Kilómetros de promesas
El Señor Cautivo de la ciudad andina de Ayabaca mueve una
feligresía de todas partes que anima la fiesta religiosa más
importante del departamento de Piura, en una demostración de fe
conmovedora y, en la mayor parte de casos, de por vida.
por Nelson Peñaherrera Castillo nelsonpenaherrera@journalist.com
Una prueba de amor. Un enorme sacrificio. Religiosidad popular.
Simple manifestación externa de fe. Y es eso lo que todos esos
hombres y esas mujeres dicen: "¡El Señor Cautivo es
milagroso!". Manifiestan curaciones de toda índole –milagros
que los hacen caminar kilómetros—que los comprometen a un pago
mayor.
Peregrinar es, pues, no sólo un pago por el favor que no
consiguió la falibre mano humana, sino, y en el caso de Ayabaca,
Piura, toda una fiesta que pone a prueba su capacidad como
anfitriona y su prestigio como centro religioso del norte peruano.
Y es que hasta esta ciudad casi en la cima de un cerro, sobre los
dos mil setecientos metros de altura, llega gente de todos sitios.
"Están llegando personas de Tacna, que han salido el 23 de
julio", informa Manuel Niño de la Hermandad del Señor
Cautivo. "Hay hermandades de Lima, Chiclayo, Piura; sólo entre
estas dos últimas hay unas 280 reconocidas".
No vi a gente del sur del Perú, pero asistí a la llegada de los
primeros tres peregrinos de la temporada (foto de arriba), la tarde
del 7 de octubre. Habían ‘rampado’ unos doscientos metros desde
la Cruz de Palo Blanco, una especie de hito que marca la entrada a
la ciudad de apenas doce mil almas.
A partir de este lugar, las bandas comienzan a tocar, los
peregrinos cantan a voz en cuello y bailan animadamente, y comienzan
verdaderas penitencias que deben culminar aproximadamente un
kilómetro después, en la Iglesia Catedral, donde se guarda la
escultura en madera prieta, de más de dos siglos de antigüedad.
Pagos eméritos
Hay personas que entran de rodillas, sin protección. Es su
promesa, el pago por el favor concedido, asignado por el devoto, y
que puede llegar a comprometerle de por vida.
Es difícil no conmoverse. La hermandad Virgen del Carmen, de
Huancabamba (al sur de Ayabaca), ha llegado a eso de la una y media
de la tarde del lunes. Sin mediar nada, dos docenas de personas han
formado sendas filas para entrar a gatas.
Mucho más temprano, la hermandad Cruz de Chalpón, de Motupe,
Lambayeque, porta una réplica en miniatura de ese madero, y realiza
lo mismo. Una mujer empieza su sacrificio llorando.
César Prada les organiza y les anima. "Unos vendedores que
siempre van para nuestra fiesta nos contaron del señor Cautivo, de
sus milagros. Desde entonces, le seguimos". Una caminada de
casi un lustro que se repite cada año desde finales de setiembre.
Porque un buen peregrino camina cientos de kilómetros, estimando
que debe llegar o antes, o el mismo día de la fiesta, el 13 de
octubre.
Nil Garrido (foto de la izquierda) viene todos los años desde
Lima. "A mi madre la curó. Desde entonces yo me hice la
promesa de cargar mi cruz hasta Ayabaca" aún a costa de que
desde Paimas, donde le encontré, comienza la parte más dura, y a
partir de Paraje Grande, la ascensión progresiva, hasta llegar a
una pendiente de casi 60%.
Los peregrinos usualmente piden permiso por quince días o el
tiempo que sea necesario para estar cerca del Cautivo.
Un detalle es que el peregrinaje, además de no discriminar por
sexos, tampoco lo hace por edades. Anthony Rivera vive ahora en
Ayabaca, pero a sus trece años, caminó algo de doscientos
cincuenta kilómetros desde la ciudad de Piura. "A lo mejor,
mis amigos vienen de peregrinos".
Los más pequeños caminan lo que pueden, y otro trecho lo hacen
sobre los hombros de sus padres o personas mayores.
Es costumbre que cuando los peregrinos llegan, los vecinos,
bueno, más, las vecinas, de la calle Piura salen a asistirlos. La
buena acogida es ley en Ayabaca.
"Ayabaca llega a tener desde veinte mil hasta treinta mil
peregrinos, que vienen, adoran al Señor Cautivo y se van, si no la
ciudad, que tienen doce mil habitantes, no podría recibirlo porque
es pequeña", comenta Manuel Niño.
El Señor Cautivo
Lo que todos buscan es adorar al Señor a través de una imagen
de un metro ochenta de estatura, madera marrón, hábito morado
bordado –dicen—con hilos de oro, y las manos cruzadas y atadas.
En su cabeza una corona –también dicen—de oro que representan
tres potencias.
Alguien ha señalado que es la transmutación católica del
prehispánico apu (espíritu auspiciador) Aypate, quien
gobernó justamente, allá por el siglo catorce, sobre la
civilización ayawaka de la que casi no quedan más que
memoria histórica.
La leyenda del Cautivito dice que fue obra de ángeles
disfrazados de artesanos errantes, quienes providencialmente fueron
encontrados por los ayabaquinos de mediados del siglo dieciocho.
Buscaban dar formas divinas a un madero cortado en el cerro
Zahumerio, a unos cuarenta kilómetros al oeste de la actual ciudad,
y del que brotó sangre luego que un labrador le diera un hachazo.
Contratados, los artesanos se encerraron a hacer la imagen,
devolviendo intacto cuanto se les ofrecía. El pueblo, creyéndose
burlado, tomó por asalto el taller, y encontró la imagen.
No hay nada de peculiar en el relato, pues es casi la misma
historia de similares imágenes en otras partes del Perú. Pero,
para acentuar más su poder milagroso, al Cautivito se le han
atribuido múltiples prodigios, como el de defender la ciudad, a
caballo, durante el periodo anárquico de fines del diecinueve,
cuando, lejos, en la capital, dos héroes de la guerra del Pacífico
peleaban por el poder.
Pero mucha gente no está para historias. Con la suya ya se basta
y sobra. En el suelo de la iglesia, hay un señor con un niño con
una infección evidente y nauseabunda: espera el milagro.
Energía
No es raro ver a otras personas que, emocionadas, no pueden
contener el llanto porque han llegado a ver a su señor. Una mujer
madura pide a su hija que sea cuidadosa con la fotografía del
Señor Cautivo que espera obtener; tiene los ojos húmedos, señala
facciones e instruye, como quien le toma la primera foto a su hijo,
esperando el mejor ángulo...
La gente que logra adorar al Cautivo tocándole su manto (como la
mujer que tocó los flecos de la túnica de Jesucristo) se premune
de algodones, imágenes. Dicen que el algodón que se ha impregnado
del ‘humor’ de la estatua cura cualquier dolencia.
Iris Tamariz no es devota, de hecho es una pasante de medicina en
Chulucanas, pero ha venido a ver la verdad con sus ojos. La he visto
restregar su algodón. Su compañero de trabajo, Jorge Zuñiga, de
Lima, ha dejado su cámara fotográfica (su nueva afición), y ha
tocado el hábito de la imagen con mucha devoción.
"La energía se siente adentro", comentaron ya fuera de
la Iglesia, en alusión a su experiencia, mientras los vendedores de
historias, calendarios u ofrendas revolotean a nuestro alrededor,
como moscas, en plena plaza de Armas.
Y eso, porque sus cuatro entradas han sido cerradas. Sin embargo,
los accesos a la Iglesia son difíciles debido a los ambulantes,
quienes no tardarán de hacinarse hasta después de la fiesta
incluso, sin contar la presencia de ocasionales ladrones y demás
especímenes a quienes la Policía en combinación con la guardia
municipal y la vigilancia ciudadana tendrán que controlar.
De pronto, la cola para adorar al señor ya se formó y conforme
los días puede extenderse hasta Chanurán, el pueblito a un
kilómetro de la entrada a Ayabaca. Probablemente mucho más allá.
Mientras tanto, los peregrinos siguen caminando, y formando
verdaderas barreras humanas a los costados de la carretera, hasta el
puente de fierro que los lleve a Montero, en Paraje Grande. De allí
subirán por una empinada pendiente hasta llegar a Chonta. De allí
a Chanurán, hay sólo dos kilómetros.
Una historia aparte
Casi de continuo, la gente que vive en la zona ha improvisado
quioscos para vender lo que sea. En Ayabaca, las familias están
brindando cuartos y baños de alquiler, mientras que los hoteles se
repletan, excepto el Samanga, del ayuntamiento local, que por costar
más está reservado para otro tipo de personas.
Algunos peregrinos sólo vienen por adorar y se dan media vuelta,
lo que origina un caos en el transporte. Los carros salen a
cualquier hora, siendo los que no pertenecen oficialmente a esta
ruta los que convierten a la tranquila ciudad andina, en un mar de
bocinas y gritos. Estos advenedizos son los que protagonizan el par
de accidentes de carretera que siempre suceden.
Los pasajes fluctúan según el servicio, y el ánimo del
conductor. En la ruta oficial, el pasaje sube de tres a cinco
dólares, en la equivalencia local. Cuando acabe la fiesta todo
volverá a la normalidad.
Si era necesario tanto despliegue de fervor, es asunto de
conciencia. Manuel Niño dice que a veces la devoción se queda en
Ayabaca, cuando lo ideal sería practicarlo en la vida diaria.
"De nada vale sacrificarse tanto si después cuando vuelven a
sus comunidades siguen portándose igual".
El himno del Señor Cautivo dice "Si grandes son mis culpas,
mayor es tu bondad". Con o sin esa premisa, les veremos el año
entrante, caminando otra vez, andando kilómetros, hilvanando y
cumpliendo promesas. Cada peregrino es una historia aparte, al fin y
al cabo.