Por Octavio Alberto Agustín Aquino.
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"Un cuerdo entre locos es un loco entre cuerdos"
Anónimo.
Hablar sobre la locura y la cordura es contraponerlas directamente. Algo análogo a la distinción entre la luz y la sombra: se excluyen mutuamente pero no puede comprenderse una sin la otra.
¿Qué es la locura? La pregunta es amena y no siempre tuvo (en realidad aún no tiene) límites bien definidos. Existe una definición clínica, llamándola neurosis o psicosis según sus características y subdividiéndola en varias categorías. Igualmente, el individuo común discierne entre un loco y un cuerdo, aunque es precisamente el individuo común el menos apropiado para preguntarle al respecto. Porque es verdad que no todos los locos están en un manicomio, y que no todos los cuerdos son tan "cuerdos" como pretenden.
Al iniciar la redacción del presente ensayo, no tenía mucho material con el cual comenzar. Alguna discusión, quizá, sobre las teorías de Michel Foucault sobre la locura, donde la locura no es vista como una enfermedad sino como un fenómeno social. Precisamente mucho puede decirse sobre la locura si nos basamos en las ideas de Foucault.
En su "Historia de la locura en la época clásica" se lee:
"La demencia es, pues, en el espíritu, al mismo tiempo el completo azar y el determinismo total; todos los efectos pueden producirse allí, porque todas las causas pueden provocarla. No hay trastorno en los órganos del pensamiento que no pueda suscitar uno de los aspectos de la demencia. Hablando propiamente, no tiene síntomas; antes bien, es la posibilidad abierta de todos los síntomas posibles de la locura...". (Foucault, 1976: 392)
Yo, en lo particular, expondré mi versión de los hechos. No me considero calificado como para desarrollar ni criticar las ideas (aclaro que, no obstante, expondré algunas) de quienes se han expresado sobre la locura. Para mí no es verdaderamente loco mas que quien, por razones de índole bioquímico, es incapaz de estructurar su pensamiento y sus acciones. La locura que entiendo se me pide analizar corresponde mejor al grado de individualidad de la gente.
Considérese un acto que entre dentro de lo común y corriente. Por ejemplo, dormir. Con muy poca dificultad podría afirmarse que todos los seres humanos dormimos. Sin embargo, no falta la noticia (inventada o verídica, eso no importa) de algún sujeto que espontáneamente dejó de dormir. En esta sociedad moderna - o post-moderna, según las convicciones de cada cual - donde generalmente los "locos" saltan a la fama y engendran la propia cordura, no tacha esto de locura en el grueso de los casos. Mas no falta el que exclama: "¡Estará loco ese tipo!" El ejemplo no es muy bueno, pero supongo que ilustra con suficiente aproximación mi postura. Sin más preámbulo, pasemos directamente al asunto que nos atañe.
Como ya dije antes, no tomaré por locura al cese o atrofiamiento de las funciones que naturalmente se llevan a cabo en el cerebro y sistemas asociados. Subrayo el papel semánticamente estricto de la palabra "natural" en este caso. Admito que mi exclusión es inocente, pues también las acciones y pensamientos de un sujeto pueden llegar a alterar dichas "naturalezas" de los sistemas orgánicos. A pesar de todo, la existencia de casos extremos me permite realizar esta endeble distinción.
Debemos entender una cosa, y es que la locura será muchas cosas pero no es normalidad. Anclaremos el término de normalidad para desplazarnos con mayor comodidad. Surge entonces una pregunta absolutamente obligada ¿Cómo puede darse la "normalidad" si cada uno de nosotros es distinto?
Mi respuesta es que tal normalidad no existe. No como algo objetivo. De hecho, objetivamente demostramos que no existe pues, de existir, sería innecesaria la incertidumbre en las estadísticas. Ahora bien, lo objetivamente subjetivo es que cada persona tiene insertada una cierta "normalidad" en su inconsciente. ¿Cómo fue a parar a allí?
Me atrajo, como explicación, parte de las teorías de Foucault. Según él, la locura tiene un trasfondo de poder. Poder venido del conocimiento. Poder que sirve para dirigir la vida de los demás. Dicho sea de paso, la normalidad es fortalecida por el hecho de que la mente humana comprende por medio de abstracciones que se destilan en conocimiento. Yo no sé que más diga Foucault, pero esto me interesa, pues explica en mi perspectiva por qué la locura es una manifestación de la individualidad.
Los individuos son como puntos. No obstante, no existen los puntos aislados en el espacio. Tienen un entorno. Llamémosle familia al conjunto de puntos más adyacentes a cada individuo. Y hasta aquí dejemos la analogía matemática. Porque los puntos no engendran nuevos puntos, cosa que sí ocurre con los seres humanos. Por razones genéticas o conductuales, cada punto es "congruente" con su familia. Es cierto que la familia de un individuo no necesariamente es la que le produjo biológicamente (y por eso añado que no sólo la cuestión genética afecta al individuo). Esta "congruencia" es precisamente el germen de la "normalidad".
Imaginemos todas las familias del género humano. Como el género humano, a grandes rasgos, puede afirmarse como único, entonces necesariamente cada familia tendrá elementos en común con alguna otra. Y si aunamos a este hecho la congruencia, resulta que todos somos, de alguna manera, congruentes con todos los demás.
Y he aquí lo paradójico. Junto con la aparición de dicha congruencia universal, igualmente nace una especie de acumulación de diferencias. Es decir, si dos familias son muy cercanas, lo mismo puede decirse de su normalidad. Figúrese una tercera que sea cercana únicamente a la primera. ¿Qué tan cercanas son las normalidades ahora entre la primera y la tercera?
Se nos ha formado de pronto un conglomerado homogéneo y heterogéneo al mismo tiempo. Y todavía aún no hemos tocado el punto de la locura.
Ahora bien, no sabemos si es que el individuo se pierde entre su familia o está marcadamente delimitado. Pero, el individuo está en constante contacto con la naturaleza, conociéndola. Con ello, también comprende que no es naturaleza. Hay algo que el individuo no es. El individuo descubre lo que lo justamente lo individualiza. Ya no es tan "congruente", homogéneo. Empieza, con esto, su locura.
El descubrimiento del exterior no significa que la persona se lance a la exploración de su propio ser. Una de las personas que lo ha hecho, Sócrates por ejemplo, fue condenado como hereje, y lo mismo pasa con cualquiera que afirme lo contrario a algún canon establecido. De hecho ésta es una de las primeras locuras, aunque no reciba este nombre. Cuando el individuo se sobrepone a la creencia ciega en la religión que lo homogeneiza.
Existe, por supuesto, una presión por parte del entorno de un individuo para impedir que pierda su homogeneidad. Esto, en parte, yo lo atribuyo a un instinto de conservación de los seres humanos, no solo como especie, sino también como instituciones y creencias. Como ya dije, el género humano es una unidad. Queriendo evitar el "vacío" en un sentido aristotélico, la vecindad de un individuo aplasta un punto aislado, incorporándolo.
Dependiendo de la voluntad del individuo, este puede ceder (sobretodo si la presión lo acompaña desde su plástica niñez) o explotar. Estalla en su individualidad, y no permite con rigor que algo se lo impida. Nace un instinto, un deseo de poder.
Curioso, pero esta ansia de poder constituye otro tipo de locura. Aunque una que llamaremos "polar", pues pretende no solo ser singular, individual entre lo homogéneo, sino recomponer esta misma homogeneidad en su totalidad. Así han surgido grandes locuras tiránicas, como la de los imperios del mundo.
Por supuesto, provenga de las individualidades conjugadas o del principio de presión contra el vacío, hay una resistencia. Esta locura del poder, cuando no logra imponerse por la fuerza, se matiza. Como cada individuo se reconoce a sí mismo por el conocimiento de lo externo, entonces esta nueva locura del poder busca alterar a cada punto modificando la forma en que percibe el mundo. Esta vez pretende manipular la información, los paradigmas, adueñarse del conocimiento.
Apunta María Inés García Canal: "La resistencia está siempre presente en la relación de poder, ejercicio del poder y resistencia se encuentran indisolublemente unidos, convertido uno en el gemelo del otro, implicados ambos en una estructura no dialéctica... sino en una estructura trágica..." (García, 2001).
Todo esto nos sugiere, al igual que a Foucault, que el poder requiere de relaciones. No existe locura donde el individuo aislado. Mucho menos poder o resistencia. El poder es inmediato, busca actuar primero en el entorno de un punto, arrastrando consigo sus consecuencias.
A tal clasificación pertenece la locura de las compañías de información masiva, los planes de educación de los estados, las doctrinas de los partidos políticos. Formando el modo en que las personas captan la realidad, es fácil determinar que hacen, a dónde van, cómo viven, cuánto viven. Un poder sobre las vidas de los demás, un bio-poder.
De la misma manera, aunque de forma menos drástica y diría yo más loable, es la de los grandes genios de la humanidad. Hablaré con más detalle de la genialidad en breve, pero por lo pronto mencionaré que los genios también crean nuevas maneras de percibir el mundo porque saben la parcialidad de los modelos vigentes, impuestos o no desarrollados.
Dice Juan Carlos Goldar, en su artículo "Ontogenia y filosofía de la mente":
"En primer lugar lo que tienen de común un loco con un genio: el loco pierde las restricciones tabuíticas, pierde la inhibición que produce el espíritu subjetivo. En el loco aparece la naturaleza tal cual es, brota. Hay locos que nos presentan modos culturales que nosotros ignoramos por completo, de ahí la incomprensibilidad. Aparecen brutalmente varias formas, varios cánones naturales..." (Goldar, 1998)
Tal como ya había expuesto, los genios son locos "polares". De acuerdo a Goldar los genios ven una cierta fluctuación de la naturaleza reflejada en sus conciencias. Ellos quieren manifestar esto, pero las "restricciones tabuíticas", o "congruencia" de acuerdo a mi nomenclatura, no lo facilitan. A decir verdad, lo impiden. Lo que resulta en la producción artística o científica. Con esto quedan homologados Bach, Einstein y Van Gogh.
Pudiera ser que los genios científicos no parecieran artistas. Isaac Newton nunca dedujo con rigurosidad sus teorías. Al menos no con la que era necesario hacerlo (y porque, en realidad, no era necesario). Tanto él como Leibniz manifestaron su firme convicción en los infinitésimos, aún cuando no encajaban con los números como todo el mundo los conocía. El infinito era una cosa relativamente inexplorada. Pero ellos se sobrepusieron a ello y formularon una herramienta matemática con la cual transformaron por completo la visión del universo.
Sea una ley de la Naturaleza, un teorema innovador, una pintura exótica y desconcertante, o las obras de Bach que se calificaron como "'pomposas y confusas' mientras que otros las ponderaban como incomparables obras maestras" (Hofstadter, 2001: 3), todas cambian la forma de ver el mundo.
Los genios, sin embargo, no se pierden en la explosión. "La diferencia es que el alienado pierde la restricción y el genio consigue abolirla con su espíritu absoluto..." Goldar se refiere a los locos clínicos como alienados. Asimismo habla del espíritu absoluto que Hegel maneja como la síntesis del espíritu subjetivo y el objetivo. Y también de la naturaleza y el espíritu.
Como instancia particular de cómo puede ser importante el entorno para la locura, citaré el ejemplo de los mapuches.
Para los mapuches, cada ser está conectado a la comunidad, la naturaleza y las fuerzas sobrenaturales (Bekesi, 2000). Este es su principio homogeneizador. La ruptura con estas naturalezas, es decir, las "malas acciones" son las que permiten la entrada del "mal" en cada persona.
Aquí, los elementos estabilizadores están personificados en los "machis", los médicos brujos, que reinstauran el orden dentro de la comunidad.
María Bekesi, en su artículo "Intercambio Cultural entre Alemania y los mapuches" también menciona algo que me es útil para ilustrar como es, en gran medida, el entorno de un individuo lo que determina si es un loco o un cuerdo. Algo que no señalé, y que cabe en este momento señalar, es que la vecindad de un individuo no necesariamente es fija. Por motivos de índole ajena o propia al individuo, esta vecindad puede cambiar.
Contando con la adyacencia de las vecindades, es posible que la nueva vecindad admita al individuo y no lo califique como loco. Tal es el caso de un sujeto que habita en una ciudad y se muda a otra. Entre más cercana es la ciudad (en términos regionales, no espaciales), menor será su choque, su manifestación excesiva de individualidad. Como el estudiante que radica en la ciudad X y, al querer continuar con sus estudios universitarios, se muda a la ciudad Y. Prácticamente es indistinguible. Mas otro, entre menos "cercano" sea a la localidad de Y, será visto como extraño. Si su extrañeza rebasa ciertos límites, terminará como loco a menos que se asimile en la nueva vecindad.
Quizá sea esta la razón de porque los extranjeros suelen parecernos locos. Posiblemente en su localidad no sean más "locos" que cualquiera, pero aquí no pueden ser tan normales como el resto.
Una vez más, no es menester que el individuo mude su propia localidad. Sucede que la vecindad misma puede transformarse. Veamos otro ejemplo.
América, en alguna época estaba poblada por entornos que iniciaban su proceso de homogeneización. Súbitamente los españoles alteran este entorno. No es sencillo averiguar que sucedió realmente con los pobladores del entorno original. Pienso que, los que sobrevivieron, asimilaron con silencio el cambio (siempre y cuando hayan tenido contacto con el cambio, ya que hubo comunidades que no fueron conquistadas). Los que manifestaron violencia fueron los que, debiendo tener un cierto entorno (la península ibérica) tuvieron una Nueva España. Éstos, los criollos, junto con los mestizos, fueron los "locos" que polarizaron su individualidad como grupo por la fuerza.
No hemos aún apuntado el importante papel que tiene el tiempo en el estudio de la locura. Mucho se ha hablado de cambios. Para el cambio, es necesario el tiempo. Nuestro análisis había sido unidimensional. Es oportuno estudiar una segunda dimensión: la temporal.
Otra vecindad de un individuo es, sin duda, la temporal. Las relaciones que subsisten entre el individuo y su entorno son temporales. Con doble significación, es decir, que se manifiestan en el tiempo y que no son permanentes durante la vida del individuo. Ineludiblemente terminan con la muerte.
Nos auxiliamos de esto para introducir el anacronismo como elemento de locura. Podemos apoyarnos en la duración bergsoniana, el tiempo vivo que varía según cada persona. Esto es, la individualidad se hace patente en la duración de cada cual. Los corazones no estan sincronizados, no guardamos los mismos recuerdos de un mismo evento.
Hay quienes son apegados a su tiempo y no lo actualizan según cambia el mundo. Lo inverso ocurre igualmente. De acuerdo al entorno de cada persona, este puede tener una visión temporal congruente. Si alguien empieza a valorar en exceso su propio tiempo, o a menospreciarlo demasiado, la locura se presenta nuevamente. En el primer caso, como con la gente anciana anclada en los recuerdos, el clásico "viejito loco" que se alude generalmente. En el segundo caso, con la juventud "loca" que experimenta cada novedad. Sus tiempos no se sincronizan. Las individualidades constrastan.
Ni siquiera un individuo mismo permanece en una vecindad temporal para siempre. Inclusive esto es motivo suficiente de reconocer la locura en uno mismo. Al mirar como reaccionaba en algún tiempo, se califica a sí mismo de loco. Exclaman: "¡Qué loco estaba en esos días!"
Los pueblos, de manera semejante, al contemplar su historia, condenan sus "locuras" como las Inquisiciones, las guerras, las ideas erróneas, y exaltan sus "avances" como la tecnología, la ciencia, etc. Conforme sus vecindades temporales cambian, las locuras aparecen o desaparecen.
La locura puede ser interpretada también como un caso de irracionalidad. Fue durante una época racionalista y positiva cuando se inició un estudio sistemático de la locura. Se podría decir que tres cosas intrigaban a los racionalistas del siglo XVIII y XIX: los niños, los salvajes y los locos. Los tres parecen resistir el análisis racional. Pero la fé en la razón se esfuerza por rebasar lo irrebasable.
Esto originó tres ciencias, que buscaban explicar (racionalizar, pues) los límites de la racionalidad: la pedagogía, la antropología y la psquiatría. (DellaCasa, 2000).
Los racionalistas de aquel entonces tenían la convicción de que "... la realidad verdadera es lo inteligible y lo inteligible es racional; la verdad, el ser y la racionalidad serán lo mismo, o cuando menos tres aspectos de una misma manera de ser..." (DellaCasa, 2000)
Bajo dicha luz, todo aquello que no fuera racional era desajustado, irreal, falso. Se le exige al loco aceptar que no está actuando conforme al principio real. Al loco se le corrige, adapta o margina.
La alucinación forma parte del concepto racional de la locura. Como al final todo es razón, y dado que la locura es irracional, entonces está suplantando la realidad coherente con alguna deformación, una alucinación.
Ahora bien, ¿cómo es posible semajente deformación? Considérese al ser humano como un ser que vive en medio de símbolos; que los símbolos constituyen toda su realidad. Es la forma en la que adquieren significado lo que marca la diferencia entre la locura y la cordura. Concierne al psicoanalista conseguir que el loco retorne a los esquemas establecidos de interpretación. La medicina adquiere entonces un papel dominante sobre las ciencias, sobre todo en esta rama de la misma.
Pero es interesante que la misma normalidad puede ser catalogada como una enfermedad. El Dr. Lacan "calificará a la normalidad como 'la locura de creerse alguien'..." (Orbea, 2000). Es decir, la identificación es previa al pensamiento. El sujeto cae dentro de un círculo social que le niega su identidad. La identificación es producto de esta negación. El individuo se confunde con el indefinido, adopta la posición "de todos".
El "ser tomado por" adquiere el rasgo de locura. El sentido común que juega el papel de "razón", "principio de realidad" y produce la normalidad, encuentra aquí a su complemento. Para poder "ser tomado por" es indispensable una inventiva que rete al sentido común. La alucinación, en pocas palabras, es la herramienta indispensable del loco.
Dentro de una ciudad, solo coexisten los cuerdos, los normales, los "indefinidos". La mácula cae con el que pretende, con el que disfraza su "autenticidad" con otra cosa.
La irracionalidad y el significado son muy apropiadas para estudiar una locura que rebasa estos conceptos: el budismo zen.
No entraré en detalles sobre el budismo excepto en que la variedad zen del mismo persiguen metas similares, esto es, el nirvana. En su acepción de "extinción" el zen alcanza el nirvana anulando la significación de las palabras y la confianza total en el razonamiento.
El afán humano de conocer la realidad tal cual es, llamándole al resultado verdad, es antiguo. La paradoja, que es producto de llevar a sus últimas consecuencias los resultados de las especulaciones, no es mas que aliciente para emprender nuevos intentos de modelos para la realidad.
En su libro "Gödel, Escher, Bach" Douglas Hofstadter desmenuza el teorema de Gödel. Este teorema, en pocas palabras, dice que un sistema complejo no puede explicarse a sí mismo utilizando únicamente sus herramientas. Para conseguirlo, debe recurrir a sistemas más fuertes cuya veracidad no puede ser comprobada. En términos computacionales, si uno escribe una serie de instrucciones para una máquina, éstas no pueden contener un programa que genere un programa más complejo que el que se introduce.
Las consecuencias de esto son muchas. Entre ellas está el que habrá sentencias que nos parecerán verdaderas pero que no seremos capaces de demostrar si aceptamos ciertas reglas. Y sentencias falsas que tampoco podremos rechazar con una demostración, pues no habrá tal.
La perspectiva más general nos revela que el pensamiento humano se fundamenta en iteraciones de carácter prácticamente infinito y resquebrajamientos en subniveles de orden fractal.
Supongamos que en la infinita sucesión de repeticiones, bifurcaciones, bucles y demás se da una conexión distinta entre los elementos. De acuerdo con lo expuesto es imposible saber que sucederá en la mente de quien lo experimenta.
Todo apunta al hecho de que estos pequeños yerros no cambian en mucho las concepciones del mundo. No podría darse la normalidad en caso contrario. Aún más, esto sugiere un argumento plausible para confirmar que existen "normalidades" insertas en el esquema operatorio de las mentes humanas.
Hofstadter lo manifiesta de manera un tanto jocosa en un diálogo llamado "Pequeño Laberinto Armónico". El antiguo relato de Zenón para demostrar la imposibilidad del movimiento adquiere frescura primero con la reelaboración de Lewis Caroll y en Hofstadter después con su desarrollo a lo largo de todo su libro para introducir los conceptos que en él trata.
Los personajes de Zenón, Aquiles y la Tortuga, encuentran una lámpara mágica que concedera tres de sus deseos. Aquiles, queriendo pasarse de listo, pide como primer deseo pedir cien deseos. Esto es un meta-deseo, es decir, un deseo sobre deseos. Lo verdaderamente importante de esto es que el Genio, para poder cumplir el meta-deseo de Aquiles, debe pedir este deseo a un meta-Genio, y este a su vez a otro meta-meta-Genio, y así sucesivamente hasta el infinito, donde se llega a DIOS (acrónimo de DIOS que Imparte órdenes al Subsiguiente). El genio comenta que, en la infinita cadena de meta-deseos, puede ocurrir un error, que conlleve al incumplimiento del deseo. Pero los errores se compensan a lo largo del viaje y generalmente si llegan a cumplirse. Cuando algo drástico ocurre (como cuando Aquiles pide que su deseo no fuese concedido) el sistema entero se colapsa (y sobreviene la locura) (Hofstadter, 2001: 128).
Pero, imaginemos que alguien empieza a vislumbrar las reglas del pensamiento. Y las reglas de las reglas. Y las reglas de las reglas de las reglas. Por la inmensidad del proceso mismo del proceso, este ser cuestionará al final el pensamiento mismo. Jalará las riendas de sus estructuras de pensamiento y dejará atrás a los demás. Ya no podrá concebir la realidad como siempre, el lenguaje adquirirá nuevos matices. Se sentirá compelido a la creación.
Puede perderse el control en estas situaciones y quedarse atrapado en el esquema del neurótico o psicótico, o sacar provecho y convertirse en un genio.
Al fin y al cabo, la realidad no es más que un isomorfismo entre nuestras estructuras mentales y lo que percibimos con los sentidos. Para la gente común, los isomorfismos están dados por su entorno y son prácticamente inmutables. Los locos les incomodan porque no conciben como pueden existir otros isomorfismos.
Para los locos, los isomorfismos pueden cambiarse a placer siempre y cuando conserven significancia. Pronto esto les aburre y exploran la no-significancia. Ya no se preguntan si la forma define el fondo sino lo contrario: dado el fondo, saber si se define una forma.
Insisto: muchos locos se pierden en la no-significancia y no hallan camino de retorno. Ya no se preguntan nada ni tampoco nada tiene sentido pues ellos se ocuparon de deshacerse de dicho sentido. Esto corresponde a una última etapa de locura.
Los koans son una suerte de poemas cortos que actuan a modo de "'disparadores'; aunque no contengan información suficiente como para poner en acción los mecanismos internos del entendimiento que conduzcan a la iluminación... la postura zen es que... no hay palabras que puedan capturar la verdad" (Hofstadter, 2001: 275)
Para ejemplificar la locura a través de koans, transcribo aquí uno que aparece en el libro de D. Hofstadter.
"El discípulo Doko se apersonó a un maestro zen, y le dijo 'Estoy buscando la verdad. ¿Cuál es el estado mental en el que debo perfeccionarme para encontrarla'.
Dijo el maestro: 'No hay mente, de modo que no puedes ubicarte en estado alguno. No hay verdad, de modo que no puedes perfeccionarte para alcanzarla.'
'Si no hay mente que perfeccionar, ni verdad para encontrar, ¿por qué tienes aquí esos monjes que se reúnen todos los días ante ti para estudiar el zen y perfeccionarse mediante ello?'
'Pero si aquí no hay siquiera un palmo de sitio', dijo el maestro, '¿cómo podría haber una reunión de monjes?'. 'Y yo no tengo lengua, ¿cómo podría entonces llamarlos o impartirles enseñanzas?"
'Oh, ¿cómo puedes mentir así?', dijo Doko.
'Pero si no tengo lengua que me permita hablar, ¿cómo podría mentirte?', respondió el maestro.
Entonces, Doko dijo con tristeza, 'No puedo seguirte. No puedo comprenderte'.
'Yo no puedo comprenderme a mí mismo', dijo el maestro" (Hofstadter, 2001: 280).
La lógica no es sino una formalización del sentido común. Al menos, eso sostienen muchos psicoanalistas. El koan anterior demuestra que la lógica no puede conducirnos a la verdad. Mucho menos las palabras, que son el engranaje de la lógica.
Confirmamos así que la cordura no es más que una serie de supuestos y conclusiones que podrán ser muy congruentes con el sentido común, pero que no necesariamente encierran alguna verdad. Al menos no más que la de cualquier otro juego de supuestos y conclusiones.
La dificultad para asimilar esto es lo que distingue a los locos de los cuerdos. Los cuerdos rehúsan adicionalmente entender este principio pues ellos mismos se volverían locos. Dentro de su juego de reglas, esto es inadmisible, y quedan atrapados en un laberinto análogo al del loco que le ha perdido todo significado a la realidad.
Debo empezar mis conclusiones por expresar que fue muy placentero exponer este tema. La distinción entre locos y cuerdos no es un problema nuevo para mí.
Pude fundir, en la presente exposición, muchos rasgos del curso de Historia del Pensamiento Filosofico que tomé durante el primer semestre de mi carrera. La capacidad de estructurar un ensayo con las discusiones, lecturas y preguntas que se presentaron a lo largo del estudio de la Filosofía me ha resultado invaluable.
Con respecto a la locura, y en general con cualquier tema filosófico, es que no todo esta dicho. Yo no pretendí siquiera tratar todo lo sabido y pensado sobre el tema, ni mucho menos resumirlo. Lo más que logré en mi ponderación es introducir el problema a quien no lo conociere y detallar mi posición frente al mismo.
Sin duda la idea que más me atrae es la locura como un producto entre el individuo y su entorno, en sinergia con la interpretación que éste hace de su realidad. Los procesos mentales que se efectúan para dicho propósito son de lo más interesantes y lo que se sabe hoy no es ni un grano de arena con lo que probablemente se sabrá mañana.
El auge de la inteligencia artificial es una prometedora vía para el estudio de la locura. Alan Turing nos legó la idea de que sabremos que una máquina se ha vuelto inteligente cuando, al conversar con ella, no advirtamos que nuestro interlocutor es una máquina. Me pregunto si las máquinas, una vez que hayan conquistado la inteligencia, conquistarán también la locura. ¿Serán capaces de engañarnos para hacernos creer que están locas? De lograrlo, ¿no perderán la noción misma de lo que es la cordura? Recordemos que serían menos susceptibles a los cambios bioquímicos que ocurren en nuestros cuerpos orgánicos.
No es solo la racionalidad el límite para la inteligencia artificial. Los extremos de esta misma racionalidad son los que dificultan tanto la tarea de lograr que una maquina piense, que se comporte como nosotros.
En mi opinión, la más grande barrera que nos separa de las máquinas no son las capacidades aritméticas o lógicas, sino la construcción de interpretaciones de la realidad y, dentro del campo de la locura, la creatividad.
Regresando a la locura: es algo que está ahí, lo reconocemos y no podemos explicar. Supongo que debemos conformarnos con un método fenomenológico para su estudio. Es, con un estilo koanístico de decirlo, algo que no se puede expresar con palabras ni sin ellas.
Dejemos que Michel Foucault mismo cierre este ensayo con broche de oro:
"Quizá llegue el día en que no se sepa ya bien lo que ha podido ser la locura. Su figura se habrá cerrado sobre sí misma no permitiendo ya descifrar los rastros que haya dejado. Estos trazos mismos, ¿serán otra cosa, para una mirada ignorante, que simples marcas negras?...". (Foucault, 1976: 328)
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Última actualización: 4 de julio de 2004.