Ya
no era una Gardenia.
Capítulo
único.
Hicksu
Bellum
~~~~~
Y
allí estaba nuevamente observando la pálida luna a través de las ventanas
maltrechas de la choza que la cobijaba. ¿Cuántas veces mas sus padres tendrían
que verla pasar por aquel trance que cada noche era repetido casi sin falta?
La
luna gélida parecía observarle también fijamente, con sus suaves destellos,
mientras que la brisa corría suave y perfumada por la campiña. El aroma a
primavera se dejaba sentir por todos lados y en especial el aroma a las
gardenias que crecían bajo la ventana de la joven, gardenias que cuidaba con
esmero, puesto que habían sido regalo de aquel formidable caballero que le
hiciera arrancar los mas tiernos suspiros a la joven doncella.
Sus
largos y lisos cabellos castaños caían en desbordantes mechones sobre su
espalda, trataba de controlarlos enredándolos en un trenzado que realizaba con
sus finas y ágiles manos, hasta el punto en el cual los ataba con una cinta
negra. Sus ojos castaño-cobrizos seguían atentamente observando al bello astro
que iluminaba la noche. Y sus pensamientos seguían perdidos en la presencia y
figura de aquel caballero que se había robado su corazón.
~~~~~
La
mañana había llegado presurosamente. Y el sol con sus rayos profundos y
dorados había penetrado por la ventana hasta dar con la cara de la joven que
desperezándose decidió dar comienzo al nuevo día.
Como
cada mañana debía levantarse para realizar las cosas propias de la choza en
que vivía. Su familia era de pastores y sus padres salían temprano cada mañana
antes de que rayara el alba para llevarse los rebaños hacia las montañas a
pastar. Y ella como la mas joven de su morada debía de quedarse en casa para
realizar las labores, claro que cuando las terminaba era libre para poder pasear
por los alrededores y descansar. Cosa que hacía con verdadero deleite... se había
acostumbrado a la pobreza en que vivían pero igualmente le producía cierta
tristeza el ver su humilde hogar construido de barro y paja.
Una
vez concluidos los quehaceres se dijo que era tiempo de salir, de recorrer su
parte favorita del bosque, las orillas de aquel lago que se habían transformado
en refugio de sus sentimientos, en desahogo de su pasión.
Descalza
iba pisando sobre la hierba que cubría el piso del bosque, un raído vestido
grisáceo le cubría el cuerpo delineando su forma, sus brazos blancos se movían
apartando aquellas ramas que pudieran interponerse en su camino, y sus cabellos
libres de cualquier atadura se mecían al compás de sus pasos y de las briznas
que suavemente recorrían el espacio.
Mas
adelante distinguía la ya tan conocida luz que circundaba al lago, haciéndole
brillar como a un precioso cristal, y sus pasos se hicieron cada vez mas
sigilosos, como tanteando el suelo que pisaba, como una felina figura acechando
a su presa. La semi-oscuridad dio paso a resplandores dorados a su alrededor
y... allí... casi frente a ella, un caballo pastaba tranquilamente mientras un
gallardo hombre de negra armadura observaba fascinado tal aparición.
Una hermosa sonrisa cruzó su rostro al acercarse al caballero, mientras aquél, apeándose de su fiel cabalgadura salía a recibirla con los brazos abiertos. Entre aquellos brazos olvidaba todo, salvo que lo amaba.
No
se sorprendió cuando en su semi-cubierta espalda sintió el frío tacto de algo
suave recorrerle. Ya sabía lo que era. Él siempre le regalaba una gardenia.
Gardenia que quedaba tirada en el suelo, a su lado, muda espectadora mientras él
tomaba posesión de su cuerpo y de su alma.
Sintió
el frío provocado por el pasto en el momento en que delicadamente era recostada
sobre él. Sus manos recorrían la ya libre espalda del joven, acariciando cada
centímetro de su amado cuerpo, mientras que los labios de su acompañante hacían
su camino por el cuello de la joven.
Tan
sólo movió su rostro hacia el lado y allí... tirada en el suelo ya no había
una gardenia. Y se detuvo en su recorrido haciéndole detener a él, irguiendo
su cuerpo y controlando su agitada respiración se inclinó a recoger aquella
flor. Él la miraba sonriente, había esperado tan solo aquel momento para poder
explicarle.
-
Te amo Victoria. Quiero que seas mi esposa. – las palabras
resonaron en el interior de la joven, provocándole un cúmulo de sentimientos.
Observando
detenidamente la flor que sostenía entre sus manos, sintió que su vida estaba
completa y que por fin hallaba respuesta a tantos suspiros derramados cada noche
frente a su ventana. No había necesidad de dar una respuesta. Él la conoció
con tan solo ver los ojos de su amada. Y ella... sabía que el sentía todo lo
que no podía expresarle.
Y
le abrazó... para luego besarlo y volver a entregarlo todo ante sus pies.
Mientras la flor caía nuevamente hasta depositarse en el suelo, a su lado. Y allí quedó. Muda expectante de la escena... era una rosa... una rosa negra.