Extraído de Maestro Eckhart, Comentario al Prólogo de san Juan, Madrid, Etnos-Índica, 1994.

Páginas 74-80.

 

1ª EXPLICACION

70. Estas palabras han sido expuestas más arriba de tres modos. Mas ahora debe advertirse que la luz alumbra el medio, pero no envía sus rayos a las raíces. Por lo cual todo medio recibe al punto la luz de un cuerpo luminoso, no antes el oriente que el occidente, ni el occidente después de¡ oriente, sino uno y otro a la vez y, por demás, cada cual de ese cuerpo luminoso sin solución de continuidad. Y el motivo es porque a la raíz no envía luz ni en el oriente ni en ninguna otra parte del medio. Por esta razón la luz no se fija en el medio ni nadie es sucesor de la luz, ni un cuerpo luminoso hace a un medio heredero de su actividad, la cual consiste en iluminar. Transmite de veras esta luz al mismo medio que la recibe incluso en su evolución, como sucede con la pasión, el recorrido y el devenir, de modo que sea y pueda decirse iluminado; no la comunica por contra a este medio a guisa de raíz y de cualidad estática y pasiva, de modo que la luz, una vez desaparecido el cuerpo luminoso, debe permanecer, establecerse e iluminar dinámicamente.

71. Otra cosa muy distinta es cuando se trata del calor producido en el medio junto con la luz. Este toma su raíz en el medio. Se establece, por demás, y toma cuerpo cuando no existe un cuerpo luminoso. En tercer lugar: que sucede más tarde en occidente que en oriente, sucediéndose incluso en el tiempo, no de pronto ni en un momento puntual. Lo cuarto: no solo templa una parte tras otra, sino una desde otra. Lo quinto: que, por todo ello, no cualquier parte da calor a partir de un cuerpo luminoso. Y lo sexto: de ahí que el medio recibe calor no solo por mor del devenir, el recorrido y la pasión -amén de la reciprocidad y la hospitalidad, de tal forma que se le llama y es realmente lo caldeado-, sino por mor de la inherencia y del heredero de¡ hijo, al que pertenece la heredad, de tal forma que se le llama y es verdaderamente el calefactor, heredero de la acción del calefactor, que es caldear dinámicamente.

 

72. No diré más de la luz en el medio, sino lo dicho anteriormente. Y esto es lo que aquí se dice: la luz brilla en las tinieblas y ellas no la reconocieron. La luz es Dios y todo lo que es divino y perfección. Las tinieblas son todo lo creado, según lo ya dicho. La luz, perfección divina, brilla, por tanto, en las tinieblas, pero ellas no la recibieron, siendo de suyo iluminadoras activas, herederas de la acción de Dios, como la creación, el gobierno y otras tales. He escrito acerca de estas cuestiones en mi Comentario del Génesis, segunda edición, referente al pasaje de Génesis 2 [21]: infundió Dios el sueño sobre Adán.

 

73. De lo mencionado anteriormente se apunta claramente que Dios habla en un solo sentido, si bien lo oímos de dos modos, según el Sal [61,12] y Jb 33 [14]: Dios habla de una vez y no lo repite en una segunda ocasión, porque engendra al Hijo, que es el heredero -luz de luz- en una sola acción, y crea una criatura, que es tiniebla, cosa creada, hecha, no el hijo ni el heredero de la luz, de la iluminación y la creación. Y tomando pie de esta última explicación pueden comentarse muchas cuestiones parecidas en las Escrituras: la luz brilla en las tinieblas y ellas no la recibieron.

Lo quinto: la luz brilla en las tinieblas y ellas no la recibieron, porque el principio siempre atañe a lo comenzado, pero éste por sí mismo no atañe en absoluto a su principio.

Lo sexto: la luz brilla en las tinieblas porque, como Agustín, Pablo veía a Dios en los tres días en que no veía otras cosas. He escrito acerca de esto en lo de Moisés se llegó a la nube en la que estaba Dios. Ex. 20 [21].

 

74. Lo séptimo: la luz brilla en las tinieblas y ellas no la recibieron, porque el principio da nombre a lo comenzado y no al revés. Y esto es lo se dice aquí con claridad: la luz brilla en las tinieblas. Dícese en consecuencia que el medio es iluminado por la lumbre o luz, pero no que la luz quede iluminada o sea partícipe de la lumbre.

Lo octavo: la luz en las tinieblas brilla. Debe tenerse en cuenta que lo diáfano de la naturaleza de la luz jamás se aprecia o se manifiesta sino cuando se ha contrapuesto con ella algo opaco, como por ejemplo la pez, el plomo o algo parecido. En cambio Dios es la luz y en él no hay tiniebla alguna. [1]Jn 1 [5]. Que es lo mismo que se dice aquí: la luz en las tinieblas brilla, a saber: en las criaturas que poseen algo de opaco -o sea de nada- que les es añadido. Y esto es lo que dice Dionisio: es imposible que el destello divino refulja en nosotros si no es envuelto en una diversidad de gasas. Así pues la llama no brilla en sí misma, sino en su continente. Por eso es llamado fuego por las tinieblas en Gn 1 [2]: las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, según los doctores. La llama brilla en una sustancia ajena a sí, pongamos por caso de la tierra; carbón, por ejemplo, o bien en una sustancia del éter.

75. Lo noveno: la luz brilla en las tinieblas, porque en regla universal el principio permanece escondido en sí, mas en lo comenzado brilla y queda patente, sabiendo que es su verbo. Y esto es lo que Is 45 [15] dice: verdaderamente Tú eres un Dios escondido. También [1]Tm 6 [16]: habita una luz inmarcesible y en este mismo Prólogo, capítulo primero: a Dios nadie lo ha visto jamás; el Unigénito, que está en el seno del Padre, ése lo ha revelado.

Lo décimo: la luz brilla en las tinieblas, etc, porque siempre hay un mal en el bien y no se percibe ni advierte ni sale a la luz sino bajo apariencia de bien. De esta guisa lo falso no se descubre sino en la verdad, la privación en lo que se posee; lo verdadero en lo falso, lo propio en la carencia. Y esto es lo dicho: la luz brilla en las tinieblas, y lo que sigue y las tinieblas no la recibieron. No hay nada que sea mal puro o pura falsedad. No hay doctrina errónea, en que no se halle entreverada alguna verdad, como dice Beda en su Homilía. Además: las tinieblas no la recibieron porque el mal no contradice, no echa a perder, no turba, no da su nombre a aquel bien con el que convive. Y dígase lo mismo de otras carencias.

 

2ª EXPLICACION

76. Ahora hablemos en términos morales. La luz brilla en las tinieblas; eso es debido a que la virtud refulge y se da en las contradicciones y contrariedades, según [2]Co 12 [9]: la virtud llega a su término en la debilidad, el Salmo [16,3]: me has sometido a la prueba del fuego, y no hallaste en mí maldad. Dice Gregorio: Las afrentas que cada cual sobrelleva demuestran qué guarda cada cual en sí. Anselmo en su libro De las similitudes pone el ejemplo de una moneda de cobre bañada en plata que, arrojada el fuego, no puede reprochar al fuego lo que ha hecho a su cobre. El fuego le respondía: no te hice yo tal cosa, sino que descubrí lo que, ocultándolo, había en ti, según lo del Si 27 [6]: el horno pone a prueba las piezas del alfarero. Dicho para todos: todo poder en cuanto que poder no queda patente y recibe el ser de su sujeto, sino de otro sujeto u opuesto. Así también la virtud brilla por su contrario, según dice Mt 5 [44]: amad a vuestros enemigos; y en el mismo Evangelio, capítulo 10 [36]: los enemigos del hombre son los de su casa. De este modo, en la medida en que alguien más nos asedia y se hace nuestro enemigo, en esa misma se muestra en nosotros la virtud, que no es otra sino la paciencia y el amor de Dios, que son nuestros mora dores. Siguiendo esto puede decir el Sal 41 [4]: Nos nutrirás con el pan de las lágrimas. Y sigue: panes fueron para mí las lágrimas. Los varones buenos se alimentan, nutren, mantienen, sustentan y deleitan en las adversidades, que reciben el nombre de lágrimas. De aquí lo que aparece en Mt 5 [10]: Felices los que padecen persecución. Padecen dice, no padecerán o han padecido. La paciencia refulge verdaderamente en el momento en que uno en realidad padece. Agustín en su libro De la paciencia habla así: Job fue más mesurado en los padecimientos que Adán entre los bosques cerrados. Aquel fue derrotado en los placeres y este venció en las penalidades. Cedió aquel a las delectaciones, éste no cejó en los suplicios. Y en la Epístola a Marcelino dice que la virtud de la paciencia es mayor que cualquier cosa que un hombre pueda soportar contra su voluntad.

 

77. Pasando a otra cosa, cuando se dice la luz brilla en las tinieblas, quiere decirse en términos de moralidad que Dios mismo calma y aclara a los que soportan las adversidades y pruebas, según el Sal [33, 19]: el Señor está cerca de los que se encuentran con un corazón atribulado; y además: estoy a su lado en la prueba. Y las tinieblas no la recibieron, porque Rm 8 [18]: no están adecuadas las penalidades de esta vida a la gloria venidera. De donde dice Gn 15 [1]: yo soy tu gran paga sin medida. Pues Dios siempre recompensa por encima del mérito y castiga más allá del mismo.

 

78. Lo tercero, en lo moral: dado que si un hombre soporta alguna adversidad no por la justicia, sino por una maldad, pongamos por caso un ratero o un ladrón, y después acepta morir libremente sobrellevando la muerte por causa de la justicia, por el mero hecho de que sea justo morir así, entonces será salvo, según lo de Crisóstomo a propósito de Mt 5. Un argumento claro en esto del ladrón aparece en Lc 23 [41]: nosotros estamos en justicia, pues hemos recibido por nuestros actos lo merecido. Y a este ladrón le fue dicho hoy estarás conmigo en el Paraíso. Y esto es lo que se dice la luz brilla en las tinieblas.

Lo cuarto: porque por lo general el hombre elige y suplica ser liberado de sus enemigos, sin saber que en ellos se pone a salvo de otros males mayores y es prevenido para cosas mejores. Y así una vez más la luz brilla en las tinieblas, aunque no sea acogida ni conocida. Y así expone Crisóstomo aquello de Mt 7 [9]: si pidiese un pan, ¿le va a dar una piedra?

 

79. Lo quinto: la luz brilla en las tinieblas, puesto que Dios, ciertamente, da no dando; como si un hombre por Dios prescindiera de algo que desease obtener, como lo de Rom. 9 [3]: deseaba yo mismo ser un proscrito de Cristo en favor de mis hermanos, como ya he comentado aquí por menudo. Y quizá sea esto lo que dice Mt 6 [10] hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Donde se entiende por tierra las tinieblas y por cielo la luz. Véase en Dn [3,72] Bendecid al Señor, luz y tinieblas.

Lo sexto: la luz brilla en las tinieblas, pues El llama a las cosas que no existen como a las que existen, Rom. 4 [17]; está a la puerta y llama, que dice Ap [3,20] o Mt 5 [45]: hace salir su sol sobre buenos y malos. De este modo el género animal se muestra uniformemente tanto en lo irracional como en lo racional. El dice todas las cosas para todos, mas no todos oyen todo, como dice Agustín al tratar de esto, Agustín en Confesiones: yo soy el principio, quien os habla, Jn 8 [25]. De donde se añade en el De las causas: la causa primera existe en todas las cosas según una sola disposición, pero todas las cosas no existen en la causa primera según una disposición única.

 

80. Lo séptimo: en las tinieblas brilla, esto es, en el silencio y reposo de las criaturas, pues el creador hace oír a los sordos, Mc. 7 [37]. Agustín dice en el libro IV de Confesiones: alma mía, sé sorda en el oído del corazón para el estruendo de tu vanidad. Escucha al Verbo. Y en el libro IX dice así hablando a Dios: ¿qué hay semejante a tu Verbo, [...] si ante El calla el fragor de la carne, y enmudecen las imaginaciones, [...] y el alma misma queda en silencio y se recorre no pensando sino en sí? En Sb. 18 [14] como todas las cosas guardasen profundo silencio. Mas de este pasaje ya he hablado.

 

81. Por último lo de la luz en las tinieblas brilla no se verifica solamente en lo dicho de que los contrarios se dilucidan contrapuestos, según lo apuntado anteriormente, sino porque las mismas tinieblas, privaciones, defectos y males alaban y bendicen a Dios.

Pongamos un ejemplo: el malogrado Judas ensalza la justicia de Dios; Pedro perdonado alaba la clemencia de Dios. Así pues ambas, justicia y clemencia, son una misma cosa.

Ahora un segundo ejemplo: en la creación la luz, Dios, la virtud y el poder tanto brillan y relucen a partir de lo que no es -que es el término desde el que- cuanto refulgen a partir del término hacia el que, que es el ser. Pues la creación no sería acción y luz divinas, si no fuese a partir del no ser.

Y un tercero: la luz brilla en las tinieblas, ya que la aversión y el odio del mal siempre proviene y nace de un amor al bien. Por eso Agustín dice que la propia justicia complace al hombre en la medida en que le disgusta la injusticia de los demás o ajena, según aquello de Mt [13,26] mientras crecía la hierba, aparecía la cizaña. Así pues las tinieblas dan gloria a Dios, y la luz brilla en ellas, no como un contrario yuxtapuesto a otro, sino más aún como uno dentro de otro. El mismo odio al mal y el amor hacia el bien o a Dios es un único ejercicio y acto.

 

(...)

Páginas 83-93

Era la luz verdadera [Jn 1, 9]

 

86. Remarquemos primeramente que la luz-Dios se llama verdadera porque en la divinidad luz no se toma en un sentido de metáfora o figura, como se pueden recibir las realidades corporales, una piedra por ejemplo, un león o cosas semejantes, como dice Agustín en el libro IV Sobre el Génesis. Ambrosio, por su parte, coloca el esplendor entre los calificativos que metafóricamente se refieren a Dios. Es sabido, pues, que propiamente cuanto se pueda referir en términos absolutos a estas perfecciones, que nos marcan con nombres, éstos se adaptan perfecta y exactamente a Dios. Hasta tal punto que con más propiedad y antes que a las demás convienen a Dios, por encima de cualquier otra creatura, y por mucho que estos nombres se refieran o remitan cosas que atañan al modo de expresarse o a cualquiera de estas creaturas, le pertenecen. Pues toda perfección desciende de arriba, del Padre de las luces, St 1 [17], toda vez que se ha eliminado todo lo que conlleva una imperfección, por minúscula que pueda ser.

 

87. En segundo lugar, que se puede hablar de algo verdadero, a partir de dos cosas: una, que responda a la forma sustancial de su naturaleza y dos, que no posea nada añadido de fuera. Cada una de ellas está en Dios; [1] Jn 1 [17]: Dios es la luz y en Él no hay tiniebla alguna.

En tercero: la luz verdadera, entiéndase, no una advenediza, no es una luz iluminada como la de una creatura, como ya se dijo, sino una luz que ilumina.

En cuarto: que por lo general lo que está por encima en el orden de la esencia es la luz como tal, lo que por contra está por debajo es, sin embargo, siempre la tiniebla como tal, como ya se expuso. Por lo tanto Dios, como Supremo entre los entes, es pura y simplemente la luz verdadera y completa, no siendo inferior a nada y superior a todos, constituyéndose lógicamente en luz verdadera, y tiniebla alguna habita en él, Jn. 1 [5]. Cae de su peso que de entre lo creado exista algo por encima, que no puede ser sino Dios. Por eso se dijo anteriormente la luz en las tinieblas brilla, es decir Dios en sus criaturas. Y esto es lo que se dice ahora:

 

Ilumina a todo hombre que llega a este mundo [Jn 1, 9]

88. Es preciso destacar que estas palabras en la Glosa Continua de Tomás se explican bien de diversas formas y partiendo de diversos Padres, principalmente por el hecho de que son muchos los hombres de este siglo que no parecen estar iluminados.

Por consiguiente digamos brevemente, a partir de lo visto, que por la necesidad de que Dios sea la luz, Él es lo más alto y el principio de todas las cosas; y todo ilumina bajo este principio, incluso al hombre; también a todo el que llega a este mundo, pues el mundo fue hecho por Él [Jn 1, 10] y todo ha sido hecho por Él [Jn 1, 3], como se dijo anteriormente. Pues si alguien o algo no queda iluminado por él mismo, ya no se encuentra bajo Él y en posición inferior a Él, ni Él mismo sería el primero y superior a todas las cosas. Pues El primero es rico por sí mismo, relacionándose con todo. Pues si no tuviese esa relación, ya no sería el primero, pues no lo sería por sí. Principalmente está dentro de él relacionarse por sí mismo. Y, como norma general, cada uno de ellos, al ser causa de otros, se relaciona con ellos. Ya que si no se relacionase, ya no sería su causa. Y además el primero en cada uno se constituye en causa de ellos, que van tras él. Queda, pues, patente que Dios ilumina a todos los hombres, y a lo que acaece y a los que llegan a este mundo y habitan en él, esto es, a todo el universo.

89. Pues es cierto que arroja su luz distintamente sobre los diversos seres y se llega a ellos, de una parte, por medio de una cierta luz bajo la propiedad de su ser -y de esta manera ilumina a todos los entes del mundo y del universo- y de otra ciertamente con una luz inferior, cual es la vida, a los seres vivos. A su vez ilumina el resto de las cosas más perfectas y las más pequeñas, que por algo es la luz de los hombres [Jn 1, 4], según lo del Sal [4, 7]: ha aparecido sobre nosotros la luz de tu rostro, oh Señor, esto es la razón que señala y muestra claramente lo que es bueno. Además, en cuarto lugar, ilumina a los seres más perfectos que los hombres, que brillan en sí y se sitúan lejos de la sombra de los fantasmas. Y por último ilumina con su gracia a otros con una luz sobrenatural.

90. De lo antedicho queda patente que el hombre pecador no es, en relación a los justos, nada sin la gracia y que no se halla por debajo de Dios, como lo está la luz de la gracia. Sin embargo no toma contacto sino con lo que está por debajo de sí.

Esto es lo que significa la humildad, en tanto que subyuga el hombre a Dios, está especialmente recomendada por el mismo Cristo -Mt 11 [29]: aprended de mí, pues soy manso y humilde de corazón; Lc [14, 11]: todo el que se humilla, será enaltecido- y por los santos y doctores a la par. La Virgen, además, mereció concebir y dar a luz al Hijo de Dios por esta virtud; Lc 1 [48] se ha fijado en la humillación de su esclava. Agustín en el Sermón de la Asunción de la Bienaventurada María dice que la humildad es la escala por la que Dios vino a los hombres y los hombres van a Dios. Bernardo en libro III De la consideración dice así: la humildad es un cimiento excelente, en el que cualquier edificio espiritual se levanta hasta ser un templo santo para Dios. Es esta torre de fortaleza de cara al enemigo, [Sal. 60, 4]; la piedra preciosa más espléndida de todas. Sin ella, como dice Agustín, ninguna virtud puede subsistir, lo que se prueba en que ella sola hace al hombre vasallo de Dios y que éste valore como superior al que está por debajo.

91. Y respecto a otros modos con los que Dios ilumina las distintas realidades de modos variados, cabe decir casi lo mismo. Efectivamente, a los que Él no ilumina, como vida que es, no viven ni son vivientes, aunque puedan ser entes. Incluso a éstos Dios los ilumina de algún modo con la luz de su ser. Con lo cual, si no son sumisos, en cuanto el ser les está presente, ya no son entes, sino que son la nada de ellos. Y tal son todas las carencias, los males, las corruptelas y los defectos. Todas las cuales cosas y sus parejas no son entes sino vacíos de todo ser; no son efectos, sino defectos. Por esto no tienen su causa en Dios. Pues tanto la causa como el efecto se contemplan por su naturaleza como la una superior y el otro inferior. Sin esta perspectiva, ni un elemento ilumina ni el otro es alumbrado, y, partiendo de aquel presupuesto, aquel ilumina a todo el que viene a este mundo, siendo de su orden. Y no es sino esto lo que aquí se dice era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que llega a este mundo. Sin embargo no llegan al mundo los que no son entes, sino los carentes de todo ser, es decir los males, los vicios, las penurias, e incluso las negaciones, en el sentido ya apuntado.

92. Ilumina a todo hombre que llega a este mundo. Lo diré con brevedad: todo influjo es una cierta iluminación de lo que influye y lo que influye es luz de eso en que influye. Veámoslo: Dios, la luz, causa primera de todo, o bien influye algo en todos y cada uno de ellos -en cada uno y en todos- o bien no hace nada. Si es así, ya no es causa, ni causa primera de todos y de cada uno. Si de veras influye en los diversos elementos, tengo que hacer una proposición: todo influjo es una luz, como se ha dicho; con mayor motivo si la luz es la causa influyente y el principio de todo. Y esto es lo que se dice aquí: era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre que llega a este mundo.

93. Además digo en tercer lugar esto: Dios, luz clara y verdadera, o bien ilumina a todos los hombres o a ninguno; y puesto que no es así, ilumina a todo hombre. Una consecuencia se impone: él contempla a todos de igual modo, similar e inmediatamente; se halla presente a todos y lo hace como el primero de todos.

En el alma se presentan un ejemplo y una razón de lo dicho. Ésta se hace presente a cada uno de los miembros de modo inmediato toda entera como forma sustancial del cuerpo que es y por esto mismo otorga el ser y el vivir a todos los miembros. De igual modo sucede con otras perfecciones que no comunica a cada uno de sus miembros, como son ver, oír, hablar y cosas parecidas. Sin embargo como ser y vivir son luz, es claro que el alma ilumina mediante su propia esencia -con la que resulta ser una cierta luz y forma- toda una parte del cuerpo y todo lo que llega bajo esta forma y en este cuerpo hasta este mundo de cuerpo animado.

Otro ejemplo lo constituyen los cuerpos homogéneos. La forma sustancial de¡ fuego se encuentra primera e inmediatamente en la materia, antes que la cantidad y cualquier extensión y distinción, que pertenecen al género de la cantidad y del accidente; y a causa de esta necesaria luz del fuego informa e ilumina ya toda la parte de la materia o bien ninguna; y puesto que no es a ninguna, la ilumina, por tanto, toda.

 Dios, en cambio, en tanto que causa primera, se halla presente con anterioridad a cualquier causa secundaria y desaparece en último lugar, según dice la primera proposición De las causas y su comentarista. Esto es lo que aquí se dice era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que llega a este mundo.

94. Debemos señalar que es una doble y falsa imaginación la que hizo y hace a muchos concebir una dificultad en el hecho de que se pueda decir que Dios ilumina a todo hombre que llega a este mundo.

 La primera es que se imaginan que las cosas no se hallan al mismo tiempo presentes en Dios de modo igual e inmediato y buscan un nudo en un junco, el punto medio en lo inmediato, la distancia entre lo que no tiene medida.

 La segunda causa y falsa imaginación es porque piensan que la única gracia es la luz, cuando toda perfección, especialmente el mismo ser, es luz y raíz de toda la perfección que hay en cuanto luce. Y el filósofo [Aristóteles] en el libro III del Del alma llama luz al intelecto agente. Muchas cosas se pueden encontrar también parecidas a ésta en las Sagradas Escrituras y en los libros de los filósofos. Lleno el cielo y la tierra, dice el Señor. Jr 23 [24].. Y dícese en el Sal [18, 7]: su despertar es desde lo más alto del cielo y su ocaso hasta su extremo; nadie puede sustraerse de su calor. Y esto es lo que se dice de que Dios ilumina a todo hombre que llega a este mundo.

95. O di brevemente lo de Dios, en verdad, ilumina a todo hombre que llega a este mundo, pero el hombre que no es humilde –de humus, tierra- no lo es. El hombre es pues, llamado a partir de la tierra. Además el hombre no es quien vive según la razón. El hombre es animal racional. Y aún el ilumina a todo hombre, contando con que no todo queda iluminado -si bien se hable a todos- ni que todos lo oigan, como dice Agustín, al hablar de Jn 8 [25]: yo soy el principio, quien habla con vosotros.

 Por todo lo cual, el hombre no es el que tiene todo lo inferior sometido a sí, como en el Sal [8, 5.8]: ¿qué es el hombre?; y prosigue: todo lo sometiste bajo sus pies. Los pies son las afecciones del hombre. Por lo que se dice [en Gn 1, 28] del primer hombre creado o formado: ocupa la tierra y sométela dominando [...] a todos los animales que se mueven sobre ella.

 

Vino a los suyos [Jn 1, 11a]

96. Señalemos en primer lugar que Dios, al encontrarse en cualquier parte y en todos, en tanto que ser, está de cualquier modo y lugar en todos por esencia; por eso se puede decir que llega cuando su presencia se da a conocer por medio de algún nuevo efecto.

 En segundo lugar, que Agustín en el libro VII de Confesiones ha encontrado entre los libros de Platón estas palabras vino a los suyos hasta aquí los que creen en su nombre.

 Pudiera esto afirmarse con probabilidad de acierto, pues la razón natural se acomoda claramente a estas palabras vino a los suyos, etc, en cuanto a las cosas naturales, de modo ejemplar. Nótese pues que nada hay tan propio como el ente para el propio ser y la criatura para el creador. Dios es el ser y él mismo es el creador. Esto es lo que se dice aquí: vino a los suyos.

97. Lo segundo debe ser expuesto de este modo: estas cosas suyas a las que Dios viene son el ser o ente, lo uno, lo verdadero, lo bueno. Estas cosas son las que Dios tiene como propias, en tanto que el primero, ya que es rico por sí mismo. Posee estas cosas porque es rico; tiene cosas propias porque lo es por sí mismo. Las cuatro propiedades antedichas están presentes en todas las cosas más allá de¡ Primero como huéspedes y forasteros, siendo miembros de la casa de Dios. Pues se nos ha venido enseñando que, en primer lugar, Dios es y obra en todas las cosas y alcanza a todos y a todas las cosas, en cuanto que existen y son uno, cosas verdaderas y buenas. En segundo, hemos recibido la enseñanza de que Dios llega y con su presencia de modo inmediato y sin colaboración alguna obra en todos la entidad, unidad, verdad y bondad de modos ciertamente equivalentes.

98. Vino a los suyos. En tercer lugar puede decirse desde un punto de vista más teológico que estas cosas que le son propias y a las que llega el Verbo Dios, son para tener misericordia, según lo de Gregorio: Dios, del que es propio compadecerse siempre y tener consideración, salvar, según Agustín, que dice: llamase salvador del mundo, pues salva al mundo. No quieres ser salvado; bien, serás juzgado por tus palabras. Ciertamente el Verbo Dios posee estas dos cosas: las propias, como Dios; las comunes, a su vez, con el Padre y el Espíritu.

 En cambio, siendo Hijo, lo tiene enteramente como propio a título personal. Dice, pues, que el Dios Verbo, el Hijo, vino a los suyos, esto es, a los que son hijos de Dios por la gracia de la adopción; Ga 4 [6]: puesto que sois hijos, envió Dios a vuestros corazón al Espíritu de su Hijo. Y esto es lo que se dice aquí: les dio poder para llegar a ser hijos de Dios, a estos que creen en su nombre. Su nombre propio es que es Hijo.

1" EXPLICACION

99. Lo que sigue: los suyos no lo recibieron [Jn 1, 11b], en lo que se refiere a las tres interpretaciones anteriores de eso que dijo vino a los suyos, puede decirse que ni los entes ni las cosas que son uno o verdaderas o buenas tienen de por sí ni lo que son ni el hecho de ser uno ni buenas ni verdaderas, siendo esto lo que aquí se dice los suyos no lo recibieron, sino que lo tienen por el mismo Verbo, Hijo de Dios, y esto es lo que sigue: pero a cuantos lo recibieron les dio poder. Pues hasta este poder de recibirlo proviene de él, según lo que Agustín dice en el libro XII de Confesiones acerca de la materia primera: que su misma capacidad es de parte de Dios y en el De la Trinidad, en su libro XV, capítulo 15, donde dice que la misma posibilidad de pensar en el Verbo ya debe llamarse verbo.

 Así pues se dice los suyos no le recibieron. En primer término porque no lo poseen de por sí ni para sí de entre sus propias cosas. Lo segundo, porque esa misma capacidad no se encuentra en ellos, ni de parte de Dios. Lo tercero porque lo que han recibido no ha tomado raíces en ellos, según lo dicho anteriormente a propósito de la luz. Lo cuarto porque es propio de Dios ser indistinto, distinguiéndose él mismo por su sola indistinción, mientras que lo propio de la creatura es ser distinguible. Sin embargo lo distinguible no recibe a lo indistinto. Por eso Agustín dice, hablándole a Dios: estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.

100. De acuerdo con todo esto se encuentra el hecho de que en las cosas naturales la forma del engendrado es pasiva en su mismo nacimiento: vino a los suyos; esto es, a una materia que le es propia. Los actos de los agentes activos se encuentran en un paciente preparado y en la naturaleza el propio pasivo responde a todo lo activo. Y desde hace tiempo la materia posee algo de sí, ya sea del acto o de la propiedad de la forma anterior, y no siendo pura potencia, jamás recibe la misma forma sustancial, es decir el hijo del que lo engendra para el ser, que le da la forma sustancial o, es más, es él mismo esa misma forma sustancial, si bien mantenga para aparecer o apareciendo las acomodaciones o propiedades de una forma que se degrada. Y esto es lo que a las claras se dice aquí vino a los suyos; y continúa: los suyos no lo recibieron; esto es, todo el que posee algo de sí mismo.

 Por ejemplo: si el ojo tuviera algún color o algo de color, no vería ni el color ni a nadie. O bien otra cosa: si la vista poseyera algún acto, sea cual fuere, de sí misma, ya no sería capaz de lo visible como tal, en tanto que visible. Conviene que lo activo en cuanto tal no sea en modo alguno pasivo, y viceversa que lo pasivo no sea bajo ningún concepto activo. Por lo cual el intelecto no participa de ninguna cosa, de modo que las abarque a todas. Conócese, en cambio, a sí mismo al resto de las cosas. Por eso nada de sí tiene como suyo sin haberlo antes comprendido. Pues entender conlleva un cierto padecer. La propiedad formal de lo pasivo es hallarse desnudo. Todo esto queda manifiesto en el libro III Del alma.

 Así en la naturaleza tenemos tanto parte de materia como de forma sustanciales. Esta misma materia es el fundamento de la naturaleza, en el cual nada aparece como distinto, según dice el filósofo [Aristóteles]. Todo acto, por contra, es distintivo.

101. Por lo que se refiere a la palabras vino a los suyos puede ser más que oportuno señalar que en estas palabras se muestra primeramente que el verbo se hizo carne, asumió la naturaleza en estado puro, a saber, sin lacras que un hombre enemigo esparciese, según Mt. 13 [25]. Éstas no son la simiente de Dios, ni las plantó Dios, ni son sus obras, ni han sido elaboradas por él, ni son propias de Dios, sino del enemigo. Dios hizo, por tanto, al hombre íntegro, según Qo. 7 [30]. Dice, en consecuencia: vino a los suyos, o sea, que tomó la naturaleza hecha por él, su obra propia, sin defectos, sin error, según Jn 1 [3]: sin él nada se hizo, esto es el pecado. Y esto es lo que el Damasceno dice respecto a que el verbo aceptó eso mismo que había plantado.

102. Además se nos ha enseñado en segundo lugar la manera en que el verbo se hizo carne, en que la gracia, la pura gracia, aceptó la naturaleza del hombre no por los méritos de la naturaleza sean cual fueren en el pasado. Esto es vino a los suyos ya que no por otro motivo propio de la naturaleza, sino por una gracia correspondiente a solo Dios, como se dice en Tt 3 [4-5]: ha aparecido la benignidad y la humanidad de Dios, y no por las obras de la justicia, sino por su bondad. Y esto es lo que Juan secunda: a éstos, que nacieron no de la sangre, sino de Dios.

 Aún puede decirse más: vino a los suyos, a lo más adecuado al hombre y a la humana naturaleza. Abrazó pues la mortalidad y pasibilidad, que son propias no de Dios sino del hombre. Quizás sea esta la causa de que se diga el verbo se hizo carne y esto por mor de sobrellevar las faltas causadas por la carne, a saber, las penalidades, no por cierto las faltas que constituyen los pecados y otras cosas propias del alma.

103. Otra: vino a los suyos. Nótese que todo lo creado, sea esto o aquello, algo distinto, pertenece a algún género, especie o tipo particular. Dios no es algo distinto o propiedad de alguna naturaleza, sino algo común a todos. Está, por lo tanto, fuera y por encima de toda clasificación. Prueba de esto es el mismo ente, producto de Dios, que no está dentro de ningún género ni pertenece a ninguno, sino que es común a todo género. Así pues, Dios, al venir a este mundo, asumir las creaturas y hacerse hombre llegó casi de la común cavidad a su propio entorno. Y esto es lo que claramente se dice: era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, en tanto que común y situado por encima de todos; y sigue en el mundo estaba y el mundo -que contiene todos los géneros- se hizo por medio de él. Y después termina diciendo vino a los suyos. Jn 16 [28]: salí del Padre y vine al mundo; Si. 24, [5]: salí primogénita de la boca del altísimo, antes que toda criatura; y más adelante [24, 41]: salí del Paraíso; a saber, de la divinidad; [24, 42]. Dije: regaré mi huerto, mi cultivo; es decir, mientras creaba el mundo.

104. Con estas palabras: vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, se quiere decir al pie de la letra que el verbo aceptó la carne en medio del pueblo de Judea, de una gente de su condición, a quien se le confiaron las manifestaciones de Dios y la Ley que les fue dada, en la cual Cristo, su encarnación y las demás cosas quedan prefiguradas. Mas el pueblo de Dios, su pueblo y las ovejas de su rebaño no lo recibieron por la fe.

105. Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, significa en términos morales que Dios alcanza las mentes de los hombres que se entregaron por completo a Dios y se convirtieron en propiedad suya, de modo que ya no viven para sí mismos, sino para Dios. Y esto es lo que se dice los suyos no lo recibieron, es decir los que viven para sí, buscando lo que es suyo, no lo que es de Dios.

 

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