Jorge Teillier (1935-1996) poeta lárico chileno
LA MUERTE HA VENIDO A BEBER SANGRE
La muerte ha venido a beber sangre
en el bar de los amigos asesinados.
La muerte lanzó con desprecio una moneda al mostrador
y se fue diciendo que no llamaran a las pompas fúnebres.
Porque los cadáveres los llevarían
el capellán de su nuevo patrón y sus monaguillos.
La Muerte ha bebido sangre
ebria camina
hacia un bar que nadie conoce
sino los amigos que sobreviven
y esperan reunirse con ella
y vengar a los amigos muertos.
EN MEDIO DEL CAMINO...
En medio del camino de la vida
me inundo de alcohol el cerebro
como el campo se inunda de lluvia
sin pensar en las nuevas cosechas.
Tal vez nunca debí de dejar el pueblo
donde cualquiera puede ser mi amigo,
donde mis iniciales crecen grabadas
en el árbol de la tumba de mi hermana.
El aire de la mañana siempre es nuevo
como la palabra que descubre un niño;
pero me siento un boxeador golpeado
que perderá sus últimas peleas.
Aunque, con el orgullo de siempre,
digo que las amadas pueden pasar de mano en mano,
fue mío el primer vino que ofrecieron
y hoy puedo gastar mis codos en todos los mesones.
Como siempre volveré a la ciudad
recordando el rechinar de las ruedas de carreta
y soñaré con los techos de zinc y cercos de madera
mientras gasto mis codos en todos los mesones.
Sí, es cierto mis codos en todos los mesones
me amaron las doncellas y preferí las putas.
Tal vez nunca debiera haber dejado
el país de los techos de zinc y cercos de madera.
En medio del camino de la vida
vago por la calle principal del pueblo
donde ya no se oyen las ruedas de las carretas
la música que más he amado desde niño.
Desperté con deseos de hacer mi testamento
-un deseo que tiene todo el mundo-
pero preferí mirar con amor una pistola,
la única persona que no nos abandona.
Todo lo malo que se diga de mí es verdadero
y la verdad es que no me importa mucho.
Me importa soñar con los caminos de barro
mientras cae la lluvia sobre el techo.
Ya se fue el humo blanco de los manzanos
y es mejor morir de vino que de tedio.
Da lo mismo que las amadas pasen de mano en mano
cuando se pueden gastar los codos en todos los mesones.
EL DÍA DEL FIN DEL MUNDO
El día del fin del mundo
será un día cualquiera,
limpio y ordenado
como el cuaderno
del mejor alumno del curso.
El borracho del pueblo
dormirá en una zanja,
el tren expreso pasará
sin detenerse en la estación,
y la banda del regimiento
ensayará infinitamente
la marcha que toca hace veinte años.
Sólo que algunos niños
dejarán sus volantines enredados
en los alambres telefónicos,
y volverán llorando a sus cosas
sin saber qué decir a sus madres,
y yo grabaré mi nombre
en la corteza del tilo,
sabiendo que no sirve de nada.
Los amigos jugarán a las cartas
sentados en una escalinata.
Los evangélicos saldrán a cantar en las esquinas.
La anciana loca saldrá a pasear con quitasol.
A la hora de la cena
sentiremos que hablan entre nosotros
Parientes y difuntos.
Sólo que yo diré en voz baja: "El mundo
no puede terminar,
porque las palomas y los gorriones
siguen peleando por la avena en el patio".
EL ARTE DE SER VISIBLE
Cuando yo tenía 15 años dije por bromear que era poeta
aunque no había escrito ni un verso.
Una mañana una vecina me encontró en la calle y me preguntó si yo era
poeta. Yo le dije que sí.
Ella tenía catorce años.
La primera vez que hablé con ella llevaba en la mano
una amapola
La segunda vez una rosa en el pelo.
La tercera vez una violeta entre los labios.
La cuarta vez no llevaba flor alguna y lo pregunté la razón
a las amapolas, las violetas y las rosas de mi patio
pero no tuve ninguna respuesta.
Ella había traducido para mí un poema de Christian Margenstern
a mí no se me ocurrió darle nada a cambio
la vida era para mí muy dura
y ni siquiera podía desprenderme de mi lapicera.
Sus ojos disparaban balas de seducción calibre 44
eso me producía insomnio.
No quise verla nunca más.
Un día la encontré en la calle y no nos saludamos
luego volví a mi casa y escribí mi primer poema.
EL AROMO
El tiempo lo guardó en su memoria
para soñar con él, en las noches de invierno
Los labios del tiempo despiertan
y pronuncian, mojados de lluvia
la primera palabra que recuerdan.
y sin temor al viento, sin envidia del sol,
se enciende la llama del aromo.
El aromo es el primer día de escuela,
es una boca manchada de cerezas.
Una ola amarilla de dónde nace la mañana,
un vaso de vino en la mesa de los pobres,
el aromo es un domingo en una plaza de provincia
es lo que nace de la semilla de un niño muerto,
la amistad de las ovejas y el molino
en los viejos calendarios
y la alegría de los brazos
que renacen cuando estrechan el cuerpo de quien aman.
A UN VIEJO PUJIL
Revistas color sepia, programas de matches estelares,
el par de guantes firmados por el presidente
cuando ganó el campeonato
colgados junto al retrato de la difunta
lo hacen buscar la gloria del album amarillento
y mientras hierve el agua en el anafe
va recordando la cara del público y sus rivales
a quienes el tiempo les ha contado diez.
La tarde cuelga frente a su ventana
como un raída y sucia bata de combate,
y él vuelve a bailotear en el ring,
siente ovación en la tarde muerte.
No crean que está sólo
mientras prepara el café
y hacen guantes frente al espejo
que le muestra su nariz rota y sus orejas de coliflor.
Todas las tardes vuelven sus admiradores
que en la estación se empujan para llevarlo en hombros
a la vuelta de su gira triunfal
y lo dejan ir en la primera al césped de pez castilla
donde -como le prometió a su madre- sueña
que ha esquivado, sin despeinarse,
los golpes del olvido.