Eduardo Galeano:
Ventana sobre una mujer
Esa mujer es una casa secreta.
En sus rincones, guarda voces y esconde fantasmas.
En las noches de invierno, humea.
Quien en ella entra, dicen, nunca más sale.
Yo atravieso el hondo foso que la rodea. En esa casa seré habitado. en
ella me espera el vino que me beberá. Muy suavemente golpeo a la puerta,
y espero.
Otra ventana sobre la palabra
La A tiene las piernas abiertas.
La M es un subibaja que va y viene entre el cielo y el infierno.
La O, circulo cerrado, te asfixia.
La R está notoriamente embarazada.
- Todas las letras de la
palabra AMOR, son peligrosas - comprueba Romy.
Cuando las palabras salen de la boca, ella las ve dibujadas en el aire.
Los Derechos Humanos
La extorsión,
el insulto,
la amenaza,
el coscorrón,
la bofetada,
la paliza,
el azote,
el cuarto oscuro,
la ducha helada,
el ayuno obligatorio,
la comida obligatoria,
la prohibición de salir,
la prohibición de decir lo que se piensa,
la prohibición de hacer lo que se siente
y la humillación pública
son algunos de los métodos de penitencia y tortura tradicionales en la
vida de familia. Para castigo de la desobediencia y escarmiento de la libertad,
la tradición familiar perpetúa una cultura del terror que humilla
a la mujer, enseña a los hijos a mentir y contagia la peste del miedo.
- Los derechos humanos
tendrían que empezar por casa - me comenta, en Chile,
Andrés Domínguez.
La autoridad
En épocas remotas, las mujeres se sentaban en la proa de la canoa y los
hombres en la popa. Eran las mujeres quienes cazaban y pescaban. Ellas salían
de la aldeas y volvían cuando podían o querían. Los hombres
montaban las chozas, preparaban la comida, mantenían encendidas la fogatas
contra el frío, cuidaban a los hijos y curtían las pieles de abrigo.
Así era la vida entre los indios onas y los yaganes, en la Tierra del
Fuego, hasta que un día los hombres mataron a todas las mujeres y se
pusieron las máscaras que las mujeres habían inventado para darles
terror.
Solamente las niñas recién nacidas se salvaron del exterminio.
Mientras ellas crecían, los asesinos les decían y les repetían
que servir a los hombres era su destino. Ellas lo creyeron. También lo
creyeron sus hijas y las hijas de sus hijas.
El miedo
Esos cuerpos nunca vistos los llamaban, pero los hombres nivakle no se atrevían
a entrar. Habían visto comer a las mujeres: ellas tragaban la carne de
los peces con la boca de arriba, pero antes la mascaban con la boca de abajo.
Entre las piernas, tenían dientes.
Entonces los hombres encendieron hogueras, llamaron a la música y cantaron
y danzaron para las mujeres.
Ellas se sentaron alrededor, con las piernas cruzadas.
Los hombres bailaron durante toda la noche. Ondularon, giraron y volaron como
el humo y los pájaros.
Cuando llegó el amanecer, cayeron desvanecidos. Las mujeres los alzaron
suavemente y les dieron agua de beber.
Donde ellas habían estado sentadas, quedó la tierra toda regada
de dientes.
1935, Buenos Aires: Alfonsina
A la mujer que piensa se
le secan los ovarios. Nace la mujer para producir leche y lágrimas, no
ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla desde las ventanas a medio
cerrar. Mil veces se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca lo creyó.
sus versos más difundidos protestan contra el macho enjaulador.
Cuando hace años llegó a Buenos aires desde provincias, Alfonsina
traía unos viejos zapatos de tacones torcidos y en el vientre un hijo
sin padre legal. En esta ciudad trabajó en lo que hubiera; y robaba formularios
del telégrafo para escribir sus tristezas. Mientras pulía las
palabras, versos a verso, noche a noche, cruzaba los dedos y besaba las barajas
que anunciaban viajes y herencias y amores.
El tiempo ha pasado, casi un cuarto de siglo; y nada le regaló la suerte.
Pero peleando a brazo partido Alfonsina ha sido capaz de abrirse paso en el
masculino mundo. Su cara de ratona traviesa nunca falta en las fotos que congregan
a los escritores argentinos más ilustres.
Este año, en el verano, supo que tenía cáncer. Desde entonces
escribe poemas que hablan del abrazo del mar y de la casa que la espera allá
en el fondo, en la avenida de las madréporas.