Silvia Rodriguez

 

AMOR ODIADO

 

Camina como fiera melancólica buscando al homicida que amándola desmigó su imén, para después avergonzarla en repetidas noches con palabras y jadeos de prostíbulo provinciano.

A veces lo odia, y cuando lo odia quiere tratarlo como a un perro, verlo enloquecido desenganchando ocasos en medio de la noche, buscando al hijo que se quedó en el vacío de una muralla estéril.

Camina en su búsqueda para amarlo emputecidamente, para decirle que ella fue demasiada carne para quiltro, para llorar en sus brazos la soledad ganada, el tiempo perdido.

Él también la ama. La ama como se ama la inocencia de una joven novia, quiere besarla tiernamente, quiere montarla repetidamente hasta vaciar en su belleza el escupitajo de sus fantasías.

La odia como se odia a una adultera o a un psicópata, la quiere saber prostituta rechazada para recoger su humillación y después amarla.

Y es que con los años comienza el hastío y se aprende a odiar lo que tanto se ama.

 

 

PERROS EN CELO

Se miraron como perros enfurecidos antes de la pelea. Ella te ladra enfurecida, te invita, se insinúa y tu avanzas, retrocedes, ladras, la hueles y te quedas echado mientras desaparece como perra en celo entre la multitud.

Nuevamente ella, a otra hora, con otra ropa sobre el mismo pelaje. Se miran y tu olvidando ciudad, semáforos y smog saltas sobre ella, la doblegas y la llevas al rincón de la vitrina para apretarla contra la pared. "Aquí no se puede". Se fueron moviendo la cola, resollando con la lengua afuera y con el hocico lleno de baba por tanta espera.

La penetras rudo, violento. Abriendo los surcos responde a tu enojo. Ondea enfurecida bajo el himno de tu cuerpo sudado. Abre otros deseos y los sacia al instante, sin tregua ni reposo. Cada caricia es un acto de sometimiento divino, la cárcel donde sin ser delincuente eres prisionero. Nunca te habías sentido empequeñecido y hasta inocente cuando ella ladrando se penetra aún más, mientras entrega sus senos a tu hocico.

Confiesas que la deseabas hace tiempo. Te hace callar: "Nada, sin palabras". Sientes vergüenza, por ese acto de romanticismo, en venganza ofreces un poco más de lo poco que te queda en el cuerpo. La aprietas, besas, la frotas endemoniado, quieres ver como se rinde, como cansada se queda dormida en tu pecho, así como otras se han dormido. Pero ella te besa y se frota lo suficiente hasta dejarte inmóvil.

"Voy a refrescarme". Te sientes satisfecho, piensas que la invitarás, como a todas, a tomar algo. Dirás que no sabes si podrán verse de nuevo, confesarás tu edad para humillarla un poco, pero sale vestida del baño y es ella quien concierta la cita: "żEl viernes te espero en la misma vitrina?". Por ahora debe recoger a los cachorros y pasar a la oficina de su esposo.

Te deja desnudo fumando, bebiendo los dos tragos crucificados en la mesa de ese hotel sin ninguna estrella. Te acomoda la situación. La verás un par de veces y nada más. Todo macho tiene alguna aventura con una hembra ocupada.

Hoy es el segundo año, recién se ha ido y ya esperas la próxima semana. Sabes que eres amante y ella un hueso prestado pero no sabes que te enamoraste y necesitas el bramido de ese pasatiempo.

 

CARTA POST MORTEM

Estabas pálido, no era palidez enfermiza, de insomnio o preocupación. Era una palidez ganada por tantas horas quieto, mirando el vidrio y el desfile de rostros demacrados como el tuyo.

Olvida como tentabas al destino y la diferencia abismal entre la moral de tus días con la moral de tus noches. Luego continua con ese rostro de ángel entumido, aún después de la bendición y con el cielo asegurado. No recuerdes tus faltas y olvida lo feliz que eras cuando jugabas a lo prohibido más allá de su inefable gloria.

Confiésale sin miedo que le defraudaste, es sabio, te va a comprender. Dile cuanto te gustaban los prostíbulos, háblale de las promesas que no cumpliste, de tus pecados de pensamiento y obra. Después del perdón siéntate en una nube y vuela sin mirar este paisaje lleno de tráfico y árboles lisiados.

Practica yoga, allá tienen aire puro, aprende a tocar el arpa o el violín, al viejo le encanta la música celestial y olvidará que a veces conseguiste la felicidad gimiendo en una cama sin leyes, junto a una mujer sin fe, libidinosa y con miedo.

Cuando estés aburrido de tanta perfección divina, puedes mirar como cruzo la calle forcejeando con el amanecer, discutiendo las mismas tonteras de siempre, o puedes mirar y reírte de la última locura de los amigos.

Pero no mires la pieza, tengo el desorden más grande. Tus camisas y chalecos están revueltos con mi ropa (de alguna manera hay que estar juntos) además cubrí las paredes con nuestras fotos y puedes entristecer al verme tan joven y lo vieja que estoy desde la semana pasada.