que, aunque redactada por Melanchton, expresa la "teología" de Lutero y aún hoy la consideran los protestantes "como la expresión oficial de la fe de la iglesia luterana" (5), se lee: "es manifiesto -dicho sea sin jactancia- que la misa se celebra con más recogimiento y seriedad entre nosotros [protestantes] que entre los enemigos de nuestra causa [la Iglesia Católica]"(6). ¡Como si la disputa versara sobre el fervor subjetivo, personal, y no sobre el valor intrínseco, objetivo, de la misa, sacrificio verdadero y propio, y no conmemoración pura y simple de la Cena y del Calvario!
En la Confesión Augustana se pasa después al ataque contra las "misas inútiles y superfluas": del "abominable error" de la misa como sacrificio "vino la gran cantidad, y la cantidad inalculable, de las misas. Se pretendía obtener así con tal acto todo aquello de que se tenía necesidad. Al mismo tiempo, la fe en Cristo y el verdadero culto a Dios caían en el olvido" (7). También los protestantes, pues, pedían "menos misas y más misa", o sea: "un menor número de misas para una misa más verdadera".
No obstante, los luteranos eran coherentes con su herejía: rechazaban la praxis católica de la multiplicación de las misas porque rechazaban la doctrina católica de la misa como sacrificio; ¿a santo de qué multiplicar un simple "memorial", una "conmemoración pura y simple" del sacrificio cumplido y concluido de una vez por todas?
Pero... ¿y el articulista de La nostra valle? ¿Es un incoherente? ¿U otro hereje?
De la misa "protestantizada" a una mentalidad protestantizante
En Sì Sì No No (ed. it., 30 noviembre 1996), en la sección Semper infideles, escribimos en torno a otra "novedad" lanzada por un boletín parroquial de la diócesis del Card. Carlo M. Martini, S.I.: la misa sin comunidad "sólo da miedo"; por tanto, es "absolutamente" necesario reducir el número de las misas en los días de fiesta para tener "menos misas" y "más comunidad" (el pretexto es distinto, pero el blanco es el mismo).
Éste es también el eco "católico" de la polémica luterana contra las "misas dichas en un rincón" (Winkelmess), esto es, "las misas privadas, celebradas por sólo el sacerdote, sin la asistencia de los fieles" (8). Pero también aquí los luteranos son coherentes con su herejía: en efecto, al negar la misa como sacrificio, niegan el valor objetivo, intrínseco, de la santa misa. Pero los católicos, que saben que la misa tiene valor en sí, independientemente del número de los presentes, o mejor aún: independientemente de la misma presencia de los fieles, ¿pueden seguir llamándose católicos cuando, como los protestantes, hacen depender el valor de la misa de la asistencia de la comunidad, y de una comunidad numerosa?
En la Mediator Dei (1947), Pío XII, entre las desviaciones que entonces se propagaban subrepticiamente, y que -escribe- "contaminan" la auspiciada "renovación litúrgica" con "errores que atañen a la fe católica y a la doctrina ascética", condena también el error de los que, "acercándose a errores ya condenados, enseñan (...) que es preferible que los sacerdotes 'concelebren' junto con el pueblo presente a que, en ausencia de éste, ofrezcan privadamente el sacrificio" y hasta "reprueban absolutamente las misas que se celebran en privado y sin la asistencia del pueblo", o afirman también "que los sacerdotes no pueden ofrecer la víctima divina en distintos altares al mismo tiempo, porque de esta manera disocian a la comunidad y ponen en peligro su unidad". Salta a la vista que hoy triunfan los errores condenados por Pío XII, "errores que atañen a la fe católica" y, tras ellos, triunfan aquéllos "errores ya condenados" a los que se acercan: los errores de Lutero y de los demás heresiarcas del protestantismo.
El Novus Ordo Missae nos dio un rito de la misa con el que "se acerca uno, sustancialmente, a la teología protestante, que destruyó el sacrificio de la misa" (9). Hoy recogemos los frutos de la misa "protestantizada": una mentalidad cada vez más protestantizante. Y es inevitable: la lex orandi es inseparable de la lex credendi; se reza como se cree y se cree como se reza: si se reza como los protestantes, se acaba pensando como ellos.
"Una simple fiesta de la unidad humana"
Hasta aquí el desprecio sustancial que muestra sentir por la misa el articulista de La nostra valle. Sin embargo, tocante a los fieles, al articulista le asalta una duda: la de que su menosprecio de la misa no se deba a la multiplicación de las misas, sino a factores muy distintos, entre los cuales se cuenta, aunque no en último lugar, la subversión puesta en marcha por el Papa Montini so capa de "reforma litúrgica".
Que los fieles estimen la misa no se consigue disminuyendo el número de las misas, sino restableciendo aquel rito que es una "continua profesión de la fe católica" (Pío XII, Mystici corporis) con la dignidad que tuvo siempre y que hoy ya no tiene y, simultáneamente, alimentando la piedad personal o subjetiva, tan denigrada hoy (también por el articulista) como "devocionismo".
En la Mediator Dei condenó también Pío XII el error, que entonces ya se anunciaba, de cuantos "querrían abandonar o atenuar la 'piedad subjetiva' o personal", porque "consideran que se deben abandonar las otras prácticas religiosas no estrictamente litúrgicas y cumplidas fuera del culto privado".
"Es verdad -escribe- que los sacramentos y el sacrificio del altar tienen una virtud intrínseca en cuanto que son acciones del mismo Cristo que comunica y difunde la gracia de la cabeza divina en los miembros del cuerpo místico; pero, para tener la debida eficacia, exigen buenas disposiciones de nuestra alma". Y estas buenas disposiciones se crean recurriendo precisamente a "todas las previsiones y los ejercicios de piedad no estrictamente litúrgicos", como "la meditación de las realidades sobrenaturales", el examen de conciencia, y todas las demás "prácticas espirituales" (hoy en desuso): "de esta manera, la acción privada y el esfuerzo ascético dirigido a la purificación del alma estimulan las energías de los fieles y los disponen para participar con mejores disposiciones del augusto sacrificio del altar, para recabar mejor fruto de la recepción de los sacramentos, para celebrar los sagrados ritos de manera que salgan de ellos más animados y formados en la plegaria y en la abnegación cristiana, para cooperar activamente con las inspiraciones y con las invitaciones de la gracia, y para imitar, cada día más, las virtudes del Redentor, no sólo en su propio provecho, sino también en el de todo el cuerpo de la Iglesia, en el que todo el bien que se cumple proviene de la virtud de la Cabeza y redunda en beneficio de los miembros". De la piedad personal nace así la participación fructífera, y de la participación fructífera, la estima de la Santa Misa.
"Por grandes motivos -señala Pío XII- prescribe la Iglesia a los ministros del altar y a los religiosos que, en los tiempos establecidos, vaquen a la pía meditación, al diligente examen y enmienda de la conciencia, y a los otros espirituales ejercicios (cfr. CIC, can. 125, 126, 565, 571, 595, 1367), puesto que están aquéllos destinados de manera particular a cumplir las funciones litúrgicas del sacrificio y de la alabanza divina", y concluye: "sin duda, la plegaria eucarística, al ser una súplica pública de la ínclita esposa de Jesucristo, tiene una dignidad mayor que la de la plegarias privadas; pero dicha superioridad no significa que entre estos dos géneros de plegaria haya contraste u oposición. Entrambas se funden y se armonizan porque están animadas por un único espíritu: 'Cristo lo es todo en todos' (Col. 3, 11), y tienden al mismo objeto: 'hasta ver a Cristo formado en vosotros' (cfr. Gál. 4, 19)".
Ahora bien, ¿qué ha sido de la "piedad subjetiva" y de las "plegarias privadas" tras el Concilio? Dejemos que nos lo diga el Card. Siri, que escribía en 1978: "se ensaya un tipo de oración que se considera válida sólo si se la hace en comunidad y en virtud de la comunidad. A la oración privada, más que negligirla, se la escarnece, con el resultado de que no se ruega si no se halla uno en una comunidad. Parece un simple error de hecho, pero no es así, por el contrario. Bajo él se difunden errores subrepticiamente, no directamente percibidos, pero adquiridos inconscientemente mediante la praxis: cuando se hagan conscientes constituiránla mejores muestras de la rabia contra todo lo que es, lo que fue y lo que será. He aquí los errores: negación de la persona en provecho de la comunidad: no es difícil ver en ello una probable marca marxista: la exageración de la comunidad, no tanto por amor a la comunidad (o al ghetto, tal vez) cuanto porque la cosa da prioridad a la base sobre el vértice; o sea: invierte la institución de la Iglesia y, por tanto, la hace grata a los supuestos protestantes (...) No es difícil ver en ello la pezuña (*) de los que querrían volver a Lutero. Para colmo hay de por medio un Concilio Ecuménico Tridentino que creyó que hacía infaliblemente muchas decenas de definiciones en sentido estricto. La praxis inconsciente es el camino del error subversivo. La doctrina católica, magníficamente expuesta y resumida en la 'Mediator Dei', da a la piedad y a la oración privada lo que les corresponde en tanto que principios de verdad y diligencia para la oración pública y oficial. Los que en la iglesias hacen retumbar continuamente los oídos, no dejando instante alguno para la concentración personal, están sin saberlo (¡esperémoslo!) en la parte no bien informada [caritativo eufemismo]" (10).
Al mismo tiempo, mientras se denigraba y desanimaba la piedad personal, se introducían en la misa, reducida a un rito presuroso y ambiguo: "costumbres estrambóticas y dignas de un circo -sigue diciendo el Card. Siri-, conque no maravilla que la Eucaristía se vuelva para algunos una simple fiesta de la unidad humana" (12). Con la estima que merece "una simple fiesta de la unidad humana" -agregamos nosotros-.
Dos jubileos y el triunfo de la "secta antilitúrgica"
Y he aquí la exhortación final del articulista de La nostra valle: "en este primer año del trienio de preparación inmediata para el jubileo del dos mil (...) la reflexión encaminada a obrar nuestra 'conversión' debería conducirnos a poner la eucaristía en el centro de nuestro trabajo de revisión y de compromiso"; trabajo de "revisión" cuya primera etapa estriba en la disminución ulterior del número de misas, notablemente disminuido ya por las concelebraciones. Exactamente en las antípodas del "año de Jesucristo" celebrado por Pío XI para conmemorar el XIX Centenario de la Redención (1935). En aquella ocasión se celebraron en la gruta de Lourdes, ininterrumpidamente, por tres días y tres noches, ciento cuarenta misas, como conclusión del "Jubileo de la redención humana", con sumo agrado de Pío XI, que aplaude "sin reservas" la iniciativa (emulada en otras diócesis) en una Carta a Mons. Gerlier, obispo de Lourdes, en la que declara que el jubileo no podía concluirse "más digna y convenientemente".
Hoy, a un jubileo concluido con la multiplicación de las misas se quiere oponer, al parecer, un jubileo coronado por la... disminución del número de las misas.
Tiene todos los visos de ser una profecía cuanto escribía Dom Guéranger respecto a la que él denominaba "secta antilitúrgica". A propósito del sínodo de Pistoia, cuyos errores derivan del protestantismo por conducto del jansenismo, escribe Dom Guéranger: "pero, volviendo al divino sacrificio, mirad con cuánta insistencia se repite esta verdad (en sí misma incontestable, mas de la cual es tan fácil abusar en esta época de calvinismo enmascarado): que el pueblo ofrece [el sacrificio] junto con el sacerdote (...) Y no le basta a la secta, la cual puede insultar al sacrificio católico, pero no puede abolirlo. Por ello, todo su esfuerzo tenderá a hacer menos frecuente su celebración (...) la veremos prohibir la celebración simultánea de las misas en una misma iglesia; llegará hasta a reducir el número de los altares a uno sólo (...) hallará un nuevo medio para limitar ulteriormente la oblación de este sacrificio que tan odioso le resulta: será el restablecimiento del uso de la iglesia primitiva, según el cual todos los sacerdotes de una iglesia concelebraban una única misa..."(13)
A partir de la "reforma litúrgica" de Pablo VI hemos asistido a la puntual realización de este programa de "autodemolición" litúrgica, y si las cosas andan como auspicia el articulista de La nostra valle, el jubileo del 2000 coronará, entre otras cosas, también el triunfo de la "secta antilitúrgica".
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NOTAS
(1) Missale Romanum, secreta del IX domingo después de Pentecostés, citada también por el Vaticano II en el Decreto Presbyterorum Ordinis.
(2) Cit. en Per meglio servire Dio, Ed. Paoline, 1957.
(3) S. Th. II q. 65 a. 3 ad 1: Bonum commune spirituale totius Ecclesiae continetur substantialiter in ipso Eucharistiae sacramento". Cfr. Concilio de Trento, sesión del 17 de septiembre de 1562: decreto sobre la Santa Misa.
(4) S. Th. III q. 79 a. 7 ad 3: In pluribus vero missis multiplicatur sacrificii oblatio. Et ideo multiplicatur effectus Sacrificii [a buen seguro que en un número mayor de misas se mul.