ESCENA I ó II ó II

En ese momento no sabía qué le molestaba más, si el hecho que las cartas habían sido leídas, incluso una de ellas requisada o el reproche por parte del abogado por hacer la entrega de ellas tan abiertamente, haciendo obvia la revisión y censura. Después de meditarlo, o más bien sentirse acosado por lo ocurrido, con esa sequedad absoluta en la boca, resultado del momento tenso y presionado, y de la propia sensación de culpabilidad y error, llegó al convencimiento que lo pero era el absurdo y ridículo de no haber hecho su entrega clandestina.

La cuestión ahora era: ¿qué hacer con la carta que le había sido devuelta? ¿había que destruirla y hacerla en un formato más pequeño que permitiera su entrega clandestina? Se sentía confuso, ahogado; lo mejor sería, por ahora, olvidar el asunto, quizá tratar de dormir…en fin, resolverlo más adelante. Pero no era sólo eso, también estaba, como una espina clavada en la supuesta tranquilidad alcanzada, el arrepentimiento por no haber pedido, además, la devolución de la carta dirigida a sus padres.

ESCENA I ó II ó III

Cuando lo invitó al patio, todo era como siempre; pero al momento de comenzar a hablar y caminar lo poseyó una sensación extraña, una gran incomodidad; era como si la persona con quien estaba conversando no fuera ese íntimo amigo con el cual había compartido estrechamente los momentos buenos y malos transcurridos hasta ahora en la prisión. Sentía una desconfianza progresiva, parecía estar hablando por obligación con alguien prácticamente desconocido, tan sólo una amable formalidad; ¿por qué sucedía esto? ¿hace tiempo que no hablaban a solas? Realmente no lo sabía; sólo tenía la clara convicción de que lo ocurrido era de su exclusiva responsabilidad.

ESCENA I ó II ó III

Al poner las sábanas nuevas le costaba creer que las había tenido tanto tiempo guardadas esperando las condiciones adecuadas para usarlas, llevaban más de un mes asó; pero ahora, al introducirse en su dulce y fresca suavidad, respirando el grato aroma de las telas sin usar, pensó que jamás volvería a dormir en las que entregó gendarmería; era, todo, la aspereza, esa blancura sucia, como de hospital, el olor, la salobridad penetrante del polvo antiiflamable con que estaban impregnadas; pero, sin dudas y por sobre todo, lo que le causaba mayor repulsión era la aspereza, ¿sería éste quizá otro síntoma de la transformación que sentía comenzaba a operarse dentro de él? Como el dejado por el patio gris y pequeño, todo cemento, que le hacía más patente el encierro; también estaba el dolor, suave pero constante, en las piernas, secuela de la inactividad casi forzosa.

El ahogo, la opresión, lo llevaban a rozar los bordes de la desesperación; pero afortunadamente no daba, ni daría, el paso al cual siniestramente lo empujaban; la fortaleza psicológica y emocional eran su base de sustentación irreductible.

Ya sabía qué uso le daría (no podía simplemente desecharlas), las pondría de modo de mantel sobre la mesa blanca y plástica dejada dentro de su celda, también para cubrir el casillero que tenía extendido sobre el piso para poder parcelar y limitar a esa plana superficie en desorden presente y futuro.

Pablo Morales PP cas, extraído de Revista Incesto nº 2 Agosto 1996.