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Actualizado: sábado, 20 de octubre de 2001 18:32:40 -0500

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Peregrinos por la paz

El terruño según Eliseo

Salió buscando el futuro, como cualquier otro muchacho, hasta que enfrentó su identidad cultural y volvió a explorarla. Ahora que dice conocerla más, busca ofrecer más.

por Nelson Peñaherrera Castillo nelsonpenaherrera@journalist.com

A Eliseo Pangalima Rentería (foto de la izquierda), la vida ni le sonreía pero tampoco lo trataba mal. Simplemente era otro ‘pata’ más en medio de otros ‘patas’ que caminaban por la sociedad, buscando cómo ser algo para después ser alguien y llevarse a la boca alguna cosa.

"Desde que salí a Lima, me gustó conocer el país". Se sentía un aventurero en medio de otras personas llevadas por la corriente de conocer lo que vieron en los libros, o por el puro gusto de sentir aire nuevo a cada minuto.

"Cuando estuve en Ecuador me preguntaron sobre Cusco, y dije que no lo conozco, pero sí Aypate, y eso está en mi tierra. Que era punto de vía para Quito y para Cajamarca."

Bastó la referencia para que Eliseo volviera al terruño para prometerse volver a salir jamás a menos que lo haya conocido por completo.

El loco Aypate

La ciudad de Ayabaca (izquierda) vio nacer a nuestro personaje hace veinticinco años. Casi nada ha cambiado desde entonces, pues mantiene las mismas calles estrechas flanqueadas por casos de uno o dos pisos con techos de teja a dos aguas.

Ubicada a 2.715 metros sobre el nivel del mar (según la última medición oficial), y con una temperatura promedio de 18 grados Celsius, posee un clima escogido por sus fundadores, a mediados del siglo diecisiete, para convertirlo en un granero.

La ciudad se ubica en la ladera oriental del cerro Campanario, cuya cumbre más alta roza los tres mil metros de altura.

Por las calles circula un chico menudo, de hablar modulado y a la caza de cualquier que no tenga cara de parroquiano, con algún acento de curiosidad por lo que hay por allí. Se trata de Eliseo, el guía.

Las ruinas de Aypate son la evidencia de dominación incaica en la zona de Ayabaca. Están a unos treinta kilómetros en línea recta desde la ciudad, a una altura de dos mil novecientos metros, en medio de una vegetación tupida y típica de esta parte de los Andes: árboles frondosos regados sempiternamente por el páramo.

Como Ayabaca, las ruinas están casi en la cima del cerro, desde donde es posible dominar toda la comarca, y se supone que constituyeron un centro ceremonial y político, aunque para Eliseo sería lo primero.

"Aypate era un apu [espíritu protector] donde venían culturas chimúes y mochicas para pedir cosechas o agradecer producción."

Para el guía informal, Aypate es la quintaesencia de la identidad ayabaquina junto a los petroglifos preincas de Samanga, que están más al norte, rozando el límite con el Ecuador.

"Mis amigos me llaman ‘loco Aypate’ porque soy el único que invita a la gente de afuera a que visite las ruinas", meta personal que le ha llevado a guiar a gente del extranjero: "He llegado gente francesa y les ha parecido maravilloso."

Fue así como lo conocí, cuando intentaba descifrar la maqueta que de las ruinas se expone en el hotel "Samanga" en el centro de la ciudad, que representa sólo la parte visible pues se estima que la tercera parte aún puede estar oculta bajo la vegetación, y que, como Troya, podría corresponder a la ciudadela original construida por los ayawakas, un centro ceremonial de culto a la luna.

"Me gusta acostarme en cualquier lugar de Aypate y regreso como nuevo. Nunca le he rezado, no le hecho pagos (ofrendas)".

Nuevas artes

Los ayawakas eran una tribu que integraba una confederación con los wankapampas, más al sur, y los kañiwas, al norte: eran los wayakuntus (o guayacundos).

"No somos herederos de un pueblo cualquiera. Samanga no se sabe todavía de dónde proviene", sentencia Eliseo, y tiene razón pues los estudios existentes abundan en imprecisiones aún de quienes fueron los habitantes que pisaron sus pies en la zona, de dónde aparecieron y cómo se desarrollaron o qué hicieron.

Siglos después, uno de sus descendientes ha logrado, eso sí, desarrollar otros talentos, como los trabajos en cuero. He conocido el cuarto-taller de Eliseo, en su casa, en el sector sur de la ciudad.

Hay bolsones, billeteras, monederos. "El cuero viene de la curtiembre artesanal, obtienen la cal y se saca la piel." Los trabajos están pintados en colores de la tierra, desde los pasteles hasta los marrones típicos de la tierra arcillosa cuando está húmeda. "He pintado con un tipo de pintura, otro tipo, llegué a mezclar con thinner, con alcohol."

Eliseo dice que es un arte que pudo haber aprendido en Ecuador y que le lleva a hacer un morral en dos o tres días, y si se le agregan accesorios, un día más.

"Ahora conozco Ayabaca. He investigado un poco", dice el muchacho confiándome que es el momento de aprender más para servir más a su tierra. A sus veinticinco años, luego de vagar como un ‘pata’ más, ha decidido aprender idiomas, profundizar sus estudios de turismo, para lo cual volverá a Lima en estos días.

Dice que volvería en cualquier momento si de hablar de su tierra se trata. Es como una deuda por todo el tiempo que jamás la concibió como su mama-pacha, la diosa de la fertilidad inca, que da sustento y cuyo cuidado y cariño era vital para el sustento de los antiguos habitantes.

Apuesto que lo hará regresar, cuando haya superado su segunda etapa de aprendizaje.

©2001 NPC


PROMOCIÓN

Los trabajos de Eliseo en cuero se ordenan mediante nuestro sitio NPCi shop

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