Comencé a pensar que las miserias son tan grandes como las grandezas en las que uno deviene. Las grandezas no son algo propio de la virtud, sino del empecinamiento por diferenciarnos de los animales. Son algo de esa soberbia humana que deberíamos abandonar. Grandeza o pequeñez deberían ser sólo tamaños, comparaciones del volumen en el espacio. Ser grande no puede ser mejor que ser pequeño salvo cuando nos convencemos de que la expansión es una virtud o un mérito. El avasallamiento de lo que nos rodea como especie es una característica ancestral de nuestro comportamiento. El control sobre lo circundante nos hizo creer que estamos en mejor condición, en tanto condición de sometedores. Si someter es bueno, expandirse es una consecuencia necesaria del progreso. La supuesta virtud del sometedor radica quizás en la capacidad de utilizar como herramienta todo aquello que está al alcance de la mano. Aumenta la capacidad individual en tanto la identidad sea concebida como un ente aislado, de manera que el sometedor adquiere más y más capacidades cuando logra someter a más y más identidades. De ahí que ser grande es mejor, ya que la expansión, cuando el hacer está en función del someter a través de la herramienta, expresa mayor dominio.
En cambio la apertura da cuenta de un dejar pasar. Cuando la apertura es considerada como actitud o como comportamiento, hablamos de abrir desde adentro, quitar el obstáculo para que lo otro entre. Desde el punto de vista de la expansión, es una especie de suicidio. Pero si consideramos la interrelación de identidades, cuando concebimos a la identidad como el vínculo establecido con lo circundante en tanto sujeto, se invierten las consideraciónes, y entonces la expansión es un grave peligro para la integridad de nuestra identidad común, mientras que la apertura es vehículo hacia el necesario involucramiento para que la interrelación sea. En este contexto, la grandeza indica lo mismo que la pequeñez: una dimensión comparativa que lejos de estar fundada en el territorio de lo real bajo dominio, se funda en el pedazo de nosotros que hace a la identidad del sujeto. Es un segmento, un cachito de la red de vínculos que identificamos como sujeto. Esa dimensión, necesariamente dinámica en tanto vincular, no expresa ninguna valoración intrínseca; la grandeza sólo da cuenta de una medida.
En esto, la apertura es un ofrecimiento y a la vez un camino para seguir hacia adentro. Nos muestra desde la actitud una mirada intrsopectiva como sujetos capaces de reconocerse desde la coexistencia recíproca y ya no desde la capacidad individual.
Desde la expansión sometedora, la condición de objeto dada a la herramienta, hace de lo circundante un objeto. El sujeto, fuera del propio sujeto, desaparece, y esto es lo que funcionaliza el comportamiento, lo hace funcional. Seguir este camino, nos trae directamente al exitismo, a la consideración del resultado en demérito del proceso, a la productividad.
El otro como herramienta es más valioso en tanto me permita hacer más con menos esfuerzo. Manipulo la herramienta para obtener un resultado, y si el resultado es mejor, en tanto más beneficios me repare, más virtuoso habré sido. Y si, gozando de tal virtud, me expando, aumentaré los beneficios, tendré más y más éxito al manipular, así de bien, más y más herramientas. La grandeza del poder es la condición humana que prevaleció, siendo que uno es lo que desea en tanto individuo y en tanto especie (que, saliéndonos de este anclaje existencial, son en realidad lo mismo). Es el deseo el que nos movilizará, ya desde la consumación, ya desde los miedos. Y ese deseo, ancestralmente colocado en el poder, es lo que ha hecho de la humanidad lo que es.
Otra noción, la de la identidad en tanto referencia entre sujetos, nos lleva por otro camino. Aquí ya no es el deseo de poder lo que nos moviliza sino el deseo de libertad. La realización de las capacidades comunes es expresión de libertad, es el signo de que lo que está primando es la noción de vínculo existencial y no la de individualidades excluyentes. Es aquí donde la diferencia, la sutil diferencia de la humanidad y la animalidad por nosotros conocida, es la belleza que le damos a la libertad. La grandeza, en cambio, no es virtuosa.
Poco me importa cuán diferentes podamos ser de otros animales. Poco sabemos (poco podríamos saber) de las ideas de los perros. Lo que me importa es la idea libertaria entendida a través de la apertura y desde la existencia vincular.
Hemos hecho de este mundo un mundo miserable arrojados al consumo de lo circundante en vez de gozar de la interrelación. Socialmente, ecológicamente, psicológicamente. Miramos con anteojeras el fruto prometido por el poder para un nosotros cada vez más destructivo cuanto más fuerte se agiganta.
Quizás así sea cómo nuestras grandezas se han vuelto profundamente miserables.