La rumba que coneixem
no és de la Xina ni del Japó.
La nostra rumba de Barcelona
viu marejada de voltar el món.
La rumba neix al carrer
filla de Cuba i d'un gitanet
i sa germana que és l'havanera
és gronxadeta entre mariners
(Gato Pérez, Rumba de Barcelona)
No hay la menor duda. Esa rumba (sustancialmente distinta a la cubana, la
congoleña, la andaluza o la chunguera) es un género musical barcelonés
de pies a cabeza. Sus orígenes cronológicos, mediados de los cincuenta.
Sus casas paternas, Gràcia, El Portal (calle de la Cera y flecos) y Hostafrancs.
Su fisonomía, una fusión de cantes levantino-andaluces de aire liviano
y las claves básicas de la música afrocubana. Sus señas antropométricas,
ritmo de 4/4, patrones de son y guaracha. Su vestuario instrumental, bongós,
güiro, guitarra española, amén de voces y palmas, al que con el tiempo
irían incorporándose timbales, congas, pequeñas percusiones, piano,
vientos, bajo eléctrico y teclados electrónicos.
Los tres enclaves ciudadanos citados conocen asentamientos gitanos estables desde
hace poco más de siglo y medio. En la actualidad su censo conjunto ronda las
2.500 almas. Comunidad catalanoparlante en un su integridad, como las que se asientan
en Vic, Tàrrega, Lleida o la Camarga, usa esta lengua, además del castellano
y el caló, en sus obras sonoras. La tradición es sólida. Los gitanos
catalanes de hoy son descendientes de los que a principio del presente siglo inspiraron
la obra teatral de un hombre tan notable como mal recordado, Juli Vallmitjana i Colominas,
quien, entre otras notables aportaciones, nos dejó un estimulante vocabulario
de caló catalán. En las tatarabuelas o bisabuelas de las bellas gitanas
que revolotean alrededor de la plaza del Raspall hallaron inspiración los pinceles
de Nonell. Nacionalidad homologada más allá de toda sospecha.
En un encomiable artículo titulado La rumba catalana y yo, Xavier Patricio,
Gato Pérez, sintetizó con galanura, precisión y poética
la génesis de la cosa: "... Supe que los gitanos llevaban doscientos años
en Gràcia, Hostafrancs y El Portal -calle de la Cera, cuna de Peret y
Los Amaya- y que, de siempre, habían hecho una música orgullosa de sus
orígenes. Y aprendí esa historia de boca de un gitano desterrado de Murcia,
que con él había traído a La Barceloneta el garrotín y los tanguillos,
y me dijeron que había fundado una dinastía de guitarristas apodados los
Pescadillas, que habían cruzado el fllamenco levantino con la música
cubana gracias a los marineros caribeños que recalaban en La Planxeta del puerto
de La Barceloneta. Y que en el Charco de la Pava de la calle Escudellers, el Legañas
y el Pescadilla dejaron fecundar sus guitarras por el güiro y el bongó,
y que a ese potaje llamaron rumba catalana, y que Carmen Amaya, del Somorrostro,
la paseó por todo el planeta". Así lo describe y vive Gato
Pérez, creador avezado a pegar el oído en el asfalto, detector y remodelador
de la rumba calí.
No obstante, y así lo advertíamos al principio, hay que tener fina la antena
para captar la emisión. De lo contrario, distancia e interferencias pueden provocar
fantasiosas alucinaciones. Una mente tan preclara y erudita como la de Joan Fuster
pasa de refilón sobre el tema en su opúsculo Ara o mai, donde postula
que un obstáculo esencial para una implantación social seria de la cançó
es el cultivo desde la propia Barcelona de una canción española andaluzoide,
y remacha que "se ha llegado a codificar una rumba catalana de remotísimo
aire gitano". Pues nada más lejos de la realidad. Es un preclaro caso de
los que se zanjan al grito de "¡Radio Tudela pa'l que la coja!".
Se cuenta que Manuel González, el Chindo, llegó a Barcelona a principios
de siglo desde su Murcia natal. Se instaló en La Barceloneta como vendedor de
pescado, actividad que simultaneaba con la de guitarrista en ciertos tablados del
Casc Antic y de la Rambla. Su hijo, Antonio González, fue el primero en recibir
el apodo de Pescadilla, bien acorde con las actividades que realizaba la familia.
Cuenta también la historia (y aquí la expresión no es un recurso retórico,
sinó la más ajustada a una historia ineludiblemente oral) que el primer
Pescadilla conoció a la que había de ser madre de sus hijos en una
de sus actuaciones como guitarrista en la antigua villa de Gràcia.
Antonio González y Antonia Batista, vecina de la calle Fraternitat, matrimoniaron
(alrededor de 1920), fijaron su residencia en Gràcia y allí nacieron sus
cinco hijos. Sólo de salvó del gusanillo activo de la música la hembra,
Pepita, pero los cuatro varones iban a seguir, y con holgura, la pauta trazada por
padre y abuelo. Los González Batista -Manuel y Baldomero (l'onclo Mero),
ya fallecidos, Antonio (Pescadilla) i Joan (l'onclo Polla)- iban a
desempeñar un papel seminal en la gestación de la rumba catalana.
Los dos Pescadillas, padre e hijo, los Antonios, pasaban las noches tocando
en una bodega de la calle Escudellers, el actual New York, por entonces el celebérrimo
Charco de la Pava. No parece descabellado suponer que ahí empezaron a soplar
con fuerza los aires cubanos sobre las guitarras gitanas del país. Por lo demás,
quede contradictoria constancia de que para los gitanos viejos de Gràcia fue
el Polla, Joan González, el inventor del patrón rítmico base
que define y diferencia la rumba catalana: el ventilador. Según reza otra inspirada
síntesis de Gato Pérez:
ese truco tan ingenioso
y de fácil ejecución
que junta en la guitarra
la armonía y la percusión.
Se coge un rumbero ventilador, se le añaden palmas y bongó, y ya
está en marcha un arrebatador y generalizado desmelene en el que prevalece siempre
la jocundia frente a la tragedia (a las antípodas existenciales de la rumba
suburbial madrileña, esposada inexorablemente entre el chute y el talego, el
desengaño y la traición). Esa rumba catalana, alegre de espíritu y
cuerpo, no ha cesado de fluir por el subsuelo barcelonés desde mediados de los
cuarenta. A esa rumba catalana le dieron cadera y desplante los González.
La família González desplegó una extraordinaria actividad durante
la década de los cuarenta y principios de los cincuenta. Los dos Pescadillas
se trasladaron a Madrid para debutar en el Teatro de la Comedia, momento en el que
truecan temporalmente sus apodos artísticos: el padre pasa a ser conocido como
el Legañas; el hijo, como Aíto. El Legañas se
enrola en el cuadro flamenco de Manolo Caracol. Aíto funda, junto a su
hermano Joan, el grupo Los Ponchos, con repertorio latinoamericano. Manuel, el mayor
de los hermanos, funda por su lado Brisas, en la línea de otras formaciones
de la época como los Guacamayos, Los Panchos, el Trío Guadalajara. En 1957
Antonio González contrae matrimonio con Lola Flores (la Faraona) y abandona
para siempre el abrigo de Gràcia. Pero por entonces la rumba catalana, en su
primera encarnación, ya se ha pateado innumerables escenarios del mundo y posee
un articulado repertorio básico perseguible en la docena de álbumes que
Pescadilla II y l'onclo Polla grabaron para el sello Belter.
Después de diez años encerrada en el gueto gitano barcelonés, de ser
estrictamente interpretada en fiestas internas o en bares como El Salchicón
de la calle de la Cera o el desaparecido Petxina de Gràcia, la rumba catalana
saltará a la fama popular de la mano de un gitano mataronés, el rey Peret.
El sello Discophon se encarga de apostar a su favor y de cortar el jugoso cupón
de dividendos. Estamos en la época dorada del género.
El repertorio de los primeros elepés de Peret se compone de una brillante
amalgama entre clásicos caribeños y majaradas de creación propia que
bordean la sublimidad. Discophon, el sello que le ha descubierto y lanzado, "una
suerte de Tamla Motown rumbera" en enjundiosa definición del novelista
y polígrafo Marcos Ordóñez, contrata los saberes musicales de una
serie de músicos del país que han hecho más cruceros por el Caribe
que los soplagaitas de Vacaciones en el mar (Chupi padre, Miralles,
Papà Cunill), les encarga tareas de producción artística y
desvela una constelación rumbera de primera magnitud: Moncho y su Wawancó
gitano (sublime sin paliativos), Chacho, Teresiya, el Gitano Portugués, el Noi,
la Marelu. Entre uno y otros llevarán el patrón básico de la fresca
rumba de aquí a todos los rincones del estado, a las discotecas de media Europa,
e incluso al churrigueresco embolado que atiende por festival de Eurovisión.
Peret es el cabeza de filas indiscutible, se le llama el rey, con él
y para él trabatan todos los payos con sabor, los que han vivido de cerca esta
veta afrocubana tan cara a Barcelona. Pero hay otros recién emergidos que atacan
con fuerza. Sin ir más lejos, los hermanos Pepe y Delfín Amaya. Su aparición
tiene lugar en un mercado vivo y consolidado, hasta tal punto que quien les ofrece
contrato de grabación no es un sello marginal o dedicado a géneros más
o menos patrióticos (entiéndase el término con la carga semántica
que arrastraba antes de morir el dictador), sinó una sólida discográfica
multinacional, EMI. Los Amaya, procedentes como Pere Calaf del asentamiento gitano
de la calle de la Cera, se proponen dar un par o tres de vueltas más al torno,
de modo que junto a temas propios y las consabidas adaptaciones de otros materiales
de origen caribeño (de Mon Rivera, por ejemplo), osan insuflar aires rumberos
a obras tan alejadas de ese patrón como las de Ennio Morricone o los mismísimos
Doors. Abracadabrante. Y por aquello tan socorrido de que hay quienes se apuntan
incluso a un bombardeo, la tan peripuesta como displicente CBS llega incluso a comercializar
la única obra discográfica publicada por Chango, que llevaría por
título La rumba y la marcha.
Una vez puestos en marcha los setenta, la segunda generación de rumberos catalanes,
la triunfante, inicia un firme y continuado retorno a las catacumbas. Vuelven a sus
consetudinarios negocios. La cierto es que logran ganarse mucho mejor la vida con
sus compraventas de antigüedades y tejidos que con las esporádicas actuaciones
que logran contratar. La fiebre rumbera ha remitido entre las masas populares. Por
otro lado, las minorías pensantes (marginales acratizantes al margen) siempre
la habían contemplado con menosprecio, y llegada la crisis ya no hay ningún
motivo para dejar de calificarla abiertamente como mera y rotunda horterada. Y la
rumba vuelve a cerrarse sobre si misma, a servir de banda sonora a bodas y fiestas
gitanas. La rumba catalana ha desaparecido de la vida pública con otro requiebro
guadianesco. O casi.
En los años del repliegue tan sólo siguen actuando en público Peret
y el Noi, si bien esporádicamente, y lo que el común califica de
rumba (sin adjetivos) traslada su epicentro a Madrid y substituye el aire caribeño
por un guiño pop suavemente electrificado. Aún y así, la rumba catalana
logra mantener inexpugnable el reducto creativo graciense. De ese vivero es de donde
surgen nuevos artistas como Agustín Abellán Malla (Chango), su hermano,
Francisco Abellán Malla (Sisquetó), Enrique Malla (el hijo de
la China) o Antonio el Burrito.
Para no desentonar con el signo de los tiempos la obra de todo ese puñado de
artistas aparece, cuando se llega a grabar, en sellos de aire clandestino y alcances
limitadísimos. El nuevo costo rumbero circula embalado en cassettes de
marca bien poco prestigiosa -Horus, Seven, Galax- y no hay modo de catarlo si no
es por azar y rastreo en encantes, mercadillos suburbiales y abrevaderos de carretera.
Una autèntica epopeya, pero quienes hayan escuchado alguna de las dos cintas
grabadas por Sisquetó para Seven, o las otras tantas del combo Salsa
Gitana para el mismo sello, saben que esconden oro en barras, que cabe dar por muy
bien empleados los cuantiosos esfuerzos encaminados a su busca y captura.
Salsa Gitana es una de las cosas musicalmente más serias que ha dado Barcelona
durante la última década. Su vida, breve y fantasmal; su obra, canela pura
y perenne. Salsa Gitana se articulaba en torno a Enrique Malla y Antonio Jiménez.
El suplemento de cubanidad lo ponía Mayito Fernández (otrora pianista de
las bandas de Tito Rodríguez y Rafael Cortijo), y completaban el arrasador combo
el congosero Ricardo Batista Tarragona, el bongosero Manolo González
Patata (sobrino y nieto de Pescadillas), Toni Díaz Nabo
y el bajista Xavi García. Por desgracia, a Salsa Gitana le sucedió aquello
de aparecer en el peor momento y en el más inadecuado lugar, de manera que finó
en olor de desconocimiento a pesar de habernos legado perlas del calibre que ostenta
su versión del Hey eclesiástico.
Patata y Tarragona, puros alevines en aquellos días, han sido
los encargados de aglutinar la hasta el momento última hornada de rumberos barceloneses.
Ahora mismo les tenemos ejerciendo de mayores (si bien sus edades respectivas son
de 28 y 24 años), entre otras varias causas por la deserción de quienes
les correspondería serlo por calendario. Los caminos del Señor son infinitos,
y desde hace unos pocos años ahí tenemos a Chango, al Sisquetó,
a el hijo de la China o al mismísimo rey Peret entregados en cuerpo
y alma, en vida y arte, al Evangelismo Bautista Pentecostal de Filadelfia (una picante
descripción del fenómeno, tan jocosa como veraz, es el tema de una de las
últimas canciones grabadas por Gato Pérez, El primo Vicente).
Pero, a lo que íbamos: Patata y Tarragona son en este momento
el eje de las prometedoras Estrellas de Gracia. La sangre nueva la aportan Chino
Granados, Jumitus del Pichón y Juanito Abellán Calabuig a las voces
(22, 21 y 17 años respectivamente) y Ramón del Pichón en funciones
de ventilador. La formación base se completa de nuevo con un bajista payo, Ángel
Blázquez, si bien emparentado por matrimonio con el pueblo caló; su impronta
musical es decisiva para el pulso rítmico de las Estrellas gracienses. A ese
núcleo básico se adhieren eventualmente otras varias almas rumberas, de
modo preemimente las de los teclistas Chupi hijo y Xavier Ibáñez,
y pueden acabar siendo ciento y la madre sobre el escenario. Tal como reza el nombre
artístico, una suerte de Fania made in Gràcia.
El 25 de septiembre de 1987 las Estrellas tuvieron su gran envite, una puesta de
largo por todo lo alto, en la mismísima plaza de Sant Jaume y junto a los míticos
abuelos, a los creadores del género, l'onclo Polla y Pescadilla
hijo. Esa noche pisaron también el escenario los Chipén, los herederos
del tumbao de la calle de la Cera. Y a fe que fue una gran fiesta para la
rumba, un hito para la música popular gestada en Barcelona sobre el que la opinión
autorizada pasó, salvo excepciones tan puntuales como honrosísimas. Estrellas
de Gracia acaba de sacar al mercado su primer elepé, Sangre (GBBS Records).
El segundo de los Chipén para Horus, Pasmao, apareció en junio de
1987 y ha recibido una excelente acogida en su circuito natural. Gato Pérez
sigue en sus funciones de entregado demiurgo, y sigue soñando en que algún
día será guapa realidad una escudería musical bautizada con el castizo
nombre de Burú Bajaní (en caló, Tormenta sobre Barcelona), "algo
así como una Fania All Stars que mezcle rumberos y caribeños, guitarras
españolas y eléctricas, rock, rumba, salsa, con una fuerte sección
de vientos. Estoy convencido de que arrasaría, que haría honor a su nombre".
Y yo casi también lo estoy.
¿Casi? Verá usted, no está el horno para muchos bollos. De momento,
lo innegabnle es que la nueva rumba, los Estrellas, el Boi Tronics (rapper
gitano de Mataró), Jumitus Tutupà (apenas diez años bajo los que se
adivina la rumba del 2001), intemporales incunables tales que el genial Tio Paló,
una constelación de muy sólidos valores, sólo sigue asomando su alegre
rostro en fuestas calorras y en los entrañables locales de la Unió
Gitana de Gràcia cada 15 días aproximadamente. Pero algo debe tener el
agua cuando la bendicen. No me explico, de lo contrario, que el poeta Enric Casassas
tenga abierto su dossier sobre el tema y viva intensas clases prácticas del
mismo desde su tejadillo amansado de la calle del Perill, a medio tiro de piedra
de la plaza del Raspall. Ni que por la mentada Unió Gitana de Gràcia -cuyos
destinos tan bien rige la mano firme y amiga de l'onclo Manolet- suelan dejarse
caer, viernes sí viernes no, mentes tan claras y oídos tan finos como los
de Big Marcos, Jango Casavella, Ragnampiza, Tronat Putx
o el Paio Prat. Algo pasa ahí. Gato sigue intentando ligar la
salsa. ¿Cuando se ventilará otra vez la obra de los creadores del ventilador?
Publicat a "Barcelona Metròpolis Mediterrània" (núm.
9, tardor de 1988)
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