Ya no era una Gardenia.

Capítulo único.

Hicksu Bellum 

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Y allí estaba nuevamente observando la pálida luna a través de las ventanas maltrechas de la choza que la cobijaba. ¿Cuántas veces mas sus padres tendrían que verla pasar por aquel trance que cada noche era repetido casi sin falta? 

La luna gélida parecía observarle también fijamente, con sus suaves destellos, mientras que la brisa corría suave y perfumada por la campiña. El aroma a primavera se dejaba sentir por todos lados y en especial el aroma a las gardenias que crecían bajo la ventana de la joven, gardenias que cuidaba con esmero, puesto que habían sido regalo de aquel formidable caballero que le hiciera arrancar los mas tiernos suspiros a la joven doncella. 

Sus largos y lisos cabellos castaños caían en desbordantes mechones sobre su espalda, trataba de controlarlos enredándolos en un trenzado que realizaba con sus finas y ágiles manos, hasta el punto en el cual los ataba con una cinta negra. Sus ojos castaño-cobrizos seguían atentamente observando al bello astro que iluminaba la noche. Y sus pensamientos seguían perdidos en la presencia y figura de aquel caballero que se había robado su corazón. 

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La mañana había llegado presurosamente. Y el sol con sus rayos profundos y dorados había penetrado por la ventana hasta dar con la cara de la joven que desperezándose decidió dar comienzo al nuevo día. 

Como cada mañana debía levantarse para realizar las cosas propias de la choza en que vivía. Su familia era de pastores y sus padres salían temprano cada mañana antes de que rayara el alba para llevarse los rebaños hacia las montañas a pastar. Y ella como la mas joven de su morada debía de quedarse en casa para realizar las labores, claro que cuando las terminaba era libre para poder pasear por los alrededores y descansar. Cosa que hacía con verdadero deleite... se había acostumbrado a la pobreza en que vivían pero igualmente le producía cierta tristeza el ver su humilde hogar construido de barro y paja. 

Una vez concluidos los quehaceres se dijo que era tiempo de salir, de recorrer su parte favorita del bosque, las orillas de aquel lago que se habían transformado en refugio de sus sentimientos, en desahogo de su pasión. 

Descalza iba pisando sobre la hierba que cubría el piso del bosque, un raído vestido grisáceo le cubría el cuerpo delineando su forma, sus brazos blancos se movían apartando aquellas ramas que pudieran interponerse en su camino, y sus cabellos libres de cualquier atadura se mecían al compás de sus pasos y de las briznas que suavemente recorrían el espacio. 

Mas adelante distinguía la ya tan conocida luz que circundaba al lago, haciéndole brillar como a un precioso cristal, y sus pasos se hicieron cada vez mas sigilosos, como tanteando el suelo que pisaba, como una felina figura acechando a su presa. La semi-oscuridad dio paso a resplandores dorados a su alrededor y... allí... casi frente a ella, un caballo pastaba tranquilamente mientras un gallardo hombre de negra armadura observaba fascinado tal aparición. 

Una hermosa sonrisa cruzó su rostro al acercarse al caballero, mientras aquél, apeándose de su fiel cabalgadura salía a recibirla con los brazos abiertos. Entre aquellos brazos olvidaba todo, salvo que lo amaba.

No se sorprendió cuando en su semi-cubierta espalda sintió el frío tacto de algo suave recorrerle. Ya sabía lo que era. Él siempre le regalaba una gardenia. Gardenia que quedaba tirada en el suelo, a su lado, muda espectadora mientras él tomaba posesión de su cuerpo y de su alma. 

Sintió el frío provocado por el pasto en el momento en que delicadamente era recostada sobre él. Sus manos recorrían la ya libre espalda del joven, acariciando cada centímetro de su amado cuerpo, mientras que los labios de su acompañante hacían su camino por el cuello de la joven. 

Tan sólo movió su rostro hacia el lado y allí... tirada en el suelo ya no había una gardenia. Y se detuvo en su recorrido haciéndole detener a él, irguiendo su cuerpo y controlando su agitada respiración se inclinó a recoger aquella flor. Él la miraba sonriente, había esperado tan solo aquel momento para poder explicarle. 

-          Te amo Victoria. Quiero que seas mi esposa. – las palabras resonaron en el interior de la joven, provocándole un cúmulo de sentimientos. 

Observando detenidamente la flor que sostenía entre sus manos, sintió que su vida estaba completa y que por fin hallaba respuesta a tantos suspiros derramados cada noche frente a su ventana. No había necesidad de dar una respuesta. Él la conoció con tan solo ver los ojos de su amada. Y ella... sabía que el sentía todo lo que no podía expresarle. 

Y le abrazó... para luego besarlo y volver a entregarlo todo ante sus pies. 

Mientras la flor caía nuevamente hasta depositarse en el suelo, a su lado. Y allí quedó. Muda expectante de la escena... era una rosa... una rosa negra.

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