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ALBERTO PODESTA





En los 40, brilló con las orquestas de Miguel Caló, Francini-Pontier y Di Sarli. Cantor de prestigio, volvió a grabar un disco después de diez años.

La ancha espalda de este hombre carga los recuerdos de una época legendaria del tango: los años 40. Alberto Podestá comenzó a cantar muy joven, en 1939, en la orquesta de Miguel Caló.
Fue la voz de las típicas de Carlos Di Sarli, de Francini-Pontier, de Pedro Laurenz. Y el intérprete emblemático de Alma de bohemio, entre otros éxitos.

En los últimos casi sesenta años, mientras la ciudad le cambiaba varias veces el paisaje, Podestá siguió cantando. A los 73 actúa todas las noches y, después de diez años sin pisar un estudio, volvió a grabar.


Un muy interesante reportaje escrito, fechado el 16 de Abril de 1998 :

  • (P): ¿Cómo se siente con el regreso?
  • (E): Feliz, porque grabé como se grababa antes, con gran orquesta, en gran estudio. Puse algunos tangos que no había grabado nunca, y otros que había grabado muchísimo tiempo atrás. Esos sufrirán inevitablemente las comparaciones con sus discos del 40.
    Hay cosas que grabé siendo demasiado joven, a los 17, 18, 20 años. Están bien cantadas, sí, pero están cantadas por cantar, sin el verdadero sentido que uno les encuentra con los años. Por eso me gustó volver a hacerlas.

  • (P): ¿Pero no encuentra insustituibles aquellas orquestas?
  • (E): Es verdad que aquellas orquestas eran un gran respaldo para el cantor. Di Sarli, que era una delicia y siempre me ponía de ejemplo a Gardel; decía: Fijate que él no martilla las palabras. Francini, que fue mi maestro de canto. Pedro Laurenz, un hombre que elegía cosas muy lindas y que también me enseñó mucho. En fin, todas las orquestas con las que canté.

  • (P): ¿Y Miguel Caló?
  • (E): Fue mi principio. En el cabaré Singapur, que quedaba en Corrientes y Montevideo, debuté con su orquesta. Era el año 39. Yo había llegado de San Juan con mi hermano mayor, a probar suerte, y ya estaba a punto de volverme porque se me terminaba el pago en la pensión y no había caso.
    Caló me probó durante toda una tarde. Después supe que en realidad le costaba decidirse porque me encontraba demasiado bajo y morocho, y porque pronunciaba las erres a lo provinciano.
    Al final se convenció. Y me quedé en Buenos Aires. No te imaginás lo que era en ese entonces Buenos Aires.

  • (P): ¿Qué recuerda?
  • (E): Una ciudad maravillosa que a las cinco de la mañana estaba llena de gente por la calle. Esto era todo cafés de tango. Estaban el Nacional, después el Marzotto, La Armonía, Tango Bar...
    Y las confiterías bailables: Picadilly, Sans Souci, Montecarlo. Orquestas, orquestas y más orquestas. Hasta la radio más chica tenía números vivos.
    Este era un país de música. Y qué tremenda competencia, porque cada cantor que salía era un cantorazo. Casi todos se fueron jóvenes. Vamos quedando pocos.

  • (P): ¿Sigue disfrutando del trabajo? ¿Piensa en el retiro?
  • (E): Creo que en eso hay que tener la cabeza fría, ser consciente. Cuando uno ve que ya no va tiene que decir hasta acá llegó mi camino, buenas noches y muchas gracias. Sé que basta con un poquito que hagas mal para que la gente se olvide de todo lo bueno que hayas hecho, y, sinceramente, no me gustaría. Cuando vea que la cosa va mal, me bajo. Me buscaré un empleo. Trabajar, necesito, porque tengo mi familia.
    Aunque ya todos están grandes. Mi hija, Betina, está en carrera de cantante. Está estudiando mucho. Canta como un ángel. No es ningún cuete: tiene una condición vocal preciosa, es muy afinada. No lo digo como padre: soy el padre pero no soy sordo.

  • (P): Volviendo a usted, ¿suele escuchar sus viejos discos?
    Se fue el amigo Pichuco. Se fueron casi todos. Demasiado pronto. Se apuraron.



    Cualquier comentario: Chelo Ledesma
    Actualización: 21 de Agosto de 1999